Capítulo VI
Número de palabras: 3332
[...]
La rutina de Katsuki es bastante simple. Se levanta temprano –muchísimo antes de que el sol asome por el horizonte– para trabajar toda la mañana en la granja de leche que se encuentra en las afueras de pueblo. Siempre usa el mismo camino desde el cuarto que alquila en una de las buhardillas cerca del puerto hasta el almacén donde lo espera la carreta que le toca guiar hasta su destino. El viaje de un punto a otro es su momento preferido del día, cuando la madrugada envuelve las calles en un silencio absoluto y la brisa marina que agita sus ropas le refresca la cara; en ese momento la calle es para él, nada de aromas ajenos o el bullicio del puerto, todo es tranquilidad y calma.
Desayuna lo que la esposa del granjero tiene para él y después trabaja sin pausa. Pasado el mediodía hará el viaje de vuelta, solo que en esa ocasión la carreta no estará vacía, los caminos tendrán gente y la ciudad habrá cobrado vida. El silencio habrá desaparecido y la frescura matutina habrá sido reemplazada con un aire caliente y bochornoso –en ocasiones irrespirable– que huele a sal de mar.
Tras entregar su mercancía en el local acostumbrado y devolver la carreta a su dueño, le toca cruzar el mercado para llegar al puerto donde lo espera Kyouka con su almuerzo vespertino. Kyouka renta una de las habitaciones de la casa de huéspedes en la que él se hospeda y es una de las pocas personas que nunca se muerde la lengua cuando habla con él.
—Llegas tarde —dice ella al entregarle el paquete con su comida.
—Si fuera tarde ya te habrías largado.
—La próxima vez lo haré y poco me importará que te pases el resto del día con el estómago vacío.
—La única razón por la que vienes a comer aquí es para chismear en el mercado.
—Cállate.
—¿Qué? ¿La verdad es demasiado para ti?
Kyouka no le hace caso, concentrada en observar el mercado que se encuentra en la pequeña plaza al otro lado del muelle. Las decenas de personas que se congregan ahí saturan el aire con aromas indistinguibles, una mezcolanza que en ocasiones resulta insoportable, pese a ello a Katsuki le resulta fácil detectar el cambio en el aroma de Kyouka –una discreta esencia de vainilla que fluctúa únicamente cuando la mujer beta se distrae–.
Al notar el cambio Katsuki alza los ojos para inspeccionar los alrededores sin dejar de masticar y no tarda en encontrar la razón de que Kyouka haya empezado a llevarle el almuerzo, de que vaya todos los sábados a la iglesia, y de que se haya hecho amiga de todos los oficiales que sirven en el puerto. Dicha razón tiene nombre y apellido: Momo Yaoyorozu, la hija alfa de uno de los Comodoros del Rey. Se dice que al finalizar el verano la hija favorita de la Ciudad se marchará para ingresar en la Academia de Oficiales a fin de seguir los pasos de su padre. Y Kyouka planea seguirla. Si bien sabe que nunca podrá ingresar a la Academia puesto que carece de los antecedentes necesarios para ser admitida, la muchacha se ha hecho la promesa de enrolarse en la marina y escalar tan alto como fuera posible para acercarse a la bellísima Momo.
Un sueño imposible había dicho Katsuki cuando ella se animó a contarle sus planes.
—Mucho más factible que robar un barco y convertirse en pirata —había dicho ella en respuesta.
—Tenía ocho años cuando te dije eso.
—Y te lo estaré recordando cuando cumplas ochenta.
La discusión se interrumpe cuando la muchacha Yaoyorozu desaparece entre el tumulto de gente con su melena negra y su porte imponente dejando a Kyouka con una cara anhelante y un emparedado a medio comer.
—¿Cómo van tus ahorros?
—Ahí van —responde ella sin entusiasmo pensando en el bote escondido en su cuarto con el dinero que ahorra—, pero ella se marcha este verano y es posible que a mí me tome otro año antes de conseguir el dinero que necesito para mi viaje —suspira con desánimo y lo mira—. ¿Tú ya sabes qué quieres hacer?
Katsuki se encoge de hombros sin responder y aprovecha el silbato de la tarde para dejar la conversación inconclusa. Su trabajo en los almacenes del puerto consiste básicamente en cargar y descargar los barcos que llegan al otro lado del mar mientras Kyouka se encarga del inventariado y la contabilidad. Trabajan hasta el anochecer cuando el cielo es de un azul oscuro inconfundible y las calles han empezado a quedarse vacías.
Kyouka suele irse primero pues ayuda a Midnight, la dueña de la casa de huéspedes donde se hospedan, con las labores de la limpieza para conseguir un descuento en su renta. El dinero que ahorra se va a su bote secreto, un paso más para alcanzar su sueño.
—Te veo en la cena —se despide Kyouka mientras él se queda para acabar con su turno.
Al terminar se pasea por el puerto hasta su lugar favorito donde puede descansar las piernas y fumar, desde ahí contempla en silencio la superficie oscura que refleja las estrellas del cielo y se extiende hasta más allá del horizonte. Es su momento de privacidad, una pausa en una rutina interminable donde cada día es lo mismo y el trabajo se ha convertido en una secuencia de hechos invariantes.
A diferencia de Kyouka, que tiene un objetivo claro por el cual lucha día con día, Katsuki carece de un sueño especifico. De niño había pensado en ser pirata, una ilusión absurda e inocente que no sobrevivió a la adolescencia. Lo único que aún conservaba era el vago deseo de cruzar el mar para buscar fortuna en cualquier otro lado, pero incluso eso era más una curiosidad que un deseo real.
Había conseguido independencia, cierta estabilidad, contactos y una excelente reputación como trabajador dedicado, pero no tenía problemas con la idea de marcharse e iniciar desde cero. Solo que no hay un lugar en especifico por el que sienta interés en establecerse. Más específicamente, no hay nada en ese mundo que realmente quiera.
Se lo repite incansablemente y cada día se asegura de reafirmar la idea. Intenta no pensar en la anticipación que va creciendo lentamente como un vaso de agua que va llenándose con lentitud a lo largo del día. Intenta ahogar la sensación apremiante de esas últimas horas mientras el sol se esconde y el trabajo, que en otros días tan solo es tedioso, se convierte en una molestia que lo irrita. Intenta ignorar la bolsa de caramelos caros que ha comprado en el mercado –la razón de su tardanza esa tarde–, dulces que no le gustan y cuyo precio ha resultado exorbitante. Intenta fingir que no le cosquillean las manos mientras se fuma el cigarro sentado en el muro de piedra.
Y cuando el cigarro finalmente se acaba emprende el viaje de vuelta forzándose a mantener un paso normal pese a que su sangre lo traiciona y ruge contra sus oídos conforme se acerca a la calle principal.
Intenta convencerse de que no es desilusión eso que se retuerce en su estómago como una serpiente viva cuando llega al callejón y no ve a Denki inclinado sobre el marco de la ventana del segundo piso, con su pelo inconfundible y su sonrisa coqueta. No es desilusión pese a ser una rareza dada la constancia que ha mostrado en todos esos meses. Es algo que ha sucedido desde que se mudara a la habitación con la ventana del callejón pues resulta difícil verlo a menos que se incline por completo sobre el marco, y en ocasiones no coinciden cuando Katsuki pasa con dirección a su casa.
Es completamente normal. Así que Katsuki chasquea la lengua antes de obligarse a seguir. Tiene que seguir porque en ese momento hay clientes tardíos que salen de la casa y es mejor no llamar la atención. Tiene que seguir porque vio a Denki hace dos noches y se supone que eso debe de bastar.
"Porque te gusto. Porque tú me gustas. Porque yo no te estoy pidiendo nada. Porque no estoy esperando nada más que los momentos que me dejes tenerte. Es simple"
Denki había sido bastante claro en su propuesta. Sin ataduras. Sin preguntas. Sin compromisos. Esa había sido la idea. En su ejecución las cosas no eran precisamente simples. Katsuki no era la clase de hombre que disfrutara visitar las casas de placer omega y nunca había fomentado la costumbre de acostarse con omegas solícitos como parte de su diversión, en parte porque no tenía dinero para desperdiciar y en parte porque no consideraba que la intimidad fuera algo de usar y tirar.
La situación con Denki desafiaba cada cosa que creía saber de sí mismo.
—¡Hey! ¿no vas a cenar?
El grito de Kyouka lo arranca de su ensimismamiento, ha cruzado el portal de la casa de huéspedes sin darse cuenta para entrar en el salón comedor. Se obliga a sentarse en la mesa con los pocos inquilinos que vuelven a esa hora de su trabajo, todos jóvenes solteros que buscan construirse una vida prospera en la Ciudad, y que aprovechan los precios bajos y el cómodo ambiente de la casa para ahorrar dinero y establecerse. Katsuki no les presta atención, se concentra en terminar para volver a su cuarto donde se desviste con pesadez dejando la bolsa de caramelos en la destartalada mesita que tiene junto a su catre, la cual le hace compañía al desvencijado baúl como los únicos muebles del cuarto.
Antes de acostarse no puede evitar mirar los dulces y fruncir el entrecejo. Los había comprado esa misma tarde en el mercado –la razón de su tardanza–, no como una decisión consciente sino como un impulso irresistible. El mismo tipo de impulso que lo había llevado a visitar a Denki en primer lugar.
Había visto al omega asomarse durante semanas siempre al mismo tiempo que él iba al trabajo y de vuelta, y aunque al principio lo había considerado como una simple coincidencia no había tardado en comprobar que el omega parecía estar esperándolo. Así que había ido a ver que se traía entre manos y había bastado una sola aspiración para sentir que su estómago se balanceaba ante ese exquisito aroma.
Aún ahora, tantos meses después, le bastaba evocar la cítrica esencia del omega para sentir que sus papilas gustativas despertaban y con ellas sus venas bombeaban sangre hacia las regiones del sur con un objetivo claro.
Intenta no pensar en la piel aterciopelada, en la sensación de esa espalda esbelta arqueándose contra él o en los talones diminutos empujando contra su espalda, pero sus intentos son inútiles porque el recuerdo late en su mente en compases clarísimos. Aún puede evocar el sabor de su boca, la sensación de su lengua y la humedad de su núcleo.
Una sola lamida y se siente hambriento. Cítrico en su esencia más pura, un manjar intoxicante que se esconde entre pliegues húmedos donde su lengua desaparece entre lamidas cada vez más cortas. No puede parar así que no para. Lame con ritmo, ignorando la incómoda posición o la sangre que pulsa contra su miembro. Lame con avidez hasta que tiene las piernas de Denki convulsionando alrededor de su cabeza.
Y cuando finalmente se endereza lo que siente al ver la expresión de éxtasis en el rostro de Denki es indescriptible. Placer. Orgullo. Satisfacción.
Dulzura.
Es una sensación primitiva, carnal y tan compleja que es inútil deshilvanarla. Una sensación que hace cosquillear la punta de los dedos, los cuales se deslizan de las rodillas temblorosas a los muslos húmedos hasta alcanzar el miembro duro y rojo que parece darle la bienvenida. Lo toca y Denki se arquea aún sin emitir un solo sonido.
Con Denki no hay sonidos –una precaución natural–, apenas gemidos ahogados, murmullos que se apagan en la piel o el susurro de su nombre. Katsuki nunca le ha preguntado cómo es que lo sabe –tampoco le ha dicho que escuchó el suyo un día mientras se alistaba para visitarlo–, pero cada vez que lo oye pronunciarlo su sangre responde. Se espesa como caramelo derretido que hierve a fuego lento.
"Katsuki" dice con esa voz sedosa y tentadora extendiendo los brazos en una llamada clara e irresistible. Así que va. Se inclina sin soltarlo, besándolo con la misma lentitud con la que lo toca, deslizando los dedos de su miembro a sus piernas y de ahí a su vientre, esa zona tibia que parece cubierta de terciopelo. Siente los músculos estremecerse ante su toque y la boca que lo besa responde emitiendo un sonido bajísimo que reverbera dentro de él.
Ciego, deja que sus manos vaguen hacia los pezones erectos, dos pequeños capullos que arrancan gemidos húmedos y de vuelta hacia el sur. Se siente ebrio y delirante y no puede parar. No sabe hacerlo. No importa cuántas veces han estado así, cuántas veces se han tocado de la misma forma, o se han besado hasta hartarse, cada momento parece único e inigualable. Solo ahí –en ese instante que parece interminable– se dice así mismo que podría hacer lo mismo cada noche sin aburrirse. Que no le importaría quedarse. Y la idea lo deja sin aire.
Al final es Denki quien lo envuelve con las piernas, quien mete las manos entre ambos para ayudarlo a entrar, es su boca la que se bebe el gemido de Katsuki al sentir el pasaje húmedo que lo recibe. Lo besa sin dejar de avanzar. Lentísimo, pese a que la culminación está tan cerca. De hecho, es un acuerdo silencioso el de alargarlo. Denki ondula a su ritmo pese al cansancio que se le dibuja en la cara y Katsuki hace pausas sin dejar de besarlo cuando se siente casi en la cima.
Retirarse. Avanzar. Esperar. Hasta que es imposible contenerlo por más tiempo. Y cuando por fin se corre siente el orgasmo en todo el cuerpo, desde la punta de los pies hasta el último rincón de su cerebro. Una sensación pegajosa y caliente que lo sacude por completo como si el caramelo se desbordara de sus venas. Es perfecto. Es perfecta la forma como Denki palpita contra él. Es perfecto como exprime hasta la última gota de su semilla. Es perfecto el beso que comparten con los brazos de Denki en el cuello y su sabor en la lengua. Es perfecto el ronroneo que siente en la boca mientras el cuerpo de Denki se abre ante su capullo como si le diera la bienvenida. Tibio y húmedo y absoluto.
—Agh —se corre en su mano empujando las caderas en un ritmo agónico, imitando la sensación fantasmal que su mente conjura. Cuando el placer lo abandona abre los ojos para contemplar el techo con amargura.
Nunca se ha avergonzado por masturbarse en la quietud de la noche, pero en los últimos meses la escena ha pasado de ser una tarea ocasional para convertirse en una rutina diaria hasta que se ha obligado a tener una pequeña bandeja de agua en la esquina de su habitación para lavarse antes de dormir. Mientras lo hace no puede evitar sentir ira por su falta de autocontrol. Le resulta imposible evitarlo, los primeros días después de visitar la casa de placer son los más difíciles porque la sensaciones lo atormentan. Los labios sensibles. La sensación fantasmal de la piel alabastrina contra la punta de sus dedos. El calor y la humedad contra su miembro. Tiene decenas de recuerdos que se repiten en bucle y la cosa no se detiene.
Hay momentos en los que Denki lo mira como si...
No.
Es absurdo hacer suposiciones. Es absurdo construir un castillo de naipes sobre pilares inexistentes. Es absurdo encapricharse con un omega no disponible.
Sin compromisos. Sin ataduras. Sin preguntas.
Vuelve a su catre dispuesto a dormir, apaga la lampara que tiene sobre la mesita de junto y al hacerlo no puede evitar mirar la bolsa de dulces que ha comprado. Sabe por qué los ha comprado, en eso no puede engañarse. Quiere volver a verla, la expresión dulcísima y sorprendida en el rostro de Denki al darle un regalo... pero tendrá que esperar. Tendrá que esperar porque faltan cinco días para que pueda volver a visitarlo.
[...]
—¡Muévete!
El rugido de un alfa no suele afectar a otros de su mismo género tan solo genera irritación que en ocasiones termina en enfrentamientos absurdos. Cuando el alfa que se ha interpuesto en el camino de Katsuki se niega a moverse, el muchacho no se molesta en repetirle su orden. Se limita a romperle la nariz de un solo golpe. Es el quinto altercado que lleva en la semana y su mal humor no da señales de atenuarse.
—¿Qué te pasa? —pregunta Kyouka cuando consigue arrancarlo de lo que amenaza con convertirse en un enfrentamiento sangriento.
—Nada.
Y no pasada nada. No debería pasar nada, pero no ha visto a Denki asomarse por su ventana en toda la semana. Su ausencia se ha convertido en un hueco que le impide comer y concentrarse, más aún cuando al enviar a un mensajero con los dulces que ha comprado y una nota el muchacho ha vuelto con el paquete para decirle que el omega está indispuesto.
—¿Cómo que indispuesto? —había preguntado Katsuki. La respuesta del joven mensajero había sido encogerse de hombros.
—Hice lo que me dijiste. Le insistí a la mujer beta de la entrada que solo entregaría el paquete en manos de su destinatario. 'Me han pagado por ello', le dije. Ella siguió diciendo que se encargaría de entregárselo y cuando me negué me dijo: 'Denki se encuentra indispuesto'.
—¿Por qué?
—No lo explico. Solo dijo 'Indispuesto', después insistió en que le entregaría su paquete apenas estuviera disponible... pero la verdad no me fíe de su cara porque parecía muy interesada en saber qué llevaba conmigo.
—¿Hoy tampoco llegas? —pregunta Kyouka devolviéndolo a la realidad.
Katsuki la ignora, y del mismo modo ignora la sonrisa confianzuda que alcanza a distinguir en su periferia. Kyouka no sabe exactamente lo que hace en esos días que desaparece durante toda la noche, aunque todo parece indicar que sospecha de sus andadas por los comentarios que ha hecho al respecto. Que él se niegue a tocar el tema solo parece avivar su imaginación.
—Entonces te veré mañana a mediodía —canturrea ella antes de emprender el viaje de vuelta mientras él se queda a trabajar.
Sin embargo, no consigue concentrarse durante el resto de su turno. Los tardes de los jueves se han convertido en sus momentos menos productivos, siente que las horas se alargan sin fin. Intenta repetirse la mentira de que nada ha cambiado. Se dice que todo es exactamente igual mientras hace el conocido trayecto a la casa de huéspedes donde se hospeda, solo que su destino final se encuentra a la mitad de su viaje y cuando la silueta del techo se divisa en la lejanía le resulta difícil sostener la mentira porque su sangre se agita en interés y expectativa. Se cuela por el callejón oscuro notando los primeros acordes de una melodía simple que vibra en su piel, y escala por la pared familiarizado ya con los peldaños y los salientes del edificio.
Está de cuclillas sobre el borde del tejado, oculto entre las sombras del tejado inclinado y listo para saltar, cuando su instinto grita. Hace una pausa, huele el aire en busca de alguna advertencia más clara y entonces inspecciona las ventanas vecinas temiendo que algún chismoso nocturno esté despierto.
No hay nada.
Pero la sensación de que hay algo diferente en ese paisaje lo lleva a repetir la inspección concienzuda de sus alrededores. Y de nuevo no hay nada. Ese es el problema.
"Dejaré la ventana abierta y colocaré una vela cada jueves que es cuando tengo la noche libre"
En sus prisas Katsuki ha tardado en notar que la ventana está cerrada y la vela no está.
[...]
N/A
Mis mas sinceras disculpas por la inmensa tardanza. Gracias por leer y seguir aquí.
Por cierto hace un par de meses mande a pedir una comisión sobre este fic porque necesitaba inspiración. Así que la comparto con ustedes. Una de mis escenas favoritas:
https://twitter.com/sorethpid/status/1289349398904713216?s=20
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