Capítulo I
Número de Palabras: 3991
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De su trabajo, lo que Denki más disfruta es la variedad.
Uno podría creer que probar a un alfa es lo mismo que haber probado a todos. Grandes, fuertes e intimidantes, las únicas características que todos comparten, pero cada uno posee una esencia propia, una personalidad distinta y peculiaridades que sacuden la curiosidad de Denki y su anhelo de saborear el mundo.
Por supuesto tiene a sus favoritos.
Como Hitoshi y sus manos grandes. Hitoshi que es altísimo y callado, e intenso de una forma enternecedora. Le gusta la devoción que siente en sus besos, la callada admiración y el susurro de sus manos contra su piel. Esas manos que sostiene su vientre con ternura mientras él empuja en su interior con una calma enloquecedora.
A Denki le gusta lamer sus dedos, morderlos con calma y chuparlos contemplando con exquisito placer cómo la mirada violeta se oscurece lentamente hasta que se cansa de esperar y entonces lo sube a su regazo donde Denki prueba de primera mano lo que se siente montar cosas demasiado grandes.
De Eijirou le gustan su ternura. Eijirou es la clase de alfa paciente que puede besarte durante horas hasta hacerte suplicar. Es fácil embriagarse del cariño que Eijirou le prodiga mientras lo besa reverenciando cada centímetro de su piel. Eijirou tiene una manía por besarlo sin prisas como si de esa forma el tiempo que comparten pudiera extenderse indefinidamente.
A Denki le gusta provocarlo, le gusta ondular contra él mientras se besan, gemir en su oído y suplicarle en voz baja. Acabar con la paciencia de Eijirou no es fácil, requiere tiempo, estrategia y una mente fría, la cual no siempre puede mantener, pero aún así Denki disfruta de tantear los límites de esa calma hasta que la mirada rojiza sucumbe al deseo.
De Sero admira su risa. Es la clase de amante que te hace reír; a diferencia de sus otros compañeros donde Denki mismo es quien procura aligerar el ambiente con su conversación sencilla y sus chistes fáciles, Sero es el que siempre tiene un relato interesante, una broma malísima o una pregunta absurda.
Cierto es que su sonrisa no se compara con el gesto galante y brillante de Eijirou, y que su intensidad se queda corta contra la de Hitoshi, pero a Denki le gusta oírlo reír. Sero es una pausa en la rutina, una ventana a lo que existe en el mundo.
De entre todos, esos tres son sus favoritos, ellos lo visitan cada vez que van a la Ciudad, siempre con regalos y momentos inolvidables.
Pero hay otro que Denki quisiera conocer y uno a quién nunca ha tenido oportunidad de tocar, uno que nunca ha entrado en la Casa y nunca ha mostrado interés por ella. A ese solo lo conoce de lejos, lo ve cruzar el puerto siempre a paso vivo, con la misma expresión furibunda de un alfa impaciente.
Por las mañanas los primeros rayos del sol tocan su pelo color paja y por la tarde las sombras crean patrones desiguales en sus rasgos elegantes. A veces, y solo cuando Denki presta muchísima atención, el viento que sopla desde el mar transporta su aroma hasta la ventana de su habitación.
Huele a canela, una fragancia rica en densidad y tan intensa que la primera vez que la olió Denki sintió a su vientre encogerse.
El aroma era tenue y poseía una veta picante tan inconfundible que Denki se paso días bebiendo té de canela para atenuar el deseo, pues esos breves destellos de la esencia alfa fueron suficientes para que Denki pudiera entender su naturaleza: Vibrante, impaciente, enérgico y abrasador.
Tan diferente y único como una llama que destella en la lejanía y a la que Denki mira sin poder tocar. Y está bien así, porque en el fondo Denki sospecha que podría terminar consumiéndose en el fuego que arde en la sangre de ese alfa.
Cuando su último acompañante se marcha Denki se limpia antes de cambiarse de ropa, a la que envuelve con las sábanas del día anterior. Deja el montón sucio en la canasta cerca de la entrada y después corre a la ventana a mirar.
El aire fresco lo hace estremecer, Denki aferra la pequeña cobija que lleva sobre los hombros, la única cobija que ninguno de aquellos que lo visitan ha tocado, apoya los codos en la ventana y espera. Su aliento tibio asciende en espirales grises desvaneciéndose conforme se alejan. No le importa esperar, ese momento suele acompañarlo durante su siesta nocturna antes de que las actividades del día vuelvan a empezar.
El alfa de rostro disgustado aparece al final de la calle mientras avanza a paso resuelto, lleva una bufanda grande enrollada en el cuello y una chaqueta gruesa sobre sus hombros anchos. Siempre camina con la espalda recta y la cabeza erguida, lo hace deprisa sin dar la sensación de que corre, y lo hace de tal forma que te hace pensar no hay muro que pueda detenerlo. Sus zancadas largas apoyando la planta del pie con firmeza como si el mundo le perteneciera.
Esta vez no hay brisa así que Denki se queda con las ganas del aroma a canela, lo único que hace es verlo pasar frente a la Casa sin detenerse. Está a una decena de pasos de perderse de vista cuando un grito rompe la quietud de la noche.
—¡Katsuki!
El alfa se detiene y se gira, permanece ahí esperando hasta que la mujer de pelo negro lo alcanza tras lo cual charlan en voz baja con ademanes apresurados y enérgicos. La curiosidad de Denki lo lleva a inclinarse sobre la ventana tratando de adivinar la identidad de la mujer.
¿Omega, alfa, beta? ¿Su pareja? ¿Familia? ¿Amiga? ¿Aliada?
Imposible decirlo a simple vista.
La conversación termina, ella da media vuelta y desaparece en cuestión de segundos. El alfa se queda ahí con las manos en los bolsillos y una expresión ensimismada y agria. Hasta que alza los ojos y lo ve.
Denki ignora al instinto que le ordena esconderse, se queda ahí mirando al alfa con curiosidad pues es la primera vez que puede ver su rostro de frente aunque la distancia le impide saber el color de sus ojos. Eventualmente el alfa se marcha y solo es hasta que su presencia desaparece que Denki se da cuenta del nudo en su estómago y el violento latido de su corazón.
Y del vehemente deseo que late en su sangre.
Esa misma tarde Denki disfruta de su tiempo libre esperando junto la ventana de su habitación, espera para volver a ver al alfa en su camino de regreso a casa y este no lo decepciona pues aparece justo cuando el sol empieza a ocultarse tras la torre mayor. La única diferencia es que esta vez mientras avanza alza el rostro hacia su ventana.
Algo que solo podría describirse como la adrenalina de una presa ante el peligro sacude a Denki de pies a cabeza, y su respuesta es reclinarse en la ventana a mirarlo.
Los ojos del alfa vuelven al camino y pronto su figura se pierde entre el resto de la gente que cruzan el puerto a esa hora, pero detrás se queda la sensación de euforia y riesgo que inunda a Denki.
Esa tarde se bebe una taza tras otra de té de canela hasta que tiene la lengua entumida.
Su rutina como observador invisible terminan, ahora Denki vive anhelando encontrarse con esos ojos que se elevan de improviso mientras su dueño avanza por la calle al mismo paso de siempre. Nunca consigue retener la atención del alfa, siempre hay peatones que se cruzan en su camino o distracciones que lo alejan, pero no importa porque esos pequeños momentos despiertan en su piel un deseo absoluto.
Y entonces un día, cuando Denki abre la ventana conteniendo un bostezo para esperar a que el alfa aparezca como cada mañana, descubre que el alfa está al otro lado de la calle fumando un cigarrillo. El humo se eleva hasta las ventanas superiores y cuando el viento sopla Denki aspira el aroma a tabaco.
El alfa mira hacia su ventana, quieto por primera vez desde que Denki lo conociera, y hay algo en lo relajado de su postura y su atención fija, que provocan un estremecimiento de placer en su cuerpo. La respuesta que le da es una sonrisa.
No corre ni se esconde, no titubea, no se avergüenza. Se queda ahí, con los brazos sobre el marco de la ventana, sonriendo. Hasta que el cigarro del alfa se consume y llega la hora en la que usualmente sale para ir a trabajar, entonces se marcha sin mirar atrás.
Después de eso el alfa no vuelve a mirarlo, pero Denki no se deprime. Lo ha mirado desde antes y seguirá haciéndolo sin culpa. Hay días en que es el único placer que encuentra.
La siguiente vez que ve al alfa de pie al otro lado de la calle con el cigarrillo en la mano, en una hora muchísimo más temprana de la que acostumbra para ir a trabajar, la sonrisa de Denki es automática. Dobla los brazos sobre el marco de la ventana, apoya la barbilla sobre ellos y se queda quieto simplemente mirando.
Entonces el alfa levanta la mano con el cigarro y señala.
Aunque el gesto es inocuo, Denki se endereza como si acabara de golpearlo un rayo; la sangre le ruge en los oídos y la punta de sus dedos cosquillea.
El alfa repite el gesto y Denki no tarda en identificar lo que está señalando: Una de las ventanas del último piso. Denki frunce el ceño pero el alfa se limita a tirar su cigarrillo antes de moverse. Avanza, no hacia la puerta de la Casa, sino que se desvía hacia el callejón que está a su lado.
Sin pensarlo dos veces Denki se aparta de la ventana, se envuelve en su manta y con muchísimo cuidado, tratando de evitar que las bisagras rechinen, Denki espía el pasillo atento a cualquier ruido en los pisos inferiores. Ante el silencio absoluto, se escurre por la angosta abertura y camina de puntillas por el pasillo hasta las escaleras del fondo.
Sube escalón por escalón con el corazón en la garganta, temiendo que cada crujido atraiga la atención de la Madam. El tercer piso está completamente silencioso, Denki asciende por el último tramo de escaleras hasta el desván con las ventanas rotas.
Apenas entra en la habitación lo huele: Canela.
El vientre de Denki se contrae deliciosamente y sus pies avanzan hacia la ventana que da al callejón. El edificio de junto es tan alto como la Casa y está compuesto de varias oficinas, las cuales se vacían durante la noche. Está a medio camino de la ventana cuando distingue un punto brillante de color rojo del que se elevaba un hilillo de humo gris.
—No creí que fueras a venir —dice el alfa.
Su voz es un susurro seco, cada nota hace vibrar la piel de Denki y la sensación es embriagadora.
—¿Y subiste hasta aquí esperando ser plantado? No lo creo.
El alfa se aparta de las sombras del desván hasta tomar asiento en el borde de la ventana y Denki se detiene a unos cuantos pasos frente a él. Aunque el desván huele a mierda de pájaro, polvo y mar, nada puede ocultar la sutil esencia de canela que rodea a la persona que tiene delante.
Las palmas de Denki cosquillean y tras meses de beber té de canela, el aroma lo hace salivar; aunque bien podría no ser a causa del té.
—¿Cómo subiste? —pregunta Denki con curiosidad, los dedos de sus pies se agitan ante el frío. No hay timidez en él, no hay pánico ante la presencia alfa, lo que siente son chispas de placer recorriendo sus manos y piernas, la excitación de tener al alfa cuyo aroma lo ha perseguido durante meses al alcance de su mano.
—Escalando.
—Eso es obvio.
—¿Por qué preguntas entonces?
—Porque no creí que alguien pudiera escalar hasta aquí.
—Y sin embargo aquí estoy.
—Sí —sonríe Denki— aquí estás, ¿por qué?
—Porque puedo.
No hay explicación alguna a porqué la respuesta alimenta la emoción en su interior.
En un golpe de coraje, Denki cubre la distancia que los separa y se apoya contra el poste lateral de la ventana. Como el alfa está sentado Denki puede mirarlo desde arriba, y lo primero que descubre es que tiene los ojos de un color rojo escarlata, alargados con pestañas cortas y de un rubio muchísimo más oscuro que su pelo.
—Podrías haber usado la puerta —responde Denki sin perder la sonrisa, estudiando y memorizando los detalles de esa cara perfecta. La barbilla delgada, los pómulos cincelados, la frente despejada y las cejas delgadas—. Habría sido más fácil.
—¿Por qué iba a querer entrar aquí?
—Para buscar compañía.
—¿Por qué iba a pagar por algo que puedo conseguir en la calle?
—Porque en la calle no puedes conseguir algo como nosotros.
—¿Qué diferencia hay?
—Puedo enseñarte. A todos les basta una sola visita para saber que deben volver.
La respuesta provoca que el ceño del alfa se frunza.
—¿Todos? ¿crees que soy como todos?
—No.
La respuesta es inmediata, escapa de su boca como todas las verdades que acostumbraba a escupir cuando era más ingenuo y creía que las cosas eran fáciles. Y sabe que esa respuesta complace al otro por la forma como el apuesto rostro vuelve a calmarse.
—No —repite Denki sin poder evitarlo— No eres como el resto.
El aroma a canela no ha cambiado, sigue manteniéndose en una nota baja, tan solo cubriendo a su dueño y sin alertar al resto de la casa; y sin embargo Denki lo siente en sus dedos, lo nota palpitar en su vientre y su sangre.
—¿Por eso me miras? —pregunta el alfa.
Su mirada es fuego puro, hace caracolear el calor dentro de él. Hace años que Denki no ha sentido la necesidad de ronronear para complacer a un alfa, ahora el deseo de exhibir el cuello y suspirar crece en marejadas tempestuosas, pero en lugar de ceder a ese impulso frota sus manos entre sí y responde.
—Yo miro a mucha gente.
—¿Sí? Pues yo no miro a nadie.
—Y sin embargo me estás mirando a mí.
Hay una pausa, un latido cortísimo en el que Denki siente la electricidad ascender desde su estómago hasta su garganta.
—Sí. —dice el alfa sin dejar de fumar, sosteniendo el humo un momento para luego soltarlo — Te miro.
Y es la forma como lo dice, sensual y directo, mirándolo fijamente a los ojos mientras aspira con decisión, llenando sus pulmones no con el aroma a cigarro, no, sino con el aroma que Denki ha estado emitiendo desde el momento en que cruzó esa puerta y reconoció el aroma a canela.
—Y te huelo —la boca de Denki pasa de estar llena de saliva a quedarse completamente seca cuando se obliga a tragar con fuerza—. No hueles dulce.
—No, todos aquí huelen a flores y dulces, pero yo no.
—¿Qué es? ¿Limón?
—¿Te gusta?
La respuesta del alfa es otra calada larga, sostenida durante más tiempo que la anterior, y cuando la suelta su respuesta la acompaña.
—Es fresco y ácido. No está mal. Nada mal.
Denki ha oído toda clase de cumplidos -diferente, especial, innovador- y quejas -agrio, amargo, excesivamente aromático- en relación con su aroma. Sin embargo, esa breve declaración lo llena de algo diferente, de un calor inconfundible.
—Pero no pagare por algo que puedo obtener en la calle.
Está a un paso de violar todas las reglas de la Casa, a punto de ofrecer lo que la Madam les ha prohibido entregar gratis, la petición está en la punta de su lengua cuando el alfa apaga el cigarrillo contra el vidrio, se levanta con toda la intención de marcharse, y finalmente lo mira con un pie sobre el borde de la ventana.
—No me interesa comprarte.
—No lo hagas.
Lo dice sin pensar y es así como se mueve.
Suelta la manta, extiende los brazos y entierra las manos en el pelo color paja. Lo besa con la boca y el cuerpo, pegándose de inmediato a él probando el sabor del cigarro en su lengua. Es amargo y denso, pero nada puede ocultar la esencia de canela que transpiran sus poros.
Denki siente que se embriaga y la sensación se potencia cuando el alfa le responde. Dos latidos después sus manos cobran vida y la energía que irradia estalla.
El alfa tiene manos duras que aprietan la piel que sobre sale de su camisón, lo hace sin cuidado, sin la atención que sus otros acompañantes acostumbran a mostrar pues él no ha recibido la advertencia de la Madam sobre dañar la mercancía. Este alfa usa los dientes, muerde su boca en un gesto sensual y cuando Denki inclina el cuello los dientes van a parar al lóbulo de su oreja.
El aroma de su excitación se combina con la canela y el cuerpo de Denki se inflama.
Se aparta con decisión y procede a desabrocharle los pantalones, apenas lo consigue cae de rodillas frente a él y la visión que lo recibe basta para hacerlo salivar. La idea, la sola idea, de tenerlo en la boca lanza una descarga eléctrica hasta la punta de sus dedos. No hay preámbulos ni paciencia, lo lame con la boca abierta y el sabor hace que su vientre se contraiga. En ese momento lo sabe.
Además de probarlo quiere besarlo y atragantarse en él, pero no hay tiempo. Y lo que realmente anhela, el deseo que lo consume es tenerlo en su interior. Y con esa meta comienza a succionarlo mientras las manos del alfa se enredan en su cabello imponiendo su ritmo.
Lo siente endurecerse en su boca, inflamarse a una velocidad impresionante, hasta que el gemido que reverbera en el pecho del alfa hace eco en su propia piel y la impaciencia lo ahoga. Su mundo está envuelto en la esencia con aroma a canela, la siente en su paladar, en sus dedos y sus fosas nasales. Es una esencia oscura que aferra su corazón y lo estruja con ferocidad.
En cuanto el alfa está listo, Denki se levanta; un movimiento fluido y su camisón termina en el suelo entonces apoya las manos en los hombros del alfa, salta y de inmediato envuelve sus piernas alrededor de la cintura firme y esbelta. Las manos del otro sujetan su trasero para balancearlo.
Su deseo lo ha lubricado lo suficiente para que la cabeza consiga entrar sin fuerzo. La sensación es deliciosa, el contacto provoca que el vello de sus brazos se erice, que los músculos de sus piernas se tensen, que su deseo se libere. Puede sentirlo latir y es maravilloso como sus músculos responden.
El alfa lo besa y Denki responde con voracidad. Sabe que en el momento en que el alfa se prueba a sí mismo –la esencia de canela en la lengua de Denki-todo vestigio de calma abandona su mente y el deseo lo consume. El mismo deseo que late en él, el mismo deseo que siente bullir en sus venas. Entonces el alfa empuja hacia él y la gravedad lo hace bajar y ambos se encuentran en un punto intermedio. La invasión es deliciosa. La sangre que late ahí donde ambos se encuentran hace ecos en sus oídos. La rigidez que lo invade, que hace tan solo segundos estaba en su boca, se abre paso a través de sus pliegues húmedos lanzando descargas de un placer sin precedentes a todo su cuerpo.
—Katsuki —murmura Denki, un nombre que ha poblado sus sueños desde que lo oyera una mañana cualquiera de la boca de una mujer desconocida.
De ahí todo es un movimiento vertiginoso. Gemidos que se ahogan en la piel, besos que intercambian saliva y secretos, mordidas que marcan mandíbula, orejas y hombros. Las manos de Katsuki se entierra en sus piernas y las uñas de Denki dejan marcas en su espada. Katsuki empuja con violencia y cuando están unidos completamente Denki aprieta los músculos de su vientre provocando un gemido gutural en el alfa que lo hace estremecer, entonces se relaja cuando siente al otro retirarse. Es una sinfonía, un movimiento perfecto tan natural que resulta increíble.
El mundo está cubierto con la fragancia de la canela con una densidad paralizante y tan espesa que puede sentirla en su interior. El deseo crece en él como un río bravo que ruge al despeñarse por el abismo.
El sudor perla su cuerpo, está completamente empapado al igual que Katsuki, tanto que sus propias piernas luchan por no resbalarse del torso del alfa.
Necesita desahogarse, necesita acabar, necesita...
Y como si lo oyera la mano de Katsuki se cierra sobre esa parte que la mayoría de sus acompañantes prefieren ignorar, aquella que ellos no necesitan para complacerse. Lo acaricia con la misma brusquedad con la se entierra dentro de él, en un compás tan impetuoso que los músculos de su cintura protestan.
Denki emite un gemido lloroso, anhelante y Katsuki lo ahoga en su boca sin dejar de tocarlo.
Se besan y se besan y se besan. Y el placer crece, los asfixia.
Entonces Denki se corre con un gemido largo, los músculos de su vientre se contraen una y otra vez hasta que la semilla del alfa lo llena y aún entonces no dejan de latir. Pese a estar envuelto en el placer de ese momento, Denki alcanza a comprender que no está completo porque Katsuki ha tenido la precaución de mantener su capullo fuera.
Es curiosa la sensación de satisfacción y no satisfacción que inunda su cuerpo al sentirlo retirarse. El cansancio puede con él y sus piernas aflojan su agarre. No le sorprende cuando no consiguen sostenerlo y la única razón por la que no termina con el trasero en el suelo es porque Katsuki lo aferra de ambos codos y lo sujeta hasta que consigue sentarse.
Se siente extremadamente adolorido y al mismo tiempo victorioso, ni siquiera el hecho de estar desnudo en un suelo cubierto de polvo lo hace sentir miserable. De hecho su cuerpo emite un ronroneo de anhelo al ver que el alfa sigue duro.
Ahora más que nunca quiere cabalgarlo hasta dejarlo seco.
—No volveré —dice Katsuki apenas termina de arreglarse la ropa.
Denki no necesita acercarse para saber que huele a él, que el sudor ha mojado su camisa y sus pantalones y que sus manos están cubiertas de la inconfundible esencia cítrica. Lo sabe porque las suyas huelen al alfa. Sabe que el deseo late en su sangre de la misma forma que lo hace en la suya. Y sabe que el alfa también anhela embestir en él hasta cansarse.
—Lo harás —responde sintiéndose exquisitamente maltratado— pero no por la puerta.
Katsuki resopla, se aparta el pelo húmedo de la cara -sonrosada y húmeda, bellísima en su frialdad y tan guapa que es injusta-, pasa las piernas por la ventana y dado que ambos edificios están relativamente cerca utiliza la pared de enfrente para descender valiéndose de las enredaderas que la cubren.
Denki se queda ahí tratando de regular su respiración, con la piel cosquilleante y las manos inquietas. Cuando las acerca a su cara el aroma a canela es intenso, tanto que su vientre vuelve a sacudirse con interés.
Incluso si el alfa no vuelve Denki sabe que recordará ese momento por el resto de su vida. Y ni siquiera la perspectiva de lo que sucederá cuando la Madam llegue a enterarse lo hace sentir mal. En ese momento nada puede hacerlo sentir mal.
Katsuki, piensa y se acuerda de la intensidad de sus besos, la impaciencia de sus embestidas y la fuerza de sus manos. No se ha equivocado, el alfa es energía y poder, intoxicante y adictivo. Absoluto.
No puede evitar reírse, hace mucho que no se sentía tan entero.
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