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Sudor

Dedicado a:

Su cuerpo tiembla, puede sentir la sangre pasar por debajo de su piel y su corazón latir con fuerza en cada una de sus extremidades.

Y a su alrededor, la muestra de su agitación es más que clara. Todas las sillas del público tienen cadáveres encima.

Todos muertos, gracias a ella. ¿Cuánto le había llevado matar a todos?

La sangre salpicaba el piso al igual que su propio sudor, estaba cansada, agotada. Se había movido tan rápido que su cuerpo estaba cubierto por un sudor frío demasiado incómodo.

Tomó una toalla que estaba por ahí y la pasó por su frente sudorosa, casi hiperventilando. No podía respirar, no con facilidad.

Observó la toalla húmeda por su sudor, pero pronto aquel líquido transparente empezó a tornarse rojo, manchando la tela.

Su respiración paró de inmediato, ¿qué estaba pasando?

Su corazón iba demasiado rápido, parecía que saldría de su pecho o que, de la nada, pararía al igual que el de sus víctimas a unos cuantos metros.

Cayó de rodillas, en medio del escenario, manchando sus pantalones blancos con la tierra.

Y empezó a toser, tratando de expulsar lo que sea que pudiera estar obstruyendo su garganta. Aunque no había nada.

¿Así iba a morir? ¿De esa forma tan estúpida?

Ahogada. Ahogada por su propio aire, por gusto propio o por un ataque de pánico que nunca había tenido antes.

Y sola, más o menos. Ni una de las personas a su alrededor se levantaría para auxiliarla.

Estaban muertos.

Y aunque no lo estuvieran, disfrutaban de las muertes ajenas, al igual que ella misma, así que no harían nada para ayudarla.

Estaba sola.

Sola porque quería, porque eso se había ganado, y sola porque se lo merecía. Después de arrebatar tantas vidas...

Seguía sin arrepentirse.

No se arrepentía de matar, no de liberar a toda esa gente de sus problemas, aunque fuera de una forma cruel y violenta.

El sudor goteaba en el piso, se sentía cómo un río en su piel, tan frío y tan excesivo. ¿Una persona podía sudar tanto?

No lo sabía, pero en realidad ya no sabía nada.

No cuando vio cómo las gotas de sudor se convertían en sangre antes de impactar contra el suelo.

¿Estaba sudando o estaba sangrando?

No lo sabía. No sabía nada.

No sabía quién era ella. No sabía quiénes la rodeaban.

Pero sí sabía que merecía morir.

Y aún así no se arrepentía.

Aunque el sudor que cubría su cuerpo se convirtió en sangre, bañándola en el líquido rojo y espeso. Y un grito ahogado salió de su garganta, no tan claro ya que aún no respiraba.

Simplemente...

No se arrepentía.

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