Capítulo 3.- Abrir los ojos
Tiempo Actual...
—Abiel...
Una voz cantarina sacó a Cindy de sus recuerdos, ya había acomodado todas las cajas en el estante.
—Hola, Camile. Buenos días.
—¿Me puedes dar una de esas cajas de cereal que acabas de acomodar? Quiero comprar una.
—¡Claro! —Cindy tomó la caja y bajó de la escalera, entregando el producto a la otra chica—. Aquí tienes Camile.
—¡Muchas gracias!
Camile tomó la caja y aprovechó para tomar también la mano de Cindy.
—Abi, ¿cuándo vas a invitarme a salir?
<<Definitivamente nunca>>
—Yo... Lo siento Camile, yo no...
Aquella chica siempre era muy insistente. Invadía el espacio personal de Cindy, por lo que terminó arrinconándola contra el estante.
—Deja de rechazarme Abi, yo sé que te gusto.
<<¡Claro que NO!>>
—Camile, lo siento, pero yo nunca te he dicho que me gustes.
—¡Es que eres muy lindo!
Camile alzó sus brazos y rodeó el cuello de Cindy, acercándose peligrosamente a su rostro, para tratar de besarla.
—¡A mí no me gustan las chicas!
Camile soltó a Cindy e hizo un puchero y pataleó en el suelo.
—¡Todos los hombres guapos están casados o son gays!
Cindy abrió en grande sus ojos pensando que la golpearía con la caja de cereal que tenía en la mano, sin embargo Camile se dio la vuelta hablando sola y quejándose por todo el camino.
Al verla irse, Cindy llenó de oxígeno sus pulmones y exhaló el aire contenido, fueron ya muchas emociones para un día.
Después de aquel incidente su jornada de trabajo transcurrió tranquila. Saliendo se fue a su casa, estaba sola, su papá estaba enfermo por un accidente automovilístico a principios de año, así que estaba en una silla de ruedas y recibía terapias para poder caminar de nuevo, solo que ellos vivían en una localidad pequeña y para recibir esas terapias, sus padres debían viajar a la ciudad por varios días.
Cansada mentalmente, Cindy fue a su habitación, todavía tenía su uniforme puesto, al igual que la gorra que escondía su cabello levemente largo, caminó hacia su ventana y vio a Diego.
Él estaba en su vieja habitación, sus padres la ocupaban ahora para invitados. Él estaba sentado en la cama mirando por la ventana, como si hubiese estado esperándola, en cuanto la vio, se puso de pie y caminó hasta su ventana.
Se miraron a los ojos, aún en la distancia que los separaba, Diego sonrió un poquito, algo tímido alzó su mano en un pequeño saludo. Cindy hizo lo mismo.
El momento se cortó cuando alguien habló a Diego, pues giró su rostro y dijo algo. Cindy se dio la vuelta y salió de su habitación para ya no verlo, sentía cosas que no sabía describir.
Diego volvió a mirar por su ventana y ya no la encontró. Esperó otro momento más, pero Cindy no volvió.
Dentro de su casa, Cindy entró a la habitación de sus padres, no quería recostarse en su cama pues Diego estaba allí observando. Nunca entraba a la habitación de sus padres y ellos nunca entraban a la suya. Fue un acuerdo muy difícil de lograr.
Se sentía nostálgica y confundida, no estaba segura de qué hacer.
Decidió dormir un rato, pero primero tomaría un baño, fue en búsqueda de una toalla para secarse, así que abrió el armario de su madre. Buscó en la parte inferior, tratando de encontrar alguna cosa que le sirviera para vestirse, pero encontró una caja curiosa. Era de madera y pequeña, no lo pudo evitar, dicha caja llamó su atención y la tomó en sus manos.
Se sentó en la cama y la colocó sobre sus piernas. Al abrirla, encontró muchas cartas, las contó y eran veinte. Algunas tenían sobres color morado, otras color rosa. Una a una las fue tomando pues cada una tenía un nombre escrito.
"Cindy"
Abrió la primera y las lágrimas humedecieron sus ojos al ver que era una carta de Diego. Las leyó todas, una por una.
Sus manos temblorosas y el llanto no pudo ser contenido. Diego le había enviado todas esas cartas hacía diez años. En ellas le decía y le insistía en que quería ser su amigo, que no quería perder contacto con ella.
Al no haber respuesta, en las cartas la petición era aún más insistente.
En la penúltima carta, Diego le decía que si ella se lo pedía dejaría su nueva escuela, que dejaría todo y volvería a casa. Solo tenía que decirlo y él estaría de vuelta.
Cindy lloró como tenía tiempo no lloraba, al leer en la última carta una triste despedida, Diego le deseaba lo mejor y le decía que entendía que no quería su compañía. Que siempre recordara ser ella misma sin que le importara la opinión de los demás. De nada sirve cumplir con las expectativas de otros si con ello nos hacemos daño. Todos tenemos algo importante que hacer con nuestra vida y eso no lo van a decir las personas que nos discriminan por lo que somos, nuestros logros empiezan por nuestro esfuerzo y por nuestro amor propio.
Cindy tomó la caja y todas las cartas y fue a su habitación. Cerró las cortinas para que Diego no pudiera verla y lloró hasta que se quedó dormida.
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