Capítulo 2 | Sustos que dan gusto
—¡¿Estás hablando en serio?! ¡Se supone que tenías que seguirla, Nathaniel!
—Tranquilízate, solo la perdí de vista un momento.
—¡Un momento en el que pudieron haberla matado!
—Oye, ¿cómo demonios iba a saber que un tipo trataría de asaltarla?
—¡En primer lugar, nunca debiste permitir que se fuera sola del restaurante! ¡Ella no conoce Brooklyn! ¡Sin mencionar que hay un loco ahí afuera que tiene como hobby asesinar mujeres cortándoles la yugular!
—Vaaale, tiene razón. Debí ser más considerado, lo siento.
—No es conmigo con quién deberías disculparte, grandísimo tonto, sino con ella.
—Lo haré en cuanto despierte, ¿está bien?
—Bien.
Después de aquella conversación por teléfono, lo que hubo a continuación fue un prolongado silencio. Traté abrir los ojos más de una vez, pero me pesaban demasiado los parpados. Derrotada, dejé escapar un suave gemido y me retorcí en mi lugar, notando la suavidad de una cama.
En cuanto recordé todo lo que había sucedido antes de desmayarme, abrí los ojos de golpe.
—Por fin despiertas, pequeña Lulú —exclamó una voz masculina, no muy lejos de mí.
«¿Pequeña Lulú? ¿Pero qué...?».
Entonces lo vi. Un par de ojos grises me observaban desde el otro lado de la habitación con una mueca bastante burlona. Cuando caí en cuenta de que se trataba del mismo chico del restaurante (aquel al que le debía esos doscientos dólares), cerré los ojos y fingí volver a dormir.
—Oye pequeña, te vi abrir los ojos —se quejó él.
Bien, la verdad era que todavía me encontraba un poco desorientada, pero eso no evitaba que pudiera recordarlo todo. Él era el chico del restaurante, ese que me había exigido los doscientos dólares que le había hecho pagar apenas el día de ayer por mi costosísima cena. ¿Cómo se supone que iba a pagarle? No tenía más que un par de centavos en los bolsillos traseros de mis jeans.
«Solo finge que estás aturdida, Blaire, eres buena fingiendo».
Dejé escapar otro gemido e hice una mueca exagerada de dolor, como sí el hecho de haberme desmayado me hubiese afectado demasiado. Quizás de esa manera él sentiría un poco de compasión.
—¿Dónde... dónde estoy? —murmuré de forma débil.
—En un motel.
—¿Un motel? ¿Por qué...?
—Te lo dije, ¿no? —prosiguió el idiota de ojos grises, mirándome con una enorme sonrisa en los labios—. Si no tienes dinero suficiente para pagarme lo de la cena, tendrás que pagarme con tu cuerpo.
Mi corazón estuvo a punto de salirse por mi boca. Asustada, me senté en la cama y me llevé ambas manos al pecho, tratando de cubrir mi desnudes imaginaria. Luego, me di cuenta de que yo aún estaba vestida y que él se encontraba sentado en un love seat de piel oscura, muy lejos de mí.
Puse mala cara y apreté los dientes, lista para defenderme con uñas y dientes.
—Si te atreves a ponerme una mano encima te juro que... —comencé, pero la sonrisa en sus labios era tan burlona me hizo entender rápidamente que ese idiota solo estaba tomándome el pelo.
—Eres muy divertida, ¿lo sabías?
—Y tú eres un gilipollas, ¿lo sabías?
Me molestó que echara la cabeza hacia atrás y se riera.
—Venga Lulú, no seas tan grosera. ¿Te salvé de un asalto, no?
—El que me hayas salvado de un asalto no te da derecho a burlarte de mí, idiota —gruñí muy enfadada. Entonces, fruncí el ceño—. ¿Y por qué me estás llamando Lulú? Mi nombre es Blaire.
Su sonrisa se hizo más grande y en sus mejillas se formaron dos hoyuelos que, francamente, lo hacían ver más atractivo de lo que ya era. No pude evitar mirarlo completamente embobada.
—Ayer cuando te vi esperándome en el restaurante, pensé que te parecías al personaje de Mi pequeña Lulú. Ya sabes, por el vestido rojo y la boina en la cabeza. —Como notó que yo no tenía idea de lo que estaba hablando, agregó—: También pensé que te parecías a Mario Bros.
—Bien, es suficiente. Si no te importa, me voy de aquí.
Al levantarme de la cama para marcharme de la habitación del motel en el que estábamos, lo escuché levantarse del sofá para acercarse a mí a toda prisa. Cuando alcancé el pomo de bronce de la puerta para girarla y abrirla, el idiota apoyó ambas manos sobre la madera y me bloqueó la salida.
—Sucede que si me importa —susurró, muy cerca de mi oído.
Se me pusieron los pelos de punta al sentir su cálida respiración rebotar suavemente contra la piel de mi cuello. El aroma que Nathaniel desprendía era el de alguna colonia masculina muy cara, eso sin mencionar el olor a tabaco que muy seguramente estaba impregnado en sus ropas.
—S-si no me dejas ir, v-voy a llamar a la policía —balbuceé, odiándome por tartamudear.
—¿Cómo vas a llamar a la policía cuando olvidaste todas tus pertenencias en la cafetería?
Me volví para mirar a ese idiota a a los ojos, enfrentándolo sin ninguna clase de temor.
—Bien, ¿qué es lo que quieres?
Ladeó la cabeza hacia un lado.
—Tú sabes muy bien que es lo que quiero.
—No voy a pagarte con mi cuerpo, idiota.
—Una chica como tú no debería decir tantas groserías —se burló, acercando su rostro al mío con esa tonta sonrisa—. No quiero que me pagues con tu cuerpo, solo quiero mis doscientos dólares.
—Los tendrás.
—¿Ah, sí? ¿Cuándo?
—Pronto —le aseguré, pero él arqueó una ceja como si esperara una explicación más detallada de mi parte—. Ya te dije que ahora mismo no cuento con esa cantidad de dinero, pero te pagaré ¿vale?
—De acuerdo, confiaré en tu palabra, Lulú.
—Estupendo, ahora si me disculpas... —dije una vez más, tratando de abrir la puerta.
—Ah, ah, lo siento pero no puedo dejar que te vayas —dijo él, sin moverse de su lugar.
—¿Por qué? Ya te dije que si pienso pagarte, solo necesito tiempo para juntar el dinero.
Negó con la cabeza y se acercó todavía más a mí. Su cercanía me hizo sentir un tanto incómoda pero, al mismo tiempo, me hizo experimentar un extraño cosquilleo en el interior de mi estómago.
Nunca antes había sentido nada como eso.
—Abigaíl y tu amigo... —comenzó a decir él, pero ni siquiera le di tiempo de terminar.
Planteé ambas manos sobre su pecho y lo empujé con todas mis fuerzas, logrando moverlo unos cuantos centímetros debido a que lo tomé por sorpresa. Por desgracia, el muy idiota fue más rápido que yo y me sujetó por las muñecas, inmovilizándome. Furiosa, levanté una de mis piernas y dirigí mi rodilla directo a su entrepierna. Esperaba que eso fuera suficiente para hacerlo retroceder. No obstante, de nuevo fue más rápido que yo y bloqueó aquel movimiento con demasiada facilidad.
—¡Bien, tú ganas! —gruñí, dándome por vencida.
—¿Eso es todo? —Sonrió—. Esperaba más de la pequeña Lulú.
A decir verdad, esa sonrisita victoriosa en sus labios me pareció un poquitín sexy.
«Alto ahí Blaire, este no es el momento adecuado para pensar que él es sexy. ¡Podría ser un psicópata que te ha secuestrado en la habitación de un motel!».
—Espera, ¿qué ibas a decir de Abigaíl y Lucas? —le pregunté, muy seria.
—¿Ahora si quieres escucharme?
—Nathaniel...
Me retiró un mechón de cabello castaño de la cara y se inclinó sobre mí, acercando su boca a mi oreja para susurrar su respuesta muy despacio. Cada vez que él hacía eso, mi reacción instantánea era estremecerme y contener la respiración. No estaba acostumbrada a ese tipo de acercamientos.
El idiota sonrió al darse cuenta, alimentando su desmesurado ego.
—Abigail y tu amigo vienen para acá.
—¿Qué? —escupí, sonrojándome—. ¿Ellos vienen para acá?
—Sí.
—Pero... ¿por qué me trajiste a un motel? —quise saber.
—Te desmayaste después de aquel susto, no iba a dejarte tirada en un callejón.
—Oh...
Finalmente, el idiota dio un paso atrás y retiró sus manos de la puerta.
—¿De verdad pensaste que iba a hacerte algo? —me preguntó con curiosidad.
Mis mejillas se calentaron.
—Bueno... es que tú... —balbuceé, intentando encontrar las palabras adecuadas.
—Tranquila. Podré ser muchas cosas, pero no soy un violador.
—¿Entonces admites que eres un idiota? —dije medio en broma.
Sonrió y me despeinó el cabello con una de sus manos. Le lancé una mirada fulminante.
—Siento haberme comportado como un idiota hace un rato —exclamó, sentándose de nuevo en el love seat oscuro—. No pensé que un tipo te arrinconaría en un callejón para asaltarte.
—Bueno, que un tipo tratara de asaltarme no fue tu culpa. En realidad, no debí haber confiado en la amabilidad en ese hombre con tanta facilidad —admití, haciendo una mueca por haber sido tan tonta e ingenua—. Y si me desmayé, fue porque no he comido nada en todo el día.
Mi confesión lo hizo fruncir un poco las cejas.
—¿Por qué no?
Sonreí y negué con la cabeza.
—Hoy tuve que presentar un examen muy importante en la universidad, así que me pasé la mañana entera estudiando. Además, en la tarde todavía tengo que... —dejé la frase a medias y abrí mucho los ojos. Me había olvidado por completo de la práctica de ballet—. ¿Sabes qué hora es?
Nathaniel le echó un vistazo al reloj en su muñeca.
—Faltan veinte para las tres.
—Oh, no...
Me llevé el pulgar a la boca y comencé a morderme la uña con nerviosismo. Un gesto que mi madre desaprobaba por completo.
—¿Qué sucede? —me preguntó él.
—Tengo que estar en un lugar a las tres, ¿crees que Abigail y Lucas tarden mucho en llegar?
Sacó su celular y escribió un mensaje rápido.
—Abigail dice que estarán aquí en quince minutos.
Eso era terrible. Jamás había faltado a una práctica de ballet. No podía empezar a faltar ahora. Si mis padres llegasen a enterarse... No, no, no. Necesitaba encontrar una solución. Ahora.
—¿Crees que puedas prestarme dinero para un taxi? —le pregunté. Su boca se arqueó en una media sonrisa, pero antes de que pudiera decir algo, agregué—: Te lo pagaré con intereses, lo prometo.
Sin dejar de sonreír, me observó con sus preciosos ojos grises detenidamente desde su lugar en el sofá, con barbilla apoyada en su puño. Nunca antes había visto un color de ojos como el suyo, es decir, sus ojos eran grises, pero sus iris eran tan claros y brillantes que casi parecían plateados.
Era un color muy bonito.
—Si quieres yo puedo llevarte en mi motocicleta —exclamó.
—¿De verdad? —Nate asintió—. Pero el lugar al que tengo que ir está en Queens...
Se encogió de hombros como diciendo «¿Qué más da?» y se levantó del love seat oscuro, listo para abandonar la habitación del motel y llevarme hasta el otro lado de la ciudad. Solo entonces, empecé a sentirme mal por haberle hecho pagar doscientos dólares en la cita de ayer y, sobre todo, por haberlo abofeteado en la cafetería. Quizás Nate no era un completo patán como yo pensaba.
Mientras dejábamos el motel, una palabra resonó en mi cabeza.
—Un segundo, ¿acaso dijiste motocicleta?
—Así es.
Me detuve en seco.
—Nunca he subido a una motocicleta —expliqué, mordiéndome el labio—. Mis padres dicen que son sumamente peligrosas, por lo que tengo estrictamente prohibido montarme en una.
Nathaniel me miró con una sonrisita burlona.
—¿Hablas en serio? —Asentí con la cabeza—. Ya veo... Abigail tenía razón cuando dijo que eras de esas chicas que hacen todo lo que sus padres les dicen.
El tono con el que dijo eso me hizo poner mala cara.
—¿Tienes algún problema con eso? —solté, malhumorada.
—No, en absoluto. —Levantó ambas manos al aire—. Pero si quieres llegar a tiempo a tus clases de ballet, tendrás que montarte conmigo en aquello que te prohibieron tus padres.
—¿Cómo sabes que practico ballet? —inquirí, pero él me dedicó una mirada de «¿en serio necesitas que te lo diga?»—. Abigail, claro, ella te lo dijo. ¿Qué más te dijo de mí?
—Prácticamente todo lo que tu amigo el cuatro ojos le ha dicho de ti —me informó, retomando su camino al estacionamiento del motel. No tuve más remedio que seguirle—. Ahora dime, ¿es verdad que nunca has tenido novio?
Sentí que me ruborizaba de la vergüenza. ¿En serio también le dijeron eso a él? Maldición, definitivamente iba a matar a Lucas. ¿Por qué tenía que ir contándole eso a medio mundo?
—No he tenido tiempo para salir con chicos, eso es todo.
Pero él comenzó a mirarme como si tratara de resolver el acertijo más difícil nunca antes visto. Fue como si de pronto, algo de mí comenzara a causarle muchísima curiosidad.
—¿También eres virgen? —soltó.
Sabía que tenía tres tipos de rojo debido a lo pálida que era mi piel y estaba segura de que en ese momento, el rojo más más fuerte e intenso de todos era el que estaba tiñendo mis mejillas.
—¡No, claro que no! —dicho eso, sacudí la cabeza—. ¡Y eso no es asunto tuyo!
Nathaniel sonrió mientras se acercaba a una Harley Davidson negra con detalles plateados que estaba aparcada en uno de los espacios del estacionamiento. Lo primero que pensé al ver esa trampa mortal fue: «¿Qué clase de vehículo es ese? ¿De verdad las personas se transportan en cosas tan peligrosas?».
—¿Es hermosa, no? Se la compré hace años a un tipo que lucía realmente aterrador —murmuró él, acariciando su vehículo de dos ruedas como si se tratase de algo extremadamente sagrado.
—Es... linda, supongo —dije yo, sintiendo más miedo que admiración.
—Ten, ponte esto —exclamó, ofreciéndome un casco de motociclista negro.
—No puedo.
No podía subirme a esa cosa. Mis padres me iban a matar.
—Venga, te ayudo —dijo él, acercándose a mí para ponerme esa cosa en la cabeza.
—¿Y tú? —le pregunté al notar que solo había un casco.
—Yo estaré bien.
—¿Estás loco?
—Un poco.
—Nate...
El idiota me ignoró y se montó encima del peligroso vehículo de dos ruedas.
—Sube.
—Pero no llevas casco...
—No va a pasar nada, créeme.
—Pero...
—Jamás he tenido un accidente. Ahora sube.
—D-de acuerdo —balbuceé, pasando una pierna por encima de la motocicleta para acomodarme en el asiento, justo detrás de él—. Nadie puede verme llegar en esta cosa, ¿entendido? En la academia todos conocen a mi madre, así que si alguien me ve, estaré en graves problemas.
—Vale.
—Vale —repetí yo, con el corazón acelerado—. Esto... ¿de dónde se supone que debo sujetarme?
—De mí —murmuró, tomándome de las manos para pasar mis brazos alrededor de su cintura. Una vez lista para el viaje aterrador, Nate retiró el soporte de apoyo y encendió el motor, el cual me hizo pegar un brinco. Maldije al escuchar al idiota reírse por mi reacción—. ¿Dónde está la academia?
—En Jackson Heights, cerca de la estación de metro.
—Eso está al otro lado de la ciudad.
—Ha sido lo primero que te dije —suspiré—. Entenderé si no quieres llevarme...
Una parte de mí quería que él cambiara de opinión y decidera darme dinero para un taxi, pero también era cierto que la otra parte de mí estaba muy tentada por saber lo que se sentía viajar en motocicleta. Supuse que, a pesar de ser un vehículo peligroso, también era bastante excitante.
—Sujétate fuerte, no querrás salir volando, ¿o sí? —exclamó, antes de arrancar.
—No lo digas ni en broma —gruñí, aferrándome con fuerza de su masculina cintura.
El trayecto fue exactamente a como lo imaginé. Veloz, aterrador y sumamente emocionante.
Al llegar a Jackson Heights, le pedí a Nate que me dejara a unas calles de la academia de ballet. No mentía al decir que si alguien me veía llegar en esa cosa, se lo dirían inmediatamente a mis padres.
Y la verdad era que desobedecer a mi madre era lo mismo que firmar una sentencia de muerte.
Cuando me bajé de la motocicleta, todo comenzó a darme vueltas.
Nate me sujetó de la cintura.
—¿Estás bien? —me preguntó, preocupado.
Asentí avergonzada.
—Sí, lo siento.
—Deberías comer algo antes de entrar.
—Comeré algo después, gracias por traerme —murmuré, quintándome el casco. Nate se recargó en su motocicleta y me miró con una expresión bastante seria—. Oh, ¿crees que podrías hacerme un último favor? —Como no dijo nada, continué—. ¿Podrías decirle a Lucas que cuando vaya a mi casa a regresarme mis cosas, no le diga a mis padres donde estuvimos?
Eso hizo que la sonrisita burlona regresara a su rostro.
—¿También te prohibieron salir de Queens? —Casi puse mala cara—. Bien, yo le digo.
—Gracias.
—Sobre los doscientos dólares...
—Te los pagaré, lo prometo.
—De acuerdo, supongo que puedo confiar en ti ¿verdad, pequeña Lulú?
—Deja de llamarme así, mi nombre es Blaire —me quejé. Y luego, sin poder evitarlo, yo también sonreí—. Pero sí, puedes confiar en mí, idiota de ojos grises.
—¿Idiota de ojos grises? —repitió él, arqueando una ceja.
Me reí y le lancé el casco tomándolo por sorpresa antes de echarme a correr.
Lo último que vi fue una pequeña sonrisa en sus labios.
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