Vivencias Cotidianas Con Los Kageyama
Álbum De Shoyo & Tobio
—¡La tía Miwa se encogió! —gritó Kazuya con un gesto consternado, quedándose quieto al estar sentado en las piernas de Tobio, y mirando con un terror creciente, como en el libro misterioso que tenía Sora, enseñaba la inevitable.
Era un álbum de los Kageyama, no era el original, era una copia que Tobio recibió como regalo de su madre el día de su boda, y que le había dejado su abuelo para cuándo decidiera independizarse. No pudo completarlo por su repentina muerte, pero Miwa y Kosuke se encargaron de hacerlo.
La foto que se mostraba en grande en la hoja asignada, era una fotografía de su hermana mayor, Miwa, en sus años de secundaria, vistiendo el uniforme de escuela femenina privada similar al de una marinera. A su lado, estaba la figura de Tobio Kageyama, quien apenas era un niño pequeño que llevaba su mochila en hombros, un pequeño gorrito de pescador amarillo y una pelota de voleibol aferrada al brazo.
—No se encogió, es una fotografía —asimiló la verdad, haciendo que Kazuya lo volteara a ver con sorpresa. Tobio tuvo un pequeño sobresalto, pero no dijo nada cuando los brillantes ojos de su niño lo vieron como algo místico.
—Papá Tobio chiquito... —Sora, quien había permanecido en silencio, ahora con uno de sus dedos señalaba la verdad que se escondía detrás de esa pequeña foto que su abuelo les tomó en su primer día de clases para capturar el momento. Y ahora, el de ojos azules demasiado claros, abrió su boca con sorpresa y se encontró emocionado.
Kazuya observó a su hermano mayor sentado sobre el sofá y el libro donde se notaba a un Tobio más pequeño. Seguido de eso, sus ojos se abrieron con total sorpresa y volteó a ver violentamente hacia el hombre que lo estaba cargando. Un papá Tobio en la foto y otro papá Tobio afuera de la foto. ¡Increíble!
—¡Tengo dos papis! —exclamó con la emoción al límite el infante, empezando a intercalar sus ojos oscuros en la foto y en el Tobio que lo estaba cargando.
Kageyama arqueó una de sus cejas, pero no regañó al niño y sus extrañas conclusiones.
—Es un fotografía que me tomaron cuando era un niño, Kazuya —soltó con obvia facilidad, y sólo logrando que el mencionado se mostrara sorprendido, como si fuera la primera vez que se lo decía.
—¡I-increíble! —Se maravilló el infante de cinco años, con su boca bien abierta por la sorpresa, y haciendo que el adulto azabache se ruborizara por ser contemplado de esa forma por su hijo menor.
—¡Regresé! —gritó Shoyo, saliendo emocionado del cuarto, con sus manos ocupadas por aproximadamente seis libros.
Sora encontró el álbum por casualidad, y Shoyo se había excusado con que había más guardados. Se suponía que en esos instantes deberían de estar limpiando toda la casa, pero ahora se habían detenido para ver el álbum familiar.
Shoyo Kageyama se sentó a un lado de Sora, viendo cómo se cambiaba a la última hoja, enseñando ahora a un pequeño Kageyama Tobio de seis años demasiado emocionado, con su típica sonrisa en zigzag, sus mejillas sonrosadas y ojos brillantes, mientras sus pequeñas manitas estiraban la playera adulta del uniforme profesional de su abuelo al jugar con los Adlers. A su lado, se podía ver a su abuelo agachado, rodeando sus pequeños hombros con un medio abrazo y enseñando una medalla de oro.
—Esa foto me gusta mucho —habló Shoyo sin rodeos, notando por el rabillo del ojo, como el adulto recordaba ese día, encaprichando sus ojos rasgados a la toma que también le gustaba mucho. Siempre se creyó afortunado porque pudo ver en vivo y con sus propios ojos, el triunfo de los Adlers cuando su abuelo estaba en el equipo.
—A mí también me gusta —susurró Tobio por fin.
—¿Y hay uno dónde papi Shoyito se viera más chiquito? —preguntó Kazuya cuando Sora cerró el álbum completo, haciendo que el susodicho diera un movimiento de cabeza, mirando en las pastas de sus libros de recuerdos: «álbum de boda», «embarazos», «Tobio y Shoyo, preparatoria», «Hishou», «Sora», «Kazuya», y «Shoyo Hinata».
No eran nombres originales y poéticos, pero servían para poder identificar a todos. A Shoyo le encantaba la idea de ser capturado en fotos, por lo que su pequeño álbum adornado de un león, que, en su niñez, Shoyo decidió cuando su mamá y papá le pidieron que seleccionara un diseño, estaba repleto. Sora lo tomó entre sus manos con cuidado, entregándole a Shoyo el álbum familiar de Tobio que abarcaba desde su nacimiento a su boda, y se enfocó en abrir el de su otro papá.
Lo primero que encontraron apenas en la primera hoja, fue a Shoyo Kageyama como un bebé. Tobio recordó cada imagen ya vista, porque un día después de su boda, los dos se habían acurrucado en la cama para poder ver las fotografías. Shoyo Hinata, en ese entonces, era un niño extremadamente alegre, se le podía ver por su enorme sonrisa de par en par: iba a ser risueño y radiante.
Shoyo sonrió al verse, recordando que su mamá le contó que al nacer, lo hizo en un hospital público donde ésta debía de compartir habitación con otras seis mujeres y hombres gestantes después del parto. Contrario a lo esperado, Shoyo Kageyama nació de noche, por lo que su madre y él tuvieron que pasarla ahí. Creía fielmente que en esa ocasión, los otros padres y madres lo odiaron a él y a su mamá, porque irónicamente fue el más escandaloso de todos, porque lloraba por cualquier cosa. Seguido de que él llorara, se hacía una cadena torpe donde los demás niños se veían influenciados por el llanto.
La habitación a oscuras se podía describir como ruido y cero paz.
—Yo era muy lindo de bebé —aventuró a soltar sus propios halagos el adulto, y todos estuvieron de acuerdo sin pensarlo mucho. La hoja pasó, junto con el orgullo de Shoyo, dejando ver ahora la fotografía de un pequeño bebé con los ojos cerrados por estar durmiendo, saliendo del hospital en brazos de su madre. La mujer azabache tenía los cabellos más largos, tenía una gran sonrisa similar a la de su hijo, con sus mejillas rojas y con un vestido blanco que le llegaba a sus orejas.
—¡Abuela Hana! —Sacó Sora el nombre de la madre del adulto, tocando directamente su dedo sobre la cara de la mujer sonriente y la tapó de manera inevitable. Kazuya asintió con seguridad y observó al ser diminuto que alguna vez fue su papá; pensar que ahora estaba tan grande.
Seguido de eso, sus oscuros ojos azules, siguieron al hombre que estaba al lado de su abuela: un hombre de estatura media, de ojos cafés que se asemejaban más al negro, tenía cabellos alborotados de un tono mucho más claro que el de Shoyo, y la piel levemente bronceada.
—¡El señor se parece a mi papi Shoyito! —gritó de la emoción el de cabellos naranjas, no pudiendo ocultar bien su emoción y haciendo que Tobio diera un pequeño salto del susto, al ver como el inquieto Kazuya acercaba su dedo para poderle tocar la cara. Shoyo sonrió con levedad ante la curiosidad inocente de su niño menor, y Kageyama volteó a verlo casi inconscientemente.
—Sí, es el señor Mamoru-san —comentó con elocuencia al mencionar a su padre, alzando su mano al aire para poder pensarlo mejor, y observó de reojo al preocupado Tobio para poder dedicarle una media sonrisa que duró sólo unos cuantos segundos. Segundos que bastaron para que Sora cambiara la página.
Muchas fotografías de la vida de Shoyo se hicieron presentes: desde la caída de su primer diente, un pequeño bebé mandarina con la cara llena de papilla, Shoyo llorando tras salir de bañar, posando con un balón de fútbol y un bate de béisbol en medio del parque, su gran sonrisa al ver que recibió una estrella dorada en el salón de clases, una pequeña foto con sus amigos de la infancia, Izumi y Koji, un Shoyo con toda la cara rasguñada y sus rodillas raspadas tras caerse en el festival deportivo pero luciendo feliz una medalla de bronce, sus fotos de su graduación de secundaria o su entrada al preescolar.
En la preparatoria, las fotos parecieron ir disminuyendo, de la misma manera en que ocurrió con Tobio, las más destacables era una con su hermanita Natsu, y otra donde Shoyo sostenía del brazo de Tobio al recargarse de él. Tal parecía que ahí ya eran pareja, porque el otro azabache de ojos azules salía muchas veces en las fotos familiares.
Hinata sonrió con destreza, viendo como las hojas iban pasando, hasta que llegaban al final, donde se podía mostrar a Shoyo siendo cargado por Tobio de esa forma natural en que se hace en las nupcias: Shoyo con el traje blanco y Tobio con uno negro, los dos asomaban sus anillos de casados con emoción.
Era una de las fotos idénticas que habían visto en el álbum de vida de Kageyama Tobio.
Las historias diferentes se entrelazan. Shoyo sonrió al entender esa realidad, y bajó su vista hacia los álbumes que quedaban, y que entre ellos, había uno para cada uno de sus hijos.
Cuando se entrelazan esas historias, a veces se creaban otras.
Kazuyo Kageyama & Shoyo Kageyama
Tobio se preparó para salir, poniéndose una playera blanca de mangas cortas, pantalones largos de color negro y mucho bloqueador solar. El calor afuera de la casa era sofocante, Kageyama debía de tomar sus precauciones: su estómago estaba lleno tras desayunar un udon casero creado por él.
Dio un suspiro y se recargó de la puerta corrediza principal de la casa, esperando a que Kazuya saliera del baño, y Shoyo y Sora terminaran de cambiarse. Desde aquella vez en la que llevó a su familia a la tumba familiar de su abuelo, terminó volviéndose una costumbre: cada año iba con su Shoyo, y sus hijos de visita al pequeño cementerio de Miyagi. A veces se les sumaba Miwa, o a veces ella lo visitaba por su cuenta dependiendo de lo que sus horarios laborales le permitieran. También supo que Hishou llevó a Ryusei un día antes ahí y dejaron flores.
El sonido de la puerta de la habitación matrimonial se vio primero, mostrando la figura de Shoyo ya cambiada, con una playera de mangas cortas de color azul y unos shorts de color café claro. En su cabeza llevaba su típico sombrero de paja y en sus manos una pequeña gorra de color azul, y dos gorros de pescadores con forma de rana respectivamente.
—Tobi, hoy hace mucha Sol, lo mejor es que lleves una gorra que te proteja —manifestó sus temores Shoyo, apurando el paso al ver la seria figura esperando en la entrada para que los dos pudieran salir. Al estar demasiado cerca de él, frente a frente, Tobio se deleitó al ver al adulto ponerse de puntitas, sonriendo casi a la par y estirando una de sus manos hacia la cabeza de Tobio para poder colocarle la gorra.
Tobio le correspondió la preocupación con una tenue sonrisa ligeramente curvada que la hacía algo muy cómica de ver.
—¿Estás tranquilo en estos momentos? —Shoyo cambió el tema de conversación, dejando que la única mano que no sostenía los pequeños gorros infantiles, se posara sobre las blancas mejillas del adulto más alto, y dejó que sus dedos se pasearan por la suavidad de la piel, queriendo calmarlo. Tobio deshizo la sonrisa en su boca, y no tardó nada en asentir de forma afirmativa, recargando parte de su rostro en la palma de su pareja, sosteniendo con una de sus manos su muñeca, sin hacer presión o buscar lastimarlo, y comenzó a restregarse en ésta, buscando sus cariños.
—Lo debo de estar, mi abuelo seguro se pone demasiado feliz de que sus bisnietos y su nieto político lo visiten conmigo —concluyó, cerrando sus ojos para poder disfrutar de la palma fresca de Shoyo en su mejilla por la crema que utilizó, y se sumergió en su felicidad.
—Me pregunto si le agrado —solicitó Shoyo con destreza una de sus preocupaciones, sabiendo que él era el que más le hablaba a la tumba en todas sus visitas, le contaba desde el inicio del día hasta los acontecimientos que pasaron en el trayecto, incluso le contaba de ciertos aspectos de Tobio en susurros bajos que le parecían lindos. Sora normalmente sólo se limitaba a juntar sus manos para rezar por su bienestar en el más allá, y de dar su reporte con respecto al béisbol, Kazuya, los cuatro años anteriores era muy pequeño, y normalmente permanecía en los brazos de Tobio durante toda la visita.
—Le hubieras agradado demasiado —contestó de forma segura, abriendo uno de sus ojos para poder mirar a su esposo, y le alejó la mano un poco, para poder colocarla a la altura de su boca. Ahí notó el anillo de bodas que llevaba orgullosamente en el dedo anular, y le besó suavemente los dedos, contándolos mentalmente para no perder la cuenta de su competencia eterna.
Sí, a pesar de que Tobio afirmaba estar tranquilo, no podía evitar sentirse nostálgico, o con ganas seguras de querer ponerse a llorar, pensando en las miles de posibilidades que quizás pudieron haber ocurrido si su abuelo estuviera vivo todavía: por supuesto que amaría a Shoyo, y lo incluiría rápidamente a la familia. Podía verlos al conocerlos también, platicando sobre el voleibol, y a Shoyo recibiendo todos los consejos que éste le diera.
De seguro hablarían de muchas cosas, y su abuelo al ser demasiado parlanchín, podría revelar sus oscuros secretos de la niñez en una plática casual: como la vez que olvidó sus calzoncillos en la escuela tras una clase de natación, y en una ceremonia el director lo hizo saber abiertamente frente a todos, la vez que se tropezó y rodó por las escaleras de las gradas de un gimnasio local en medio de un partido o la vez que su abuelo lo encontró fingiendo que narraba un partido de voleibol en la ducha... ¡basta!
Aunque igual sabía que Shoyo lo seguiría amando tras saber todo eso.
Pero, a pesar de todo, sabía que no se encontraba solo. Una sensación creciente se estampó en su pecho y su pequeño corazón se vio acelerado, al oír la palanca del baño siendo jalada y segundos después, la silueta veloz de Sora con su pequeña libreta de apuntes del voleibol en mano y a Kazuya suspirando de felicidad.
Mini Extra: KazuyA
La pequeña tumba familiar hecha de piedra, dejaba asomar las flores recién cambiadas como una verdad de que Hishou fue de visita un día antes, notando unos bonitos tulipanes rojos. Kazuya observó el lugar en el que estaban, como los tres miembros de su familia, juntaban sus palmas por unos breves segundos, e iniciaba sus rezos, en un modo de saludo.
Kazuya no entendía bien para qué servía eso, así que sólo lo saludó mentalmente, cerrando sus ojos por breves segundos, antes de abrir uno de ellos. Sus ojos azules se encapricharon con el monumento de tierra algo grande, donde reposaba las cenizas de esa persona tan importante para su papá Tobio.
—Mi bicibuelo —habló en un tono de voz bajo, queriendo recordar vagamente la forma en la que su papá Shoyo lo mencionó. El tono de su voz fue bajo, Sora lo escuchó y abrió uno de sus ojos, lo observó de reojo, pero no le dijo nada.
Pronto, fue cuestión de tiempo para que Kazuya abriera sus ojos, sus orbes azules oscuras se adueñaron del pequeño monumento, sus ojos siguieron el sitio, con el incienso apagado en donde se suponía debía de estar, ramos de flores en pequeños floreros pegados a la tierra y como en la parte alta, se podía leer en letras doradas, el nombre de la persona.
Kazuya había comenzado a leer, aprendía bastante rápido y recibió muchas estrellas doradas en clase porque deletreaba ciertas palabras sin equivocarse la mayoría de veces. Pensó que podría leerlo.
—Ka-ge-ya-ma... —leyó con facilidad primero el apellido, tras reconocerlo porque fue lo primero que le enseñaron a escribir en el jardín de niños: su apellido y nombre—. Kageyama. —Unió tras silabear, bajando sus ojos hacia el siguiente objetivo, queriendo plasmar en su mente, la idea de que ese nombre se le hacía familiar.
Demasiado familiar que era sospechoso.
—Ka-zu-... y-... ya —dijo entre dientes, murmurando, haciendo un diminuto puchero con sus labios y arqueando sus cejas de una manera amenazante que ya venía arraigada en sus genes. Ahí, todo lo sospechoso se juntó, al leer mal el nombre—. Kazuya... —confirmó, queriendo hacer una pausa certera—. Kazuya —repitió, notando lo parecido que era a su nombre.
O bueno, no... ¡era su nombre!
A su mente llegó la función de esas tumbas de piedra: enterrar a los muertos para que no puedan salir a jalarle los pies por la noche (mentira), y se puso pálido.
Kazuya Kageyama. Kazuyo Kageyama.
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