Parte única
—Ya te lo he dicho, Dazai. Si vas a morir, al menos no lo hagas estando solterón.
—Me encantaría una bella señorita para cometer un primoroso suicidio doble —fue la respuesta.
—No puedo ofrecerte eso, pero sí puedo consentir que vayas a la cita que te he arreglado para mañana por la noche —insistió Yosano, concentrada en su misión.
—Me da pereza —argumentó—. Además, ya sabes, no soy un hombre devoto del compromiso y la exclusividad y todo ese asunto. Es exasperante.
—Nadie dice que vayas a casarte —alegó, acomodando sus anteojos en un gesto de impaciencia. El exasperante era él—. Solo pretendo prolongar tu existencia un poco más. De hecho, no soy la única que persigue este objetivo y apoya este plan.
—Con que es un plan, ya veo —murmuró, desperezándose con aquella característica sonrisa agraciada que surcaba su rostro.
—Pues sí. Kunikida fue eliminado en la propuesta porque te golpearía ante tu primera negativa —razonó, como si de una explicación obvia se tratase. Ambos formularon en su mente la imagen trágica que hubiese dado como consecuencia si Kunikida hubiese tomado la labor.
—No me cabe duda —rio con los ojos cerrados, disfrutando de la comodidad del sillón.
—Atsushi era la mejor opción puesto a su cercanía contigo, pero es demasiado indulgente. Se quebraría él antes que tú.
—De eso tampoco tengo dudas —comentó, bostezando, con sus manos sosteniendo su nuca—, pero aún así seguía siendo la mejor opción; podían haber probado suerte.
—Eres un drenaje directo de la paciencia de los demás —acusó—. Ya suficiente tiene con aguantarte todos los días al tener la desdicha de ser tu subordinado.
—Ese es otro dardo que no puedo esquivar.
—Por supuesto que no.
—¿Y los demás? Sigo haciendo cálculos de por qué has sido tú la bendita elegida.
—No vale la pena explicarte la participación minúscula de los demás —dijo, suspirando y acomodando su posición recostada junto al escritorio de Dazai—. Sin embargo, puedo decirte que la razón que filtró el grupo es porque solo yo sé quién es tu cita y ha sido trabajo mío.
—Ya veo —bostezó de nuevo, con un brillo hilarante paseando por su mirada—. ¿Es alguien que tú conoces, entonces?
—Así es —asintió—, mas sabes que no puedo decirte más.
—Entiendo. De acuerdo, lo haré —declaró, desperezándose en el sillón de la Agencia donde se encontraba echado. La doctora lo miró con clara sorpresa.
—Me satisface, pero ¿cómo te has dejado convencer tan rápido? —cuestionó, golpeando su mano contra el escritorio y mirándolo reír—. ¡Me había traído muchos argumentos preparados con cautela, incluso amenazas y mis cuchillas! Me ofende que te convenzan razones tan endebles.
—Me convenció la curiosidad que sembraste en mí. Me cuesta creer que sea alguien que solo tú conoces, incluso puedo percibirla como una vil mentira, pero ¿sabes qué? Te daré el beneficio de la duda.
—¿Por qué?
—Porque estoy aburrido de manera brutal —explicó—, y además, es tan adorable que se preocupen tanto por mi vida amorosa y sexual que me siento cautivado. Sería irreverente de mi parte negarme ante tal acto de amor.
—¿Aceptas, entonces? —exclamó entusiasmada, ignorando la esencia del discurso que acababa de recibir.
—Claro —afirmó, bostezando por milésima vez—. Sin embargo, exijo a cambio poder retirarme más temprano de mis labores el resto de la semana.
—Como si no lo hicieras todos los días, Dazai —reclamó—. Decirte que sí o que no es indiferente.
—Tampoco lo puedo negar.
—En fin, solo me queda aclararte que bajo ninguna circunstancia puedes irte antes de esa cita, y menos aún puedes faltar —sentenció, observándolo intensamente—. Atsushi te estará vigilando a lo lejos.
—¿Qué clase de cita sería esa? Me avergonzaría —dramatizó, abriendo sus ojos con ímpetu.
—Ojalá supieras lo que la vergüenza es.
—Eres muy cruel, Yosano —se victimizó—. Mas está bien, acepto los términos. Esto se pone interesante, ¿no lo crees? Ya me siento excitado.
—Guárdalo para mañana —rio por lo bajo—. No me falles, Dazai.
—Yo nunca miento en mis negociaciones.
—Esto no es una negociación.
—¿Has olvidado los días libres?
—El trato no eran días libres...
Osamu se encontraba cambiándose la vestimenta al compás del tarareo de "suicidio doble". Se miró al espejo una vez y otra más, con una férrea convicción de que se veía estupendo en aquel traje que le había otorgado Akiko, a quien no le creía nada. Se rio al pensar en lo que le guardaba aquella noche, puesto que a pesar de que la posibilidad de que fuera una hermosa suicida no era nula, era muy baja.
Salió de su departamento y sin ningún apremio emprendió su bienaventurado camino hacia el elegante restaurante en el que había reservado Yosano, quien más que arreglar una cita había hecho todo el trabajo de Celestina, de punta a punta. Con cada paso que daba se sentía más invadido por la intriga, no obstante, sus expectativas eran bajas, como todo en su amarga vida. En el trayecto dirigió su mirada a la hermosa luna nueva, tan magna en el cielo, rodeada de la inmensa y frondosa oscuridad y las estrellas que la escoltaban en aquella fresca noche. Un nuevo comienzo, impoluto.
Cuando ya estaba cerca dirigió una mirada fugaz a su reloj y se percató de que llegaba tarde, como siempre. Si. embargo, no aceleró el paso. Un nuevo comienzo que tal vez ya no era tan inmaculado.
Arribó al lugar y en una cuestión de segundos detectó a Atsushi, sentado en una banca del pequeño parque que se enfrentaba al establecimiento donde se desarrollaría la cita. Dazai rio e ingresó al lugar. Solo tuvo que dar el nombre de Yosano para que lo condujeran a la mesa que, como le dijo el recepcionista, ya tenía a una persona esperando. Osamu rio con pereza. Sentía su pecho saltar ante la curiosidad.
El hombre lo llevó hacia la terraza del lugar, un piso no muy extenso rodeado por una gran baranda metálica de barras, donde había una sola mesa con un delicadísimo mantel largo hasta el suelo y acompañada por dos sillas y una persona sobre una de ellas. Todo estaba pulcramente iluminado por velas, mas era un combate entre las tenues luces de esas velas que luchaban por no rendirse ante el viento de la noche, y la oscuridad. Dazai no podía discernir nada desde la puerta de la terraza, por lo que, una vez que el encargado le indicó la mesa a la lejanía e hizo una reverencia, se retiró y el recién llegado permaneció solo, presa de la curiosidad que lo azotaba, apresurando su paso hacia la mesa, la cual estaba posicionada de manera que la silla de gran respaldo que estaba ocupada le diera la espalda. Mordió su labio y, una vez, parado detrás y a un costado de la silla, escrutando el respaldo, anunció su llegada.
—Buenas noches —dichas sus palabras, rodeó la silla y la mesa y sus ojos saltaron hacia la misteriosa persona.
Esos mismos ojos casi se salen de sus cuencas al ver a quien había aguardado por su presencia.
—¿Dazai-san?
—¡Akutagawa! —exclamó, aún sin poder procesar aquella jugarreta de mal gusto que creyó que le habían hecho. En verdad, esa no era más que la jugarreta de la jugarreta real.
—¿Qué hace usted aquí? —preguntó, comenzando a toser levemente, tapando su boca en consecuencia—. Me habían asegurado que era una cita seria.
—¿Te parece que yo no vengo en serio? —rio, mas la decepción agrietó aquella risilla—. De todas maneras, deberías sentirte halagado. ¿Qué quieres comer?
—No, espere, Dazai-san, está cometiendo un error —alegó con nerviosismo. No podía negar que la idea de cenar con Osamu Dazai le parecía grandiosa, pero no era su momento ni su lugar. Literalmente.
—Ya lo sé, pero tengo prohibido irme, así que dime qué pedirás o pediré cangrejos para los dos —suspiró en resignación, echándose en su asiento de una vez.
—Pero no me entiende —le dijo, tosiendo más por la desesperación—. Lo que quiero decirle es que...
—¡Maldito bastardo repugnante! —fue el grito que respondió en nombre de Akutagawa. Dazai sintió su alma caer al piso y arrastrarse por el mismo.
—No puedo creer que fui tan descuidado — murmuró, masajeando su frente.
Chuuya salió del lugar desde donde había gritado. La terraza solo poseía la mesa y las sillas; claramente, Nakahara había estado parado en las paredes del edificio para no ser visto, y subió en cuanto supo que era su turno.
—¡Sabía que no podía confiar en ese maldito detective! —vociferó, caminando enfurecido hacia la mesa que estaba situada en el centro. Sus zapatos resonaban con violencia contra el suelo.
—¿De qué detective hablas? La doctora Yosano me hizo esta bromilla. Ella arregló esto —se excusó Dazai, pensativo. Akutagawa no se podía sentir más desubicado e incómodo.
—No sé quién demonios es Yosano —alegó Chuuya, cruzándose de brazos junto a la mesa, apoyando la mayor parte de su peso en una de sus piernas—. Yo hablo del debilucho cuyo poder es inexistente, un sabelotodo.
—No me digas —se paró exaltado Dazai—. ¡Diablos, maldito Ranpo! Sabía que Yosano me mentía.
—Ese mismo —exclamó—. Esto me pasa por creer en esa Agencia tuya.
—Esto me pasa por confiar en Yosano —murmuró—. De haber sabido que era Ranpo jamás hubiese venido.
—¡Ni yo! —contraatacó, acercándose a Dazai, separando sus brazos, uno a cada lado de su cuerpo.
—¡Pero tú sí sabías que era él, y aún así aquí estás!
—¡Vine porque tenía curiosidad y estaba aburrido!
—¡Igual yo!
—¡Y no sabía que serías tú, maldito bastardo!
—¡Yo me quiero ir! —exclamó Akutagawa, sintiéndose demasiado fuera de lugar. Dazai y Chuuya se callaron y lo miraron levemente perplejos, sintiéndose como un matrimonio que pelea frente a su hijo. Y, ciertamente, no estaban muy alejados de esa definición—. Chuuya-san, ya cumplí mi parte, ¿puedo retirarme?
—Claro, sí —musitó el aludido.
—Espera, ¿cuál era tu parte? —cuestionó Dazai, mirándolos expectante—. Espera, déjame adivinar. Tú viniste de cebo para que Chuuya, el pequeño cobarde, pudiera comprobar quién era su cita para luego decidir su proceder, ¿no es así? —Akutagawa solo asintió y su superior chasqueó la lengua. Osamu rio.
—Vaya, vaya, qué sonso eres —se burló estrepitosamente.
—Bueno, me iré, Chuuya-san, Dazai-san —suspiró, velando por su escape antes de que la pareja comenzara a gritarse de nuevo.
—Atsushi está sentado vigilándome en el parque de enfrente —anunció Dazai, captando la atención del joven que luchaba por huir—. Encuéntralo, distráelo y te felicitaré —el muchacho asintió frenéticamente con interés, agradeció y partió hacia su objetivo.
Los antiguos Doble Negro, en auténtica soledad, se miraron con una expresión de guerra. Dazai suspiró y, antes de largar una burla hacia la vestimenta ajena como acostumbraba, permaneció sin habla al darle una mirada apropiada a Nakahara, ataviado en un elegante traje blanco que delineaba perfectamente su inmaculada figura, tan grácil y fina como la recordaba. Aquella atractiva gargantilla que atragantaba ese cuello en el que Dazai solía perderse, seguía allí, vistosa y resaltada por la belleza de sus ropas. Y la cereza de la torta: no llevaba puesto ningún sombrero ridículo, dejando sus bellos cabellos ondulados someterse al viento inclemente de aquella noche; esa melena del mismo color del atardecer, esa que él tanto disfrutaba de acariciar hasta el hartazgo.
—Ya deja de mirarme así, ya no tenemos diecisiete años, Dazai —murmuró, chocando los dientes y entrecerrando los ojos al dirigirle la palabra.
—Podríamos tener treinta años más, y aún así te miraría de esta manera —declaró, sonriente. Chuuya chasqueó la lengua y volteó su rostro hacia la puerta.
—Yo también me voy —mencionó—. Piérdete.
—Espera, no puedo irme. Tengo la obligación de permanecer durante toda la cita —comentó, aún viendo a su antiguo compañero, quien seguía sin intención de menguar sus pasos.
—¿Desde cuándo cumples con alguna obligación? —cuestionó, manteniendo su paso lento—. Olvídalo, no me interesa. Es tu problema.
—¡Vamos, Chuuya! —exclamó, ablandando sus gestos con dulzura—. No me importan mis obligaciones, pero Atsushi me delatará, me regañarán y perderé mis días gratis.
—No me interesa perder mi tiempo aquí, y menos contigo —le escupió, con una voz calma. Aunque Dazai no pudiera verlo, se encontraba conmocionado y pensativo.
—Vaya, cualquier excusa con tal de no atender a tu propia cobardía —proclamó, sonriendo victorioso al observar a su compañero detenerse en seco.
—¿De qué hablas? —le increpó con dureza, volteándose, dejando ver su rostro torcido en una mueca de desazón.
—Primero lo de Akutagawa —atacó, observándolo solemne—. Y ahora, esto. ¿Tanto ensombrece a tu corazón el miedo de cenar conmigo una vez más?
Chuuya lo miró rabiando. Sus ojos bien abiertos, con el mar de sus ojos arremetiendo, sus manos cerrándose en un gran puño.
—No te temo, y nunca lo haré —exclamó—. Y ¿sabes qué? Me quedaré —anunció, caminando a gran velocidad hacia la mesa, para tomar bruscamente la silla y echarse de lleno en ella. Sabía que estaba complaciendo a Dazai, mas no le importaba.
—De acuerdo —murmuró sonriente—. Asumo que el mesero habrá oído tus gritos y habrá huido, pero volverá. Lee el menú y decídete.
—Vaya, qué romántico sigues siendo —murmuró con fastidio, dirigiéndole una mirada agria, de esas donde el resentimiento es suficiente como para opacar la belleza de unos ojos como los de Chuuya.
Ninguno emitió sonido alguno, a la espera del mesero. Se miraban de forma esporádica, creando y rompiendo las miradas con constancia, sintiendo la intromisión del viento en aquella velada. Chuuya se encontraba de brazos cruzados; Dazai, desparramado en la silla.
Una vez que el empleado llegó, dictaron la orden con velocidad y éste desapareció por donde vino.
—Qué bella noche —comentó Dazai, fijando su mirada en su acompañante. Sus ojos castaños, briosos al ver a Chuuya, tan oscuros e impenetrables como siempre, lo observaban con interés. Sonrió altivo—. Me recuerda a nuestra primera cita.
—Sí, a mí también —contestó, con saña—. Te aborrecía igual que ahora.
—No lo creo, Chuuya —encaró, incorporándose en la silla y tomando un semblante sutilmente seductor—. Esa noche te robé tu primer beso.
—También fue tu primer beso —resaltó Nakahara, observándolo imperturbable. Recordaba esa primera cita desde el primer momento hasta el último; y no solo esa, sino todas las demás que tuvieron durante esos años, haciendo especial hincapié en la última. Se estremeció.
—Así es —afirmó lentamente, aún manteniendo su mirada perspicaz e inquisitiva en su compañero. Si bien al ver que su cita era Chuuya, una buena jugarreta por parte de Ranpo, había reaccionado con ingrata sorpresa, debía reconocer que sentía en su pecho un cariño desbordante que había dejado atrás. Al presenciar luego de tanto tiempo la etérea belleza de su compañero, permitió que, al menos por esa noche, se anidaran en su alma aquellas emociones que había abandonado el día en que dejó la mafia; o, al menos, los que él creía haber dejado atrás. Todo ese amor que consideraba muerto renació en él, galopando agresivamente—. También tu primera vez.
—¿De qué hablas? —exclamó, alzando una ceja. Supo a lo que Dazai estaba haciendo referencia y arrugó el entrecejo—. Eso no sucedió hasta la tercera cita.
—Te estaba probando —aseguró, ampliando su sonrisa con auténtica dicha—, me sorprende que lo recuerdes con tanta claridad.
—Tampoco ha pasado tanto tiempo, maldito bastardo —se defendió, mas su compañero seguía con sus ojos hundidos en él y aquella sonrisa bombardera.
—¿Te has acostado con alguien más? —preguntó con fingida inocencia, escrutando el rostro de Chuuya con detenimiento, para no perderse ningún cambio en aquella cara tan preciosa que atentaba contra la cordura.
—No es de tu incumbencia —aclaró, entrecerrando sus ojos, obsequiándole una mirada punzante. Se acomodó en su asiento.
—Como creía —murmuró, con una sonrisa altanera que se acomodaba a la perfección con sus ojos desbordantes de soberbia—. No lo has hecho con nadie más.
—No te incumbe, he dicho —siseó sintiendo la furia recorrer su cuerpo. Por supuesto que no lo había hecho con nadie más; Dazai era el primer y único hombre de su vida, mas prefería la muerte antes que revelar semejante hecho, por lo que optó por mantener una postura parsimoniosa pese a las presiones. Consideraba mejor no otorgarle ningún indicio, incluso aunque Dazai ya lo supiese.
Dazai pretendía replicar, pero llegó el mesero con el encargo. Se echaron miradas cizañosas hasta que el empleado los dejó en soledad nuevamente.
Ambos, con los sentimientos atrapados en la garganta, comenzaron a comer.
—No cambias nada —comentó Dazai, señalando el plato de Nakahara—. Pediste lo mismo que en nuestra última cita.
—Me gustaría decirte lo mismo, pero no lo recuerdo —contestó con sorna—. Y aunque lo recordara, no comes otra cosa que no sea cangrejo.
—Cómo me tienes tan presente, me halaga —le sonrió.
Chuuya bufó y siguió comiendo en silencio, pensando en las maneras en las que golpearía a Edogawa Ranpo. Se preguntó si es que aquellos sentimientos reprimidos que manejaba habían sido detectados por ese detective entrometido, o si solo se había basado en su irreparable odio hacia Dazai.
—De haber sabido que esa última cita era, efectivamente, la última, te hubiese plantado —declaró, ecuánime. Su acompañante abrió los ojos y soltó sus cubiertos—. No te molestes, ya no me importa.
Dazai sintió una tormenta dentro de sí, un tornado cuyo epicentro era el arrepentimiento.
—Cuando dejé la mafia creí que había quedado exento de sentimientos, y de hecho aún lo sigo creyendo —aseguró, mirándolo con una seriedad impropia de él—. Sin embargo, cuando te veo te detesto. Porque eres lo que siempre arrastra consigo aquellos sentimientos que tendrían que estar enterrados muy abajo. Eres un fastidio.
—¿Crees que yo no paso por lo mismo al cruzarme contigo en cada maldito rincón de Yokohama? —espetó
—¡Como si supiera, lo único que haces es golpearme!
—Es una cuestión de verte y saber que jamás podremos volver a lo que éramos antes —aseguró, haciendo caso omiso al comentario de su compañero. Su voz era filosa, y sus palabras aún más—, y que nunca seré capaz de perdonarte.
—¿Perdonarme, por qué? —le preguntó molesto—. Tú me dejaste, en primer lugar.
—¿Bromeas? Tú me traicionaste —exclamó, golpeando la mesa, levantándose de su asiento de manera abrupta. Sentía su sangre arder como el mismísimo día que le anunciaron la partida de Osamu.
—Había traicionado al mundo entero, a la mafia, a Mori, a mí mismo —espetó, también parándose, apoyando sus manos en la mesa e inclinándose sobre la misma para poder acercarse a los ojos del otro—. Pero no a ti, Chuuya, a ti no.
—¿Por qué lo hiciste? —cuestionó, mirándolo con desesperación, siendo víctima absoluta de sus emociones, de esas que escaparon de su pecho con fervor al contemplar a Dazai en aquel traje impoluto que oscurecía sus enigmáticos ojos aún más, atrapándolo como siempre conseguía hacer. Se exasperó al percibir ese amor irreemplazable por ese despreciable hombre. Ese amor tan profundo y difuso que luchó por ahogar en sus lágrimas, en cada una de las que soltó en nombre de Dazai.
—Tuve mis razones —murmuró—, pero ninguna de esas fuiste tú.
—Vaya, ¡me siento mejor! —exclamó con un delineado sarcasmo, apretando su puño.
—Yo mantenía intacta mi intención de permanecer a tu lado a pesar de todo —afirmó, mirándolo con decisión y sinceridad, por primera vez en tantos años—. En el momento en el que rompiste conmigo creí que tú eras parte de las penumbras que debía dejar atrás y que, contigo atrás, podía despojarme de toda emoción. Mas al verte y tener que hacer misiones a tu lado aborrezco tu mera presencia, puesto que veo que es inadmisible dejar de suspirar por ti.
—Pues ¡mírame a mí! —exclamó enfadado, golpeando sus zapatos contra el suelo cual niño en rabieta. No obstante, sus ojos eran los de un hombre que conocía la plenitud del suplicio. Los labios le temblaban acongojados—. Incluso a pesar de los años, sigo enamorado de un traidor repugnante.
Ambos se miraron con el dolor de un amor perdido y un sollozo moribundo en sus labios. Retomaron sus posturas y se sentaron para seguir comiendo en silencio, ambos aterrados ante el atroz arranque de honestidad que sufrieron. Ahora, ambos sabían que se amaban, y tenían la certeza de que ninguno creía posible volver el tiempo atrás y recuperar lo que alguna vez fue un fructífero y radiante romance. Pero tampoco querían reconocer la probabilidad de empezar de cero.
Terminaron de comer y Dazai propuso comer un postre, a lo que Chuuya negó y permanecieron en silencio por otro largo rato, sin atreverse a mirarse. Y, a su vez, ninguno tenía el valor de irse. El silencio de la majestuosa noche era interrumpido únicamente por el sonoro viento que se arremolinaba con fuerzas. Ambos miraron el cielo por primera vez desde el escándalo, y ambos apreciaron la belleza de la luna nueva.
—Sabes que no soy un hombre de perdones —comenzó Dazai, con los ojos enroscados en la oscuridad avasalladora. Prefería enfrentarse a la absoluta oscuridad, antes que a los ojos azules que lo desarmaban—. Menos aún pediré un perdón con el que no me bendecirán.
—¿Pero...? —aguardó Chuuya con cautela. Su vieja pareja bajó los ojos del cielo y lo miró con sorpresa.
—¿Debe haber un pero? —se burló, repentinamente. Ni siquiera Chuuya podía creer que estuviese bromeando en un momento como aquel. Este último iba a replicar, mas Osamu no se lo permitió, retomando súbitamente su postura serena—. Pero sí puedo pedir un nuevo comienzo.
Nakahara miró el cielo y sonrió con amargura. Había esperado por años aquella propuesta, aquellas delicadas palabras, y en el momento en el que por fin las tenía no las quería.
—El amor que me ha asfixiado tanto tiempo no es nuevo —alegó, con un tono de voz que reflejaba las penurias acumuladas.
—No hables de mi amor por ti como si fuera inferior —replicó Osamu, mirándolo con un semblante solemne. Sus ojos exhalaban una franqueza insólita en él—. Nunca creí que este momento fuese a hacerse presente en algún momento.
—Yo tampoco —respondió con sinceridad absoluta—. Creí que me llevaría esto a mi tumba.
Se miraron por vez primera en tanto tiempo, permitiéndose a sí mismos deleitarse con la ternura expuesta en las orbes del otro, deseando poder confiar nuevamente.
—No podemos expiar nuestros pecados de la adolescencia —soltó Chuuya, encantado por la mirada que tanto había extrañado—, pero podemos afrontarlos y continuar.
—Un nuevo comienzo, entonces.
—No —negó Nakahara-. Ni tú ni yo somos nuevos, Dazai. Somos los mismos pobres diablos que cuando teníamos quince años —ambos rieron agriamente. Era un hecho que no podían contradecir—. Quizás ya no seas un torturador, pero sigues sin tener una mísera alma dentro de ti.
—No me cabe duda —murmuró, manteniendo fija su mirada ante las palabras de su acompañante. Si bien había cumplido el deseo de Odasaku, seguía poseyendo un desolador vacío, uno que incluso se incrementó al alejarse del hombre que amaba.
—Podemos reconocer nuestros errores —murmuró Chuuya—, y vivir con ellos sin intentar apresar nuestros propios sentimientos.
—Esto se ha convertido en un discurso de autoayuda, Chuuya —rio Osamu, sintiéndose conmovido por la voluntad del otro—. ¿Cuál es tu punto?
—Mi punto es —rezongó, otorgándole una mirada cargada de fastidio, pero nunca carente de cariño—, que en la próxima misión que estemos juntos disfrutaré de verte, incluso a pesar de que eres intolerable.
—¿Eso es todo? ¿No estarás conmigo? —cuestionó de manera dramática. Chuuya rio con una gracia sincera por primera vez en aquella noche.
—Todo a su tiempo —aseguró, parándose y acomodando su vestimenta—. Ni siquiera te he perdonado aún.
—Ni lo harás —asintió Dazai hastiado.
—Probablemente, no —sonrió con sorna—. Pero aguardaré con ansias nuestro próximo encuentro, ya sea en Yokohama o en el infierno.
—Igual yo —sonrió con satisfacción, autorizándose a sí mismo a observar a Chuuya con todo el añoro que mantenía enjaulado dentro de sí, reconociendo que, en efecto, no habían cambiado nada; ni Nakahara, ni su belleza, ni su enorme corazón. Se paró con pereza—. ¿Quieres buscar a nuestros subordinados?
—¡Estaba esperando a que lo dijeras! —clamó inquieto—. ¿Cómo puedes ser tan torpe de mandar a Akutagawa a buscar al chico tigre? Deben estar matándose, apúrate.
Cinco minutos luego se encontraban en la recepción del restaurante, en dirección al parque donde debían estar los más jóvenes. Chuuya caminaba adelante a paso seguro y alterado; Dazai lo seguía con pereza por detrás. Claramente, había terminado por pagar Nakahara.
—¡No los encuentro! —exclamó, desasosegado, mirando a sus alrededores una vez que cruzó la calle que lo separaba del lugar objetivo.
—Ya cálmate, mamá —le consoló Dazai con un sarcasmo que le costó una mirada que le heló la piel—. Allá están, míralos. Tan preocupado de que se mataran y no los ves —comentó, apuntando hacia la heladería del centro del parque.
Ambos se quedaron parados con la sorpresa plasmada en sus rostros. Era real. Akutagawa y Atsushi volvían hacia ellos con helados en sus manos y riendo.
—Tal parece que la luna nueva no era para nosotros —murmuró Dazai con gracia. Chuuya no pudo hacer más que asentir. Tomó a Nakahara del brazo y le indicó que se fueran.
—¿Qué pretendes? —le increpó, hostil como siempre al ser incapaz de sentir el tacto de Osamu sin sentirse un niño enamorado de nuevo—. Vienen hacia aquí, y debo volver con Akutagawa; es mi culpa que él esté aquí en primer lugar.
—Creo que estará agradecido —rio Dazai, observando a los más jóvenes emocionados.
—De acuerdo —accedió Chuya, dirigiéndole una última mirada a su subordinado y sonriendo. Dazai y él se desplazaron a otro lado del parque más alejado y rieron—. Bien, yo sé que eres un holgazán de primera, pero yo debo irme.
—Qué aburrido eres, Chuuya —exclamó con dulzura. Pese a que no quería que aquella reunión acabara, sentía su corazón desbocado en la felicidad de saber que su primer amor también lo había anhelado por tantos años—. Sin embargo, lo entiendo. Sabes que yo, además de recuperarte, me he ganado días libres.
—Dudo que hayan sido días libres, Dazai —murmuró.
—Para mí lo serán, puesto que Atsushi es ahora un niñero negligente —sonrió alegre—. No le dirá a nadie que no me vio, porque se moriría apenado si la Agencia supiera cómo se distrajo.
—Ya veo, sigues siendo un patán.
—No veo por qué debería sorprenderte —le sonrió—. Si dejara de serlo, no sería el hombre que del cual te enamoraste.
Chuuya lo miró con un cierto nerviosismo repentino, se volteó hacia él y comenzó a titubear de un segundo a otro. Dazai rio y lo comprendió a la perfección; no por nada eran el mejor equipo de la Port Mafia. No sería un buen compañero si no conocía lo que pasaba por la mente del otro. Se inclinó ligeramente y le besó la frente.
Nakahara le propinó un golpe en el pecho que lo empujó. Se sentía agonizar por la vergüenza, mas se sentía agradecido. Sin mediar ninguna palabra más, sonrió como solía hacer años atrás y se volteó hacia destino, caminando abrumado. Dazai permaneció en su lugar, con la misma sonrisa, observando a su antiguo compañero partir hasta hacerse pequeño en la distancia; o, al menos, más pequeño de lo que ya era. Es innecesario mencionar que, por supuesto, en el trayecto, Chuuya se giró varias veces para ver si el otro permanecía ahí y, en efecto, ahí seguía.
Una vez que Chuuya desapareció en la distancia, Dazai suspiró y optó por volver a su departamento. En el camino, no pudo evitar pensar en que la cita a ciegas no había salido tan mal como esperaba, y que acabó siendo algo mejor que una mujer suicida.
Su último pensamiento antes de descansar fue que, al fin y al cabo, Ranpo jamás se equivocaba.
Y su último deseo fue que el mundo se cayera a pedazos, solo para poder volver a ver a Chuuya y estar a su lado.
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Siempre termino haciendo las cosas mucho más dramáticas y cursis de lo que espero y pretendo.
Muchas gracias por leer.
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