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Hishou & La Universidad

¿A ti se te han caído dientes, Soka-chan? —cuestionó con curiosidad el pequeño chico de hebras negruzcas al mencionado, mostrándose curioso al ver como el que era un año mayor que él comenzaba a menear uno de sus dientes incisivos de la parte superior, con su lengua.

—¡Es mi primer diente! —contestó con emoción el niño de cabellos alborotados, y Miyagi no pudo evitar ocultar su sorpresa ante tan fascinante revelación. ¡Sora era increíble! ¡Increíble!

Esa tarde, los dos niños estaban en casa de los Iwaizumi, después de que Sora y Miyagi salieran de la escuela tomados de la mano y se negaran a soltarse. Shoyo al final le dio permiso de ir a casa de Tooru, después de que éste lo sugiriera.

Eso los llevaba a la situación actual, los dos niños en la sala, con el castaño mayor recostado sobre el sofá más largo, a punto de quedarse dormido por lo cansado que eran últimamente los entrenamientos, y Hajime en la cocina, preparando la comida y la cena.

Tooru estaba tan cansado que ni cuenta se había dado de que su hijo y Sora le habían rallado toda la cara con plumón permanente de color negro, en su intento de querer embellecerlo más de lo que ya era: le habían puesto un circulo negro alrededor de su ojo derecho, le habían rallado el contorno alrededor de los labios, y le remarcaron las cejas. En su mejilla izquierda Miyagi le había dibujado una carita feliz y una estrella.

Buena suerte para borrarlo, Tooru.

—¿Puedo tocarlo? —insistió emocionado Miyagi. Sora no tardó en darle permiso y abrió lo más que pudo su boca, dejando el espacio suficiente como para que el de menor edad estirara tímidamente su mano, llegando con uno de sus dedos a rozar la estructura dura del diente de leche que parecía colgar de un acantilado.

Para colmo, apenas el dedo rozó con el diente, éste terminó por zafarse de la boca de Kageyama, y cayó directamente hacia el suelo.

Miyagi entró en pánico al ver el pedazo de Sora tirado contra el piso de la espaciosa sala. Sus orbes negras se nublaron ante su terror naciente, abrió los ojos lo más que pudo y soltó un grito asustado. Muy al contrario, Sora sólo veía con sorpresa contenida, su diente con un poco de sangre en el suelo.

¡Se le cayó su diente! La sonrisa casi se le escapaba de su boca. Pensó que hoy llegaría a casa feliz y que le contaría lo que había pasado a Shoyo cuando éste viniera a recogerlo.

Ésos eran sus planes...

—¡Una a-a-a-ambulancia! —Miyagi chilló con fuerza, enderezando su pequeño cuerpo de golpe y casi tropezando al hacerlo. Sus piernas se movieron solas, el movimiento fue veloz y pronto ya había saltado arriba de Tooru, sacándole el aire de los pulmones, dejando un grito ahogado al aire, enderezando su cuerpo de golpe y agarrando a Miyagi para que no se cayera. El adulto de cabellos castaños y mirada bonita dejó su idea de que un monstruo había brincado arriba de su cuerpo, y se concentró en mirar al lloroso Miyagi que suplicaba por ayuda, y al girar al otro lado, en el suelo, Sora examinaba su diente caído con curiosidad—. ¡Soka-chan se está desarmando!

A Hishou le ofrecieron una beca deportiva para una universidad de prestigio en Tokyo: la universidad Midori.

Sora estaba nervioso, estaba en pánico, y fácilmente podía apostar cuál era la razón. Algo muy simple que lo hacía ponerle los pelos de punta, lo aterraba, lo atrapaba, y deseaba en más de una ocasión, que su hermano mayor no haya aceptado la beca deportiva en un lugar lejano.

Sora Kageyama, sabía que Hishou Kageyama hace unos meses había cumplido la mayoría de edad. Sabía que era uno de esos adultos responsables que salían en la televisión gracias a diversos programas y que podía vivir solo.

Viajar hasta Tokyo diario desde Miyagi en definitiva sería algo pesado, y que Hishou le insistiera a sus padres para mudarse, sabiendo lo mucho que apreciaban esa casa en las ya no tan afueras de Miyagi, donde habían decidido formar su familia, matrimonio y vivencias diarias, era algo impensable para él.

Así que el hermano mayor de la familia Kageyama, había tomado una decisión: ¡se haría independiente!

O al menos, ¡lo intentaría!

Sora odiaba el día en que aceptó que eso podía siquiera ser posible. Los planes de Hishou eran conseguir un pequeño departamento cercano a la universidad.

Quizás no sería del todo independiente porque Tobio sugirió que ellos se seguirían haciendo cargo de cubrir cualquier gasto necesario del colegio porque era parte de su trabajo como padres, pero un pequeño avance a paso corto para llegar a ser un adulto responsable, era al menos despegar a su propio ritmo, ¡se esforzaría!

Sora Kageyama creía que Hishou Kageyama era cruel, a sus ocho años, eso era lo único que podía cruzar por su mente. Era cruel porque se iría y dejaría a Kazuya, a su papá Shoyo, a su papá Tobio y a él.

Lo peor fue que sus padres aceptaron su abandono rápidamente.

Incluso lo habían ayudado con opciones para departamentos y todo se facilitó cuando Ryusei realizó el examen de ingreso para una universidad cercana a la de Hishou y pudo entrar fácilmente: ahora estaban planeando vivir juntos. No sólo se iría su hermano mayor, también su otro hermano mayor!

Justo ahora, en su vago intento de hacer que su hermano se quedara, se la pasó la mayoría del tiempo pegado a él. Si Hishou estaba en su habitación, Sora iba tras él. Si Hishou tenía que ir a la tienda, el niño se enroscaba en sus piernas para ser llevado por él.

Lo más obvio de todo, fue que al final, Kazuya, el niño que estaba a un año de ingresar al jardín de infancias, comenzó a copiarle las actitudes de Sora, en menor medida, porque se veía divertido.

De esa forma, habían terminado los dos hermanos en la bañera, siendo ya un milagro que los dos cupieran. El pequeño Kageyama de hebras negras alborotadas, estaba frente a su hermano mayor, los dos sumergidos en el agua, y el más pequeño escondía su boca en el líquido, haciendo pucheros con sus labios que terminaban expulsando burbujas de aire en la superficie

Hishou de sintió fácilmente asustado, abriendo con ligereza sus labios al ver a Sora entrando en un pequeño arranque de ira al verlo arquear sus cejas y afilar su vista como sólo un Kageyama podría hacerlo.

—¿Qué pasa, So? —Se atrevió a preguntar el de ojos azules, dando una medio sonrisa y sintiendo como su cara se iba tornando de color rojo al ser examinado por el honesto mencionado que ni aunque quisiera, podría mentir.

—Hermano, eres malo. —Fue lo único que pudo decir, al pensar que sus dos padres se pondrían muy tristes cuando Hishou decidiera moverse.

Por esa razón, fue que Sora enrojeció y Hishou se encontró perdido ante la acusatoria vigencia de su hermano sobre su persona.

—¿Qué? —dijo con seguridad, dando una extraña muestra de no entender nada al ladear un poco su cabeza hacia el lado derecho. Sora se mostró más molesto.

—Nos dejarás solos —afirmó, ni siquiera pudiendo ocultar como tras esa afirmación, Sora empezó a dejar que las lágrimas se fueran acumulando en sus ojos, hasta que se volvió una bolsa llena sin ataduras de un pequeño niño de primaria que no quería que su hermano mayor se fuera—. T-te irás a Tokyo...

Y el llanto inició. Sora estaba frustrado porque no podía evitar que Hishou se quedara en casa, y lo demostró al llorar con fuerza, que su voz se oyó por toda la casa. Sus lloriqueos, con facilidad lograron llamar la atención del pequeño Kazuya que estaba a punto de iniciar su siesta de la tarde, pero prefirió unirse al llanto colectivo sin saber la razón exacta. Lo más seguro es que sus padres ya los hayan escuchado.

—No los abandonaré, prometo que los estaré visitando muy seguido —animó Hishou, manteniendo la calma a pesar de ver al niño llorando, y notando como el lloriqueo se intensificaba cuando dijo lo último. Lo único que pudo hacer fue extender sus brazos húmedos, dejando su pecho al descubierto, para que su hermanito lo abrazara. Cosa que fácilmente fue acatada por el chico de cabellos desordenados al casi saltar sobre él.

Hishou le acarició sus cabellos y Sora lo rodeó por el cuello, llorando y descargándose. Cuando el agitado Shoyo llegó al baño preocupado por escuchar a su Sora llorando, se topó con la escena de dos de sus tres hijos abrazados. Hishou consolaba a Sora, y el menor tenía un ataque de hipo.

Shoyo Kageyama

Shoyo era muy feliz cuando se referían a él como «Kageyama». Quizás no era algo muy especial u original, pero le gustaba. Se sentía... orgulloso.

Y es que Shoyo Kageyama se sentía afortunado, porque, ¿quién no querría casarse con Tobio? Era el tipo ideal de Shoyo: era atractivo, alto, de ojos azules y cabellos lacios. Cariñoso, le gustaba competir, era apasionado con lo que le gustaba, cuidaba mucho de sus hijos y de él, y sabía hacer el sexo tan bien.

—¿Ya inició? —Shoyo llegó corriendo al sitio, tras haberse organizado lo mejor que pudo con Tobio para dividirse las actividades de ese día: Tobio llevó a Sora a su partido oficial de béisbol, luego llevó a Kazuya a la guardería y Shoyo llevó a su hijo mayor a la estación del metro, tras su decisión de mudarse a Tokyo por una beca deportiva para una universidad de allá. Un paso más cerca para volverse profesional.

La entrenadora encargada le había indicado el sitio donde los padres de familia estaban observando el partido.

—Todavía no inicia —habló una mujer de cabellos castaños muy cortos y pecas regadas en sus mejillas. Shoyo miró hacia la cancha y notó como apenas se estaba haciendo un veloz mantenimiento antes de que el juego de béisbol con sus nueve entradas comenzara.

—Qué alivio —murmuró el adulto, dando un vistazo breve en las gradas, notando rostros masculinos y femeninos de adultos, algunos con obvios parecidos de los amigos de su Sora, pero no había rastro de Kazuya, no deberían de tardar en llegar—. Me alegro haber llegado a tiempo —soltó, caminando hasta sentarse a un lado de una mujer de largos cabellos rubios amarrados en una coleta, ya que era de los pocos lugares vacíos que había donde eran tres espacios vacíos.

—¿Quién es? —Ahora fue un chico albino el primero en hablar, quien recibió con rapidez de su pareja una respuesta, un hombre azabache de hebras rizadas, quien también le dedicó una mirada a Shoyo.

—¿No es el jugador de voleibol?

Pronto, fue el centro de atención y el menor sólo pido reír con ligereza, posando una de sus manos en su nuca y rascó el sitio con nerviosismo.

—Soy el papá de Sora Kageyama, es un gusto —saludó, antes de sentarse en el lugar. Claro, era normal que no lo conocieran, era el primer partido de su hijo en ese deporte.

—¡Ah, Kageyama-san! —La chica a su lado lo saludó con una leve reverencia, y Shoyo Kageyama volvió a sentir ese regocijo de ser llamado de esa manera se coló en sus mejillas pintándose de un intenso color rojizo.

—Sí, soy yo...

—¿Y eres jugador de voleibol? —cuestionó ahora una mujer sentada detrás de él, haciendo que el de cabellos naranja la mirara antes de poder asentir—. Creo haberte visto en algunas portadas de revistas deportivos que lee mi Taro-chan, ¿eres un gestante?

—¡Sí! —respondió animado, recibiendo con felicidad un bollo de carne que la asociación de padres de familia del club local preparó para los demás padres—. Gracias.

—¿Y no le molesta que su hijo juegue béisbol? —Ahora el padre de Taro confesó, estando sentado a un lado de su esposa y llamando la atención de Kageyama, quien sólo pudo sonreír con suavidad y negar al mismo tiempo, apartando la mirada al escuchar el grito del equipo de Sora ya saliendo. Al divisar a su hijo, no puso evitar ampliar su sonrisa.

—Mi So-chan no es yo. Nosotros pensamos que él sería más feliz haciendo lo que a él le gusta... así que lo apoyáremos con todo lo que nos sea posible —respondió, siendo testigo de como su hijo iniciaría el partido como pitcher, poniéndose en el montículo, con guante y pelota en mano—. ¡So-chan, ánimo! —apoyó el número 10 de la selección, simulando con sus manos un megáfono.

El partido comenzó, y en el proceso de terminar la primera entrada, Tobio llegando a las gradas, con el pequeño Kazuya en mano. El diminuto niño con obvia similitud a Shoyo a excepción del color azulado en sus ojos, buscó con rapidez la figura de Shoyo.

—¡Papi Shoyito! —gritó al divisarlo al frente, permitiendo que el susodicho apartara la mirada del partido, para voltear a ver hacia la alta figura de Kageyama Tobio con la mochila infantil en hombros, y su hijo menor sosteniendo su mano mientras daba pequeños brincos al saludarlo.

—¡Zu-chan! ¡Tobi! —llamó el de ojos cafés, señalando con una sonrisa los dos asientos vacíos apartados.

—¡Es el hombre atractivo de esta mañana! —confirmó una mujer, y Shoyo no pudo evitar voltear a ver rápidamente a la mujer.

—¿Quién es? ¿Quién es?

—Es mi esposo —destacó el adulto de cabellos naranjas, pintándose de colores y posando una de sus manos en su mejilla.

También le gustaba presentar a Tobio como su esposo.

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