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Capítulo III

Número de Palabras: 3937

[...]

Desde que se incorporara a la Casa, la vida de Denki ha sido una mezcla de extremos que se entrelazan con la misma facilidad que los hilos de un tapiz. Ha tenido que aprender a sobrellevar los malos momentos y a disfrutar los escasos instantes de calma; pese a que los primeros siempre superan de calle a los segundos, Denki no se queja.

No puede quejarse.

Tiene un techo sobre su cabeza, comida tres veces al día y la certeza de que no terminara muerto por culpa de un cliente, es muchísimo más de lo que ha tenido nunca.

Y aun cuando los clientes amables y generosos son pepitas de oro en un puñado de arena oscura, Denki no se desanima. Se asegura de cantar su aprecio en voz alta y de frente cuando ellos lo visitan, se asegura de complacerlos hasta que se marchan satisfechos con la promesa de volver.

En respuesta ellos le ofrecen obsequios y su presencia garantiza ciertas libertades. Sin embargo, Denki marca una diferencia clara entre su trabajo en la Casa y su vida en la misma. Esta diferencia es la que le permite mantener un ánimo alto, una sensación de independencia pese a no tener autoridad para salir.

Su trabajo en la Casa es desgastante, absorbente, a veces humillante, y solo en ciertos momentos satisfactorio. Por el contrario, su vida dentro de la Casa está contenida entre cuatro paredes, pero es suya y en ella él existe como ente único con sus mantas que nadie toca y su ventana por la que mira.

Hasta que llega Katsuki y la barrera entre ambos mundos se difumina.




La rutina de Denki inicia temprano: Bañarse, perfumarse, vestirse. Sus ropas son parecidas con ligeras variaciones en el diseño, el color o la tela, pero en su mayoría están hechos de sedas o linos semitransparentes.

Las complementa con pulseras tintineantes en tobillos y muñecas, objetos que resaltan la delgadez de sus extremidades; una cadenilla a la cadera remarca la redondez de la misma, así como su piel clara. A veces usa pasadores en su pelo rubio pese a que no los necesita pues la Madam procura mantener un largo estricto en todos sus muchachos.

Tras años de llevar el mismo atuendo, Denki ha aprendido a moverse con él como si fuera una segunda piel, pero si alguien le preguntara no dudaría en decir que la ropa es incómoda pues los broches tienden a abrirse con facilidad. Y aunque con ella se mantiene fresco durante el verano, mientras el bochornoso clima eleva la temperatura hasta niveles insoportables, no funciona en invierno cuando el frío provoca que la mayoría de los habitantes de la casa pasen días con las extremidades rojas y heladas.

Así pues, Denki se resigna a utilizar su "uniforme", que es como él lo llama. Su uniforme de trabajo. Cuando viste con sedas abiertas que revelan pecho o pierna, o chalequillos cortos que dejan a la vista su ombligo, Denki es cortés y sonriente, su rostro es la viva imagen de la coquetería y el encanto.

Pero si tuviera que elegir preferiría su camisón para dormir. Su camisón que es de algodón, amplio, fresco, y largo. Su ropa de cama es todo lo opuesto a su ropa de trabajo y jamás ha permitido que ninguno de sus clientes lo vea, porque es suyo y es de las pocas cosas que Denki guarda para sí.

Eso hasta que conoce a Katsuki.


Hay días en los que la prisa los lleva a desnudarse apenas se tienen enfrente, pero hay otros en los que caen al colchón en el suelo con la ropa aún puesta. En esos días se frotan como adolescentes a punto de ser descubiertos, y tal vez sea la adrenalina del momento o el deseo acumulado de días, pero no hay tiempo para desvestirse.

Denki se contenta con meter las manos bajo la camisa de Katsuki, en revolver su pelo mientras le devuelve los besos con igual abandono. El deseo se sacude con fuerza en su interior al sentir las manos de Katsuki ascender por sus piernas desnudas para colarse bajo el camisón de algodón.

Gime contra el oído de Katsuki cuando el borde de su camisón se convierte en una bola de tela alrededor de su cintura y los dedos de alfa se bañan en su esencia. Juntos impregnan el ambiente de un aroma mezclado que se funde con el humo del incienso que Denki se asegura de prender en esas noches.

Cuando Denki se harta de esperar se endereza sobre el regazo de su acompañante y lo besa mientras sus manos lo ayudan a entrar; gime contra su boca y se sienta sobre la erección del alfa hasta sentirlo llenar cada espacio dentro de él. La tela húmeda se pega contra la espalda del alfa ocultando los músculos firmes cubiertos de piel tersa, y cuando la toca, Denki nota el sudor acumulándose sobre ella.

Se imagina lamiendo la espalda, bebiendo el sudor compuesto de la intensa esencia a canela.

Denki se balancea sin prisa, impone el ritmo mientras el alfa hurga bajo su camisón, envolviendo su erección, pellizcando sus pezones y devorando su boca. De noche, a oscuras, dos siluetas sentadas se mueven una contra la otra, indistinguible dónde empieza una y dónde acaba la otra. El susurro de la ropa, los gemidos débiles, las embestidas cortas se combinan en una sinfonía privada.

La primera vez lo hacen vestidos, y la segunda también; en ese día el deseo lleva prisa.




Su facilidad para conjurar sonrisas aún en sus momentos más débiles, o forzar una charla con los hombres más secos, le han ganado un constante flujo de clientes regulares que vuelven una vez al mes o cada dos para saludar; para ellos Denki siempre tiene una historia que compartir. Hay clientes que incluso lo visitan simplemente para charlar.

En la casa el primer piso está compuesto de habitaciones sencillas destinadas a servir el té y entretener. Todos los días se oyen risas y carcajadas tras las cortinas que separan cada espacio, en ocasiones se oye música.

Como Denki nunca aprendió a tocar un instrumento y tampoco tuvo la oportunidad de aprender a bailar no puede participar en los eventos artísticos que se organizan, pero una de las cosas de las que se enorgullece es su memoria. Se acuerda de todas las historias que ha oído de boca de sus acompañantes, y siempre presta atención a las conversaciones de la Madam.

Es gracias a su memoria, a su sonrisa y conversación, que Denki tiene un valor, pese a que no es una de las "valiosas mercancías" de la Casa, que es como la Madam llama a sus chicos con pedigrí.

Denki sabe que mientras pueda relajar a sus clientes con su voz, ellos seguirán volviendo y él seguirá teniendo un hogar, así que sonríe, se ríe y hace reír. Su voz rebota en las paredes mientras se asegura de mantener viva la conversación.

Y así se mantiene hasta que conoce a Katsuki.


Con Katsuki los besos llenan el silencio entre ellos. Besos largos que hacen desbordar la saliva. Besos cortos nacidos de la prisa y el deseo. Besos enérgicos que comparten mientras Katsuki lo penetra. Besos lánguidos y perezosos que llegan tras el climax y la satisfacción.

A veces los besos no son suficientes y los gemidos llegan a sustituirlos, susurros de placer, gimoteos de sorpresa y abandono. Sonidos que no traspasan las gruesas paredes del cuarto, que llegan hasta la ventana y se disuelven en la noche.

Y en las ocasiones en las que Denki se siente especialmente anhelante le da por murmurar el nombre del alfa. 'Katsuki' se convierte en una palabra repetida en sus labios que combina una orden, una súplica, una pregunta; y sin importar lo que sea siempre recibe respuesta. Katsuki siempre responde a ella devorándolo sin pausa.

Es todo lo que Denki le da, su nombre, nada de conversación superficial, sonrisas coquetas, o cuentos distractores. Solo una palabra, y basta para que Katsuki siga volviendo.




La rutina de Denki es constante: Arreglarse y bajar a atender a los clientes en los cuartos de conversación y en la tarde subir para atender a los clientes que han solicitado una cita en privado con él.

Denki es consciente de la suerte que ha tenido de terminar en la Casa, un lugar popular que se vanagloria de su estatus. Tiene suerte porque la mayoría de los clientes llegan con cita y casi todos saben manejarse con propiedad.

Énfasis en el casi.

A veces le toca lidiar con clientes de acero, así los llama Denki. Clientes que no buscan conversación, placer o compañía. Clientes que solo quieren gobernar. Los reconoce por la expresión dura, el rictus severo o la mirada violenta, en ellos se huele la ira y la mala sangre. Sus voces bruscas desbordan impaciencia y sus manos rudas no piden permiso. Esos son clientes que pagan para hacer daño.

Cuando alguno de ellos llega a su habitación, Denki borra de inmediato la sonrisa y se muerde la lengua. A las malas aprendió a no tratar de relajar el ambiente, a no temblar ni luchar para no calentar la sangre del alfa, se resigna a lo que viene y cuando termina procura recoger los trozos y seguir.

Prefiere olvidarlos, fingir que no existen y que no los conoce; lo hace así porque en su cuarto pequeño no hay espacio para él y los malos recuerdos. Lo único que se asegura de atesorar son las historias que oye sobre el mundo existe afuera.

Eso hasta que conoce a Katsuki.


Katsuki es un alfa y no está exento de mal humor.

Denki ha visto su ceño fruncido en incontables ocasiones cuando le toca verlo cruzar el puerto a paso vivo, pero en todas las visitas que ha hecho su cara siempre ha sido la viva imagen del deseo, la pasión y la fuerza.

Sus manos duras nunca han sido bruscas y la fuerza con la que lo maneja, lo gira, lo sienta y lo levanta posee la justa medida para ser atrayente e incitante. Denki bebe de esa fuerza, se relame en esas manos y gime al sentirlo embestir.

No, en todos los días que han compartido una noche, Denki no ha tenido oportunidad de ver ese ceño fruncido.

Hasta el día en que llega con la cara grave de un alfa furioso y el aroma picante de la canela sacudiéndose con ira. Llega tarde y enfadado, entra por la ventana y se queda de pie junto a ella. Denki no comete el error de acercarse, se queda en su lugar tratando de parecer lo más inofensivo posible.

Y para su sorpresa Katsuki no se acerca, él y su mal humor se quedan junto a la ventana a fumar.

Sentado sobre el marco, con las piernas cruzadas y el cigarrillo balanceándose en su boca, Katsuki da caladas largas que elevan el humo del tabaco hacia el cielo hasta desvanecerse. Su mirada es un destello rojizo como la brasa que se enciende en la punta de su cigarro.

Denki no deja de mirarlo, la amenaza sigue ahí y al mismo tiempo no es la misma advertencia que su mente grita cuando un alfa de mal humor tiene intenciones de desquitarse con él. Entre más tiempo espera, la prudente vocecita que le pide mantener distancia se ve ahogada por la curiosidad.

Moviéndose con cuidado, sin dejar de mirar los ojos escarlatas, Denki avanza hasta detenerse frente a Katsuki, se arrodilla junto a sus piernas y lo mira sin miedo intentando leer lo que se oculta tras ese ceño fruncido.

Se miran sin decir nada, hasta que Denki coloca la mano sobre la rodilla del alfa. Desde su lugar puede ver cómo los ojos de Katsuki se entrecierran pero su aroma no delata amenaza alguna. Así que, con lentitud estudiada, Denki desliza la mano por la pierna del alfa subiendo y bajando en un movimiento suave.

—¿Qué te molesta? —pregunta Denki colocando su mano libre sobre la otra pierna.

—Nada

—Pues ese nada parece importante —sus manos ascienden y descienden frotando la tela del pantalón contra los músculos duros que cubren.

—No es nada

—Muy bien —con las manos extendidas sube hasta que sus pulgares se posan sobre las ingles del alfa, después vuelve a bajarlas hasta las rodillas donde aprieta el hueso. Y de nuevo—. Podemos fingir que no estás enojado y mirarnos toda la noche o puedes dejar que te quite el mal humor.

Katsuki expulsa una bocada de humo junto con una simple palabra.

—Inténtalo.

Un desafío. La idea calienta su sangre, las notas de deseo vibran dentro de él y, por primera vez en muchísimo tiempo, Denki siente la necesidad de conquistar.

Utiliza la palma de su mano derecha para frotar la entrepierna de Katsuki, lo hace con cuidado, sin dejar que su mano izquierda detenga sus caricias sobre la pierna del alfa. Puede sentir a Katsuki endurecerse bajo su ropa, el recuerdo de esa dureza dentro de él lo hace temblar.

Le desabrocha los pantalones haciéndose espacio entre las piernas abiertas de Katsuki, cuya única contribución es la mantener las rodillas separadas todo lo que sus pantalones se lo permiten.

A Denki no le importa, no cuando tiene enfrente su premio. Es verlo y sentir que un cúmulo de saliva llena su boca, la punta de los dedos de sus pies se enroscan y un calor inefable asciende por su pecho.

Lo trabaja primero con las manos, deslizando ambas a todo lo largo, apretando la cabeza y la base hasta sentir que el aroma a canela se sacude. El torso de Kastuki se reclina hacia atrás y Denki aprovecha el movimiento para terminar de deslizar el pantalón hasta descartarlo por completo.

Lo masajea con maestría, sintiéndolo crecer entre sus dedos, deleitándose con la sensación y la humedad que provenía de la cabeza. Podía sentir el sudor en la parte baja de su espalda, su excitación pulsaba al mismo compás que la sangre que corría en las venas del alfa.

Entonces se lo metió a la boca.

En cuanto su lengua lo toca, el vientre de Denki emite una descarga eléctrica; no puede contener el gemido que escapa de sus labios y reverbera en la piel del alfa que se tensa en un intento por controlarse. La idea de que Katsuki pueda mantenerse calmado mientras él se consume en su deseo, provoca que Denki abandone toda prudencia.

Baja hasta sentir que la punta roza su garganta, entonces retrocede, y lo hace de nuevo, y de nuevo, imponiendo un ritmo constante, presionando su lengua contra la piel dura y lamiendo la punta antes de hundirse una vez más.

El sabor es adictivo, el aroma que inunda sus fosas nasales lo hace estremecer... y mientras está ahí, arrodillado entre las piernas de Katsuki, el deseo de Denki crece en su interior hasta convertirse en una marejada de emociones y placer que lo envuelven por completo. Casi puede sentir como el mal humor del alfa se desvanece entre las oleadas de placer que Denki conjura.

Un placer que crece y se expande hasta que Katsuki se corre con un gemido ahogado mientras Denki se bebe su semilla con avidez.

Pese al cansancio en su mandíbula Denki se da a la tarea de limpiarlo con tanta calma que Katsuki se recupera de su orgasmo. Los dedos del alfa masajean su cráneo con mucho cuidado, pero de pronto aferran su pelo y lo apartan.

—¿Te gusta esto? —pregunta Katsuki en tono de reproche, sin soltarlo, provocando que Denki tenga que estirar el cuello.

La pregunta es extraña y muy ambigua. Muy en el fondo, Denki comprende que la cuestión va más allá de la situación en la que están, es una pregunta que podría englobar verdades que no se atreve a mirar a los ojos; así que sonríe y se relame los labios.

—Cobro cuando no —es la respuesta que le da.

Katsuki lo mira, su ceño se frunce, pero esta vez lo acerca para besarlo. Un beso feroz y exigente. Un beso posesivo.

Denki le responde con igual ímpetu, envolviendo el cuello del alfa y enderezándose cuando el otro lo hace. Comparten el sabor a canela, la esencia de Katsuki, picante y densa; rica en poder y pasión.

Katsuki es brusco con un rostro bellísimo que puede fruncirse en un gesto feroz y un aroma imponente y paralizante. Su voluntad es una fuerza natural sin frenos ni permisos, su ira es violenta, pero cuando está con él lo único que Denki siente es el deseo de sentirlo, tocarlo y besarlo. Lo único que quiere es tenerlo, incluso si solo es por un momento.

Y jamás se permite olvidarlo.




Dormir con sus clientes está prohibido, o mejor dicho sus clientes tienen prohibido pasar la noche con él. En particular a Denki no le gusta cuando alguno de sus acompañantes trata de acurrucarse; existen excepciones por supuesto, pero por regla general procura mantener su cama libre de las feromonas alfa. Incluso con aquellos que son sus favoritos, Denki utiliza una manta gruesa para cubrir el colchón, una manta que se asegura de cambiar diariamente y que mantiene a su cama libre del aroma de sus clientes.

—No te vayas —dice su acompañante en turno, el último de ese día, mientras yace desnudo, satisfecho y cómodo, sobre las sábanas húmedas— aún tengo tiempo.

—Estoy aquí —dice Denki levantándose y buscando su bata de lino que en realidad no viene a cubrir nada— ¿no quieres que te ayude a limpiarte antes de irte? Tengo agua, esponja y una nueva loción.

—Quiero que vuelvas.

—Vamos, vamos, levanta, ¿o quieres volver a tu casa oliendo a mí?

—Me gusta como hueles.

—Apuesto que tu esposa no opinará lo mismo.

Al final consigue que su cliente se levante, se vista y se marche, entonces Denki procede a prepararse para dormir. Lo primero que hace es sacar las sábanas sucias y la manta que las sirvientas terminaran lavando y colgando en el patio trasero, después enciende incienso para despejar el cargado aroma de la habitación y por último se lavara con cuidado hasta que solo huele a él. Es la rutina de siempre, la que le garantiza que podrá dormir en un espacio que solo le pertenece a él.

Eso hasta que las visitas de Katsuki empiezan.


Las últimas descargas de su orgasmo mueren entre besos lánguidos, que comparten envueltos en un abrazo mutuo, unidos de forma inequívoca mientras el vientre de Denki se contrae contra la dureza del alfa exprimiendo hasta la última gota de su semilla.

Sentados, frente a frente, mientras Katsuki se apoya contra el borde de la cama y Denki aprieta las piernas en torno a su cintura, lo único que se oye es el viento soplar contra la ventana y el susurro de labios contra labios.

Denki ronronea, frota su cara contra la del alfa, y se estremece cuando siente los dientes de Katsuki contra su oreja y mandíbula, nunca contra su cuello -jamás- porque incluso el alfa comprende lo que significa demasiado.

La laxitud que lo invade es dulce y magnifica, la calidez que emana de los brazos de Katsuki lo adormece, y lo único que puede oler es la canela. Intensa como siempre, cruda y exquisita; transmitiendo una satisfacción palpable.

Denki aprieta los brazos en torno al cuello de su compañero, entierra la nariz en su hombro y se deja arrastrar por el sueño mientras su interior sigue latiendo, caliente y satisfecho con la esencia de canela dentro de él.

Cuando despierta es porque el cuerpo del alfa abandona el colchón y al tallarse los ojos consigue ver que la luna ya no se encuentra en el cielo aunque el éste sigue siendo de un color oscuro. Entonces se levanta para ayudar a Katsuki a vestirse, lo hace en silencio cerrando los botones de la chaqueta y cuando termina le ofrece un beso de despedida, lento y tibio que durará hasta que se vean de nuevo.

Entonces regresa al colchón en el suelo donde se duerme envuelto en el aroma del alfa, cubierto con sabanas que no huelen a él. Y cuando llega la mañana y tiene que limpiar, recoger y airear el cuarto, lo primero que hace es encender el incienso que huele a canela y que lo ayuda a sobrellevar la semana que tiene por delante.




Una de las primeras cosas que la Madam le dejo claro apenas lo tuvo enfrente fue un consejo muy simple: Evitar el capullo de los clientes.

—No pagan por eso —dice la mujer mirándolo desde lo alto— y ellos lo saben, pero habrá algún listo que quiera jugártela. Si eso pasa me lo dices, ninguno de ellos se irá con beneficios gratis. Eso no significa que puedas ceder cada vez que alguno quiera porque habrá clientes avaros que no querrán pagar y entonces te cobraré a ti, así que evítalo. Serás tú quien tenga que encontrar una forma de distraerlos y si algún necio insiste, me lo dices. Todos aquí pagan por entrar, y tú tienes prohibido ofrecer cualquier cosa de forma gratuita, ¿queda claro?

—Si, señora.

Era una regla sencilla y lógica, disminuía los riesgos de un embarazo inesperado -aunque la Madam tomaba precauciones que incluían brebajes de horrible sabor- y evitaba que la naturaleza posesiva del alfa se saliera de control.

Para asegurarse de cumplir con la regla impuesta, Denki tenía que hacer uso de su carisma, de tácticas distractoras o un chantaje sutil. No siempre podía evitarlo, especialmente con los clientes más impetuosos, tampoco podía evitarlo durante su ciclo y por eso la Madam acostumbraba vender esos días a sabiendas del resultado, pero incluso así Denki había seguido esa regla al pie de la letra desde el mismo momento en que atendiera a su primer cliente.

Eso hasta que había conocido a Katsuki.


Giran en el colchón con la impaciencia acumulada de días, intercambian besos llenos de saliva con manos inquietas que vagan por la piel desnuda buscando diferencias y al mismo tiempo evocando encuentros pasados.

Denki ha descubierto que a Katsuki le gusta sentirlo contraerse mientras está dentro de él, le gusta sentir las caricias en sus brazos, y especialmente le gusta cuando Denki ronronea junto a su oído.

—Vamos —le dice en un susurro quedo— quiero sentirte aún en la mañana, haz que no te olvide.

Su murmullo despierta la voracidad de Katsuki. Un hambre apabullante que incrementa el ritmo en sus embestidas y la fuerza de sus manos. Katsuki le responde mordiendo su boca, saboreando su lengua. Y esa clase de respuesta incentiva a Denki a buscar nuevas formas de provocarlo.

—Dámelo —le dice— déjame tenerlo.

Y Katsuki cede y empuja dentro de él hasta dejarlo sin aire, hasta que Denki se balancea al borde de su orgasmo.

A veces no consigue formular las palabras y lo único que escapa de su boca son gemidos ahogados. Eso y el nombre de Katsuki.

—Katsuki —dice, a veces lo gime.

La respuesta del alfa es sujetarlo, envolverlo en sus brazos y besarlo sin dejar de embestir contra él hasta que encajan como una sola pieza. Denki se estremece al notar el capullo del alfa latir en su interior, su vientre se contrae exprimiendo hasta la última gota del orgasmo de Katsuki.

Y se sostienen, en silencio, en privado, sin palabras ni promesas, compartiendo el calor y la placidez del momento. Compartiendo ronroneos secretos, caricias sin nombre y besos larguísimos.

Solo ahí Denki se siente completo.




Desde que se incorporara a la Casa, Denki ha marcado una diferencia clara entre su vida cuando atiende invitados y cuando disfruta de su soledad. Las diferencias existen pese a que él no se detiene a pesar en ellas; están ahí, visibles y claras para aquellos que las atestigüen. Pero cuando Katsuki irrumpe en su vida, la sutil línea que las divide se desdibuja.

Y Denki ni siquiera se da cuenta. 

[...]

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