Prólogo
Lamentos y quejidos de dolor se escuchaban en lo profundo de un bosque, tres cuerpos de vestimentas negras yacen sobre el suelo y las hojas secas de roble, uno de ellos se encuentra sin extremidades superiores, otro sin cabeza y el ultimo posee graves heridas sobre su pecho y cuello.
Los tres cadáveres manchan su ropa con el vital líquido carmesí, en medio de ellos está una figura humanoide de más de tres metros con extremidades largas que terminan en cinco filosas uñas que se hallan bañadas de sangre. Sus siete ojos miran a los dos hombres de negro que aún están de pie, uno de ellos sangra por su hombro izquierdo y posee una metralleta, mientras que el otro tiene su chaqueta desgarrada junto con tres cortes profundos en su rostro, empuña sus manos mostrando sus dos manoplas de plata. Demuestran su cansancio en su respiración agitada.
La poca luz del sol continúa desvaneciéndose y la nefasta criatura les sonríe con su gran cantidad de dientes teñidos de rojo junto con las comisuras de sus finos labios. Sabe que la oscuridad de la noche le da más ventaja.
—Yo lo entretengo —le susurra el de las manoplas a su compañero, quien al escuchar tales palabras lo mira con duda—. Esta vez sí funcionará, Darío —le promete mientras ve los cadáveres de sus tres amigos.
Darío le responde afirmando con su cabeza y carga su metralleta con las balas de plata que tiene en su cintura.
—Ven, maldito Raycon, luchemos los dos —le grita a la vez que se coloca en posición de pelea, enseñándole sus manoplas de plata que brillan ante la luz de la luna que logra entrar entre las ramas de los robles.
—Estúpidos, creen que no puedo escuchar sus susurros. —Se lame la sangre de las uñas de sus brazos—. Ven a entretenerme mientras la otra basura intenta acertar una de sus balas en mí. ¡Pronto acompañarán a los otros tres! —exclama con un brillo de maldad en sus siete ojos.
—Estoy listo, Julián —le avisa Darío a su amigo y comienza a halar del gatillo hacia el cráneo del demonio.
Simultáneamente las manoplas de su compañero intentan conectar con alguna parte del cuerpo de la alta criatura. Raycon elude los ataques de ambos con facilidad sin dejar de mostrar su horrible sonrisa, disfruta ver como los dos hombres luchan por hacerle daño.
Las balas destrozan las ramas más delgadas de los árboles y a sus troncos les deja incontables agujeros.
Julián da unos pasos atrás y toma varias bocanadas de aire, Darío vuelve a cargar su metralleta sin perder de vista a Raycon.
—¿Cansado? —le pregunta Raycon con ironía al de las nudilleras—. Bien, ahora yo los atacaré. —Corre con gran velocidad hacia él.
Julián salta hacia uno de los árboles que tiene a menos de cinco metros y que han sido atravesado por las balas de plas de su amigo. No es más rápido que su adversario, pero en menos de un segundo logra llegar al agujereado tronco y ejercer la suficiente presión para que este se parta y caiga en dirección del demonio.
Raycon se sorprende ante el truco, se ve obligado a disminuir su velocidad y a eludir el árbol que se le aproxima. Julián sigue moviéndose con rapidez sobrehumana sobre los robles perforados y empujándolos hacia Raycon.
Darío no espera más y lanza una lluvia de balas sobre los árboles que caen hacia el demonio, todos los proyectiles van a una altura mayor de dos metros.
—Felicidades —les grita Raycon y da un salto de más de quince metros—. Fue un buen plan —menciona mientras desciende y nota las dos heridas en su cuerpo, una de las balas rozó su costilla derecha y otra entró en el brazo del mismo lado—, pero no suficiente para vencerme. —Al terminar de decir aquellas palabras se haya frente a Julián que palidece al verlo.
Julián mira hacia su pecho y ve cómo Raycon le saca el corazón lentamente sin dejar de sonreír.
—¡Maldito! —exclama Darío con ira e impotencia, nuevamente se apresura a cargar su arma.
Raycon estripa el vital órgano de Julián y en menos de un segundo se presenta frente a Darío y le arrebata la metralleta de un tirón.
—Parece que la sangre que se inyectaron no era de un demonio muy fuerte —le comenta mientras le introduce en el cerebro la uña central de su brazo izquierdo.
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