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La morgue

De nuevo imposibilitado de atrapar a este maldito despachador nocturno. Lo que daría por destriparlo yo mismo. No logro aun concebir que este asesino sea tan difícil de capturar. Me encuentro otra vez en la morgue municipal. Han sido tanta las veces que he recorrido este largo y solitario pasillo que aún no me acostumbro ni a su olor pútrido ni a sus frío pacientes. Esta vez voy prevenido. No estoy dispuesto a ser una víctima. Lo peligroso de estos seres "no muerto" es precisamente que parecen estar muertos cuando en realidad no lo están del todo, pero si te descuida pueden dejarte sin una sola gota de sangre. No hay justicia en estos crímenes tan atroces como lo es atentan en contra de lo más preciado que poseemos al nacer: el alma.

****

  El forense me espera y mi ayudante ya se encuentra allí. En mi reloj puedo ver que es casi la medianoche. Falta quince minutos para ser exactos. Debo apurar el paso.

Cruzo el umbral de la morgue. He llegado a la sala de autopsia.

—Ya se había tardado Comisario Vega —me aborda, Ricardo, como siempre más asustado que niño en noche de bruja—. ¿Ha encontrado otro indicio? ¿otro sospechoso?

Lo ignoro. No estoy de humor.

—Digame doc, ¿algún cambio extraño como las otras? No quiero más sorpresa.

Él sonríe. Sabe que las sorpresas y congruencias son la que abunda en este vampírico caso. Sin embargo, con la seriedad del asunto refiere:

—¿Que quiere oír? Comisario —habla con frialdad de pie junto a la chica que yace pálida en la mesa de autopsia —. Ella posee las misma marcas que las otras en el cuerpo. Incluso ya presenta rigor mortis. Esta seca sin sangre. Le han succionado hasta la ultima gota del vital líquido. Si se acerca un momento y presta atención a los pequeños detalles. Podrá notar un leve pero acentuado rubor cadavérico en sus mejillas. Es como si aun en esa parte de cuerpo corriera sangre. Si la toca, notará que está mas fría de lo normal en un recién fallecido. De igual forma puede ver que hemos colocados las correas. Así como usted lo ha sugerido por teléfono.

—Bien hecho, doc —digo satisfecho—. Bien hecho.

Ricardo, me mira desconcertado. No comprende todavía, lo que me propongo.

—¿ Y... Ahora qué? —dice.

—A esperar — le sugiero sin mucho espaviento—. Solo espera. La paciencia es una virtud que bien utilizada puede darnos buenos frutos. Ya lo veras.

Por otro lado. El forense se mantiene a la expectativa de mi descabellado plan de acción.

Mientras tanto, le doy una última mirada a lo que en vida fue una hermosa chica. ¡Que desperdicio! Me retiro en dirección al escritorio de galeno.

—¿Puedo? —digo señalando la humeante taza de café que reposa en la mesa. Él asiente sin tener más remedio. Además ya es parte del ritual nocturno entre nosotros.

En mis años que llevo trabajando en asuntos policiales, nunca me había tocado enfrentar tan peculiar caso. Yo que soy —o era—  un escéptico en cuestiones del más allá, pues hasta ahí llegaba mi ignorancia. Pero con estos recientes hechos, mi campo de investigación se ha extendido. En fin, mi vida se manejaba entre el bien y el mal en el plano terrenal, ahora debo lidiar con los ángeles infernales que cohabitan en mi ciudad causando el caos. Que más terrorífico puede ser.

****

Estando ya instalado en el escritorio. Comienzo de nuevo a revisar el expediente de cada de las seis víctimas. Todas con notorias marcas de colmillos en sus cuellos, todas ellas hermosas, todas casi unas niñas y todas hijas de una familia que las llora en este momento.

No necesito levantar la mirada para saber que Ricardo esta esperando alguna reacción de mi parte. Pero no me interesa en nada lo que piense. Sencillamente es mi asunto y sé lo que hago. No necesito su aprobación para ejecutarlo. Es la ventaja de ser el jefe.

El interrogatorio.

Justo en el momento en que el reloj marca las doce. Un ruido grotesco nos saca de la pasividad del lugar. Es el preámbulo de mi plan de acción. Como lo suponía, ella, el cadáver, ha despertado transformada en una nueva criatura de la noche. Sus brillantes ojos muestran un rojo intenso como si les hubiesen inyectado sangre. Me mantengo sereno viendo la reacción de la chica al sentir las correas que aprisionan su piel desnuda. Como es lógico, su reanimación es brusca. Es cuando inició mi inusual interrogatorio post morte. Ricardo ha tropezado al percatarse del macabro despertar. Mientras el forense, pese a la serenidad, no deja de sentir asombro por lo que esta presenciando.

—¿Es usted la señorita Sofia  de la Fuente?—pregunto tomando asiento y advierto—: Le aconsejo que responda todas mis preguntas. De otra manera me veré obligado a destrozarle el corazón.

—Pe...Per... Pero jefe —interviene mi nervioso ayudante—. ¿Qué esta haciendo? Se ha vuelto loco.

—Calla, Ricardo —digo y ordeno tajante—: Toma nota de todo lo que diga la sospechosa. Dejo de ser la víctima en el momento que paso a ser un vampiro.

Así que renuevo el interrogatorio.

—¿Donde está? Si responde le prometo que tendrá —nuevamente— el descanso eterno por su alma.

—Lo asesinará —gruñe mostrando sus colmillos—. Le prometo que sufrirá mucho comisario sino me libera ahora mismo.

Le hago una seña al forense que de inmediato, extrae de su maletín una enorme estaca de madera. Se acerca y de la mesa de instrumentos quirúrgicos agarra un mazo. Ella abre sus orbitas oculares hasta casi brotarle del rostro.

—No lo haga —suplica poniendo la voz de modo seductor.

No caeré en su maléfico truco.

—¿Donde está?—presiono de nuevo—. Sé que ustedes tienen la habilidad para encontrarse. Dime donde te reunirás con él.

Hago un ademán al forense que me sigue y digo:

—Doc, hagalo —él coloca la estaca a la altura de su muerto corazón—, esta visto que esta maldita no hablará.

—Espere —se defiende—. Le juro que soy una víctima más. No ve lo indefensa que estoy. No pedí convertirme en esta monstruosidad. Se lo suplico comisario. Soy inocente.

—Mientes, ramera del averno —acuso consciente del macabro plan—. Eres una de las siete mujeres que pasarían a convertirse en las consortes del sangriento señor de la noche. A tiempo descubrí —gracias a mi estimado forense— que todas ustedes poseían el símbolo matrimonial en la pelvis (un tatuaje en forma de cruz invertida). Clásico de quien rechaza la bendición de Dios.

Así que viéndose al descubierto. Trata de insinuarse. De tentarme. Me ofrece la eternidad de una vida condenada a la oscuridad. Pero sigo decidido a encontrar al asesino. Llegué a esta posición, siguiendo las pistas de cada una de la mujeres que habían sido asesinada. Todas ellas tenían en común —aparte de diabólico símbolo— que pertenecían al mismo club de lectura. Al parecer sus vidas les parecía aburrida y buscaron otro tipo de emoción ¡Pendejas putas de pacotilla! Hubiese sido mejor que montaran un burdel. En vez de dedicarse por años a invocar la presencia vampírica de un macho infernal. Finalmente lo consiguieron luego de años de práctica a través de muchas generaciones de prostitutas de sangre. Algo que me resultó en su momento difícil de creer.

Ahora. Estoy aquí con esta novia sangrienta a punto de conseguir la forma de atrapar al asesino. Antes de que siga derramándose más sangre o siga creando más consortes...

—Habla de una vez —pero ella parece estar decidida a sacrificarse. Trato de convencerla —: Sólo escucha. Solo tienes que decirme donde será el encuentro nupcial. Sólo tres de ustedes han logrado salvarse. Y tú estas aquí. A punto de morir sin llegar a tu mortaja matrimonial y lo peor. Serás reemplazada por otra de tus hermanas de la hermandad vampiresa.

No dijo nada. Una lágrima carmesí se fue deslizando por su cadavérico rostro. Ya se podía observar los afilados colmillos aumentando su tamaño. Creí que eran unas criaturas de fríos sentimientos, pero estaba seguro que ella sufría al no poder reunirse con su esposo.

Entonces...

—Ricardo —digo—. Ven aquí.

Él se acerca con recelo.

—Aquí estoy, comisario Vega.

—Toma la estaca y acaba con la maldita de una vez...

—¡Comisario! ¿Yo...? No puedo hacerlo. Esta viva.

—No, no es así —confirmo—: es un demonio. Perdió su alma. Ayudala a recuperar su humanidad.

Pero, él se resiste a ejecutar mi orden. Entonces con la mirada cómplice del forense. Este procede a darle la estocada a la vampira que en una espeluznante retorcida queda reducida a cenizas. Ya había logrado mi objetivo. Un alarido escapa de la boca de Ricardo, fue cuando todo queda en oscuridad total.

—Me las pagaras, Comisario —se escucha en la penumbra una gutural voz amenazante—. Mucha será la sangre derramada que pesará en tu conciencia.

—No lo creo. Te he descubierto.

Resulta que no tengo ningún ayudante a mi cargo. De hecho, trabajo solo. No soy tan fácil de sugestionar. Lo importante es que tengo un rostro y  ahora seré su implacable cazador.

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