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Capítulo V

Número de Palabras: 3505
Advertencias: Contenido sensible. Referencia de un Aborto. Sangre. Leer con precaución.

[...]


El dolor tiene muchas caras, algunas más sutiles que otras, algunas más afiladas... hay dolores que marcan tu piel y otros que estrujan tu corazón. Dolores sin nombre y dolores tangibles. Denki ha padecido una gran variedad: El dolor de caminar descalzo, de dormir en el suelo helado, el hambre, los golpes y una sucesión infinita que le recuerda agradecer lo que tiene sin olvidar que nada le pertenece y que al primer descuido puede perderlo todo. Constantemente se repite que el dolor volverá.

Siempre lo hace.

El dolor se encuentra tan indivisiblemente unido a su vida que en lugar de ser una sorpresa se ha convertido en una inconveniencia, una molestia latente que varía en intensidad y duración, pero que nunca desaparece por completo. Vive esperando que el dolor vuelva, sabe que no podrá evitarlo, sabe que no podrá huir, está atado a él de forma irremisible... por eso no mete las manos cuando la Madam le suelta otra bofetada en respuesta a su silencio.

—¿Quién te ha hecho esa marca? —repite ella en el mismo tono violento mientras su aroma crece impregnándolo todo con su autoridad y presencia.

El silencio en el piso es absoluto y Denki está seguro de que nadie los mira. Lo sabe porque es lo que todos hacen cuando la Madam se enfada, nadie se arriesga a encontrarse con los ojos de la mujer, pues todos saben que cuando la dueña está furiosa cualquiera puede convertirse en el blanco de su ira, así que fingen no oír los gritos ni mirar en su dirección, absolutamente quietos y aterrados a la espera de que termine. También han aprendido que cualquier resistencia terminará empeorando el castigo, y por esa razón Denki no mete las manos cuando la mujer lo sujeta del cabello a fin de obligarlo a ponerse de rodillas.

—Preguntaré una vez más y después te meteré en el armario de castigo, ¿quién te hizo esa marca?

El miedo que late en Denki es tan intenso que le revuelve las entrañas, todo el cansancio de la noche anterior se ha desvanecido entre los picos amargos que sacuden su aroma. En lo único en lo que puede pensar es en lo que podría suceder si la mujer se entera que ha invitado a un alfa a su alcoba todos los jueves por la noche durante las últimas cuarenta y ocho semanas.

—Te azotaré si no me respondes.

Pero no hay respuesta que Denki pueda ofrecerle. Ninguna respuesta lo salvara del castigo –lo sabe–, pero el silencio le garantiza que sus encuentros nocturnos no se convertirán en la excusa que la mujer necesita para incrementar la deuda. También garantiza mantener la identidad de Katsuki a salvo.

No es por él, se dice, pero en el fondo sabe que es mentira. No quiere que nada de lo que existe en la Casa conozca ese nombre, no quiere que la vida que lleva de día empañe esos pequeños momentos nocturnos. Momentos que le pertenecen en absoluto y que él ha entregado por voluntad y decisión.

—Si así lo quieres.

Denki no grita ni lucha mientras lo arrastran del pelo por el pasillo y las escaleras hasta el primer piso. Se alejan de la puerta principal, cruzan el comedor y la cocina hasta salir al patio trasero, las sirvientas que en ese momento lavan ropa se apartan del camino apresuradamente y no tardan en volver a la casa mientras esperan que el castigo termine.

—Desnúdate —ordena la Madam mientras ella acerca una de las cubetas llenas de agua que han quedado abandonadas en el patio.

Denki obedece, se desprende de su camisón con manos temblorosas –miedo y no frío–, hasta quedar completamente desnudo bajo el cielo gris en el que las nubes amenazan con la llegada de una tormenta. No deja de temblar mientras espía por el rabillo del ojo viendo a la Madam desprenderse del trozo de seda que usa en torno a la cintura para sumergirlo en el agua.

—De rodillas —dice ella y Denki obedece. Tiene la precaución de usar su camisón como apoyo para sus rodillas a fin de evitar que la piedra del suele le raspe la piel –lo ha hecho antes– y se está enderezando con mucho cuidado cuando la mujer le echa la cubeta de agua fría encima.

No puede evitar gritar, eso antes de que la tela mojada caiga sobre uno de sus omoplatos lanzando una descarga de dolor sobre su espalda. A diferencia de los látigos de cuero que terminan por destrozar la piel, la tela mojada solo deja un rastro rojo mientras el dolor se expande.

La Casa se vanagloria de sus omega limpios –de su piel tersa e incólume cubierta de aceites y fragancias– y como a la mayoría de los clientes alfa no le gustan las cicatrices la Madam se asegura que sus castigos no marquen de forma permanente la piel. Su misión es causar dolor no perder dinero por eso utiliza una tela mojada. El aire zumba cuando el trozo de tela se eleva y cae en movimientos rápidos y continuos mientras él, encorvado sobre el suelo, intenta ahogar sus gritos.

Su piel arde ahí donde el trapo mojado lo toca, una y otra vez hasta que Denki pierde la cuenta y lo único que queda en su mente es el dolor. Un dolor acerado que se extiende por su piel como fuego en un campo seco. Dura horas –o al menos así lo parece– y cuando termina él se queda en el suelo con la piel helada y ardiendo –una combinación terrible– mientras la mujer jadea por culpa del ejercicio inesperado.

—¡Al armario! —grita la Madam para todos aquellos que oyen— y pobre de aquel que se acerque a ese lugar.

A Denki le cuesta entender que se ha quedado solo, al hacerlo se obliga a respirar en bocanadas largas forzando a su corazón a calmarse; puede oler el miedo que brota de él, una esencia tan amarga que le provoca nauseas. Se queda ahí hasta que uno de los hombres beta que cuidan de la Casa –los encargados de mantener el orden entre los clientes alfa–, lo levanta del brazo indiferente a su gemido de dolor. El hombre lo arrastra por el patio hasta la pequeña caseta junto al cobertizo que se usa como almacén.

Denki trastabilla y se estrella contra la pared mientras la puerta tras de él se cierra sumergiendo su mundo en oscuridad. Lo llaman el armario porque tiene exactamente el tamaño de uno lo que obliga a sus visitantes a permanecer de pie o a sentarse con las piernas encogidas pues no hay suficiente espacio para estirarse; no hay ventanas más que una pequeña rendija en la parte superior de la puerta que deja entrar un rayo de luz, suficiente para vislumbrar los muros de madera una vez que sus ojos se acostumbran a la oscuridad. Y lo único que hay en el interior es una cubeta que sirve como sanitario temporal.

Denki toma aire sin que su piel deje de arder, el miedo y el dolor se combinan paralizando su cuerpo, no puede evitar deslizarse por la pared hasta terminar en el suelo mientras busca a tientas la hendidura en la parte baja del armario. Al encontrarla suspira y fuerza a su mente a centrarse en ella, en la sensación rugosa en la punta de sus dedos.

Sigue aquí. Y yo también. Nada cambia.

Al integrarse a la Casa, mientras se acostumbraba a su nueva vida y aprendía las reglas de la Madam –nunca levantar la voz, nunca desobedecer, nunca emitir opiniones–, Denki se había familiarizado con el armario, y tras su malograda fuga había pasado el tiempo suficiente para conocerlo de pies a cabeza. En una ocasión había dedicado horas enteras a memorizar los contornos de cada hendidura y marca en las paredes a fin de distraerse, ahora usa ese recuerdo para calmar el terror que le oprime el corazón.

Sigue aquí. Y yo también. Nada cambia.

Tras varias horas su truco tiene éxito, el pánico remite y lo único que se queda atrás es el dolor de su piel, el frío que siente en los dedos de manos y pies, y la angustia de no poder recordar si encendió el incienso en su cuarto o si abrió las ventanas para ventilarlo.

No pienses en eso, se dice, porque en ese momento ya no importa. Lo que hace es acomodarse con las piernas cruzadas y la espalda contra la pared para dormir, una tarea nada fácil dado el frío que envuelve su cuerpo desnudo y la incómoda posición. No puede evitar apoyar las manos sobre sus piernas heladas para frotarlas en un vano intento por calentarlas. Eventualmente el aburrimiento y el desvelo de la noche anterior lo sumen en un estado de sopor que le permite descansar.

No puede evitar soñar con Katsuki y sus ojos escarlata nublados de deseo mientras lo penetra lentamente. Había sido una noche cualquiera mientras la luna cruzaba el cielo y el silencio los envolvía en notas cargadas de un aroma inconfundible –canela–. Denki lo había sentido en la piel y la garganta, avivando la sensación caliente y pegajosa que crecía dentro de él mientras las manos de Katsuki le sujetaban las caderas para hacerlas ondular al mismo compas con el que embestía tan lentamente que podía sentirlo deslizarse en su interior atrás y adelante pero nunca por completo.

Denki había aferrado a las sabanas, revolviéndose en ellas con ansiedad mientras enterraba los talones en la espalda de Katsuki en una muda suplica. Se había mordido los labios para no gritar, gemir o rogar, eso sin dejar de apretar los músculos de su vientre cada vez que lo sentía dentro hasta que finalmente Katsuki había cedido permitiendo que su capullo encajara dentro de él. Se había estremecido de placer mientras Katsuki se movía en vaivenes cortos hasta llevarlo al climax.

Se había corrido, extasiado y feliz, con su vientre extrayendo hasta la última gota del alfa, una sensación tibia dentro de él que lo había hecho sentirse completo de una forma incomprensible, sordo y mudo al mundo que existía afuera. Entonces Katsuki se había inclinado sobre él, había deslizado los dedos por su cuerpo –vientre, ombligo, esternón– hasta alcanzar su cuello para dibujar patrones fantasmales sobre su barbilla y mejilla. Lo había acariciado con una ternura inesperada sin dejar de mirarlo como si tratara de memorizar detalles y formas. Esos ojos –dos brasas incandescentes y eternas– se habían hundido en su corazón como los colmillos de una bestia se entierran en la carne de su presa.

—Denki —había dicho y el recuerdo devuelve su conciencia al mundo. Se despierta con la sensación fantasmal de los dedos de Katsuki en su piel, la tibieza de su capullo dentro de él y el silbido de su voz en los oídos.

No puede evitar tocarse, el recuerdo es demasiado brillante y nítido para no hacerlo. Ese día Katsuki no había tenido prisa –a diferencia de las veces anteriores–, ese día había sido la primera vez que se habían tomado el tiempo para conocerlo. Lo había trabajado con sus dedos y boca, presionando cada terminación nerviosa hasta que Denki se había corrido solamente con ellos; no había sido suficiente, Katsuki lo había besado durante horas entre sábanas que olían a ellos, tan empapadas que se pegaban contra su piel, hasta que finalmente lo había follado contra el colchón tan lentamente que Denki había sentido el placer extenderse por todo su cuerpo como una marejada incontenible.

Es recordar su voz y el contacto de sus manos para sentir que el anhelo crece una vez más. Es recordar la sensación de esa dureza entrando en él para que la humedad entre sus piernas se desborde mientras su cuerpo se calienta ante el recuerdo. Se toca imaginando que son los dedos de Katsuki contra su entrada –la humedad ayuda a deslizarlos en el interior–, es Katsuki quien escarba en la piel que late –por él y para él– mientras se aferra al recuerdo de sus ojos –ojos que lo miran con una intensidad avasallante– y evoca con nostalgia el susurro de sus labios contra su cuello.

La nariz de Katsuki contra su garganta, la punta de su lengua contra su piel, su boca succionando el tierno músculo de sus glándulas.

Es recordar la noche anterior y sentir que su cuerpo se deshace. Se había debatido como una presa viva sin dejar de gemir, enterrando las uñas en la dura piel de la espalda buscando acoplarse a las embestidas de Katsuki.

Se corre con un gemido largo mientras sus dedos empapados no dejan de escarbar en la piel que late –añorando y extrañando y sintiéndose insatisfecho– recordando las inflexiones de su nombre en la boca de Katsuki.

"Denki"

No sabe cómo es que conoce su nombre pues nunca se lo ha dicho, pero esa noche había sido la primera vez que lo había oído pronunciarlo en voz alta. Un sonido simple, aparentemente inocuo, que había terminado por estrujar su corazón. Había sido la primera vez –de muchas– que Denki se había dejado mimar con los ojos cerrados, envuelto en el placer del momento... sin embargo, también había sido la primera vez que había notado una pesadez en el corazón, un dolor tan grande que casi lo había hecho llorar. El mismo dolor que había sentido la noche anterior, la misma pesadez que siente ahora –dura y asfixiante como una bola física que le impide respirar–. Se siente al borde de las lágrimas, pero se las traga con resolución.

En cambio, se permite revivir esos momentos cálidos que sabe no volverán. Es el recuerdo de Katsuki, y el placer que compartieron, el que le permite llevar la oscuridad.


[...]


Lo despierta el sonido de la puerta al abrirse en gesto violento que lo sobresalta. Frente a él está la Madam, altísima –más aún dado que Denki sigue encogido en el suelo–, con sus ropas impecables y su maquillaje intacto. Para reconocerla se ve obligado a entrecerrar los ojos dado que la claridad del mundo le lastima la vista.

—He hablado con tus clientes, ninguno de ellos recuerda haber visto esa marca así que supondré que la ocultaste o que de alguna forma los convenciste de no decir nada.

Denki siente alivio y miedo. El alivio de saber que el secreto sigue intacto y miedo ante el castigo que se acerca.

—Así que te lo preguntaré de nuevo, solo una vez más. ¿Quién te hizo esa marca?

Denki se encoge, aprieta los brazos entorno a su cuerpo fijando su vista en la preciosa tela que envuelve la cintura de la Madam y deseando tener un trocito de ella para cubrirse.

—Si no me dices nada te dejaré aquí tres semanas, a pan y agua solamente. ¿Estás seguro de que eso es lo que quieres?

¿Lo que yo quiero? Piensa Denki con ironía y enfado, un enfado que se diluye rápidamente ante el cansancio y el tedio.

—Como quieras —dice la mujer antes de cerrar la puerta y dejarlo solo.

El tiempo dentro del armario no se mueve a la misma velocidad que el tiempo en el exterior, Denki lo sabe. Una hora en el mundo real equivalen a meses negros en un espacio cuadrado en el que ni siquiera puede sentarse con las piernas extendidas. Para evitar los calambres Denki cambia de posición constantemente –de pie, sentado de costado, sentado con las piernas cruzadas, encogido en el suelo como una pelota, y boca arriba con las piernas estiradas hacia el cielo–, y para matar el tiempo canta –repite las canciones que recuerda haber oído componiendo partes sin tonada ni ritmo tan solo probando como encajar una palabra tras otra–, recrea conversaciones imaginarias, cuenta las hendiduras de la pared hasta memorizarlas por completo... pero principalmente duerme. Y sueña. Sueña con Katsuki y el pastelito dulce, con sus manos gentiles acariciando su piel, con sus ojos indescifrables mirándolo sin parpadear.

Cada día abren la puerta para entregarle su comida que consiste en un trozo de pan y un odre de agua que le permiten conservar. También le llevan puntualmente una tacita de té lunar, el mismo té que la Madam suele servirles ocasionalmente para evitar complicaciones a largo plazo solo que ahora Denki se ve obligado a beberlo casi diariamente.

El amargo sabor se queda en su boca durante lo que parecen días –horas– pues el pan es tan blando que se convierte en una bola pegajosa mientras lo mastica. No puede evitar sentir nauseas. Un día en particular, tras días y días de beber el mismo té amargo y el mismo pan duro, su estómago se rebela. Los calambres se vuelven intolerables y Denki no encuentra una posición cómoda para descansar siendo que tiene la espalda tensa a causa de todas sus malas posturas para dormir.

El malestar crece conforme transcurre el día, las náuseas lo acompañan, pero aunque se sienta sobre la cubeta sucia no consigue evacuar. En un intento por escupir lo que sea que tiene en el estómago se mete el dedo en la boca y lo único que consigue es lastimarse la garganta al activar el reflejo del vómito pues al parecer no tiene nada más que bilis para escupir.

Se siente afiebrado y débil –tan enfermo como cuando tenía ocho años y estuvo a punto de morirse en la calle mientras la gente iba y venía– por lo que tarda un rato en comprender que tiene las piernas húmedas. El temor de haberse empapado de orina se desvanece cuando, al tocarse los muslos, nota la consistencia viscosa; de inmediato asume que el malestar es en realidad un síntoma inusual de su ciclo.

Eso hasta que lo huele. Sangre.

Las notas metálicas se expanden por el armario, discretas e inconfundibles, no dejando lugar a duda de su identidad. El pánico golpea a Denki con la fuerza de una tormenta y pese al dolor está levantándose tan rápido como puede para alzar la mano hacia el rayo de luz que entra por la rendija en la parte superior de la puerta donde la claridad lo ayuda a identificar la sustancia roja que le mancha la punta de los dedos.

La mira sin poder creerlo.

Su conclusión es que se ha cortado con algo, una conclusión que se desvanece apenas siente los calambres que lo hacen doblarse y deslizarse por la pared mientras sus entrañas se revuelven furiosas poco antes de que otro borbotón caliente salga de él.

No, por favor no.

Pero es inútil rogar y lo sabe.

Lo único que puede hacer es encogerse en el suelo del armario como una pelota abandonada, apretando las manos contra su vientre –el cual siente contraerse y latir–, colocando las rodillas a la altura de su cara húmeda y caliente mientras lucha por calmar los temblores que lo sacuden.

Pero es inútil resistirse y lo sabe.

Lo único que puede hacer es tolerar el dolor y esperar que termine. Lo ha hecho antes y la vida le ha enseñado que el dolor se encuentra tan indivisiblemente unido a él que nada puede sorprenderlo. Ese día descubre que no es así. Ese día Denki comprende que el dolor nunca será una molestia tediosa sino un animal vivo que te hunde los dientes cuando menos lo esperas. Ese día comprende que el dolor tiene muchas formas y que puede envolverte en un capullo asfixiante, puede desgarrar tus entrañas mientras entierra un cuchillo en tu corazón.

Ese día, por primera vez en muchísimo tiempo, Denki se ve obligado a enfrentar la realidad de su situación.

Había soñado con tener una vida bajo el sol, con pagar su deuda y salir por la puerta como un omega independiente. Viejo, tal vez, pero libre. Había soñado con tener la compañía de alguien que no tuviera que pagar para sentarse a tomar el té con él, alguien que no lo hiciera sentirse obligado a ser carismático, atento y complaciente. Había soñado con encontrar su lugar en el mundo. E incluso, en una ocasión –una estúpida ocasión en la que se había sentido completo y lleno y absolutamente delirante de placer– había tenido el descaro de soñar con un cachorro rubio con los ojos de fuego.

Pero es inútil soñar y lo sabe.

Lo sueños son piezas bonitas que se usan para ignorar la verdad. Una verdad que Denki nunca ha querido mirar de frente: Su vida está en la Casa, atendiendo clientes y ofreciéndoles compañía. Su vida era levantarse y limpiar, sonreír y cautivar. Su vida era atender las ordenes de la dueña y obedecer sin dudar. No había espacio para los sueños ni mucho menos para los deseos.

Solo ahora lo entiende.

Ese día, mientras el dolor de su cuerpo crece y se sacude, la pesadez en su corazón que solo sentía cuando estaba con Katsuki se convierte en nudo pesado que le obstruye la garganta solo que, en esa ocasión, Denki se permite llorar.

Aunque llorar es inútil y lo sabe.


[...]


N/A.

En los omegaverse que escribo los omega -masculinos y femeninos- poseen ciclos (heat) que no son homogéneos y no todos son mensuales. Eso quiere decir que hay algunos con ciclos cortos y otros con largos, algunos que ocurren cada dos-tres meses y otros solamente dos veces al año. Depende mucho de cada persona y eso refleja su capacidad para procrear, por eso las cuentas no pueden generalizarse.

También dejemos en claro que los omega en mi mundo no experimentan la menstruación. Tras el ciclo –que es cuando el "huevo" en su interior se encuentra listo para ser fecundado–, el huevo se deshace y es expulsado de su cuerpo sin mayor complicación. Lo hago así porque los omega ya tienen suficiente con sufrir el ciclo para que además tengan que pasar de 3 a 7 días extra cada mes lidiando con la sangre de la menstruación y los dolores que eso conllevan.

Sé que nadie quiere una historia de biología acerca de cómo los omega masculinos pueden tener hijos así que dejémoslo en el área de se puede y ya.

La razón de que este capítulo tardara mucho en salir fue porque era angst así que le rehuí para centrarme en cosas menos dramáticas, pero al fin salió. Lamento muchísimo lo que ha pasado con Denki, pero tendrá su final feliz. Pueden apostarlo. Creo que me faltan dos capítulos y un epilogo, así que los vere pronto. Gracias por leer y comentar.



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