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Capítulo VII

Número de palabras: 5101

Advertencias: Referencias de aborto espontaneo. Depresión.

[...]

A esa hora el mercado está lleno; en particular, los recaderos de la Ciudad –muchachos beta ninguno de ellos mayor de trece años– aprovechan el tumulto para ofrecer sus servicios: Enviar mensajes, cumplir encargos, o llevar las compras del mercado hasta el hogar de algún gran señor. Así que todos se apiñan en torno a la muralla baja que discurre a lo largo de la calle principal separando la ciudad del puerto a la espera de que algún cliente se acerque. Hay algunos que prefieren permanecer lejos y hacer señas.

—Hey, Koda, creo que te están hablando.

El muchacho se gira y reconoce casi de inmediato el rostro de aquel que espera al otro lado de la calle.

—Ya vuelvo —dice y se aparta de la muralla para seguir al hombre que se interna por una calle perpendicular lejos del tumulto de la zona. Sigue el aroma a canela hasta un pequeño callejón vacío y silencioso.

—¿Qué sabes?

Apenas oye la pregunta el muchacho extiende la mano con la palma hacia arriba en una señal clara. Cinco pequeñas monedas de cobre caen sobre ella, las cuales desaparecen en su bolsillo.

—Está enfermo.

—Eso ya lo sabía —gruñe el alfa y su aroma se sacude.

—Has preguntado qué sé, no si hay–

No termina de hablar cuando una mano lo aferra por la pechera de su chaqueta para alzarlo hasta que las puntas de sus pies rozan el suelo.

—Tengo muchas ganas de romperle la cara a alguien —murmura el alfa en un peligroso tono violento mientras lo envuelve en su aroma picante. Su naturaleza beta se encoge como un cachorro al que acaban de patear—. Entonces, ¿quieres ser ese alguien?

No puede evitar tragar apartando los ojos de la mirada carmesí. Un momento después reúne la suficiente entereza para sacudir la cabeza en un gesto rápido y nervioso, y le resulta imposible contener un suspiro de alivio en cuanto lo dejan volver al suelo. Koda se ajusta la ropa, sacudiéndose motas invisibles de su chaqueta a fin de recuperar una pizca de control.

—¿Y bien?

—Cuesta dinero arrancarle secretos a las sirvientas que trabajan en las casas de placer–

—Y dinero te di, ¿qué hiciste con él? —ante el tono Koda se echa hacia atrás alzando las manos en un gesto de rendición.

—¡Lo usé! ¡Lo juro!

—Llevas más de dos semanas con esto, creo que es tiempo suficiente para que tengas algo que me sea útil.

—Si tanta es tu impaciencia podrías ir-

—Tal vez debería. Y tal vez debería exprimirte hasta la última gota de sangre para compensar el tiempo que me has hecho perder.

—¡Hey! —repitió Koda sacudiendo las manos en el aire—. Vamos a calmarnos y déjame hablar —el alfa se enderezó y sacudió la mano en un gesto simple—. Como decía, las sirvientas están entrenadas para no hablar de los omegas que viven ahí, y saben que deben avisar a su señora de cualquier curioso que haga preguntas. La dueña de la casa es muy celosa con sus cosas.

—Todo eso ya lo sé y por esa razón acudí a ti, ¿no? Me dijeron que eras el mejor recolectando secretos, así que dime algo que no sepa ya.

—El omega que buscas estuvo castigado o enfermo, mi fuente no fue muy clara en ese aspecto, pero lo movieron a una de las habitaciones al fondo de la casa porque no se recuperó bien o algo así. Dicen que volverá a integrarse a las actividades a final de mes aunque existe la posibilidad de que lo vendan a una de las casas de placer que están al otro lado del puerto. De las baratas.

—Estoy escuchando muchas suposiciones y ninguna certeza. ¿Castigado o enfermo? ¿Está bien o no? ¿Volverá o no? ¿Lo venderán o no?

—Es difícil–

—Empiezo a sentir que mi dinero y la información que estoy recibiendo no son iguales, tal vez si te rompo una pierna encuentre una compensación justa.

Sin aviso alguno el alfa volvió a sujetarlo y Koda lo aferró de las manos al sentir que lo arrancaban del suelo.

—¡Espera! ¡Espera! ¡Espera! ¡No he terminado!

—¿Y estás esperando que te rompa la nariz para hacerlo?

—¡Uoh! No la nariz, por favor. Nadie contrata mensajeros con los ojos negros, es una mala imagen.

El alfa lo sacudió como un muñeco.

—¡Te daré algo más que dos ojos negros! ¡Te romperé el cuello si no me das algo que valga la pena!

—¡¡Está bien!! ¡Tengo algo! ¡Tengo algo! ¡Te lo diré si me bajas!

—¡Habla!

El rugido violento acompañado de la furibunda sacudida del aroma a canela lo hizo estremecer y se encontró escupiendo la verdad entre tartamudeos nerviosos.

—¡Han modificado su título de propiedad!

Al oírlo el alfa lo soltó y el trasero de Koda aterrizó contra el duro suelo de piedra.

—¡au!

—¿El título de propiedad? —preguntó el alfa pateando su pie para que dejara de gemir—. Entonces es cierto que planean venderlo.

—Venderlo o subastarlo —gruñó Koda frotándose el trasero—, son los casos más comunes, pero solo hacen el cambio cuando va a cerrarse la venta. Y mi fuente dice que aún no tienen comprador.

—¿Qué más pueden cambiar?

—Lo de siempre, un cambio de nombre, cambio de dueño, nuevas cicatrices o marcas distintivas, observaciones de su comportamiento, y por supuesto cada nuevo embarazo.

—...creía que esa bruja no los dejaba tener hijos.

—No, a diferencia de otras casas, la Madam no participa en la venta de cachorros. Es muy cuidadosa con eso pero nada es infalible, según dicen, y su responsabilidad es anotar cada embarazo aún si no llega a término. Es la ley. No que siempre la cumpla, por lo que sé- ¡hey! —gritó al ver que el alfa pasaba a su lado alejándose hacia la calle principal sin mirarlo ni una sola vez— ¡De nada!... bastardo —añadió en voz baja levantándose con cuidado para volver con sus amigos.

Su consuelo era que aún le quedaba parte del dinero que el alfa le había dado para hacer sus pesquisas, con eso podría disfrutar de una excelente cena esa noche y con suerte el alfa no volvería a molestarlo. El tipo daba miedo.

[...]

Kyouka sabe que algo está mal cuando Katsuki llega esa noche a la casa de huéspedes y todas las conversaciones en el salón mueren de golpe como si acabara de congelarse el mundo. Ella no puede culparlos, el aroma es intenso y avasallante, tan potente que algo en su estómago se retuerce de ansiedad y su naturaleza le grita quedarse quieta y no hablar.

No provoques al alfa.

Por supuesto su reacción está condicionada por su género siendo ella una beta, el grupo alfa no reacciona así. Para ellos no es una orden paralizante, es un reto de sangre gritado a viva voz. Katsuki apesta a violencia negra, y del grupo alfa que hay en el salón, un par se sacude como si alguien acabara de tronar los dedos frente a su cara, otros mueven el cuello sacudiéndose el aroma, pero la mayoría gruñe en tonos bajos haciendo esfuerzos visibles por no dejarse llevar por un reto que no les interesa. Hay uno en particular que acepta el reto en el aire pues se levanta cuando Katsuki pasa a su lado como si acabaran de picarle el trasero, está abriendo la boca cuando le rompen la cara.

Así, sin decir nada.

Un puñetazo directo que lo lanza hacia atrás, destrozando la silla en el proceso, y provocando que el acompañante sentado en la mesa se levante para saltarle a Katsuki encima. El aroma metálico de la sangre, mezclado con la potencia de la canela desata el caos. Kyouka se obliga a moverse y corre hacia el piso superior para buscar a la dueña alfa del lugar.

—¡Midgnight! —grita Kyouka materializándose en la puerta con expresión de pánico—. ¡Pelea de alfas!

—¿Quién ha empezado? —responde la mujer saltando de su asiento tras su escritorio abandonando su libro de cuentas para tomar un mazo largo de madera compacta que hace girar en el aire.

—Katsuki —dice y la respuesta de la mujer es alzar una delicada y perfecta ceja—. Anda raro.

—Haz que enciendan un incienso de lavanda, eso calmara el humor de la mayoría.

Kyouka asiente y baja hacia las cocinas para rebuscar en uno de sus armarios. A Midnight le gusta impregnar el salón principal con aromas sutiles que relajen a los huéspedes tras un día trabajo, y para ello suele almacenar paquetes enteros de aromas varios según la ocasión; los de lavanda suelen ser los primeros en acabarse, y Kyouka hace una nota mental de informarle a la dueña que acaba de abrir el último paquete. Una de las mujeres que trabaja en la cocina rellena tres incensarios redondos con las brasas sobrantes de la cocina sobre las cuales desmenuza la barrita suave que huele a lavanda, tras darle el resto de la masa a la mujer para que la devuelva al armario Kyouka coloca las tapas perforadas sobre cada recipiente para después transportarlos hasta el salón principal.

El potente aroma a vainilla de Midnight cubre el lugar y como dueña que es su presencia basta para contener a la mayoría, al resto los mantiene a raya con los puños y su maza. Kyouka se apresura a dar una vuelta por el salón llevando los tres incensarios, después los cuelga estratégicamente a lo largo de todo el lugar y de inmediato comienza a recoger las mesas volcadas, los platos rotos y los trozos de sillas; mientras esperan que el aroma floral surta efecto, Midnight permanece alta e inmóvil en la base de la escaleras exudando la energía de una reina. Nadie se atreve a retarla, y conforme los ánimos se asientan la cena se reanuda normal como en cualquier otro día.

—Está arriba —murmura Midnight cuando Kyouka se acerca al terminar de recoger—, ve y averigua que bicho le ha picado porque tuvo el descaro de gruñirme cuando le ordene que saliera del salón.

Kyouka asiente, mira hacia el salón una vez más antes de ascender por las escaleras hasta el cuarto que Katsuki renta en uno de los pisos superiores, y antes de entrar lo huele –canela–. La habitación apesta a ella, en una intensidad tan picante que Kyouka siente a su nariz retorcerse, puede detectar incluso los vestigios de algo que solo puede ser furia y agonía.

—Vaya —dice en voz alta dedicándole una vaga mirada a Katsuki que se ha encogido en un rincón como un niño castigado mientras lucha por no verse abrumada por las feromonas desconsoladas que inundan la habitación—, si no te conociera diría que estás sufriendo una ruptura amorosa.

—Cállate.

—...¿no vas negarlo?

—Lárgate.

Kyouka lo mira, realmente lo mira. Nota las sutiles sombras oscuras bajo los ojos, la tensión en la mandíbula, el destello violento en su mirada y la forma como su aroma lo envuelve sin dejar de agitarse; después se toma un momento para estudiar la habitación. Desde siempre le ha sorprendido lo austero del cuarto y su limpieza casi clínica, ese día no es así. Hay una bolsa de caramelos sin tocar en la única mesita del cuarto, cascaras de fruta esparcidas por el suelo, y el catre, usualmente impecable, da la impresión de que alguien se ha revuelto en él durante días sin descanso alguno. Cuando toma uno de los trozos de cascara descubre que es limón, y el aroma desentierra el recuerdo de Katsuki oliendo así justo antes de irse a trabajar, visiblemente exhausto y somnoliento, pero de alguna forma satisfecho.

—¿Quién es?

—Lárgate.

Kyouka suspira antes de dejarse caer en el suelo con las piernas cruzadas a falta de una silla cómoda, pues no planea subirse a la cama que apesta a insatisfacción y deseo.

—En otras circunstancias te daría por tu lado y te dejaría en paz, es lo que siempre he hecho, ¿no es así? Pero te has pasado las últimas semanas como gato mojado, gruñendo cada vez que alguien se mete en tu camino, sin paciencia para nada, y listo para iniciar una pelea a la primera oportunidad. Creo que ha llegado el momento en que sueltes lo que sea que traigas dentro.

—No es tu asunto.

—Es ahí donde te equivocas. Midnight me deja trabajar aquí a cambio de un descuento en mi renta y no me gusta la idea de que mi familia esté causando problemas en su casa.

No somos familia.

—Repite eso y te escupo en la cara. Ya no seremos unos niños, pero estoy dispuesta a liarme a puños contigo si eso te sacude lo que sea que te haga actuar como estúpido.

Le responde el silencio, pero Kyouka mantiene sus ojos en los de Katsuki esperando transmitirle la certeza de que iba a pegarle si insistía en ser un cabezón. Para sorpresa suya Katsuki suspira, luce terriblemente agotado, y su expresión le hace creer que va a cambiar el tema por eso se sorprende cuando el alfa le cuenta lo que ha hecho cada jueves durante los últimos meses. Es seco y frío, sin detenerse en los detalles, y Kyouka no sabe que es más sorprendente, que Katsuki decidiera visitar una Casa de Placer, que logrará colarse en una durante meses sin que nadie lo viera, o que al final acabara obsesionándose con un omega que solo podía traerle problemas.

—¿Un omega con contrato? ¿Un omega con dueño? —dice Kyouka en cuanto la historia se acaba, incredulidad y asombro mezclados con una pizca de frustración— ¡Maldita sea, Katsuki! Si esto se sabe... joder. Si no lo matan por meter a un extraño a su cuarto, te meterán a la cárcel por robo.

—No robe nada.

—Estás siendo estúpido a propósito, ¿verdad? Bien sabes que los omega con título de propiedad son intocables a menos que pagues. Cada una de esas noches representa dinero que pertenece a la casa, dinero que robaste.

Katsuki aparta los ojos de ella y el gesto le dice que lo sabe. Que lo sabe y que no le importa. Que está dispuesto a repetirlo. Que quiere repetirlo.

—Oh, joder —dice de pronto dándose cuenta de algo. Su mente rebobina la conversación, una y otra vez, y con ella todos los detalles de las últimas semanas: Las salidas, las ausencias, los nuevos horarios, el cambio de humor. Y siendo que conoce a Katsuki desde hace años no tiene dificultad al leer entre líneas ahora que conoce el panorama completo. Identifica el anhelo, el deseo, la impaciencia, la dulzura, y ese algo simple que no deja de agitarse en la profundidad de su mirada. Todo parece claro—. Estás metido hasta el fondo. Manos, patas y cabeza. Todo. Joder. Todo. Te has caído de cabeza en lo que dijiste que nunca harías.

Katsuki no responde y Kyouka se obliga a respirar. No puede creerlo, pero se traga la tentación de interrogarlo; ahoga la incredulidad y las advertencias porque cuando fue ella quien le contó de su sueño y su feroz enamoramiento con un imposible, Katsuki nunca puso en duda su palabra. Y ella le debe al menos eso.

—¿Qué quieres hacer? —pregunta tras una pausa—. Si él no ha dado tu nombre, y podemos suponer que no lo ha hecho siendo que nadie ha venido a buscarte, nada te impide irte. Esa es una opción. Te vas durante un tiempo y vuelves cuando no haya riesgo de que te metan a la cárcel.

—No.

—Entonces te quedas y te mantienes lejos de esa casa, si él no sabe nada más que tu nombre será difícil que te encuentren si llega a delatarte. Te olvidarás del asunto y cada uno hará su vida.

—No —repitió Katsuki y al ver la determinación en sus ojos Kyouka suspiró.

—¿Entiendes que el trabajo de un omega en una casa de placer es encantar a los alfa para que vuelvan con él?

—No soy un estúpido.

—¿Entiendes que existe la posibilidad de que él no piense en ti de la misma manera que tú lo haces?

—Sí.

—¿Y entiendes que aún si tu sospecha es cierta y se ha embarazado, el cachorro podría no ser tuyo?

—Si.

—Así que esto no es por un absurdo instinto alfa de querer reclamar un cachorro sobre que el cual crees tener derecho.

—No.

—De acuerdo... bien, porque debes considerar que es probable que ese cachorro no vaya a nacer. ¿Cambia eso algo?

—No.

—Entonces, ¿qué harás?

—No lo sé —respondió Katsuki cubriéndose los ojos con una mano como si esa fuera la pregunta cuya respuesta no consigue encontrar—. Tan solo quiero...

El resto de la frase muere en el aire y Kyouka no presiona, sabe que Katsuki le ofrecerá una respuesta en el momento adecuado. Y el alfa no la decepciona.

—Quiero verlo —dice al final. Una petición que puede parecer simple y no lo es en absoluto porque en las casas de placer solo entras si eres cliente o si trabajas en ellas; y en particular una casa de placer exclusiva como la que se encuentra en la calle principal solo acepta clientes nuevos bajo recomendación.

Kyouka cierra los ojos y entierra los nudillos en sus parpados cerrados, gruñe con fastidio aunque al mismo tiempo está barajeando posibilidades. Al final aparta las manos para mirar a Katsuki.

—Si solo quieres verlo, y digo verlo, tocarlo incluso, entonces puedo ayudarte, pero vas a necesitar dinero.

El plan es relativamente simple: Hacerse pasar por turistas ricos, quienes deciden acercarse a la Casa tras oír las incontables alabanzas hacia los omega que viven ahí. Gracias a las amistades que Kyouka tiene con un grupo de sirvientas y oficiales –todo en su intento por acercarse a la hija del Comodoro–, consiguen obtener una recomendación escrita, ropa prestada, un carruaje como transporte, un cochero y un lacayo falsos (ambos recaderos que no se enteran de nada).

—Con esto quedamos a mano —le dice uno de sus contactos en la calle de los prestamistas al entregarle un documento de identidad falso a nombre de un lord rico que no existe—, te servirá para que acepten recibirte, pero si causas problemas y mandan por la guardia, ellos tienen formas de averiguar si algo de lo que aquí está escrito es cierto. Y no van a ser amables cuando descubran que no lo es.

—No te preocupes, no planeamos causar problemas. Solo vamos de visita, nada más.

Con el documento en mano es Kyouka quien se presenta personalmente en la Casa de Placer bajo la excusa de examinar sutilmente potenciales prospectos para su señor. En cada visita no deja de temblar mientras se sabe observada, pero logra desenvolverse con calma y seguridad; tres visitas a los salones de té y una larga negociación después –que incluye pagos e impuestos abusivos– Kyouka consigue una cita con el omega rubio que huele a limón. Todo ello pese a la renuencia de la dueña.

—¿Tiene algo malo?

—Solo está recuperándose de un resfriado —responde la Madam restándole importancia—, pero me apenaría que no estuviera en condiciones de atender apropiadamente a un huésped.

—Mi señor no aceptará cambios —al verla titubear, Kyouka insiste— ¿puedo asegurarle a mi señor que no se presentarán inconvenientes en nuestra visita?

—Puedes.

Esa tarde Kyouka sale de la Ciudad para dirigirse al punto de reunión donde Katsuki la espera con el carruaje prestado y los sirvientes falsos. Antes de salir arrastra al alfa lejos de oídos indiscretos y le suelta una simple advertencia.

—He cobrado todos los favores que he podido, he pedido unos cuantos más, y me he gastado casi todo el dinero que me diste. No esperes que repitamos esto pronto, y siendo que tus visitas nocturnas se han acabado esta será, con toda probabilidad, la última vez que podrás hablar con ese omega a solas. Hazlo valer.

Y tras eso se ponen en marcha.

[...]

Denki se sorprende cuando la Madam le anuncia que tiene cita con un cliente nuevo. Le sorprende pues se ha pasado las últimas semanas en cama, las primeras por desangrarse hasta casi la muerte en el armario de castigo, y después sumido en una depresión aberrante que no deja de retorcerle el corazón. Se siente hueco y miserable como nunca se ha sentido en todos los años que lleva sirviendo en la Casa; ha llorado incontables lágrimas como si estas solo se hubieran acumulado a lo largo del tiempo y sigue sin tener el ánimo para forzar una sonrisa y seguir, como si de pronto la realidad hubiera caído sobre él como un mazo.

—Han insistido contigo y no voy a rechazarlos. Te quiero listo para esta tarde —dice ella desde su lugar junto a la cama mirándolo como si fuera el mismo de antes cuando en realidad no lo es. Nada lo es. La idea de acompañar a un cliente, de sonreír, de charlar, de tocar, revuelve el estómago de Denki como si estuviera lleno de gusanos vivos. No quiere, no puede, no se atreve—. Si no sirves para hacer lo que debes hacer, entonces no me sirve tenerte aquí.

No dice más aunque no hace falta, Denki entiende las implicaciones. Lleva semanas en cama sin trabajar, semanas que representan un gasto en renta, servicios, comida –aunque su apetito ha sido minúsculo–, y más. En ese tiempo su contrato se ha ido llenando con números rojos y ni un solo ingreso; y Denki sabe que cuando un omega deja de ser útil lo mandan a las casas de placer al otro lado del puerto, lugares apestosos y bajos donde los omegas trabajan hasta morirse.

La idea le da la fuerza necesaria para levantarse, pero tras días de permanecer quieto mirando el techo y las estrías en la madera, el simple acto de enderezarse en la cama lo hace tambalear. Va a vomitar, o desmayarse, o tal vez ambas. El mundo gira como una pirinola.

Baja un pie y luego otro.

Lo hace con mucho cuidado apartando las mantas de su cuerpo tembloroso, apoya las manos en el catre viejo y se impulsa para levantarse notando de inmediato el cuerpo ligero.

Vacío.

Ya no está.

Se aferra el camisón de tela a la altura del estómago en un gesto inconsciente mientras las lágrimas vuelven a sus ojos, y ese dolor innombrable y desgarrador que ahora vive en él se sacude como una bestia hambrienta. Lo único que puede hacer es soportarlo, enterrar las uñas de ambas manos en la tela que sujetan y respirar hasta que puede moverse.

Un pie y luego el otro.

Lo ayudan a bañarse, a exfoliar su piel, a peinar y recortar su cabello, incluso lo visten. Denki agradece cuando las sirvientas escogen para él un atuendo con mucha tela en lugar de su ropa sugerente, vaporosa y delicada. No necesita pregunta por qué, sabe que así es más fácil disimular lo marcado de sus costillas y la palidez causada por su larga estadía en cama.

—Tenemos que cubrir las sombras negras y disimular las líneas afiladas —dice una de las sirvientas y Denki se queda quieto mientras le aplican un poco de pasta en torno a los ojos y las mejillas.

Baño, ropa, maquillaje y perfume; una rutina que en el pasado resultaba insignificante, casi balsámica, y que en ese momento abre cada puerta que conduce al núcleo de ansiedad que existe dentro de él. Se acuerda sin querer del consejo que le diera Itsuka, una de las omega que enviaron para hacerle compañía a fin de evitar que se muriera de pena en esos primeros días.

"El miedo de volver al trabajo después de perder uno es normal, solo apágalo como apagas lo demás. No importa"

Y Denki había querido creerle. Vaya que había querido creerle, pero cuando la perspectiva de volver al trabajo es una certeza real en lugar de una hipótesis distante, las nauseas y el terror crecen como olas en una tormenta.

La Madam llega esa tarde a darle el visto bueno y Denki se obliga a respirar, a mantener la vertical y a no vomitar, aunque la verdad es que no quiere que lo toquen. No quiere acostarse con nadie. No quiere sonreír y fingir que sigue completo. Quiere meterse en la cama a llorar por el vacío en su interior pues tal vez esas lágrimas terminen de purgar el sueño infame que le ha destrozado el corazón.

—Hazlo bien —le advierte la Madam en tono bajo—, y con lo que han pagado volverás a la cama hasta que el médico vuelva a visitarte.

Puedo hacerlo. Una vez. Sí. Puedo hacerlo una vez. Una vez. Solo una vez.

Se lo repite y se lo repite mientras cruzan el patio de servicio hacia una de las habitaciones privadas del primer piso, apenas si presta atención al intercambio entre la Madam y el sirviente que hace guardia junto a la puerta, donde la primera le ofrece una taza de té en las dependencias de los sirvientes.

—Las ordenes de mi señor son cuidar la puerta —responde el sirviente con firmeza sin dejar espacio para la duda. Al mirarlo Denki se da cuenta de que el muchacho posee una cara andrógina muy acorde con su voz, y aunque el sutil aroma a hierbabuena pertenece sin duda a un género beta, es difícil identificar si se trata de un hombre o una mujer.

Un empujoncito por parte de la Madam le recuerda donde está y lo que viene hacer, así que cruza la puerta y cuando ve a la persona que espera al otro lado la estabilidad emocional que Denki ha estado cosiendo con mucho cuidado se desbarata como si fuera algodón. Ni siquiera oye a la puerta cerrarse pues tiene la sangre en los oídos.

Durante un momento intenta convencerse de que la persona frente a él no es Katsuki. No parece Katsuki, pues lleva ropa de corte elegante y excelente calidad; la cual, combinada con el peinado relamido característico de la nobleza, lo hace ver más grande e imponente. Sin mencionar que se ha puesto parches para bloquear el aroma natural de su cuerpo como se acostumbra entre la clase alta de la Ciudad.

No huele a canela.

Y en el fondo de su mente lo agradece porque no está seguro de poder mantener la calma en caso contrario. No cuando Katsuki lo mira con esa expresión que no puede –ni se atreve– a desmenuzar. Lo peor de todo es cuando Katsuki da un paso hacia él y su reacción inmediata es sacudirse de espanto mientras suelta un aterrado:

—No me toques.

O voy a terminar de romperme. Y es algo que no puede permitirse. En ese mismo instante está sujetándose el corazón con palillos, una tarea cada vez más difícil cuando ve los ojos del color del fuego y se acuerda haber deseado un cachorro con los ojos así. Un anhelo infantil del que no fue consciente hasta que la sangre le corría entre las piernas, y ahora está vacío y roto y la verdad le pesa sobre los hombros como una torre de rocas. Una verdad que ahora lo mira de frente y no consigue sacudirse: Su vida está en la Casa y mientras no salga de ella no puede querer nada.

—ah... —murmura Katsuki dejando caer las manos que ahora son puños. Y es tan extraño oírlo –verlo– de día, en una habitación impersonal, sin el aroma a canela a su alrededor—. ¿Cómo... estás?

Es una pregunta de rutina y Denki la agradece porque solo existe una respuesta.

—Bien.

Es la única respuesta correcta.

—No parece-

—Estoy bien.

Tiene que estarlo o si no lo enviarán a morir a un apestoso cuarto al otro lado del puerto. Katsuki lo mira y Denki tiene que sostenerle la mirada, y al hacerlo se pregunta si su expresión muestra el mismo grado de confusión y dolor que la del alfa. Espera que no.

—El cachorro-

¿Cómo-? No puede pensar en eso. No debe pensar en eso.

—No hay.

—Pero-

—No.

No hables de él, no lo menciones, no preguntes por él, no me hagas llorar.

—Denki

—No.

No quiere llorar. No puede llorar. Y sin embargo se le han empañado los ojos.

Una vez. Solo una vez. Puedo hacer esto una vez.

Con manos temblorosas empieza a desabrochar los botones de su ropa.

—¿Qué estás haciendo?

—Pagaste por esto.

—Pague para verte.

—Como todos —dice sin pensar y el relámpago de malestar que ve en la cara del alfa es como un golpe a su propio estómago.

¿Cómo puede ser que me duela hacerte daño?

Y no es justo. No es justo que duela así. No es justo que este alfa pueda hacerle daño sin ponerle una mano encima. No es justo que al mismo tiempo quiera su consuelo y un abrazo. No es justo que ahora no pueda tocarlo sin temor a romper en llanto.

—Denki —dice Katsuki, el mismo tono suave, la misma expresión calmada, abriendo y cerrando las manos en un gesto claro.

No me hagas esto.

—Tu tiempo se acaba.

—Denki

No —responde con súbita fuerza, la fuerza nacida del dolor. Cierra los ojos y se concentra—, ¿por qué viniste?

—A verte.

Abre los ojos y lo mira.

—Ya me has visto.

—Denki

¿Qué quieres de mí?

Y es obvio que esa es una pregunta inesperada por la forma como la mandíbula de Katsuki se tensa.

—¿A qué viniste? —insiste Denki—. ¿Para verme? ¿Para hablar? ¿Para preguntar si seguiré rompiendo las reglas al meterte en mi cuarto? ¿Para pedirme ser tu cliente? ¿Para follar?... ¡¿Qué?! ¿Qué quieres hacer en la hora que has pagado para estar conmigo? ¿Qué quieres pedirme?

—Huye conmigo.

Ah, piensa Denki cerrando los ojos al mismo tiempo que emite un suspiro de alivio porque se sabe al dedillo ese escenario. Sabe lo que debe decir y lo que debe hacer. Sabe lo que va a suceder. Huyamos, le han dicho una y otra vez. Alfas ricos y poderosos quienes le han prometido comodidad y riqueza a cambio tan solo de abandonarlo todo.

Como a Ikumi.

Como a tantos otros que han terminado muertos, abandonados, vendidos y maltratados, porque en ese mundo los cuentos de hadas no existen.

—No —responde al final abriendo los ojos para mirar a Katsuki mientras el velo del desencanto y el dolor terminan por envolverlo por completo—. No —repite con la esperanza de que el cuchillo que se le clava en el corazón termine por insensibilizar hasta el último trocito de carne que aún duele y late—. No.

¿Cómo puede permitirse soñar cuando el último sueño se convirtió en sangre y dolor?

[...]

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