Capítulo 2.- Te veo
Años Atrás...
Andrea estaba enferma de varicela, para su mala suerte era la noche de graduación de la secundaria. Su vestido verde oscuro era muy hermoso, era largo y brillante, no tenía escote porque a ella no le gustaban, sin embargo se amoldaba de forma muy linda a su figura.
Su madre dijo que entonces, Abiel debería de ir sin su hermana a la graduación. Ambos nacieron el mismo día, con unos segundos de diferencia. Todos decían que eran cuates por nacer juntos, pero tanto Abiel como Andrea sabían que eran gemelas.
Muy triste Abiel se recostó junto a su hermana, no temía el contagio pues ya hacía años que se había enfermado de aquello.
—Abiel, debes ir por mí, es nuestra fiesta, solo nos graduaremos una vez.
—¡No voy a ir sola! Sabes que no tengo amigas. Moriré de aburrimiento de todas formas. —Abiel desató su corbata y se la quitó—. Me quedaré aquí contigo y ponemos una película.
—¡No seas tonta! No te vas a quedar aquí conmigo. Tú no estás enferma de nada. Es más, ven aquí, que tengo una idea.
La temática del baile de graduación era una moderna adaptación del siglo XVIII en la que todos asistirían con antifaz. Andrea a su corta edad era una maestra del maquillaje, incluso estaba decidida a estudiar sobre aquello, era buena y cuando fuera mayor, sería la mejor.
Con todo su amor y una gran sonrisa, hizo que Abiel se deshiciera de aquella ropa masculina que tanto odiaba y la arregló con su bello vestido. Maquilló su rostro, arregló su cabello, aunque era corto, ella lo arregló muy femenino, incluso pintó las uñas en sus manos y la calzó con sus mejores zapatillas.
Cuando Abiel se miró al espejo, se sentía tan contenta que unas lágrimas de alegría se resbalaban por su mejilla y empezó a dar brinquitos de emoción abrazando a su hermana.
Con el boleto de entrada a la fiesta, el antifaz en la mano y la ayuda de su hermana, Abiel salió por la ventana de la habitación que compartían. Fue una tarea muy difícil de ejecutar, estuvieron a punto de romper el vestido con el marco de la ventana, sin embargo lo lograron con éxito.
Del otro lado de la calle, Diego estaba aburrido del sermón de su madre, estaba en la sala de estar, la puerta estaba abierta, ya estaba listo para su fiesta de graduación, pero estaba renuente a asistir. Le parecía tedioso escuchar aquellos discursos de despedidas de gente hipócrita que muy seguramente no volvería a ver.
Mientras escuchaba a su madre, algo en la casa del frente llamó su atención, de forma muy graciosa Andrea se estaba escapando por la ventana de su habitación. Una leve sonrisa se formó en su rostro mientras pensaba, que Andrea, si no moría por caerse, moriría por esos tacones tan extremos.
Se acercó un poco más a la puerta de su hogar, al darse cuenta que no era su vecina Andrea quien salía a escondidas, entonces, ¿quién era?
Diego entrecerró sus ojos para ver un poco mejor con la poca iluminación que había afuera, después de todo ya eran las ocho de la noche.
—¿Abi?
Se preguntó así mismo al recordar que Andrea estaba enferma y se suponía que no podía salir de su casa.
Para mala suerte, en ese momento la madre de Abi salía de su casa, quizá hicieron mucho ruido en su escape o tal vez solo era la mala suerte. Y lo peor era que aquella mujer tenía muy mal carácter.
En casa de Diego una T.V. estaba encendida y la voz de su madre era fuerte, aunque lo intentó, no logró escuchar lo que la madre de Abi decía o gritaba, pero no hizo por salir a ver, pues su madre le seguiría y ambas señoras juntas, serían peor que una bomba nuclear con sus miles de sermones que parecen nunca acabar.
Abi bajó su mirada triste al escuchar lo que se le decía, luego rompió a llorar, cuando su madre golpeó su mejilla con una cachetada y le quitó de las manos un papel, el cual Diego supuso que era el boleto para entrar a la fiesta y lo partió en varios pedazos que luego dejó caer al suelo.
Sosteniendo su mejilla, Abi echó a correr lejos de la histeria de su madre.
—¡Mamá tienes toda la razón!
Diego caminó apresurado hacia su madre y tomó de sus manos su antifaz y de una mesa en la sala de estar, tomó su boleto para entrar al baile.
—¿La tengo?
Preguntó sorprendida la madre de Diego, todavía tenía más discurso para convencer a su hijo de salir.
—¡Claro mamá! Son mis compañeros de clases, ¿cómo no voy a ir?
—¿Le digo a tu padre que te lleve?
—Ohh no es necesario, estoy perfectamente bien, quiero tomar aire fresco antes de llegar. Caminar me hará bien —se despidió de su madre agitando su mano y saliendo de casa—. ¡Regreso temprano!
—¡Te vas con cuidado, Diego!
La mujer tuvo que gritar, pues su hijo ya iba por el patio, parecía que tuviera prisa.
—¡Siempre me cuido mamá!
Rápidamente, Diego caminó alejándose de casa, buscando con su mirada a Abi, ¿dónde podría estar ahora?
Diego rascó su cabeza, un tanto desconcertado, Abiel era tan linda persona, no era justo que su madre le hubiese tratado así; analizó que no es fácil decir a las personas quién eres en realidad, y cuando se hace y hay un rechazo, debe ser una cosa muy dolorosa. Lamentó el hecho de que se enterara de esto justo ahora, cuando ya tenía todo arreglado para partir de aquella ciudad al día siguiente. Su nueva escuela estaba muy lejos de este lugar, su nueva vida ya estaba planeada, ¿cómo podría ayudar?
Imposible.
Así que desanimado, bajó su cabeza, sus hombros se hundieron y lamentó la impotencia que da, el saber que le han hecho daño a una persona buena y no puedes hacer nada para ayudarle.
Envuelto en sus pensamientos, dio la vuelta a la colonia en la que vivía, no iría a ese baile, no tenía ánimos de celebrar nada. Haría algo de tiempo vagando por las calles y luego regresaría a casa.
Un llanto captó su atención, entre la oscuridad trató de encontrar la fuente del lamento. Había una cafetería al aire libre cerrada, las sillas y mesas no estaban, pero había una banca de piedra y allí estaba Abi, tan triste, que su corazón se sintió apretado y roto de impotencia.
—¿Abi?
Diego caminó con lentitud y precaución para no asustarla.
—¿Diego?
Abi alzó sus manos temblorosas para cubrir su rostro y a como pudo, trató de hacerse un ovillo ahí donde estaba en aquella banca.
—Abi, no te asustes...
—¡No me mires Diego! ¡Vete!
La voz de Abi estaba quebrada, en extremo llorosa, cerró sus ojos esperando algún insulto o alguna burla, después de todo, Diego era solo un chico de la misma edad de ella.
—Hey, Abi ya no llores, no me gusta verte así. Si quieres me voy, pero ya no estés triste.
Lento, Abi bajó sus manos y se encontró con los ojos de Diego, en verdad parecía sincero. Trató de respirar para calmar su llanto. Diego se sentó a su lado.
—¿No te vas a burlar de mí? ¿Por mi atuendo?
—No Abi, no lo haré. Solo estaré aquí en silencio acompañándote.
Pasaron unos momentos más, en los que Diego guardó silencio, sin embargo Abi se fue calmando de a poco, su maquillaje estaba escurriéndose de sus bonitos ojos a sus mejillas.
Entonces Diego recordó que tenía un pañuelo en su pantalón de vestir, introdujo su mano para tomarlo y con delicadeza y lentitud, se acercó lo suficiente a Abi, para deslizar la tela en su piel.
Abi lo permitió y su llanto dejó de salir, no acostumbraba sentir muestras de afecto que no provinieran de su hermana.
—¿Quieres hablar de lo que pasó con tu mamá?
—No.
—Bien, ¿entonces qué quieres hacer?
Abi se removió en su asiento, nerviosa entrelazaba los dedos de su mano.
—Yo... No lo sé.
—Bueno... Si no quieres hablar de lo que pasó, hablaré yo.
Diego se acomodó en el asiento, tratando de expresar tranquilidad.
—Eso es mejor, yo no quiero hablar sobre lo que pasó con mi mamá.
—Ohh no te preocupes. Vamos a aprovechar el tiempo, hoy es mi última noche aquí así que debe ser memorable.
—¿Tu última noche aquí? ¿Por qué? No entiendo.
—Me envían a casa de una tía, ella vive algo lejos, pero allí está la escuela de artes en la que estudió mi padre y entonces, para poder estudiar ahí, debo mudarme. El avión en el que me voy sale mañana temprano.
El rostro de Abi mostraba su sorpresa.
—No tenía idea de que ibas a irte, no escuché que nadie comentara nada.
Diego se encogió de hombros e hizo una simpática mueca con sus labios.
—Yo no quise que nadie aparte de mis padres supiera, detesto las despedidas.
—Ohh.
—Bueno, son cosas de la vida. Solo lamento no haberme dado cuenta que necesitabas un amigo Abi. Si hubiera sabido que estabas tan triste, no hubiera estado tan distante. Siempre he creído que eres una buena persona, siempre te veo desde mi ventana, me disculpo por ser un mal vecino.
Abiel negó con su cabeza y con el pañuelo limpió el rímel negro que manchaba su rostro por las lágrimas que derramó anteriormente y suspiró.
—No eres un mal vecino, yo solo hablaba con mi hermana. No soy buena hablando con las demás personas.
—¿Buena?
Abi tragó saliva y por un momento no dijo nada. Sus ojos cafés no se despegaban de Diego ni por un momento, esperó a estar segura de que aquel chico no quería burlarse de ella, habían sido vecinos desde siempre, pero nunca hablaron nada serio hasta hoy. Ella también solía verlo desde su ventana. No era el chico más atractivo de la zona, ni de la escuela, pero era bueno, era un buen chico.
—Yo soy una chica, Diego.
Y después de esa frase las palabras se atoraron en su garganta. Se arrepintió de haberlo dicho, si Diego se burlaba de ella en este momento, no podría soportarlo, no ahora que su madre le había gritado que era un muchacho confundido y que hablaría muy seriamente con su hermana por "alentarlo" a hacer cosas vergonzosas como vestirse como una mujer para salir a la calle.
—Abiel no lo sabía, discúlpame que no lo noté antes —Diego alzó su mano y la puso en su hombro en forma confortante—. Pero no me sorprende, al contrario, ahora entiendo porqué siempre te he visto muy delicada. Ahora entiendo por qué te sonrojabas cuando íbamos a los vestidores después de un partido de fútbol. Ahora todo tiene sentido.
—Sí, estar entre tantos chicos era algo incómodo.
Finalmente Abi sonrió un poquito.
—Ya me imagino... —Luego Diego hizo una mueca muy graciosa y dramática mientras sonreía— ¡Entonces una chica me vio desnudo! Ohh eso sí que me es impactante.
—¡Noooo no te vi te lo juro!
Abi se sonrojó inmediatamente y Diego empezó a reírse.
—Estoy bromeando Abi, además, que bueno que la primera chica que me ve desnudo eres tú, hay confianza.
—¡No te vi!
Abi cubrió su rostro con sus manos, sentía su rostro caliente hasta las orejas.
—Estoy bromeando Abi.
Diego se puso de pie, ella quitó las manos de su rostro para mirarlo con atención.
—¿Ya te vas?
—Si, pero contigo —Diego extendió su mano hacia ella— tengo mi boleto, con él podemos entrar juntos al baile. Ya vamos tarde, de hecho.
—¿El baile?
Abi negó con su cabeza y la pequeña sonrisa en su rostro desapareció.
—No puedo ir Diego. Ya fue suficiente con las cosas que mamá me dijo, no podría soportar que se burlaran de mí.
—Es un baile de antifaz, ¿recuerdas? Nadie sabrá que eres tú. Sería una pena que no pudieras lucir tan bello vestido.
—Mi hermana dijo que nadie me reconocería.
—Es que tiene la razón. Cuando te vi desde mi casa pensé que era Andrea escapando por la ventana.
—¡¿En serio?!
El brillo de emoción en los ojos de Abi, hicieron que el corazón de Diego latiera enternecido. Tantas veces la miró por la ventana, ni siquiera sabía el porqué, pero estaba acostumbrado a despertar y mirar a Abi platicar con su hermana, algo en su persona llamaba su atención, pero nunca se atrevió a formar parte de su vida, nunca intentó por lo menos forjar una amistad, solo sonreía en las mañanas al mirar por su ventana.
—Sí, Abi. Se parecen muchísimo y más con ese vestido que traes puesto, hubiera pensado que Andrea traía el cabello más corto.
—Pero si vamos al baile, cuando te pregunten quién soy y sepan que soy yo...
—Que no te importe lo que digan, la gente siempre juzga lo que no comprende. La belleza de una persona no está en el cuerpo que tiene Abi, está en el corazón.
—Pero no estoy lista todavía, no quiero escuchar que se burlen de mí.
Diego dio un paso acercándose, puso sus manos en los hombros de ella.
—Si alguien te dice algo malo, ignóralo; si alguien quiere ofenderte no se lo permitas; nunca bajes tu cabeza ante nadie; tampoco dejes que te maltraten, si es necesario golpéales con tu indiferencia. Lo que tú eres o llegues a ser, no va a depender de las otras personas, dependerá de ti. La primera persona que debe aceptar y amar lo que eres, eres tú.
—¿Cómo sabes todas estas cosas Diego?
—Pues digamos que tuve ciertos problemas con mi familia y me vi forzado a madurar; hace un año, después de terminar con mi primera novia, tuve un enamoramiento con el hijo del jefe de mi padre. En resumen, no fue nada agradable la discusión con mi familia y aquel chico me cambió por otro. En pocas palabras, mi suerte con el amor no es muy buena.
—Somos dos, entonces.
—Abi tengo una idea.
Ella no apartaba sus ojos de su nuevo amigo.
—¿Qué idea tienes Diego?
—Deja a Abiel aquí —extendió su mano—. Sé tú misma esta noche, solo tú y yo. Una linda señorita acompañando a un bruto que no quería ir a su fiesta de graduación.
El sonrojo volvió inmediatamente a su rostro.
—Está bien, usaremos el antifaz para que nadie sepa quién soy. Solo no me llames Abiel frente a nadie por favor.
—No te preocupes, te llamaré Cindy.
Abi sonrió un poco, le agradaba mucho ese nombre.
—¿Por qué Cindy?
—Así se llamaba mi abuela y en vida ella siempre fue muy buena conmigo.
—Es un nombre muy lindo, gracias.
Un poco de nostalgia llevó a Diego al recordar a su amada abuela, pero se repuso rápido cuando Cindy se colocó el antifaz y le regaló una de esas maravillosas sonrisas que solo se dan cuando un poco de alivio recorre el alma.
—Cindy, solo una cosa más, antes que nos vayamos.
—Dime.
—Mañana me voy, así que no podré estar más contigo, quiero dejarte un consejo: No reprimas quien eres, ni te hagas sufrir por hacer felices a los demás. A la gente no se le da gusto nunca y no vale la pena hacernos daño por ellos. Solo piénsalo ¿puedes?
—Sí, Diego. Lo tendré muy en cuenta, muchas gracias por tu consejo.
—¡Perfecto! —Diego le ofreció su brazo— ¿Me acompaña señorita?
Abi tomó el brazo de Diego y sonrió tímida.
Esa fue la mejor noche que Cindy podía recordar, fue la primera y única noche en que fue ella misma, bajo ese antifaz y la compañía de Diego, se sintió muy feliz y bailaron el resto de la noche.
Al día siguiente las cosas serían muy tristes, sus padres enviaron a su hermana a un internado para que estudiara lo que ella anhelaba pero que así estuvieran separadas ya que consideraban a Andrea una mala influencia. Andrea siempre era activa y fuerte de carácter, cuando algo no le parecía lo correcto no temía en decirlo, pero aún eran muy jóvenes y dependían de sus padres, por lo que su separación fue inevitable. Aparte de todo, Diego se fue y en diez años no volvió a saber nada de él.
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