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Capítulo VIII

Número de palabras: 3162

[...]

No debería doler, pero duele. Duele ver a Denki –a una sombra de lo que fuera Denki– entrar con su ropa grande, sus mejillas huecas y sus ojos vacíos. Duele verlo encogerse ante la perspectiva de que alguien lo toque. Duele oler un atisbo de tristeza contenida en su aroma controlado. Duele ver el destello de miseria en su cara que aparece y desaparece cuando el omega no consigue controlarla. Duele oírlo decir No.

Y Katsuki no está preparado para el dolor, no está acostumbrado al dolor. Como alfa puede sentir compasión ante el sufrimiento ajeno e incluso empatía cuando el malestar proviene de un familiar cercano, pero lo que siente al ver a Denki en ese estado de miseria va más allá de la compasión y la conmiseración. Es una emoción que lo toma completamente desprevenido y lo desgarra como si tuviera uñas propias; resulta abrumador y casi asfixiante el deseo de abrazarlo para ofrecerle consuelo, de acariciarle el pelo para que la tensión en ese cuerpo se disuelva antes de que termine por romperse. De hecho, lo que siente es casi una necesidad, algo que ruge dentro de él y le exige ofrecer consuelo a ese omega.

Los dedos le cosquillean ante el ansia de querer tocarlo –abrazarlo, sostenerlo, consolarlo–, un gesto que carece de absoluto deseo sexual y que se alimenta de otra emoción más primitiva que ruge por una respuesta... pero Denki ha dicho "No me toques", una orden clara –un ruego desesperado–, y nunca en su vida una simple oración le ha hecho tanto daño. Tarde se da cuenta del error que suponen los estúpidos parches que lleva encima, pues tampoco puede envolverlo en su aroma para transmitirle consuelo. Se siente medio ciego y sordo al no ser capaz de ofrecer las respuestas con su aroma en lugar de verbalizarlas, y al final su instinto lo hace balbucear algo absolutamente inesperado.

—Huye conmigo —dice, como un completo estúpido, pues ese nunca había sido su plan, no se le había ocurrido siquiera.

Es una idea –un ruego– que nace intempestivamente y se aferra a él hasta echar raíces, una semilla que crece y se expande hasta impedirle respirar. Lo hace darse cuenta de algo tan simple –tan absurdamente simple– que si pudiera Katsuki se reiría de su ceguera, porque solo ahora entiende que la idea de renunciar a la persona que tiene frente a él es insoportable.

Insoportable y aberrante.

Y por eso la respuesta de Denki es un navajazo limpio a su corazón.

—No... No... No...

Lo repite tres veces como si una sola negativa fuera insuficiente; hace pausas largas como si estuviera buscando algo más que decir, aunque al final la única diferencia entre cada palabra es el tono. Si el primer 'No' suena automático y casi simple, el último 'No' carece de ambigüedades. Ha dicho no y no hay duda de que es una negativa pura y dura.

Una negativa que siente en el cuerpo como una mano que le aferra las entrañas. Abrumado por las emociones que lo inundad, Katsuki solo es capaz de mascullar:

—¿No quieres irte?

Tarde se da cuenta que esa no es la pregunta correcta por la forma como los ojos de Denki destellan con una mezcolanza de emociones indescifrables. Quiere darse un puñetazo y pedir perdón, pero no hay tiempo porque lo que antes fuera tibio y brillante en Denki, se ha convertido en un cuchillo afilado que no deja de hundirse en su corazón.

—No estamos en un cuento —responde el omega con rigidez y hay tanta tensión en él que la piel se le pone pálida pese al maquillaje. Sus rasgos afilados destacan como líneas duras provocando que el cuchillo en Katsuki se encaja con saña.

—¿Cuento? —balbucea él sin darse cuenta.

—Pasaría de pertenecer a esta Casa para ir a tu casa, donde tu mandas y gobiernas y yo simplemente tengo un lugar en la cama. Y cuando te aburras, entonces te desquitarás conmigo.

—Yo nunca haría eso —dice él. Hay ira e indignación en su voz, es muchísimo mejor la ira a la miseria.

—Todos juran lo mismo —responde Denki con esa voz de acero—, hasta que se les olvida.

—Una vez dijiste que no era como los otros.

—Si, bueno, qué diablos voy a saber yo de las personas que se acuestan conmigo.

Katsuki se tensa.

—Yo no-

—No me importa. Las palabras bonitas nunca han servido conmigo, ¿sabes cuántos me han pedido lo mismo? ¿sabes a cuántos les he dicho que no? Todos los clientes hacen promesas y ofrecen riquezas, es fácil cuando solo vienen ocasionalmente, pero ninguno de ellos nos conoce fuera de las sedas y perfumes que usamos. Y cuando la belleza se muere, entonces se buscan a otro, por eso existe esta Casa, y por eso no puedes fiarte de la palabra de los alfa que vienen aquí.

—Yo no soy tu cliente.

—¿Acaso no pagaste para venir a verme?

La pregunta es injusta –la situación imposible– y el dolor que lo desgarra por dentro vuelve insoportable permanecer ahí por más tiempo. Solo quiere la verdad.

—¿Quieres que me vaya?

Y Denki –su cara angulosa, sus ojeras mal disimuladas, y sus ojos cristalinos– ni siquiera titubea.

—Vete.

Katsuki obedece, pero aunque se va, algo de él se queda atrás porque no deja de sentir que el hueco dentro de él crece conforme se aleja.

[...]

A Kyouka le toca quedarse atrás para agradecer la visita, despedirse en nombre de su señor y asegurar que todo ha sido perfecto, también añade una propina para evitarle problemas al omega por la intempestiva salida de su cliente. Una vez fuera, y lejos de ojos indiscretos, se despide del lacayo y el conductor, y se pasa la tarde comiendo naranjas en la plaza del pueblo esperando ver a la hija del Comodoro en su paseo vespertino. Momo Yaoyorozu es todo lo que ella no es, alfa, alta, exuberante y hermosa, con un pelo larguísimo y unos ojos en forma de avellana que armonizan perfectamente en su rostro redondo.

En sus días más tristes y deprimentes, Kyouka maldice su pelo corto, su estatura baja, su cuerpo sin curvas, y su cara genérica, incluso maldice ser una mujer beta. Como alfa podría competir en la misma esfera que la hija del comodoro, como omega podría aspirar a llamar su atención, pero como mujer beta, aspirar por el afecto de Momo Yaoyorozu es como anhelar el poder de convertir cobre en oro. Eso no evita que siga anhelando. La dificultad en su tarea no se compara con el deseo y el anhelo que rugen en su interior cuando la ve pasear por el mercado como una diosa benevolente. La quiere por encima de la dificultad que representa tenerla, y por eso logra entender lo que se agita en el corazón de Katsuki: La idea de querer y desear algo que está más allá de sus posibilidades y que vale más de lo que puede expresarse en palabras.

Al pensar en Katsuki no puede evitar suspirar.

Al final, cuando la hija del Comodoro no se aparece en la plaza, Kyouka decide recorrer las murallas que rodean la ciudad hasta que el viento trae ante ella el aroma de la canela: Picante y denso y lleno de pena. Encuentra a Katsuki sentado con las piernas colgando sobre el muro con los ojos fijos en el horizonte que va cambiando de color.

—¿Cuál es el plan ahora? —pregunta apoyando los codos a su lado mientras coloca sus últimas dos naranjas ahí para pelarlas.

—No hay plan —gruñe Katsuki y la ira se sacude en su voz y su aroma. Una ira que no logra ocultar la miseria que se agita debajo.

—Te rindes entonces.

—No hago nada. Él no quiere irse.

Kyouka tararea, se mete una rebanada de naranja a la boca y la aplasta contra el paladar deleitándose con su acidez y dulzura. Contempla el horizonte en silencio hasta que se traga el último trozo de fruta, solo entonces tiene ánimos para formular su pregunta:

—¿Por qué querría irse contigo? —dice haciendo que Katsuki gire el cuello hacia ella a tal velocidad que lo escucha crujir— ¿Casa y comida? Eso ya lo tiene.

—Libertad.

—No, de hecho, no, porque si escapa será un fugitivo el resto de su vida. No podrá conseguir un trabajo en esta Ciudad ni en ninguna otra.

—Podemos cruzar el mar.

—Para eso un omega necesita papeles y si se escapa los primeros en ser notificados son los puertos y los guardias, así que no podrás abordar un barco en esta ciudad; tendrías que recorrer toda la costa hasta la siguiente ciudad portuaria y rogar que los mensajes no hayan llegado primero ni lleguen mientras compras los papeles que necesitas. Y los necesitas o lo único que él podrá hacer siendo un fugitivo es quedarse en casa, que no está mal, pero hay una diferencia muy grande entre "quiero quedarme en casa a cuidar de mis cachorros" y "tengo que quedarme en casa porque me arrestarán si me encuentran fuera", ¿lo entiendes?

—En este mundo cualquiera puede desaparecer.

—Tal vez, y tal vez él, que ha pasado todos estos años cuidándose las espaldas y viviendo aterrado, no quiera pasar el resto de su vida mirando por sobre su hombro.

—Podemos conseguirle papeles.

—De acuerdo —entonces alzó el índice al decir—. Puedes conseguirle papeles —alzó el dedo medio—. Puedes ayudarlo a escapar —alzó el dedo anular—. Puedes ayudarlo a cruzar el mar —alzo el meñique—. Puedes esconderlo para que nadie lo encuentre —miró su mano, emitió un tarareo pensativo y añadió—: No sé tú, pero yo veo muchas suposiciones y ningún plan en concreto.

—¿Qué sugieres tú?

—Yo no sugiero nada. No soy yo quien está en su situación, y yo no sé de esas cosas —lo miró a la cara—. Lo que digo es que lo que quieres puede no ser lo mismo que él quiere.

La mandíbula de Katsuki se tensó.

—¿Eso que significa?

—Significa que es un omega que trabaja en una casa de placer y los que mejor se adaptan y sobreviven ahí son aquellos que aceptan la practicidad por encima de los sueños, ¿qué te hizo pensar que saltaría a tus brazos en cuanto le dijeras que se fuera contigo? ¿creíste que te diría que sí solo porque eres tú? ¿un alfa como cualquier otro?

Katsuki se erizó como un gato. —Cómo te atreves a compararme-

—Te comparo porque eres un alfa y cuando hay un omega involucrado ellos piensan con la polla.

—No soy como los otros.

Kyouka lo miró directamente a los ojos sin parpadear.

—¿Qué has hecho para demostrarlo? —le mantuvo la mirada mientras añadía—: Volviste cuando era un omega amable, ¿no es verdad? Todos estos meses fuiste como un cachorrito estúpido arriesgando el cuello para acostarte con él; sí, no pagaste con oro pero pagaste con tiempo y riesgo, y ahora que él te ha dicho que no, que se ha mostrado en desacuerdo contigo, tu reacción inmediata es marcharte y abandonar. Buscar algo más fácil, ¿no es eso lo que todos hacen?

Katsuki apartó los ojos y sacudió la cabeza.

—Él no me quiere.

—Pero tú lo quieres a él.

—Yo-

—¿Qué? ¿Negarás que te has pasado todas estas semanas como perro pateado?

Katsuki no dijo nada y durante un tiempo gobernó el silencio mientras el cielo se convertía en un manto negro y las luces de la ciudad empezaban a encenderse. Kyouka acercó su última naranja y comenzó a pelarla mientras las campanadas que anunciaban el fin de la jornada sonaban en el centro de la plaza.

—Tienes dos opciones, Katsuki —dijo ella lanzado la cascara de su naranja al mar para después dividir su fruta a la mitad—, decides usar la sensatez que has ignorado todos estos meses y lo dejas ir, o te aferras a la estupidez.

Hubo una pausa en la que Kyouka le tendió la mitad de la naranja y espero pacientemente a ver si Katsuki la tomaba. Y cuando lo hizo le preguntó:

—¿Es una estupidez más grande que la necedad de una mujer beta que sueña con la hija del Comodoro?

Kyouka se rio.

—Aun más grande —respondió ella haciendo a Katsuki sonreír. Y en esa sonrisa Kyouka comprendió que su amigo –su hermano– era tan necio como ella.

[...]

Midnight, mujer alfa dueña de una casa de huéspedes en una de las ciudades portuarias más importantes del país, era conocida por su buen humor y su risa fácil. Durante su infancia se había enamorado de una muchacha hermosísima que, para desgracia suya, había elegido casarse con un tipo feo y simplista que la quería, y que al final se la había llevado lejos de ahí.

Ella se había quedado para heredar el negocio familiar aunque no las tradiciones porque no tenía intenciones de casarse ni de engendrar descendencia, le gustaba su vida de alfa soltera con dinero, tiempo, contactos y amigos temporales que no se atrevían a pedirle nada. Su vida sin complicaciones había recibido una sacudida importante el día que dos mocosos adolescentes se habían aparecido en su puerta con una carta cuyo remitente trajo a su memoria el rostro de quien le rompiera el corazón por primera y única vez.

Al parecer los chicos huían de la epidemia que había arrasado con su villa y la carta era el ruego de una mujer enferma pidiendo ayuda a una vieja amiga para encontrarle hogar y trabajo a su hijo y la hija de una amiga.

Para sorpresa suya, pues siempre se había considerado una mujer práctica que no regalaba nada, Midnight había accedido alojarlos de forma casi permanente cobrándoles una renta simbólica –nadie podía enterarse que daba caridad–. También los había ayudado a conseguir trabajo en la ciudad, aunque durante los años que siguieron se mantuvo al margen de su educación y sus problemas.

Kyouka era una muchacha beta hacendosa y disciplinada que tenía una lengua rápida para las contestaciones sarcásticas. Katsuki, en cambio, era el típico muchacho alfa que insistía en ser autosuficiente e independiente, aunque para eso tuviera que pelearse con todos los alfa de su edad. En muchos aspectos se parecía a ella y por eso supo que algo andaba mal al verlo entrar en su oficina con la cara de un cachorro enfurruñado.

—¿Tienes un momento? —preguntó él con una formalidad inesperada.

Midnight frunció el ceño barajeando en su mente las posibles causas que hubieran llevado a Katsuki hasta ahí cuando en todos esos años había dejado en claro que no quería deberle nada más de lo que creía deberle ya.

—Si esto es por el desastre que provocaste la otra noche —respondió ella apartando su libro de contabilidad mientras señalaba la silla frente a su escritorio—, ve preparando tu dinero porque voy a cobrarte las mesas y sillas que se rompieron además de un cargamento enterito de lavanda porque he tenido que ponerlo todas las noches para evitar más problemas.

—Te pagaré.

Ante su docilidad Midnight parpadeó. Al comprender de qué iba el asunto se apoyó por completo en el respaldo de su silla mientras suspiraba; al final, sacó un paquete de tabaco del cajón superior de su escritorio para preparar su pipa aromática.

—Anda, cuéntale a tu tía —dijo tras arrojar su primera calada de humo—. ¿Cuál es el problema?

—No eres mi tía.

—Con esa actitud no se pide un favor.

Katsuki ahogó el gruñido de ira y Midnight sonrió al comprender que su suposición no era equivocada.

—Necesito tu ayuda —dijo Katsuki y ella se abstuvo de recordarle todas esas veces en las que él había afirmado lo contrario—, eres la única persona que conozco con dinero y los recursos para hacer algo.

Midnight se tensó, intentó recordar hasta el último escándalo, crimen y problema que hubiera oído desechando aquellos que obviamente no podían haber sido causados por Katsuki. Estaba preparada para casi cualquier cosa, pero no para lo que escuchó entonces.

—Espera —lo interrumpió—, déjame ver si lo entiendo. Entraste de forma ilegal a una Casa de Placer. Robaste-

—Yo no-

—Te acostaste con el omega.

—Nosotros-

—¡No! El omega pertenece a la casa, no tiene libertad para darte nada sin autorización de su dueña. Lo que sea que tomaras de él, independientemente de lo que fuera, representa un robo. Robaste a la Casa y si es la casa que creo que es nada te salvará de irte a la cárcel si es que te buscan.

—No me están buscando.

—Entonces qué. ¿Necesitas dinero para desaparecer una temporada y dejar que el asunto se enfríe?

—No. Necesito tu ayuda para sacarlo de ahí.

—¿Quieres que te ayude a robar a un omega?

—No robaremos nada.

—¿Qué parte de "nada de lo que tiene es suyo" no entiendes? Llevártelo sin autorización es lo mismo que robar.

—Quiero que me ayudes a conseguir esa autorización.

Entonces le contó su plan y casi desde la primera oración Midnight se olvidó de fumar. Su tabaco terminó por quemarse solo mientras ella escuchaba con expresión incrédula los acontecimientos de los últimos meses y lo que Katsuki pretendía hacer.

Su mente alfa comprendió casi de inmediato el panorama completo y por eso, cuando Katsuki termino por repetir –"necesito tu ayuda"– ella se echó a reír con la cabeza hacia atrás y la boca abierta.

—No estoy bromeando —insistió Katsuki con la cara agria.

La afirmación redobló la risa.

No se reía de Katsuki ni de su problema, no se burlaba de sus intenciones o sus planes. Su risa era la forma en que expresaba incredulidad y cierto deleite de ver que Katsuki –el alfa distante y solitario que le recordaba a su yo más joven– tenía el mismo arrojo que su madre, una mujer que había renunciado a todo por un don nadie.

—Tengo dinero —insistió Katsuki una vez que la risa murió.

—Yo también —añadió otra voz y Kyouka se materializó en la entrada demostrando que había estado cerca esperando el momento para intervenir—. Te lo prestó —añadió al ver la expresión confundida en el rostro del muchacho.

Midnight los miró y se abstuvo de volver a reírse pues aun cuando ambos suspiraban por personas imposibles al menos tenían el valor para no ignorar lo que sentían.

—Estoy demasiado vieja para esto —murmuró ella frotándose la nariz.

—¿Me ayudarás?

Midnight lo considero con calma y tras meditarlo concienzudamente declaró:

—Tengo algunas condiciones.

No le sorprendió ver que Katsuki asentía con decisión como si estuviera dispuesto a hacer cualquier cosa. Ah, la juventud, pensó ella con nostalgia antes de acercar su libro de contabilidad una vez más.

—Hagamos cuentas entonces —dijo antes de empezar a enlistar gastos, porque si bien tenía debilidad por esos dos mocosos malcriados su negocio no daba caridad y lo mejor era asegurarse que tenían los medios para hacer lo que Katsuki quería hacer.

Lo que sucediera después era imposible de predecir. 


[...]

Falta uno. 

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