Nieve Cálida
Capítulo dedicado a: Bunny_cebojin, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
Tobio Kageyama había pasado por el pequeño Kazuya Kageyama de la guardería. Después de dos días sin haber podido ir a la escuela por la intensa nevada, todo se calmó y la vida cotidiana de los ciudadanos de la prefectura transcurrió normalmente.
La prefectura de Miyagi envuelto en los típicos colores invernales, Tobio estaba abrigado de pies a cabeza, con su largo abrigo café que llegaba casi hasta sus rodillas, con orejeras, bufanda azul y guantes del mismo color, y colgando en el hombro izquierdo la pequeña mochila de color naranja de su hijo menor. Muy al contrario, en su mano derecha sostenía la pequeña mano de su niño, quien había sido abrigado con muchas prendas extras por el terror de Shoyo de que éste se enfermara: llevaba un pequeño gorrito de un color azul con blanco, con un pequeño pompón en la parte alta (el gorro era un regalo tejido a mano por parte de Hana Hinata), usaba una polera calentita de color gris claro, arriba de esa polera, llevaba un chaleco de color azul claro, y sus manos enguantadas.
Kazuya Kageyama, el hijo menor del matrimonio Kageyama, era un niño extremadamente feliz, culpaba a Shoyo de que éste fuera así, quizás también el propio Hishou, que pasaba gran parte con él antes de tomar la decisión de mudarse a Tokyo para seguir su sueño. Hishou incluso ese año ya había recibido una invitación a la selección japonesa por parte de Iwaizumi Hajime, ¡podría jugar con sus padres en el escenario mundial dentro de poco, necesitaba las plazas abiertas!
—Hoy Kano-chan y Mizuki-kun me enseñaron una fotografía... —dijo Kazuya con notable emoción, direccionando su pequeña mirada hacia Tobio, quien lo escuchaba atentamente. El pequeño de cabellos naranjas no debía de esperar a que alguien le preguntara cómo le había ido su día, él ya empezaba a hablar—. ¡Papi, hicieron un muñeco de nieve! —relató la pequeña aventura que sus dos amigos, dos mellizos, le habían contado. Kazuya dio unos pequeños brincos, dejando sus huellas sobre la nieve por el pequeño sendero donde los vehículos no podían pasar, y sonrió con gran euforia al ver a su papá.
Tobio sintió que una flecha en su corazón se estrelló.
«Lindo, demasiado lindo», Kazuya era una pequeña copia de Shoyo, con sus mejillas regordetas, sus delgadas cejas, su sonrisa de oreja a oreja y sus cabellos alborotados de color naranja que ahora eran ocultos por el gorro. Sus ojos oceánicos lo miraban con emoción, brillaban a través de sus ojos rasgados para que su papá le hiciera caso.
—¡Era muy grande! ¡Tenía cara sonriente y parecía ser amigo de Mizuki-kun y Kano-chan! —confirmó bastante emocionado, llevándose un asentimiento por parte de Tobio ante el ataque de palabras que llegó a la boca del niño—. ¿Has hecho un muñeco de nieve? —preguntó con la expectativa en alto, pero siendo regresado por la rápida negación de Kageyama ante la verdad.
—Nunca he hecho un muñeco de nieve —manifestó los hechos con absoluta honestidad, apartándole la mirada al pequeño desilusionado y comenzando a ver a través de lo alrededores de las casas y calles cubiertas de nieve en Miyagi. Sí, Kageyama Tobio nunca ha hecho un muñeco de nieve, por sentido común sabe cómo hacerlo, pero nunca lo ha hecho.
En su infancia nunca tuvo amigos que lo invitaran a hacer eso, y con el Karasuno, cuando nevaba, lo usual era ponerse a lanzar bolas de nieve o hacer ángeles en el suelo.
El único muñeco de nieve que había conocido fue la figura de azúcar que Hishou trató de esconder en la nevera del pastel navideño, y días después, Miwa se lo comió al encontrárselo.
—¡Papi Tobito! —Un tirón lo hizo regresar de su nube de pensamiento, regresando medio perdido hacia el niño Sol con la expectativa al límite en su cara y sus mejillas sonrosadas.
—¿Qué pasa?
—¡Vamos a hacer un muñeco de nieve! —Invitó el infante con emoción, dando pequeño brincos mientras avanzaba, felicitándose mentalmente porque era un genio por pensar en ese tipo de cosas. Sobró decir que Kageyama se notó en demasía muy curioso ante esa petición, arqueando una de sus cejas y no pudiendo negarse cuando eso ocurrió.
—Cerca de la casa hay un campo abierto, ahí podemos hacer el muñeco de nieve —soltó una opción con facilidad, llenando de energía al niño ante su anhelo de crear un muñeco de nieve, dando un asentimiento certero y emocionado antes de tirar del brazo de Tobio con toda su fuerza, haciéndolo avanzar a tropezones.
—¡Vamos a apurarnos, hay que tomar el autobús! ¡El autobús! —cantó con alegría Kazuya, casi corriendo de la mano con su padre—. ¡El autobús! ¡El autobús!
Aunque el día era frío y nevado, Tobio sentía su pecho cálido.
—Lo primero que hay que hacer es una bola de nieve pequeña —dijo Tobio, ya agachado en la nieve. La mochila de Kazuya la habían dejado recargado de un árbol sin hojas, y ellos estaban demasiado cerca. Su casa estaba a dos cuadras y Kageyama le había mandando un mensaje a Shoyo de lo que haría con Kazuya para que no se preocupara si llegaban a tardarse.
Como la comida y cena de ese día le tocaba ser preparada por Shoyo, y Sora, tras faltar a clases porque la primaria Suno tenía demasiada nieve acumulada a sus alrededores, los dos se habían quedado cocinando mientras Kageyama tomaba la responsabilidad de ir por Kazuya a su guardería.
Así Tobio fue testigo de como el sonriente niño formaba una pequeña bola de nieve en el lugar donde estaba en cuclillas, y le daba unos pequeños golpecitos al querer darle una forma circular perfecta: imposible.
—¿El muñeco de nieve va a ser muy chiquito? —interrogó Kazuya perdido, viendo la bola que tenía su papá y la que él tenía. Fácilmente, éstas podían ser envueltas en las grandes manos de su padre.
Kageyama negó, respondiendo primero con acciones al poner la bola en el suelo y empezar a hacerla rodar por el tapete blanco.
—¡Ohhhh! —Kazuya no pudo ocultar su sorpresa al ver a la bola lanzada y que rodaba sola hacerse un poco más grande. ¡Increíble, su papá Tobio era un mago!—. ¿C-cómo haces eso? ¡Yo también quiero! —destacó con emoción el niño con la bola entre sus manos.
—Sólo debes de hacer rodar la bola —dijo Kageyama con su tono de voz calmado, señalando a su antes pequeña bola detenerse tras perder impulso, con un tamaño mucho más grande.
Kazuya Kageyama gritó de la emoción.
«¡Yo también puedo hacer magia!», pensó de manera inevitable, no borrando la curvatura bien delineada de sus labios y sus mejillas pintándose de color rojizo por su posible felicidad de creer que era parte de una familia de magos. Se preguntó si su papá Shoyo y sus hermanos podrían hacer magia... ¡tal vez hasta su cuñado, Ryusei, sabía hacerla!
Y el menor de los Kageyama hizo rodar la bola, dejando que ésta llegara a dar vueltas y vueltas con brusquedad, empezando a recoger algo de nieve en el camino, y terminar haciéndose un poco más grande que la de Tobio.
Cuando se detuvo, las dos bolas eran grandes, pero no tan grandes como para hacer un muñeco de nieve. Apenas y le llegaban a la rodilla a Kazuya.
—¡Son muy pequeñas! —dijo Kazuya sin trapujos, mirando a su padre con un puchero y sólo llevándose de su parte una sonrisa extraña del adulto, donde sus cejas arqueadas hacia abajo y sus dientes blancos enseñándose le daban una apariencia perturbadora, pero que no causó nada en Kazuya al ya estar acostumbrado a los vagos intentos de sonreír de Tobio.
—Tenemos que rodarlas más hasta hacerlas considerablemente grandes...
Tras esa instrucción, después de un rato de andar rodando bolas de nieve, ya habían hecho cuatro enormes y Kazuya ya iba por la quinta, empezando a amasar la nieve entre sus manos. Kageyama Tobio se mostró algo confundido.
—¿Vas a hacer otra? Creo que con dos ya es suficiente —confirmó Kageyama, viendo la bola grande que había creado y las otras tres grandes que Kazuya se había apurado a hacer. En definitiva, hacer muchas bolas de nieve debía de ser un talento.
—Es que quiero que llegue hasta el cielo. —Señaló con emoción al cielo claro con algo de nubes.
—Con mi estatura no creo llegar hasta allá —comentó Tobio, dirigiendo su vista hacia arriba y dando el golpe de realidad—. Tampoco hay escaleras que te llevan al cielo —afirmó con seguridad.
—¡Pero con tu magia puedes hacer woosh para encinar! —Dio una solución efectiva al creerse conocedor de un secreto mundial de su familia siendo un linaje de magos.
Muy alejado de la realidad, la familia de Tobio se dedicaba a una empresa nacional de sushi empaquetado, y la de Shoyo sólo era una mujer que fue asistente de una estilista de Miyagi y tejedora ágil de gorros, guantes o suéteres con estambre. No tenían un lugar secreto, los señores Kageyama ya estaban disfrutando su jubilación en las cálidas playas de Okinawa, y la señora Hinata había asistido con Natsu a esquiar a Nozawaonsen como un regalo de parte de su hijo mayor. La única magia que podían hacer Shoyo y Tobio eran ataques súper rápidos y sincronizados en el voleibol.
—¿Qué te parece hacerlo a la altura de Sora? Son como 1.47 metros —preguntó Tobio, señalando más o menos la altura de su hijo de en medio. La altura de Sora era ideal por si querías llegar al cielo, y Kazuya se mostró emocionado ante esa realidad.
Y sí, Kageyama sólo tuvo que poner dos bolas grandes, una encima de la otra. El cuerpo ya estaba listo, quedaban los detalles.
Kazuya vio con fascinación todo y empezó a dar saltos de arriba a abajo por ver su creación definitiva casi terminada.
—¡Kazuya casi está listo! —comentó el Kageyana menor, extendiendo sus dos manos arriba y dejando perdido a Tobio: ¿cómo se llamaba el muñeco?
—¿Cómo se llamará? —preguntó, haciendo un movimiento con su mano para que se acerque, y con señas, lo incentivó a que tratara de aplanar más el muñeco hasta quedar lo más redondo posible, como una pelota de voleibol.
—Kazuya... —Hizo saber el nombre que había decidido.
—¿Le vas a poner tu nombre? —habló algo perdido el adulto, dejando de sacudir la nieve y dejando la creación un poco más redonda. Kazuya asintió con entusiasmo.
—¡Sí, mi nombre es el más bonito de todos! —declaró con seguridad el niño de cabellos alborotados, alejando sus manos de las dos bolas apiladas y las levantó al aire. Tobio sonrió casi de improviso ante eso.
—Sí, tu nombre es bonito —apoyó, dejando que Kazuya ampliara más su sonrisa y mirara a su muñeco de nieve.
—¿Qué más se le hace a Kazuya? —interrogó con destreza, señalando su pila de nieve. Tobio en verdad lo pensó con seriedad, antes de dar una respuesta.
—Vestirlo, ponerle brazos y la cara. Hay que buscar ramas —contestó, y Kazuya se mostró emocionado.
—Yo sé dónde hay, hace unos días jugando con Sora encontré muchas ramas regadas por aquí. —Atiborró con seguridad, dando un bufido certero y corrió hacia el sitio donde estaba su mochila recargada del gran árbol. Se paró frente a éste, y ahí, Tobio fue testigo de como el menor bajó sus cejas y frunció su ceño, comenzando a mirar por todos lados para que nadie lo viera. Luego, al no ver a nadie a los alrededores, volteó su cabeza y se enfocó en observar al adulto azabache, con algo de indecisión.
—¡No veas, papi! —advirtió, haciendo que el mencionado tuviera un sobresalto, asintiendo y apartando la mirada. Kazuya había escondido ramas de árboles secas en la nieve sólo para él.
Kageyama no dijo nada ni se atrevió a mirar siquiera, sólo supo de todo cuando llegó Kazuya con dos varas largas perfectas para extremidades. Pusieron las ramas sobre Kazuya a sus costados, y el pequeño Kageyama se emocionó porque se iba pareciendo cada vez más.
—Ahora hay que vestirlo, no podemos dejarlo encuerado con este frío o morirá de hipotenusa —relató la pronunciación Kazuya, posando una de sus manos sobre su mentón, haciendo todo lo posible por querer recordar como era el muñeco de la fotografía. Con rapidez a su cabeza llegó el muñeco, recordando lo que traía puesto—. Un gorro, una bufanda y unos guantes —confesó, viendo sus propias manos y notando los guantes azulados—. Le prestaré mis guantes, pobrecito...
—No, Kazuya puede usar los míos —indagó Tobio, quitándose sus guantes y dejando que su mano envuelta en caliente de golpe sintiera la tenue brisa helada de ese día. Shoyo se enojara con él si dejaba que su hijo se quitara sus guantes.
Tobio le entregó los guantes azules y Kazuya los recibió con entusiasmo, agradeciendo con una sonrisa.
Tampoco podía dejar que su hijo se resfriara.
—Y bufanda —destacó Kazuya, haciendo que Tobio asintiera, quitándose su bufanda y empezando a colocarla alrededor del muñeco de nieve, mientras Kazuya terminaba de ponerle los guantes.
Las manos de Tobio ya se estaban congelando, ¡qué frío! Sintió que se le partió el alma al tocar por accidente la nieve en la bola de arriba del muñeco, ¡quemaba! ¡La nieve quemaba!
¿Qué mierda?
—¡Zu-chan! ¡Tobi! —La voz de Shoyo los hizo detenerse para girar su cabeza: Shoyo y Sora habían llegado. Sora estaba bien abrigado con un abrigo de color azul, guantes verdes, bufanda verde y orejeras del mismo color. Shoyo, muy al contrario, estaba usando un abrigo café igual al de Kageyama, sólo que de tallas diferentes, junto con un gorro similar al de Kazuya de color naranja y guantes y bufanda del mismo color.
—¡Zu-chan! ¡Papá Tobio! —Ahora fue Sora quien saludó. Él era el único que tenía la mano levantada al aire, ya que Shoyo tenía ocupadas las dos manos, una sosteniendo la de Sora y la otra traía una bolsa de plástico con contenido desconocido.
Shoyo y Sora se acercaron hasta ellos y Kazuya fue el primero en salir corriendo en su dirección, para rodar con sus pequeños brazos las piernas de su otro papá.
—Veo que mi Zu-chan se está divirtiendo —aludió en medio de una risa el otro adulto, cuando llegaron hasta donde estaba Tobio, para así poder agacharse y quedar a la altura del niño de cinco años y depositarle un beso en su mejilla. Kazuya se rio, dando una carcajada y regresó el beso en una de las mejillas de Shoyo. Después de saludarlo, corrió hasta su hermano, embistiéndolo con fuerza tras tomar impulso y tirándolo de espaldas contra el colchón de nieve.
Kazuya quedó arriba de él.
¿Por qué Sora siempre se caía de espaldas contra la nieve?
Shoyo se paró de nuevo, sacudiéndose la nieve que cayó en su pantalón, para poder quedar frente a Tobio y enseñarle la bolsa de plástico blanca.
—Perdón por la tardanza, fue difícil encontrar piedras, todas estaban enterradas en la nieve, So-chan me ayudó a recolectar —transmitió su mensaje, sacando también de la bolsa con algunas piedras una bufanda y guantes—. Éstos los había traído para el muñeco de nieve —apuntó con la mirada al muñeco de nieve que ya tenía los guantes de Tobio y su bufanda—. Pero no puedo dejar que mi esposo se enferme. —Rio con complicidad, guardando los guantes en su bolsillo y dejar la bolsa en el suelo, para así poder enfocarse en ponerse de puntitas para envolver el cuello de Tobio suavemente.
Al acomodarle la bufanda, Tobio aprovechó para colocar sus palmas heladas en las mejilla de Shoyo e inclinarse para besar su frente.
—Tus manos también están frías, Tobi, será difícil hacerme pases mientras entrenamos —coqueteó Shoyo, un coqueteo que sólo podría servir con Kageyama.
Kazuya y Sora ya se habían sacudido la nieve de su ropa y habían corrido hasta la bolsa con los materiales recolectados.
Tobio se ruborizó con fuerza ante esa insinuación directa y se dejó tocar por la calidez de las manos de Shoyo al alejarse de la bufanda y las condujo hacia sus manos heladas. Shoyo trató de darle calor soplando levemente y apretándolas ligeramente.
—Cásate conmigo, Sho —pidió, dejándose consentir. El susodicho sonrió ante la petición.
—Acepto —murmuró.
El día era helado y frío, pero el pecho de Tobio se sentía cálido.
—¿Por qué la zanahoria está mordida? —concertó Kazuya, al sacar una zanahoria que ya no tenía la punta porque fue mordida.
—Pensé que era para mí —citó Sora al recordar la zanahoria lavada que sobró del curry de esa tarde: Shoyo se la ofreció para que la guardara en la bolsa, pero Sora lo tomó como «¡puedes comértela!»
Shoyo sacó del bolsillo los nuevos guantes de color grises y se los extendió a Tobio para que se los pusiera de nuevo. Luego, miró a sus hijos.
—Kazuya no tiene cara —confesó el niño, señalando el muñeco de nieve y Shoyo parpadeó confundido.
—¿Cómo se llama tu amigo de nieve, Zu-chan?
—¡Se llama Kazuya! —farfulló animado Kazuya, señalando su creación de nieve. Sora ni siquiera pudo dejar de lado su compostura habitualmente seria y tratar de no reír, tapándose su boca con una de sus manos.
A pesar de todo, al ver el entusiasmo en la cara de Kazuya, prefirió no decirle nada.
—Entonces, hay que armar el muñeco de nieve —comentó Sora de pronto, tras haber aguantado la risa de manera triunfal.
Pronto, el muñeco de nieve hecho por casi toda la familia Kageyama quedó hecho a la perfección... o casi.
Ojos chuscos, y uno más grande que el otro, la nariz mordida, la curva de la sonrisa lo hacía ver algo aterrador y Shoyo detrás del muñeco colocándole el gorro. Cuando Shoyo le puso un gorro navideño de ése que usaba Santa, Kazuya grito de alegría y empezó a dar largos saltos de felicidad.
El pequeño de ojos azules y hebras naranjas estaba maravillado, sin importar que tan feo pudiera ser el muñeco.
—¡Kazuya, ¿quieres ser mi amigo?! —cuestionó con emoción Kazuya, dejando que el silencio de esa época invernal lo llenara.
Porque el muñeco no contestó.
No estaba vivo.
Por más que esperó, esperó y esperó. El muñeco nunca le respondió.
Kazuya bajó sus manos a sus costados y su cara de felicidad desapareció de su rostro, antes de voltear a ver a Tobio.
—¿No quiere ser mi amigo? —sacó a flote esa pregunta, dejando congelado a Shoyo Kageyama por ver a su niño así. Shoyo miró a Tobio, y Tobio volteó a ver a Shoyo, quien estaba detrás del muñeco.
Los dos se miraron por unos segundos, antes de que lo único que se le ocurriera a Shoyo fuera agacharse para esconder su cuerpo detrás del muñeco de nieve, y con sus manos, agarró las ramas y las movió con suavidad para que Kazuya volteara a verlo.
—Sí quiero ser tu amigo, Zu-chan —respondió el muñeco de nieve (Shoyo), con un voz un poco más aguda de lo normal.
A pesar de lo obvio que fue para Tobio el ver a Shoyo maniobrar las ramas y fingir su voz, al menos para Kazuya fue suficiente para que la felicidad no cupiera en su cara, al creerse eso... y extrañamente Sora también lo hizo.
Tobio no pudo evitar dibujar una tenue sonrisa, de ésas bien delineadas que salían una vez cada mil años.
Hishou había recibido un mensaje recientemente, era una fotografía donde sus dos hermanos y sus padres posaban con su sonrisa aterradora junto al muñeco de nieve.
Dio una media sonrisa y prometió ir a visitarlos la siguiente semana para quedarse a celebrar con ellos el cumpleaños de su padre Tobio, la navidad, año nuevo y su cumpleaños.
Subió por los escalones de su departamento compartido, dando una reverencia en modo de saludo a la chica de preparatoria del departamento de al lado al encontrársela por casualidad. Ella respondió el saludo y se apresuró para no llegar tarde a clases.
Hishou en cambio, llegó por fin a su departamento tras su práctica mañanera.
—¡Estoy en casa! —saludó Hishou apenas la puerta se abrió y él pudo ingresar para cambiarse los zapatos.
—Bienvenido... —Se asomó un chico desde la puerta del comedor, con un pan tostado y mermelada arriba en mano, el chico era mucho más alto que el hermano mayor de los Kageyama, con varias pecas repartidas en sus mejillas y unos fuertes ojos verdes encerrados a través de las gafas.
Hishou no pudo evitar sonreír apenas vio a Ryusei.
—¡Llegué!
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