Capítulo único. Si tú eres un monstruo.
En la vida hay tres cosas que son una constante, los enemigos, la familia y los amores pasajeros. Sabía eso bien, mi nariz rota era un recordatorio que no podía pasar por alto, o el dolor punzante en el tobillo, o el hilo de sangre seca en mi labio, o tú.
El orgullo no me permitía mirarte con rabia o empezar otra ronda de comentarios, no luego de haber caído tan bajo. El recuerdo de la pelea aún estaba fresco, al igual que la sangre.
Mientras caminábamos por el pasillo, todos me miraban y murmuraban en el oído de quien estuviera más cerca. Gruñí por lo bajo, necesitaba que la tierra me tragara.
—Pasen las dos —nos ordenó la profesora Bustier.
No la había visto tan seria durante todo el tiempo que llevaba estudiando en el François Dupont; no planeaba discutir con esa mujer en ningún futuro cercano. Tenía el rostro casi tan rojo como su cabello y la vena de la frente podía explotar en cualquier momento, no iba a probar sus límites.
Fui la primera en entrar, con la barbilla en alto y una mano en la cintura. La silla de la psicóloga me daba la espalda, sólo podía verle el cabello, rubio y brillante.
—Siéntense —ordenó la profesora.
Me permití mirarte de soslayo con rabia, te veías tan tranquila que quise golpearte. Pero de nuevo, tengo dignidad, ¿sabes?
—¿Y ahora qué ocurrió? —preguntó Amber. Su voz sonaba monótona, como si quisiera sacarse los ojos antes de escuchar la historia del día que involucraba a su hermana menor, y posiblemente una akumatización más tarde.
—Estas dos señoritas tuvieron una pelea en medio del patio a la hora del recreo —explicó Bustier.
Amber suspiró, cansada, y giró en su silla. Si te soy honesta, pensé que se sorprendería al ver cómo estaba, pero todo la reacción que recibí fue una ceja alzada.
¿No crees que tengo una buena hermana?
—¿Una pelea? —repitió—. Pero si Marinette no tiene ni un rasguño.
Quise golpearla el segundo que abrió la boca, pero no podía esperar nada más de ella, era claro que saltaría a la oportunidad de humillarme frente a ti como un león desnutrido frente a una gacela. Me tuve que tragar mis deseos junto con mi orgullo. Ambos eran amargos.
—Entonces, ¿quién comienza? —preguntó al ver que nadie explicaba.
El mecanismo de la silla chirrió cuando se echó hacia atrás.
—Chloe, ¿quieres comenzar tú? —me preguntaste.
Sonreías con tanta confianza, sabías que había perdido ante ti y disfrutabas cada segundo de ello. Lo peor, era que yo misma había cavado el hoyo y tú sólo me observaste caer de la forma más patética.
Bufé.
—Esa que está ahí me agredió físicamente, y tengo pruebas. Deben expulsarla de inmediato.
Esa vez no hubo lloriqueos de mi parte y era obvio que te sorprendía, pero no había punto en llorarle a mi hermana.
—¿Marinette? —te preguntó.
—Chloe intentó golpearme primero, y Alya tiene todo en vídeo, es claro que yo sólo me defendí. —Te encogiste de hombro como si fuera nada.
—¿¡Y debía romperme la nariz en el proceso!? —grité.
Amber no se movió, tú no te moviste, la profesora tampoco. Tal vez sí hacía demasiadas rabietas después de todo.
—¿Puedo ver el dichoso vídeo? —suspiró.
Eso te hizo sonreír más.
—•—
Verte golpeándome en el vídeo fue un nivel de vergüenza que no había alcanzado nunca.
—Es como dije, sólo me defendí —dijiste. Esa sonrisa perpetua no se había ido en ningún momento. Sé que me lo querías restregar en la cara, tú, pequeño demonio.
Por eso te detestaba, aparentabas ser tan buena pero sabía que eras justo como yo. No le mientas a un mentiroso, Marinette.
—Chloe, ¿algo que decir?
Amber levantó la vista del teléfono de Alya y me miró a mí. Se había enseriado y sus ojos azules comenzaban a erizarme los vellos de la nuca. Aunque no lo iba a admitir.
—¿Te parece poco? ¡Ya viste cómo me golpeó, debería demandarla por agresión! —chillé, pero ella no se movió, de nuevo—. Esta salvaje es un peligro para la sociedad. Llam…
Amber alzó la mano. Cerré la boca de inmediato. Tú me miraste como si fuera tu circo personal, pero no podía culparte —aunque igual lo hacía—, no sabías qué tan aterradora era Amber cuando se lo proponía.
—Ya vi suficiente. —Masajeó su sien derecha con la mano. Suspiró, yo me senté más derecha de lo normal; no era bueno—. Ya ustedes han tenido demasiados problemas, y aunque debería ponerlas, a ambas, a quitar los chicles debajo de los asientos, no lo haré. —Entonces sonrió. Tragué saliva—. Arrancaré el problema de raíz.
El silencio se asentó en la oficina. Es algo que a Amber le gusta hacer, ugh, es tan dramática.
—¿A qué te refieres, Amber? —preguntaste.
Ya no sonreías, ahí caíste en cuenta que saldrías tan afectada como yo. Pero eso no me hizo sonreír a mí.
—Me alegra que lo preguntes, Marinette. —Volvió a hacer una pausa—. Esto es lo que haremos, ustedes tienen terminantemente prohibido hablar, o estar con otra persona que no sea la otra, o estar sin la otra. A partir de mañana, ustedes serán uña y mugre.
—¿¡Qué!? —gritamos al mismo tiempo, la maestra, tú y yo.
Amber no se inmutó.
—Así es, ¿hay algún problema?
—¿Un problema? ¿¡Un problema!? Hay millones de problemas, señorita Bourgeois. ¿Tiene idea del desastre que estas dos podrían causar juntas? No, definitivamente, n...
—Ellas no harán ningún desastre —interrumpió Amber, había alzado la voz—, porque si lo hacen, serán enviadas a estudiar a distancia lo que resta del año escolar y no serán aceptadas en la institución el año que viene; lo mismo pasa si no cumplen el castigo.
—¡Esto es injusto! Yo... yo... ¡no puedo convivir con esta salvaje! ¿¡Y si me golpea de nuevo!? —grité, levantándome del asiento.
—¡Mi decisión es final! —Amber alzó más la voz; odié saltar hacia atrás, pero odié más la sonrisa que bailaba en sus labios por mi reacción—. Ahora, las dos están suspendidas por hoy. A partir del lunes aplicaremos esta... técnica; y espero ver resultados satisfactorios en menos de tres meses.
Eso no podía estar pasando. No había forma de que Amber me hiciera eso a mí, sabía que no le caía muy bien, pero eso era un nuevo nivel. Te miré, aún sin creérmelo, lucías igual que yo.
Volví a mirar a Amber. Sonreía complacida.
—Bueno, eso es todo, pueden retirarse. Que en dirección se ocupen de llamar a sus padres.
—•—
Día uno.
—Entonces dice que las dos no pueden hablar con nadie más hasta que resuelvan sus… diferencias —repitió Alya. Su mirada estaba perdida, como si aún procesara la información.
—O si no, ninguna volverá a estudiar aquí —completó mi hermana, seguía sonriendo.
—Esto será una masacre —dijo Kim.
—No, no lo será. Porque si vuelve a haber un problema entre ellas, las vamos a expulsar.
—¡Eso no es justo! —interrumpió Alya—. ¡Marinette no merece ser expulsada! ¡Ella no hizo nada!
Su sentido justiciero me hizo girar los ojos. Ustedes dos estaban cortadas con la misma tijera.
—Marinette agredió físicamente a una compañera. Es una falta grave que merece expulsión, pero hemos considerado su buen comportamiento y decidimos darle una segunda oportunidad —explicó. Se inclinó hacia ti, y susurró—: También me agradas.
La miraste como si le hubiera salido una segunda cabeza, pero terminaste resoplando; tus ojos viajaron a Alya y ella te miró a ti, ella quería llorar pero tú sólo lucías cansada.
Te habías resignado.
Quisiera decir que necesitaba a Sabrina como tú a Alya, pero no me gusta mentir a menos que sea necesario, mucho menos mentirte a ti. Y la verdad era que ella tampoco me iba a necesitar, llámame loca pero creo que la vi suspirar por el rabillo del ojo.
—En fin, ¿dudas? —Tú levantaste la mano—. Dime.
—¿Y qué pasará con las tareas?
—Irás al hotel a reunirte con Chloe —te respondió. Tu cara me hubiera causado risa de no ser por la circunstancia, aunque supongo que era la primera vez que alguien se burlaba de ti de esa forma—. Bueno, si nadie tiene más preguntas, las invito a sentarse. Sabrina, ¿podrías tomar el asiento de Marinette?
Me concentré en Sabrina. Recogió sus cosas con las manos temblorosas —sabes que no le gusta ser el centro de atención— y se fue a sentar junto a Alya. Ella me miró desde tu asiento, con la mirada triste; no me creía nada, estaba segura de que haría una fiesta cuando nadie observara.
—Chicas, las invito a sentarse.
Amber nos empujó a ambas hacia adelante. Te enredaste con tus propios pies y te tambaleaste, pero ese día no me causó gracia.
Te recuperaste rápido. Yo ya ponía mis cuadernos sobre el escritorio cuando apenas te sentabas.
Amber nos miró de la misma forma que yo me miraba al espejo luego de maquillarme perfectamente.
—Adorable —comentó. Sus palmas estaban juntas y sus ojos enternecidos, o eso creían los demás. Yo sólo veía la malicia detrás de su mirada.
Rodé los ojos.
—Un placer, chicos. Bueno, los dejo para que disfruten su interesante clase de historia —ironizó, y con un guiño cómplice, se fue.
La profesara Bustier observó cada movimiento que hizo mi hermana hasta que ya no estuvo en su campo visual, no me sorprendería si esa mujer deseara que se cayera por las escaleras en camino a su oficina. Siendo honesta, una parte de mí lo deseaba también.
—Abran sus libros en la página ochenta, hoy haremos un poco de investigación —pidió. Nos miró una última vez y se puso a escribir algo en su cuaderno.
Su carta de suicidio, probablemente.
Saqué mi libro de historia y lo puse en la mesa. Lo comtemplé un momento. Abrí la boca, y te juro que casi te pedí que me hicieras la tarea; me miraste con el ceño fruncido. Volteé la cara tan rápido que fácilmente se me pudo haber roto el cuello.
Te diste cuenta de lo que iba a hacer, y aunque tenía los ojos puestos fuera de la ventana, sabía que habías mirado a Sabrina. Sentí la cara calentándose a fuego lento; lento y agónico, así iba a ser esa tortura.
—•—
Día dos.
¿Te cuento un secreto? Era fan de Alya y el Ladyblog. Pero nadie tenía que saber eso, ¿puedes imaginártela? No me dejaría paz nunca.
El día anterior hubo un nuevo akuma en la noche. Lo que significaba que había información nueva en el Ladyblog.
Ese día había llegado temprano, demasiado para alguien que quería pasar ahí el menor tiempo posible. Era culpa de mi padre, tenía que hacer unas cosas temprano y me envió a la escuela antes porque el chofer no podría llevarme después. El salón estaba solo, así que me dije: ¿por qué no?, busqué el vídeo de la pelea y lo reproducí con un audífono puesto.
Me di cuenta de que era un akuma fuerte en el primer minuto del vídeo, y duraba casi veinte. Un cosplayer de Magneto que, de hecho, tenía sus poderes; se me erizaron los vellos de la nuca cuando lo vi minimizar un auto al tamaño de una caja de cartón. ¿Y si hubieran habido personas ahí? El estómago se me revolvió, sin embargo, seguí mirando.
Miré todo el vídeo sin interrupción alguna, eso fue hasta que escuché un gruñido a mi lado. Eras tú.
—Cuando nos pusieron este castigo, pensé que al menos podría escapar de La Fiebre Ladybug. —Te dejaste caer al asiento sin delicadeza y pusiste tu bolso en donde debía estar tu cuaderno—. Ja, como si se pudiera.
Alcé una ceja hacia ti.
—¿Algún problema con eso, panadera? —respondí. Me quité el único audífono que tenía puesto y apagué la pantalla del celular.
Levantaste la mirada en mi dirección, vi las manchas negras bajo tus ojos; las ignoré. Entonces reíste, con los codos apoyados detrás del bolso y los hombros caídos.
—No. —Aún tenías una sonrisa en los labios, pero no alcanzaba tus ojos—. Todos aman a Ladybug después de todo, ¿no es así?, no se puede pelear contra eso.
Fruncí el ceño, y aunque me dolía el rostro, eso no podía ser peor que lo que se ocultaba en tu mirar. Volteé al frente y devolví mi atención al celular, esta vez no abrí el Ladyblog sino mis redes sociales mientras escuchaba música con mis audífonos.
De vez en cuando mis ojos viajaban hacia ti, no te diste cuenta porque estabas perdida en algún punto de la pared; seguías con los hombros caídos y la espalda encorvada como si quisieras desaparecer, incluso creí vislumbrar el destello de la luz brillar en tus ojos, pero eso era imposible, porque tú no llorabas nunca.
Necesitabas una amiga que te abrazara, un hombro sobre el cual llorar, pero esa no iba a ser yo porque me habías golpeado tres días antes y porque te odiaba casi tanto como tú odiabas a Ladybug.
—•—
Día tres.
Al día siguiente, en clase literatura, nos asignaron nuestro primer trabajo en parejas. Era un trabajo de investigación, el tema era libre, y la clase siguiente debíamos exponer sobre ello.
—Hawk Moth akumatiza a las personas cuando están enojadas, las manipula para que acepten ayudarlo —comentaste, ida. Las dos caminábamos hombro a hombro hasta la salida como estábamos obligadas a hacer.
Habías estado callada toda la mañana, tardé un segundo en procesar que esa era tu voz y otros dos en entender lo que decías.
—Gran deducción, Sherlock —respondí sin mirarte.
—Entonces si no estoy enojada, no me van a akumatizar.
No me miraste tampoco. Eso me hizo dudar si hablabas conmigo o sólo pensabas en voz alta.
—Eso no es cierto —dije sin pensar. Ahí sí me prestaste atención, pero no quería que lo hicieras.
—¿A qué te refieres?
Idiota, me dije.
—A nada.
Caminé más rápido y te dejé atrás.
No me seguiste ni me detuviste, no sé qué cara pusiste o si te molestaste en hacer una siquiera. Lo único que me importaba era entrar en el auto que ya me esperaba, ahí no podrías preguntarme nada. El chofer arrancó cuando cerré la puerta.
Estaba salvada.
—•—
Día cuatro.
—Nuestro tema serán las akumatizaciones —anunciaste al llegar.
Me carcajeé. Apretaste los labios y los puños, no me importó. Esa era una canción que no iba a tocar.
—Claro que no.
Bajé la vista a mi revista y pasé de página, la cara de Adrien fue lo primero que vi. La cerré de golpe.
Hasta en la sopa, Agreste.
—¿Cómo que no?
—Oh, sigues ahí. —Alcé la cejas y forcé una sonrisa—. Cierto, no tienes opción.
—¡Chloe! —chillaste, tenías los dientes apretados.
—Escúchame bien, panadera, porque no lo voy a repetir de nuevo: no vamos a hablar sobre ese tema. —Disfruté cada sílaba que articulé, dándome el tiempo de pronunciar cada sonido de forma correcta.
Te sentaste en la banca junto a mí, tu ceño seguía fruncido.
—Entonces debo suponer que ya pensaste en un tema, ¿no? —respondiste. No te lo iba a admitir, pero tenías un punto—. ¿Cuál es el gran problema, de todas formas?
Gruñí.
—No es tu asunto. —Me levanté—. Y ya te lo dije, no hablaremos sobre eso. Punto.
Caminé tan rápido como pude, esa conversación debía quedarse y morir ahí. Aún no me cabía en la cabeza que pudieras ser tan egoísta, pensé que, siendo tú, serías más, no lo sé, ¿comprensiva? Error.
—Sí lo es —te oí decir. Caí en cuenta que no podía huir de la situación por más que quisiera, tú me tenías que seguir adonde fuera.
Esa fue la primera vez que me arrepentí de la pelea. Si tan sólo no te hubiera visto ese día, si hubiera visto a alguien más primero, no me hubieras golpeado y no tendría que haber lidiado con esa situación porque Sabrina hubiera tenido el tacto para no hacerlo.
Me volteé para gritarte que eras una insensible y que maldecía el día que habías nacido.
—¿Todo bien, chicas?
Todos los músculos se me contrajeron tan rápido que por un segundo sentí que me había vuelto una estatua. El cerebro dejó de funcionarme y el temor paralizante que siempre relacionaba con las serpientes venenosas —y mi hermana— debió hacerse tan obvio que decidiste interceder por mí.
—Sí, sólo estábamos arreglando unos detalles sobre nuestra investigación —dijiste, mientras le sonreías.
—Oh, cierto. Oí que es bastante importante —comentó Amber, sonriendo también.
—Sí, el cuarenta por ciento de la nota definitiva. —Tus ojos se clavaron en mí como cuchillos.
—¿Y ya se pusieron de acuerdo? —preguntó.
—Sí, de hecho nos reuniremos hoy mismo. —Sonreíste aun más.
Amber enarcó las cejas.
—¿En serio? —La nota de sorpresa en su voz logró que me quisiera arrancar la piel de la cara con las manos—. ¿Y adónde irán?
—A... —Tus ojos se posaron en mí—. A mi casa. —Volviste a mirar a Amber.
Tragué saliva. Sentí que me picaron los ojos, así que volteé a otra dirección.
—Es una pena. —Sí, para ti, arpía—. Esperaba verte en casa.
—Tú ni siquiera vives ahí —escupí.
No pretendía ser escuchada, pero sus ojos puestos en mí me dijeron que no había tenido éxito. Amber no le daba mucha importancia al hecho, para ella era sólo una mala memoria; en cambio tú lucías como si no quisieras estar ahí, sabías que ese era un asunto entre ella y yo. Fue en ese momento que empezaste a sospechar que tal vez tenía una buena razón o dos para ser como era.
—En fin —comenzó mi hermana—, ¿y ya saben de qué van a hablar?
Cerré los ojos y maldije de la boca para adentro.
—Sí, de hecho —respondiste sin dudar—. Nuestro tema serán las akumatizaciones y cómo funcionan.
Dejé salir una risa silenciosa, una que no tenía gracia. ¿Fue estúpido de mi parte esperar a que no me pusieras en esa situación? Claro que sí. Era obvio que no dudarías antes de tirarme a los lobos, después de todo, no tenías un porqué guardar un poco de consideración conmigo.
Era Chloe Bourgeois y tú me odiabas.
—Vaya, qué ambicioso. —Los ojos azules de Amber estaban se perdieron un segundo, pero luego volvió a la realidad—. Espero que les vaya bien. Bueno, debo ir a trabajar.
—Gracias —murmuraste.
Amber te sonrió antes de voltearse. Sus tacones hicieron eco por el lugar; de nuevo, habíamos llegado muy temprano y no había nadie que ahogara la tensión entre nosotras con ruido.
—Chloe...
Me volteé sin dejarte terminar. Subí las escaleras de dos en dos, mientras me ponía los cascos que tenía en el cuello como Nino y que —gracias a Dios— había decidido llevar ese día. Me volví ajena al mundo en ese momento, sin embargo, no dejé de moverme.
Entré al salón, estaba vacío. En ningún momento dejé de escuchar Cry Baby de Melanie Martinez —el universo me detestaba— ni permití que alguna de tus palabras fuesen escuchadas.
No sabía qué me decías, pero por tus ojos suplicantes supuse que te disculpabas. No me importaba, lo que dijeses me daba igual. Si el remordimiento te comía, pues me alegraba.
—•—
—No me puedes ignorar por siempre —dijiste cuando estábamos en la salida. Ya no tenía los cascos puestos; se habían descargado.
Fingí que no te había escuchado.
Obsérvame, estuve tentada a decir, pero no quería abrir la boca; aún estábamos en la escuela técnicamente y no confiaba en mí misma o en lo que te pudiese haber dicho.
Me mordí la lengua.
Tu teléfono sonó desde tus manos. Odié la melodía en cuanto la escuché —aún la odio—, el ritmo era tan empalagoso que quise arrancarme los ojos con mis uñas. Era un mensaje; lo leíste y volviste a apagar la pantalla.
—Vamos a casa. —Bajaste el primer escalón, no te seguí ni te miré. Escuché que suspirabas—. Sé que me odias ahora mismo más que nunca, pero no puedes ir a tu casa. Amber sabrá que algo anda mal.
Algo no andaba mal, ¡todo estaba mal! Estuvo así desde el día uno.
—Chloe, este no es el momento, ¿sí? —dijiste, entre dientes, en tus ojos brillaba una advertencia—. Debes cooperar. Quieras o no, somos un equipo ahora y eso es lo que... —vacilaste—, eso es lo que hace un equipo.
Quise reír. No lo hice, ya sentía un nudo en la garganta. ¿Cómo podías ser tan hipócrita luego de lo que me hiciste con Amber?
Se me estaba dificultando respirar, los puños me temblaban, y apretar los labios no me iba a llevar ningún lado.
El silencio se alargó por varios segundos, hasta que pude recolectar cada gramo de compostura que tenía en el cuerpo y fui capaz de hablar en relativa tranquilidad de nuevo.
—Tú y yo no somos, ni seremos nunca, un equipo.
Mi voz sonó tan oscura que ya no la sentía mía. Las palabras eran muy familiares, y el veneno con las que las dije casi igual de tóxico.
«¡Tú y yo no somos, ni seremos nunca, familia!».
En mi mente remplacé tus ojos azules por los de Amber, la mirada era la misma, el dolor lo transmitían igual. Y al igual que la primera vez sentí el ácido bajarme por el estómago y consumirme de adentro a afuera.
Caminé hacia tu casa sin decirte nada más. Supe que me seguías de cerca, tus pasos no son tan ligeros, ¿sabes?
Crucé la calle sin mirar a los lados, dices que estoy viva de milagro, pero hasta el día de hoy no recuerdo que la luz estuviera en verde. La verdad, Marinette, es que en ese entonces no tenía ni un poco de sentido de conservación, así que me importaba tanto como el calentamiento global. Cuando llegué a la entrada de la panadería me detuve, aún debía esperarte.
La urgencia de gritarte que caminaras más rápido era fuerte, pero de alguna dolorosa forma me contuve. Más tarde que temprano llegaste a donde estaba parada y entraste por la puerta, era mi turno de seguirte.
La panadería no estaba llena, así que los ojos de tu mamá se detuvieron en nosotras de inmediato, atraídos por el sonido de la campana sobre mi cabeza. Su expresión no mejoró en nada el estado de ánimo que tenía ese día; lo sentía como una nube negra que crecía cada vez más.
Sólo me quedaba esperar que no la tormenta no comenzara en el lugar equivocado, y con la persona equivocada; esa es una posición en la que nadie querría estar, y en la que no quería que nadie estuviera.
Ni siquiera tú.
—Hola, mamá —dijiste. Las palabras eran robóticas, como un guión que habías memorizado al caletre. Lo dejé pasar.
—Hola, chicas —respondió Sabine.
Te acercaste a ella y le diste un beso en la mejilla. Recuerdo bien claro la forma en la que se me torció el estómago, el miedo infantil de que mi piel comenzara a tornarse verde en cualquier momento. Tenías todo lo que deseaba, o eso aparentabas.
Cuando me confesaste, años más tarde, que la relación con tu madre era falsa no pude hacer otra cosa que dejar caer la mandíbula al suelo. No lo recuerdas, estabas borracha. Eres una gran actriz, Dupain, si algún día te cansas de ser diseñadora, apuesto a que Hollywood tendrá las puertas abiertas para ti.
(PD. Si te preocupa no saber cuánto dijiste, bueno... sólo dijiste lo del problema que comienza con «c»).
—No sabía que estarían aquí —comentó. Forzaste una sonrisa, una que al momento, creí.
—Haremos tarea, eso es todo. Estamos pegadas, somos como hermanas ahora, ¿no?
Ese había sido un golpe bajo, y ni siquiera lo noté. Bastante sutil, Marinette.
—¿Y es culpa de?
Reíste sin gracia.
—Mía, no —murmuraste—. Como sea, estaremos arriba.
Me guiaste hacia arriba, primero pasamos por la parte trasera de la panadería, donde saludaste a tu papá y me vi obligada a hacerlo también.
Estaba siendo cortés, incluso le había sonreído. Tenía la mirada ida pero los músculos de la cara tensos. Sentía que tenía doce de nuevo, y que los flashes de las cámaras me cegaban tanto que ya no podía ver a qué le sonreía.
Supongo que tú también te has sentido así alguna vez. Al menos no debes fingirlo.
Subir las escaleras fue un como ir al matadero, sabiendo lo que me esperaba después. Y, ciertamente, no quería llegar al destino.
Así que fue una sorpresa escuchar la voz de alguien más cuando entramos a tu habitación.
—Vaya, vaya, miren quien decidió aparecer. —Suprimí un gruñido fastidiado y un suspiro de alivio—. Y acompañada de quien.
Alya estaba sentada en tu sofá, con las piernas estiradas frente a ella y una revista en las manos; podía ver un destello rojo de las cintas que Ladybug llevaba en el pelo. Te esforzaste mucho en ignorarlo.
—¿Qué haces aquí? —No pudiste evitar dejar caer la mandíbula—. ¿C-cómo entraste?
Alya hizo un gesto con las manos, restándole importancia.
—Sólo tengo buenos amigos. Aunque la que debe estar sorprendida aquí soy yo. —Me miró de arriba a abajo—. Bourgeois. —Asintió con la cabeza, en forma de saludo.
—Césaire —dije, robotizada.
Comencé a mirar alrededor. Todo era tan rosa que era enfermizo. Yo no encajaba ahí, el rosa y amarillo no combinan, debí haberlo aceptado antes.
Me moví cerca de la ventana mientras Alya preguntaba qué estábamos haciendo ahí y tú le explicabas.
—Alya, sabes que no debes estar aquí. Si mi mamá te ve, va a alargar el castigo. —Volteé a ver sobre mi hombro. Te vi empalidecer, pero no me importó, sólo giré la cara de nuevo hacia afuera de la ventana—. Además, va contra las reglas.
Alya bufó.
—Las reglas no dicen que no pueda visitarte en casa. Además, estoy segura de que Sabrina visita a Chloe todo el tiempo.
Pude haber reído hasta que mis pulmones se salieran y me mostraran el dedo del medio, no lo hice, pero pude. No había hablado con ella en cuatro largos días, las pocas veces que la había visto eran en la escuela, y parecía que Rose la había absorbido en su grupo.
Nunca podía reunir la voluntad suficiente para llamarla, abría la conversación y leía los últimos mensajes sin atreverme a escribir uno nuevo. Una parte de mí quería decirle que fuera al hotel, y la otra simplemente dejaba el teléfono de lado y hacía otra cosa.
—¿Qué clase de calmante le estás dando, Nettie? —murmuró detrás de mí.
Uno llamado Amber.
La reprendiste.
—¿Chloe...?
—Cállate —mascullé.
—Era muy bueno para ser cierto.
Di media vuelta. Alya se había metido a leer de nuevo en su revista, así que la mirada filosa en mis ojos pasó desapercibida, parcialmente. El resto la recibiste tú.
—¿Cuál es tu problema, Chloe? ¿Por qué tienes que insistir en llevarme la contraria siempre? —estallaste—. Sé que no te gusta que pasar tiempo conmigo, y créeme, a mí tampoco, ¡pero estoy tratando al menos!
—Estás tratando de meterme en problemas con Amber —respondí. Mi expresión no cambió en ningún momento—. Manipulaste la situación a tu favor. Sabías que si me atrevía a abrir la boca y contradecirte, Amber harían que me expulsaran. Eso no me suena a intentar.
—Al menos no soy yo la que anda con el misterio.
—¡Al menos puedo ver más allá de mi propia nariz y ver que no está bien tocar un tema tan delicado como si fuera nada! —grité por fin.
Llamé la atención de Alya, sus ojos viajaron hacia mí a velocidad luz y luego hacia ti. No lo notaste porque estabas ocupada mirándome, tratando de leer mi expresión.
—¿De qué estás hablando?
—¿¡Eres...!? —dejé el insulto medio cocinado en el aire. Había superado esa fase de gritar para que me dieran la razón, eso sólo me probaba de donde venía, o de donde no venía, en realidad—. ¿Te das cuenta de que esto es un tema delicado, sobre el cual no tienes derecho a opinar porque no lo has vivido tú misma?
Eso parecía haberte devuelto a la tierra, y aunque tus ojos estaban idos, sabía que mis palabras habían puesto tu cerebro a funcionar.
O eso creí, de todas formas.
—¿Y qué? ¿El hecho de haber causado más akumatizaciones que yo te da más derecho de hablar sobre el tema? —casi gritabas.
No dije nada por un segundo, sólo te miré de arriba a abajo. Tenías ojeras, la espalda tensa y tus brazos abiertos y temblorosos. Estabas colapsando sobre ti misma y lo habías hecho en frente de la chica que podía hacerte miserable.
Y miserable te hice.
—Tienes un concepto interesante sobre el concepto de trabajar en equipo, me pregunto cuánto puedes estar en uno sin destruirlo gracias a tu egoísmo.
En ningún momento alcé la voz. Vi el dolor resplandecer en tu cara como una bengala en el cielo.
Devolví la vista a la calle, ignorante de la grieta que te había abierto en el pecho. Aunque te seré honesta, no habría dicho otra cosa.
—•—
Tiré el bolso sobre el sofá más cercano a mí, uno en el que Amber causalmente estaba sentada.
—¿Y cómo te fue? —me preguntó, teléfono en mano y una sonrisa en sus labios.
Le respondí con al mirarla mal y no decir nada. Había algo en la forma en la que sus ojos brillaban que me decían que ella no preferiría estar en otro lugar que no fuera ese.
—¿Problemas en el paraíso? —soltó, risueña.
Removí la vista de ella, no necesitaba esa mierda conmigo. No dejaría que Amber se metiera bajo mi piel, de ninguna forma. Ella podía reír tanto como quisiera, pero no iba a lograr nada; no estaba dispuesta a permitirle hacerme miserable otra vez.
Me fui a mi habitación, segura de mantener la cara en alto todo el camino hasta que crucé la puerta.
Me metí en la cama sin quitarme la ropa del día y me quedé dormida al instante.
Había sido un jueves largo, muy largo.
—•—
Día cinco.
Me arrepentí de irme a dormir a las siete de la noche cuando abrí los ojos a las tres de la mañana y no pude volver a dormir.
El día anterior vino en olas hacia mí. Una memoria me golpeaba y yo sentía que me ahogaba con las emociones que venían con ella, pero cuando pensaba que podía volver a la superficie y respirar de nuevo, otra venía y el proceso se repetía.
Para cuando la alarma en mi mesa de noche marcó las tres y cinco minutos, ya flotaba sin vida sobre el mar de problemas de los últimos cuatro días.
Cerré los ojos.
Cuatro días, sólo habían pasado cuatro días. Y ya habíamos tenido nuestra primera pelea, una de las peores. Nunca me había sentido el pecho tan pesado luego de decir algo horrible acerca da alguien, mucho menos de ti, así que no sabía de dónde venía esa pesadez que ya comenzaba a odiar.
¿Era remordimiento? No, no lo era. No me interesaba cómo te sintieras, no quería saber cómo estarías cuando te volviera a ver. Pero me di cuenta, pocos minutos más tarde —tres y doce—, que esos pensamientos me dejaban vacía.
¿Entonces debía preocuparme por ti para que se fuera? Ja, el sentimiento se podía quédate ahí, tú no valías tanto.
Y de nuevo, esa sensación fría y cortante, como el filo de un bisturí en un hospital, me apareció en el techo.
Me quedé mirando el techo por un buen rato. ¿Qué estaba haciendo con mi vida?
Molestaba a la gente hasta el punto de hacerlas llorar, eso me daba unos segundos de satisfacción, pero luego nada. No había nada. No tenía sueños, ni metas. La graduación estaba a un año de distancia y yo no sabía qué estudiar o si quería hacerlo.
Podía no hacerlo, vivir con el dinero del hotel cuando mi padre no fuera reelegido. Pero, ¿eso me haría feliz?
Sabía la respuesta. Y no me gustaba. Tampoco me gustaba a los extremos que me llevaba, a una decisión que me paralizaba con sólo pensar en ella; no le tenía miedo a la muerte, le tenía miedo a aceptarla. Una vez que eso pasara, no había vuelta atrás.
—Ya basta —me dije en voz alta. No había nadie que me escuchara de todas formas—. No pienses en eso.
Froté mis manos contra mi cara. Los últimos rastros de sueño se desvanecieron el aire frío de otoño. Miré al reloj de nuevo, eran las tres y diecinueve.
No iba a dormir, lo sabía.
Tiré los brazos sobre el colchón. Genial.
Me senté. Tenía el cuerpo pesado y loa bordes de la visión se oscurecieron, caí en cuenta que no había comido nada desde el medio día.
Saqué las piernas de la cama y me dirigí a la cocina con los pies descalzos. La porcelana estaba fría y yo también lo estaba, pero eso no me detuvo en ningún momento. De todas formas, no era la primera vez que lo hacía, ya estaba acostumbrada.
Preparé un sándwich con queso y jugo de naranja. Daba mordiscos pequeños y me daba el tiempo de saborearlos, era queso de calidad después de todo, y no tenía ningún compromiso exactamente.
Tal vez debí haber hecho la tarea de química, o ver televisión, o lo que sea que me mantuviera fuera de mi propia cabeza. Por supuesto, como la idiota que puedo llegar a ser, no lo hice.
Me quedé sentada en el oscuro comedor con un plato vacío al frente y la mirada en todos lados y en ninguno al mismo tiempo. Desde donde estaba sentada, podía ver la sala de estar y el balcón.
No me había molestado en encender las luces al máximo, sólo lo necesario para ver qué estaba comiendo. Fue entonces, mientras miraba hacia el interruptor de la luz en el mínimo, que me di cuenta de lo que estaba haciendo.
Estaba sola en una suite presidencias del hotel más lujoso de París con las luces casi apagadas, como si quisiera pretender que no estaba ahí. Todo vino a mi mente en ese momento, la poca comida que me había preparado, el poco ruido que había hecho.
Era como si no quisiese molestar a nadie.
Volví a ser una niña, de nuevo, una que sólo quería que la quisieran, que no hacía ruido porque no quería perturbar la tranquilidad de nadie y que podía ser fácilmente confundida con parte de los muebles. Esa Chloe era un adorno, esa era la misma Chloe que le rogaba a su hermana un poco de cariño, la misma que dejaba las tareas a un lado para asegurarse de tener todo en orden así su madre estaría feliz con ella; esa era la niña que juré nunca volver a ser.
Se me revolvió el estómago. Ningún niño debía pasar por lo que yo pasé, era enfermizo.
La garganta se me cerró y los ojos me ardieron.
No, Chloe. No lo hagas.
Batí las pestañas rápido. Si lloraba, significaba que Amber había ganado, y prefería volverme gorda antes de dejar que ella me viera así; ya había logrado bastante por su cuenta.
Una imagen tuya se me vino a la mente, en mi mente estabas seria, con los labios presionados en una línea y la mirada muerta. Eso había sido el día anterior, te había echado en la cara tus propias palabras y las había usado como un cuchillo. Era como si te hubiera apuñalado con tu propia mano.
Y tendría que verte la cara en pocas horas.
—•—
Estabas parada en la entrada cuando llegué a la escuela. Tenías el teléfono en la oreja.
Respiré hondo y cerré la puerta del auto. No estaba cansada, pero sentía el cuerpo pesado. Me quedé de pie en la acera, dudando en si entrar y condenarme a pasar otro día contigo o correr tan lejos como pudiera.
No iba a admitirlo, pero no quería verte luego de lo que te había dicho el día anterior. El estómago se me convertía en un nudo con sólo pensar en tener que estar todo el día junto a ti.
Pero tenía que ser la chica grande, porque, demonios, era una chica grande y no una cobarde. Yo no era como Amber que debía esconderse tras castigos para desquitarse.
Yo no era Amber.
Negué con la cabeza y alcé la barbilla. Ignoré las miradas de todos mientras me acercaba a ti. Las apuestas aumentaban cada día, todos esperaban el momento en el que intentáramos arrancarnos la garganta entre nosotras.
Buitres. He vivido con ellos desde que mi padre fue electo alcalde.
Cuando llegué a ti, tú no lo notaste. Estabas de espalda a mí. Abrí la boca para hablarte, pero nada salió de mí cuando lo intenté. ¿Qué podía decir después de todo? No sabía con certeza qué tanto te había herido, pero sabía que había cortado más profundo de lo que quise.
—¿A qué te refieres con que tiene razón? —le preguntaste al teléfono. Casi podía escuchar tu ceño fruncido y ver tus ojos locos.
Esa no parecía una conversación divertida y yo no la quería escuchar.
Me aclaré la garganta. Te oí resoplar, no sé si era por lo que ta hubieran dicho o porque te diste cuenta que era yo.
—Tengo que irme, Al —dijiste entre dientes.
Terminaste la llamada y te volteaste hacia mí, no lucías mejor que yo. Tenías ojeras otra vez, y estabas igual de seria que la última vez que te había visto.
—¿Ahora qué quieres? —escupiste.
—Que colgaras el teléfono antes de que alguien se diera cuenta con quién hablabas, muchas gracias —respondí, en el mismo tono que tú.
Entrecerraste los ojos hacia mí. Algo dentro de mí tembló de verte así, claro, ni habías estado más feliz que yo durante la semana, pero eso era diferente. Casi podía escuchar tus dientes rechinar, ocultos tras tus labios apretados.
Entonces diste media vuelta y te adentraste a la escuela sin mirar atrás. No sé si sabías que te seguía o no, sólo entendía que caminabas muy rápido y que me querías dejar atrás casi tanto como quería dejar de seguirte.
De repente, te detuviste.
Y volteaste.
Y estabas furiosa.
Tenías los ojos rojos y vidriosos. Tus puños estaban temblando y tu mandíbula apretada. Esperé a que me gritaras o a que me golpearas de nuevo.
Nada de eso pasó, sólo te mordiste el labio inferior como si tu vida dependiera de ello y dejaste que las lágrimas se desbordaran. Era como si hubiera viajado en el tiempo, como si estuviera cinco días en el pasado; en el momento antes de que todo se jodiera, un pequeño lapso de tiempo en el que expresaste todo tu odio con sólo tus ojos.
Odio que no podías poner en palabras.
Te diste media vuelta y corriste hacia los vestidores. Siendo honesta, no te quería seguir, no quería escucharte llorar tus penas en el baño. No era tu mejor amiga, no tenía que hacer esas cosas por ti. Pero mis sentimientos hacia ti no cambiaban el hecho de que estaba obligada a seguirte; entonces, eso hice.
Mis pasos fueron ligeros y rápidos. Ignoré las miradas que recibí, era algo en lo que era buena; ellos debían estar tan llenos de dudas como yo, después de todo, tú eras la racional.
—¡Largo! —gritaste desde la puerta del baño. Apuntabas con el dedo hacia la salida.
—Pero, Marinette... —protestó una voz femenina que no tiene cara en mis recuerdos.
—¡Dije que se largaran!
Todos se callaron luego de eso. Nadie querría discutir contigo en un día normal, así que ese día, contigo en medio de un colapso nervioso, esa opción estaba descartada.
Chicas me pasaron por los lados, todas con los rostros pálidos; varias repararon en mí, y por un momento creí ver lástima en sus ojos, pero lo deseché de inmediato. Nadie podía sentir empatía por mí.
En poco tiempo, estuvimos solas.
Aún seguías tensa, con la respiración agitada y la cara roja. Me quedé parada junto a los casilleros, sin saber muy bien cómo proceder ahora. Sentía que estaba atrapada en una jaula de zoológico.
—Quiero que te vayas —susurraste. Era increíble ver ese autocontrol, especialmente cuando le habías gritado a todos que te dejaran en paz—. ¿Por qué no te vas?
La esquina de mi labio se alzó.
—Por si no lo has notado, no puedo. —Sonreí burlona—. Tú tampoco. No puedes quejarte, es tu culpa.
Bufaste. Esperé a que lo negaras, a que comenzáramos otra discusión.
—Lo es.
Pero no lo hiciste.
—¿Qué?
—Me escuchaste, Chloe —te quejaste.
La rabia de había ido de tu rostro, ya no tenías esa mirada loca.
Esa fue la primera vez que vi más allá de la sonrisa amable que le mostrabas a todos, o el fastidio con el que me mirabas a mí. Vi los problemas que se escondían en tus ojos, el peso que llevabas en los hombros, uno que creaba fisuras en ti y amenazaba con quebrarte.
En ese momento te vi por primera vez.
Y estabas rota.
No supe qué decir, así que me quedé callada y miré a otro lado. Tú te sentaste en el rincón, manteniendo las piernas pegadas al pecho; las lágrimas aún caían de tus ojos.
—¿Por qué no se lo dices a Amber? —preguntaste.
Me volví hacia ti, ojos bien abiertos. Seguías sin mirarme.
—¿Qué? —volví a preguntar.
—¿Por qué no le cuentas a Amber? —Te sorbiste la nariz—. Es decir, me expulsarían por mi inestabilidad, «porque eres un peligro para la sociedad» —citaste. Reíste sin ganas—. La verdad ya no me importa. No tengo nada aquí. Alya... —Tragaste saliva, como si decir las siguientes palabras causara dolor físico—. Ella no me conoce bien, y si supiera... si se diera cuenta... —Los sollozos comenzaron a escapar de tus labios—. Alya me odiaría. Ella es lo único que me mantiene aquí, pero está mejor sin mí.
Había algo roto en ti, lo noté. No dije nada, no te conocía, no sabía nada de ti, no era tu amiga.
—¿Por qué no se lo dices? —repetiste.
Quedé en silencio por un momento antes de responder.
—No lo sé. Quizá sí somos un equipo, después de todo. ¿Quién lo diría? —Me deslicé hasta quedar sentada.
—No lo somos —susurraste, casi parecía que te dolía—. Y no es tu culpa. —Tus ojos estaban opacos, ocultos tras una bruma de tristeza muy gruesa para ver a través—. Tenías razón, siempre termino destruyéndolo todo. Y siempre es porque soy muy egoísta y no me importa cómo se sientan los demás.
Alcé una ceja. Pero no dije nada más sobre el tema.
El silenció se hizo presente.
—¿Sabes? —Y lo rompiste—. Pensé que para este momento ya habrías comenzado a reírte de mí. Es decir, mírame, soy patética. —Tragué saliva. Tenías un punto en eso—. Debo estar realmente mal si no quieres ni siquiera burlarte.
Suspiré.
—No quiero volver a verte en mi vida —admití—. No te soporto.
—Eso no es nada nuevo.
—Amber me arrinconó. —Miré la pared frente a mí—. Me quitó a Sabrina, me quitó la posibilidad de desquitarme con los demás, y aparte de eso, me juntó con la peor persona del mundo. Y para añadirle limón a la cortada, tengo que pagar con los problemas que dicha persona desahoga en mí.
»Yo también tengo que lidiar con mi propia mierda, Marinette. Mierda sobre la cual no tengo control alguno. No es mi culpa que Amber me odie, no es mi culpa que la víbora de Amanda Bourgeois se sintiera amenazada por mí y decidiera hacerme la vida miserable, no es mi culpa que Adrien me haya cambiado por Nino. Así que cierra la boca y resuelve tus propios problemas como una niña grande, no quiero escucharlos; y no quiero burlarme de ellos, porque eso es simplemente estúpido, sólo nos haría todo esto más largo de lo que debería ser.
Tus ojos se clavaron en mí con tanta intensidad que me hacía sentir transparente. No dijiste nada.
—¿Llamas a tu mamá por su primer nombre? —preguntaste luego de un momento.
—Esa mujer nunca fue mi madre —mascullé, ácida—. El dinero siempre fue más importante, incluso más que su hija.
—Sus hijas, querrás decir.
Reí sin gracia.
—No me equivoqué en lo que dije, Marinette. —Levantaste la vista hacia mí, podía ver los engranajes dentro de tu cabeza trabajando a toda máquina. Era inútil, intentabas armar un rompecabezas con sólo una pieza.
Pasamos otro minuto en silencio. Tus lágrimas habían cesado, ahora sólo quedaban caminos de máscara barata sobre tus mejillas.
—¿Por qué no quieres hablar sobre las akumatizaciones? ¿Por qué reaccionas tan mal?
Gruñí, mientras me golpeaba la cabeza contra el casillero detrás de mí.
—No lo entenderías —murmuré.
Tenía la mirada puesta en el techo.
—¿Por qué no?
—Porque no has sido akumatizada. Pregúntale a Alya si tanto quieres saber.
Resoplaste.
—Ella tampoco quiere decirme —admitiste—, sólo dice que es un tema delicado.
—Entonces no lo toques.
—¿Por qué?
—¡Porque no lo puedes explicar! —chillé—. No te ha pasado a ti, no lo has vivido tú misma.
—Chloe, ya lo sé, pero...
—No puedes entenderlo, sin importar qué.
—Entonces explícame.
Me quedé callada un segundo.
—No puedo. Sólo lo entiendes cuando lo sientes bajo la piel. —Puse la barbilla entre mis rodillas y miré el suelo como si algo mágico creciera en él y no pudiera apartar la vista.
Los recuerdos de aquel día se me vinieron a la mente. Yo en mi sala de estar, viéndote desde la pantalla mientras me llamabas mentirosa; luego esa voz, el frío y la rabia.
—Hawk Moth intentó akumatizarme hace dos días —musitaste.
—¿Y qué haces aquí? —No pude evitar la nota de amargura en mi tono de voz.
—Dije que no. —Volví a mirarte, buscabas algo en mi rostro. Buscabas respuestas en el lado incorrecto—. Chloe, dime, por favor.
Solté un grito ronco.
—Escucha, él te dio una opción, y dijiste que no. No sé por qué, tal vez sí eres tan ridículamente perfecta que no caíste tan bajo como el resto de nosotros. —No me atreví a mirarte en ningún momento.
—Por favor, Chloe, yo...
—Ahora tienes que escuchar —te interrumpí—. Yo soy la mayor fan de Ladybug, la adoro. —Hiciste una mueca—. E intenté cortarla a la mitad con una espada, y de alguna forma logré que Chat Noir se pusiera de mi lado... o que lo fingiera al menos. —Los ojos de Chat Noir aparecieron en mi mente, llenos de odio que en su momento me había creído—. Ella estaba aterrada, y a mí me gustó eso. Me sentí... poderosa, como si pudiera hacer lo que quisiera, como si el mundo fuera mío, porque había derrotado a Ladybug.
Tomé el valor para verte por un momento, tus ojos estaban tan abiertos que temí que se fueran a caer de sus cuencas. Aparté la vista de inmediato, no quería que me juzgaras, era suficiente con mi autocompasión.
—Pensé que... pensé que no lo recordabas —susurraste.
—Todos lo recuerdan, Marinette.
—¿P-po-por qué d-dices eso? —tartamudeaste—. ¿Cómo podrías saberlo?
Cuando volví a levantar la mirada me di cuenta que había puesto a tambalear algo dentro de ti. De repente, todos lo que creías cierto se había desvanecido en el aire y había dejado a la vista su verdadera forma. Y era gracias a mí.
—Nunca volví a usar aretes después de eso, me despertaba aterrada por las noches, temiendo haber... hecho algo horrible. —Tragué grueso—. Tenía miedo de que volviera a pasar. Entonces decidí que no volvería a usar aretes, así no podrían akumatizarme. —Respiré hondo y dejé salir el aire mientras hablaba—. Resulta que la mayoría hacía lo mismo. Sabrina dejó de usar el broche que le di, Kim no se volvió a acercar a cualquier pieza de joyería, Alix no volvió a patinar; y así todos.
—E-eso... eso no significa que lo recuerden.
Sentí compasión por ti. Eras como una niña que se aferraba a la esperanza, aunque le hicieran ver que ya no existía tal cosa. Yo alguna vez estuve en esa posición, con los ojos brillando en lágrimas y el corazón en la garganta, justo como tú estabas.
Era cruel, pero debía hacerte ver las cosas por lo que eran.
—¿Has peleado con Alya luego de que fuera akumatizada? Yo sí. ¿Viste cómo enviaba sus ataques Lady WiFi? —Una lágrima se deslizó de forma silenciosa sobre tu mejilla—. Cuando peleo con ella, Alya mantiene sus dos dedos sobre la pantalla de su teléfono, como si quisiera lanzarme una señal de pausa.
Tu labio empezó a temblar.
—No, eso no puede. —Pasaste las manos por tu cara, frenética—. Debe ser otra cosa.
A ese punto era tu terquedad la que te mantenía aferrada a esa idea. Casi daba lástima verte aferrándote a una mentira.
—En el fondo, sabes que es verdad.
Te abrazaste las piernas con más fuerza y escondiste la cara entre tus rodillas. Tus hombros temblaban, sonidos ahogados salían de ti. Si me hubieras visto, habrías notado que los ojos se me enrojecieron por un momento.
Veía la historia repetirse ante mis ojos, mi historia. Me veía a mí misma años atrás, hecha una bola en un rincón, llorando porque mi mundo se había desmoronado en lapso de minutos.
Sin embargo, como era de esperarse, no te dije nada de eso. En su lugar, me tragué las lágrimas y permanecí callada durante tu llanto.
—E-ella... e-lla no... —tratabas de decir entre hipidos—, ella nunca me lo dijo.
—Es un secreto a voces, Marinette, sólo los que pasamos por esto podemos entendernos.
—¡Soy su mejor amiga! —me gritaste—. ¡Debió decirme!
—¿No me acabas de decir que ella no sabe todo de ti? ¿Que te odiaría si se enterara? —Alcé una ceja—. Ella pensó lo mismo.
—Yo no la odiaría —protestaste—. ¡Nada de esto es su culpa!
Reí, irónica.
—¿Estás segura? —Ibas a contradecirme, pero seguí hablando—. Tomamos decisiones, decisiones cuestionables. Sólo queremos hacerle pagar a quien nos hizo daño, sin importar el costo. Hawk Moth no controla nuestros movimientos, ni pensamientos. Todo es parte de nosotros, una parte que no queremos que nadie vea por miedo a que nos tachen de asesinos, o monstruos.
—¡Los akumatizados no son monstruos!
—Marinette, traté de matar a Chat Noir —dije—. Recuerdo que una parte de mí deseaba que Ladybug no apareciera, así podía tener la oportunidad de ver cómo los huesos de su compañero se rompían al estrellarlo contra el suelo, sólo porque deseaba verla llorar sobre su cadáver; eso la haría sufrir tanto.
Tu cara se tornó verde y en tus ojos creció el horror. Sabía que eso iba a pasar, que no sólo me verías como la chica que te molestaba a diario, sino como una enferma mental que debería ser encerrada.
—¿De verdad puedes decir que no soy un monstruo luego de eso? —te sonreí. No era una sonrisa maliciosa, ni irónica, sólo era yo, mostrándote lo que el mundo me había hecho; en ese momento sólo era la cáscara de lo que fui alguna vez.
Te limpiaste las lágrimas con el dorso de la mano, el maquillaje se te corrió hasta casi llegar a tu oreja. Te levantaste y caminaste hasta el baño, mientras yo me quedaba sentada y te observaba dejarme atrás como se suponía que debías. La puerta de metal chirrió cuando la abriste y lo hizo de nuevo cuando la cerraste.
Estando sola, me permití soltar varias lágrimas.
No había esperado a que me reconfortaras o que al menos tuvieses la decencia de no irte justo después de haberte contado mis pensamientos más oscuros, pero no podía evitar sentirme como una escoria. Una enferma mental.
A veces, cuando me hundía en esos pensamientos, solía considerar la idea de amenazar a alguien con un cuchillo o sólo actuar como una lunática, así Amber me enviaría de cabeza al manicomio en el que trabajaba luego de la escuela.
Tal vez pertenecía a ese lugar, con los monstruos como yo.
Volviste a salir unos largos minutos después. Te habías lavado la cara y tu piel era, de nuevo, perfecta. No me miraste al principio, sólo tenías ojos para tus pies.
Aun así, caminaste hacia mí y me tendiste la mano. Levanté la vista hacia ti, con los ojos bien abiertos y las cejas arqueadas. ¿Era una broma? ¿Me arrastrarías a la oficina de Amber cuando te diera la mano? Tal vez no te reirías de mí si estaba en el suelo, sería caer muy bajo. Pero no te moviste.
Tragué saliva.
Y levanté la mano.
Eras más fuerte de lo que creí, me levantaste como si fuera una muñeca de trapo sin vida y me estrujaste entre tus brazos sin darme la oportunidad de reclamar primero.
—No creo que seas un monstruo, Chloe —me susurraste en el oído—. Tal vez seas la antagonista de una novela juvenil, pero no eres un monstruo. —Sentí tu sonrisa contra mi sien.
Abrí la boca, ¿para qué? No lo sé. No tenía palabras.
Me estabas abrazando, luego de confesarte que quería matar a alguien por el placer de ver a alguien más sufrir. Y me decías que no era un monstruo.
Durante mucho tiempo había estado sola, me habían dicho que no era nada, que nadie me amaría, y durante mucho tiempo, lo creí; creí que nadie iba a creer en mí.
Y tú lo cambiaste en un segundo.
Mi pecho se sintió cálido, una luz se encendió y me calentaba el corazón que creía congelado eternamente.
Entonces, lloré.
—•—
Día siete.
El fin de semana había sido raro. Luego del viernes no había salido de mi cuarto, tenía un baño, servicio a la habitación, mi teléfono y a Amber afuera; tenía todas las razones para quedarme y ninguna para salir.
Excepto esa noche, mi padre nos había pedido que cenáramos todos juntos y no tuve el corazón de decirle que no. Eso, en efecto, condujo a una cena con más comentarios pasivo-agresivos de los que eran necesarios.
En mi defensa, Amber me provocó.
Entré en la habitación dando pisotones. Cerré la puerta con un portazo, por un segundo temí que se rompiera. Pero la madera era de buena calidad y no se astilló.
Las palabras de Amber me quemaban en la cabeza al igual que en los ojos; las miradas sutiles y las sonrisas ladeadas. Lo peor eran las miradas cuando hacía un comentario aparentemente inofensivo.
En esos momentos me sentía como su circo personal.
Me tiré en la cama, boca abajo y apreté los ojos. Mordí el interior de mi mejilla hasta casi arrancarme la piel. Llorar significaba que Amber ganaba y no podía dejarla tener ese poder sobre mí. Ya había terminado con esa etapa; la había quemado de la misma forma en la que Amber había incendiado su casa.
«Hoy hubo un akuma cerca del hospital. Estaba aterrada. Estas personas son monstruos, no les importan las vidas del resto; por un segundo, pensé que iba a morir», había dicho.
Al escuchar esas palabras salir de su boca, dejé caer mi tenedor y la miré miré fijamente a los ojos. Mi papá preguntaría qué me pasaba,pero nunca recibió una respuesta; todo lo que dije fue que había perdido el apetito.
Me imaginé la cara que puso Amber, el regaño de mi padre, los ojos azules de ella en blanco y su cena terminada como nada hubiera pasado.
«No creo que seas un monstruo». Tus palabras sonaron en mis oídos e hicieron eco.
Tú no pensabas que era un monstruo, incluso luego de haberte tratado mal por años. Tú, de todas las personas, creías en mí. Y lo odiaba, ¿sabes? Porque no lo merecía, no debiste decirme esas cosas, ni hacerme sentir mejor; no podía ignorarlo.
No podía evitar las ganas de llorar cada vez que recordaba aquel momento. Y te odiaba más a ti, y eso hacía que me doliera más.
—•—
Día ocho.
Llegué temprano el lunes, pese a las pocas horas de descanso que había tenido; tú no tenías nada que ver, por supuesto.
Habían pocas personas en la escuela, distribuidos en grupos pequeños de tres o cuatro personas. Te busqué con la mirada, pero no veía tus coletas o tus pantalones rosados.
Suspiré. Ibas a llegar tarde y yo me quedaría sola.
Crucé el patio, en línea recta hacia los vestidores. Varios ojos me miraron mientras caminaba, eso no era nada fuera de lo común, pero sentía las rodillas temblar. Me dije que, no, eso no era aceptable y que era Chloe Bourgeois, maldita sea, contrólate.
Aunque, si te soy honesta —y siempre lo soy contigo—, casi besé la puerta cuando llegué a ella. Al entrar a los vestidores, me di cuenta por qué el patio estaba vacío: Kim y Alix, haciendo una apuesta.
Ya no recuerdo sobre qué trataba. Sólo recuerdo que había mucha gente a su alrededor y que Alya estaba parada en una banca y Sabrina estaba a su lado.
No me gustaba pasar tiempo con ellos ni participar en esas cosas, pero tú no eras yo, y una parte estúpida de mí esperaba verte junto a Alya, sonriendo y haciéndole comentarios en el oído de los que se reiría de forma discreta.
Pero tú no estabas ahí, sino Sabrina.
Y yo estaba sola.
Un nudo me creció en la garganta.
Yo no pertenecía con ellos, pero tú sí. Y en lugar de estar con tus amigos, estabas conmigo. En otras circunstancias no me habría importado si eras feliz o no, pero no podía seguí pretendiendo que no me afectabas; eso había dejado de ser cierto en el momento que me abrazaste.
Tú me habías hecho sentir mejor cuando me sentía como una mierda, yo tenía que devolverte el favor.
Una mirada verde menta atrapó la mía. El suelo atrapó mis pies y me mantuvo presa bajo esos ojos. Había dejado de sonreír, yo ni siquiera lo hacía para comenzar.
Era la primera vez que manteníamos contacto en una semana, por supuesto, en ocasiones la miraba y a veces sentía que me observaba, pero eso no contaba. La veía más relajada, más tranquila; Sabrina era Sabrina, la chica lista que tenía un sentido de humor irónico y que planeaba teñirse el pelo de negro porque sentía que resaltaba mucho.
Esa era Sabrina antes de volverse mi sombra.
Sabrina era la chica a la que le gustaba el terror, la que no podía despertar por las mañanas si no tenía un café al lado; era tímida pero a la vez confiada, inteligente en matemática pero no tanto en química. Sabrina era muchas cosas, muchas cosas buenas que yo había logrado eclipsar.
No me había equivocado el lunes anterior, ella estaba mejor sin mí.
Nadie más se dio cuenta de que estaba ahí, así que retrocedí y fingí que ese momento no pasó.
Me quedé del otro lado de los vestidores. Se sentía tan frío y desolado como mi habitación. Desde donde estaba podía escuchar los ecos de las risas de la mayoría de nuestros compañeros de clases.
Tragué saliva y me fui a sentar en una banqueta alejada. Saqué un cuaderno de mi bolso, tenía la portada negra. En la primera página se leía: «Casa de Muñecas», escrito mi letra cursiva más fina; me fui a la última página escrita y me dispuse a escribir. Tal vez si lo que llevaba por dentro me ayudaba a continuar la historia, no todo estaba perdido.
Escribir me permitió dejar de pensar por un segundo en que ya nada se sentía correcto en mi vida. Me perdí en la historia, en los personajes y en sus problemas. Siempre preferiría lidiar con los problemas de los personajes que con los míos, al menos con un movimiento de mano podía arreglar sus problemas mágicamente.
—¿Escuchaste lo que dijeron del alcalde? —Removí la vista de mi cuaderno. El largo cabello de Lila Rossi fue lo primero que vi, fue como una patada en el estómago—. Dicen que lo vieron salir de un prostíbulo... —susurró. Curioso, porque lo escuché a la perfección. Y como si sintiera mi mirada sobre ella, volteó a mí—. Oh, Chloe —comenzó, con las manos sobre sus mejillas y los labios en una perfecta «o»—, no sabía que estabas ahí, lo siento tanto.
Tal vez si no hubiera sonreído con ese cinismo, tal vez y sólo tal vez, le hubiera creído.
—Cuida lo que dices, Rossi. No sabes con quién te metes. —Cerré el cuaderno de golpe y me levanté con la barbilla en alto—. Bourgeois no es un apellido con el que te gustaría tener problemas.
Ella rio como si fuera un bebé que acababa de hacer algo muy adorable.
—Me pregunto qué fue a buscar allá. —Puso el dedo índice sobre su labio y miró hacia arriba—. Tal vez fue a visitar el hoyo de donde te sacó.
La temperatura descendió de repente y comencé a sudar frío.
—¿El gato te comió la lengua?
—¿Sabes? Quizá fue a visitar a tu madre, la diplomática, en su trabajo de medio tiempo. —Me puse en la misma posición que ella—. Aunque ese sería un juego de rol bastante... inusual. —Le sonreí abiertamente.
—Lila, ¿sabías que si esa información es no fidedigna podrías ser demandada por difamación? —Casi se me cae la mandíbula al suelo cuando te vi recostada a un casillero, mientras mirabas tus uñas como si no fuera nada.
¡Es la cosa más genial que vi en mi vida!, casi grité en mi mente.
—Esta no es una conversación en la que te conviene meter tu bonita nariz, Marinette. —Lila se volteó hacia ti, con los ojos casi encendidos en llamas—. Aléjate.
—¿O qué? ¿Dirás mentiras hasta que ruegue piedad? —Alzaste una ceja burlona, las comisuras de tus labios levantados en una sonrisa—. Tus trucos no funcionan conmigo.
—No sabes con quién te metes —dijo, entredientes.
—Tú no sabes con quién te metes —le respondiste—. Eres tú la que debe retroceder.
Mi cerebro había dejado de funcionar, ¿qué rayos estaba ocurriendo? ¿Por qué rayos te veías tan amenazante? ¿Y por qué rayos eras tan genial?
—La gatita saca las garras, qué tierno. —Lila alzó una ceja en tu dirección—. Escucha, no quieres que sea tu enemiga. No te gustaría saber qué puedo hacer. Además, no se supone que puedas hablarle a otro ser viviente aparte de esta bastarda.
—La vuelves a llamar así y...
—¿Me golpearás? —completó—. Sé de buena fuente que no estás en la mejor posición con Amber Bourgeois, así que no es recomendable, ¿no crees?
Esperé a que te cruzaras de brazos, entrecerraras los ojos y la amenazaras con la mirada. Eso habría sido genial. No lo hiciste.
Te incorporaste sobre tus pies, sonreíste de medio lado y caminaste hacia Lila como si el mundo fuera tuyo. Pocas veces te podía ver así de segura. Era una experiencia nueva y fascinante no estar al final de esa mirada. Había estado en los zapatos de Lila, y se necesitaba bastante fuerza para no flaquear; verlo desde afuera, sin embargo, me hacía temblar, de mil maneras diferentes y extrañas.
—Haré algo mejor. Tienes razón, tal vez no sea la persona favorita de Amber, ahora mismo. —Pasaste el brazo sobre los hombros de Lila—. Pero tampoco lo serás tú cuando se entere de que has estado diciendo que su padre tiene un amorío con una prostituta —dijiste en tono cómplice.
Sentí que una fogata se iba a encender en mi cara por generación espontánea.
—¡Yo nunca dije eso! —chilló.
Había comenzado a temblar y sus ojos verdes se abrieron de repente. El contraste entre su desesperación y tu tranquilidad era exquisito.
Te encogiste te hombros.
—Tu reputación te precede, Lie-la.
Ella se liberó de tu abrazo y retrocedió unos pasos con lágrimas en las esquinas de sus ojos.
En ese mismo momento me di cuenta que el ruido del otro lado había muerto y que habían más ojos sobre nosotras de los que deberían; también lo notaste. Por un segundo creí que te darías cuenta de que te comportabas como yo y volverías en ti.
No lo hiciste tampoco, seguiste sonriéndole a Lila.
—¡Amber se va a enterar de esto, y tú y tú —nos señaló—, se arrepentirán de haberse metido conmigo!
Comenzaste a reír.
—¿Y qué le dirás, exactamente? —preguntaste entre carcajadas—. Oye, Amber, Marinette, la chica que todos conocen por nunca mentir, me amenazó porque supuestamente dije algo sobre tu padre. Oh, y aparte de eso, defendió a Chloe, tu hermana, a quien golpeó hace dos viernes atrás. Ah, y por cierto, soy Lila Rossi, pero todos me conocen como Volpina, una supuesta heroína que fue akumatizada después de que una heroína verdadera expusiera mis mentiras frente al chico que me gusta.
Jadeos de sorpresa inundaron las cuatro paredes a nuestro alrededor, el mío incluido. Mi cerebro dejó de funcionar de forma correcta. Sólo sabía que Lila se había roto a la mitad y tuvo un colapso, y que tú me estabas jalándolo lejos de ahí.
A duras penas fui consciente de que mis pies estaban en marcha y que sostenías mi mano, y que tenía la cara caliente. Sólo volví en mí cuando me di cuenta de que nos llevabas hacia la puerta principal.
Planté el pie en el suelo.
—¡¿Qué estás haciendo?! —chillé en susurros—. ¿Qué demonios fue eso?
—Mira, estoy casi segura de que hoy nos van a expulsar de esta escuela, y luego de eso voy a estar castigada hasta el día que mis huesos se vuelvan polvo. —Te miré a los ojos, la Marinette que conocía no estaba en ningún lugar a la vista—. Dios sabe que no quiero pasar el último día encerrada aquí, no sé tú. —Me soltaste la mano—. No tienes que seguirme si no quieres, pero sé que en tu casa no puede ser muy agradable. Como sea, no... —Te detuviste en seco.
Tus mejillas se colorearon de rosa.
Había tomado tu mano de nuevo.
—Te sigo.
Así fue como ambas nos perdimos en la ciudad de París hasta bien entrada la noche, cuando un furioso Chat nos encontró en un callejón con nuestra tercera botella de whiskey que habíamos robado del hotel más temprano, a medio terminar.
Los recuerdos de ese día son borrosos, pero no olvidaré nunca lo que me dijiste, con voz pastosa, mientras Chat Noir llamaba a nuestros padres.
—Si tú eres un monstruo, entonces yo también.
Y caíste dormida sobre mi hombro.
—•—
Día cincuenta y nueve.
De alguna forma, seguías escapándote de tu casa y terminabas llamándome desde un teléfono público al teléfono fijo del penthouse. Y de alguna forma, seguía respondiendo y bajando a una suite barata, con una ocasional botella de whiskey robada.
No me quejaba, en realidad, era martes por la noche, estaba sola, aburrida y ya había terminado la tarea de la semana. No había nadie deteniéndome.
Sabía que Amber había llegado cansada ese día del trabajo y que dormía en su habitación, pero aun así me quité los zapatos y salí en silencio.
La puerta hizo un simple click cuando salí.
No me gustaban las cosquillas en los pies que causaban la alfombra, así que llegar a las escaleras de emergencia fue como llegar a las puertas del paraíso. Bajar dichas escaleras fue una cosa diferente, eran tan endemoniadamente frías que se me erizaban los vellos de los brazos; la pijama que tenía puesta no ayudaba.
Salté los escalones de dos en dos, y para cuando llegué al segundo piso, tenía el corazón agitado y la respiración errática.
Abrí la puerta de la habitación trece y entré con confianza. Sabía que nadie más que tú estaría ahí, nadie querría hospedarse en una habitación embrujada después de todo.
Lo primero que vi de ti fueron tus pies, sobresalían del sofá. Rodé los ojos, otra vez mirabas el techo.
—Vaya, vaya, si no es la panadera a la que tenemos por aquí —dije—. ¿A qué se debe el placer?
—A que tu panadera necesitaba salir o podía matar a alguien.
Mi corazón se saltó un latido.
—¿Mi panadera? —inquirí, con la ceja arqueada, no que tú lo vieras.
No respondiste nada. Alcé las manos al techo en busca de misericordia, de haberlo visto, hubieras reído.
Rodeé el sofá, quería ver qué cara tenías. Estabas contemplativa, te mordías el interior de la mejilla y jugabas con tus manos sobre tu abdomen. Tomé un respiro hondo y me acosté junto a ti, en la misma posición; mirabas el techo con ojos idos mientras yo te miraba a ti.
Sabía por la forma en la que tu entrecejo estaba arrugado que había algo en tu mente. Sin embargo, no dije nada. Ya hablarías cuando estuvieras lista.
—Hoy logré robar mi teléfono —comentaste, sin mirarme—. Llamé a Alya.
—¿Qué te dijo?
—Se siente decepcionada. —Reíste sin gracia—. Dice que no sabe quién soy y que esperaba algo mejor de mí.
—Eso no es bonito... —susurré. La verdad, no sabía qué más decir—. ¿Qué le dijiste tú?
Entonces sonreíste abiertamente, porque la presión se había aliviado y podías volver a nadar, pero yo veía la tristeza que intentabas ocultar, porque habías dejado algo importante atrás.
—Le dije que se fuera al diablo.
—¿Tú qué? —En un sólo movimiento me senté, con las piernas dobladas a un lado de mí.
—Alya... yo la quiero, pero ella no me conoce por completo y no acepta esas otras partes de mí. No puedo aceptarlo. —Había algo que quemaba detrás de tu mirada, algo que no podría nombrar, pero que debía ser doloroso—. Por eso prefiero estar contigo.
Casi me ahogo con mi propia saliva. Miré hacia otro lado, aunque eso no podía ocultar el sonrojo que se apoderaba de mi cara.
—Eso me gusta de ti —dijiste tan bajo que por poco no lo escuché. Se me fue el aliento—. Contigo no tengo que intentar ser perfecta para que me aceptes, de hecho me odiabas por eso. —Por un breve momento, tus ojos colisionaron con los míos. Ya no había nada doloroso en ellos, sino algo más intenso que eso—. Es cansado ser la chica que todos quieren que sea, contigo es diferente. Y me gusta. —Devolviste la vista al techo—. Me gustan muchas cosas de ti, Chlo.
»Me gusta cómo se siente estar contigo, tú fuiste la única persona que estuvo ahí cuando me estaba cayendo a pedazos, aunque no teníamos opción; me gusta cómo dices la cosas sin filtro, porque eres auténtica y no suavizas nada; me gusta cuando te pintas las uñas, te concentras tanto; me gusta verte hacer expresiones mientras escribes, son adorables...
Ilustrabas tus palabras con las manos. Tus dedos describían en el aire algo tan magnífico que las palabras no podían hacerle justicia. Y tú hablabas de mí.
Mi corazón hizo volteretas de alegría, mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Chloe... —Tomaste mi mano y entrelazaste nuestros dedos. En algún momento te habías sentado y ahora estabas frente a mí—. M-me g-gustas, mucho —tartamudeaste—, y si no te sientes como yo, de verdad no hay ningún problema, porque entiendo, porque es normal que no tengas estos gustos, pero de verdad necesitaba decirlo, porque no podía dormir tranquila y luego Tikki dijo cosas y me confundí, y pensé que te podría perder, y entré en pánico, y...
Te besé.
Me gusta pensar que ese impulso nació de las ganas que tenía de que te callaras, pero no hay punto en mentirme a mí misma; sé que te besé porque me había estado muriendo por hacerlo desde que comenzaste a llamarme en plena madrugada para vernos, porque tú también me gustabas.
Sabía que lo nuestro debía mantener en secreto, que el castillo de naipes que habíamos construido en la habitación trece podía caerse con la más mínima brisa.
Sabía que no era lo que tú necesitabas y que pronto te cansarías.
Sabía que estábamos destinadas a fracasar, pero no podía reunir el valor para decirte que debíamos acabar todo ahí. Porque, Marinette, cada vez que estaba contigo, sentía que estaba suspendida en el aire, que podía alcanzar las estrellas y que nada podía salir mal.
Estaba equivocada, no flotaba, estaba cayendo, estuve cayendo todo el tiempo. Y tú no estarías ahí para recogerme, porque caías junto a mí.
Ambas caeríamos a la realidad y todo lo que hicimos fue esperar a que el suelo nos rompiera los huesos mientras nos entregábamos a la otra.
Por eso nunca se salta de un acantilado sin un paracaídas y un testigo que te recoja al final.
Nota de autora:
Wattpad me odia, eso es todo lo que diré.
Dato curioso: usé la misma historia para Chloe y Marinette que las de QLSAM, también hay ciertas referencias al fic.
Espero que les haya gustado este monstrishot.
[13/07/17]
Palabras: 12100
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