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El Inquieto Kazuya Kageyama

—Regresen con cuidado a casa. —Miyagi podía ser considerado como uno de los lugares más seguros. A pesar de los años, la pequeña ciudad no había crecido mucho, por lo que no era raro que la gente se conociera.

Los niños podían andar libremente, jugando sin preocupación alguna, y los chismes corrían por todos lados. 

Si alguien veía a una persona casada dándose cariños con cualquier otra persona, se podía tener por seguro que la voz se correría sin poder frenarla. 

Si alguien andaba en malos pasos, toda la ciudad conspiraba para no acercarse mucho (eso le pasó a Tobio en sus años de preparatoria, sólo por su cara aterradora. Para su suerte, actualmente era tomado como un jugador profesional de voleibol, un buen padre y esposo amoroso por sus vecinos: «un chico malo retirado»).

Sí, así que el hombre de baja estatura, profesor encargado del aula de Sora, el señor Mutsumi, se refería a los enormes charcos de agua y lodo que quedaban después de un tifón que azotó Miyagi hace apenas unos días.

—No vayan a ensuciarse demasiado —aseguró su recomendación de forma más directa, llevándose con rapidez la mirada de todos sus alumnos, ya de pie, con sus pequeñas mochilas en la espalda, y listos para salir corriendo. Los grandes ojos de Kazuya se abrieron con destreza, al no entender bien a qué se quería referir el amable profesor encargado, pero terminó por asentir después de ver a los demás hacerlo.

La chicharra sonó, y ése fue el botón de impacto para que el profesor se pusiera en la puerta, no permitiendo salir a ninguno por políticas escolares. En su lugar, estiró su mano al aire y luego la bajó al frente, diciendo de manera sutil que quería que hicieran una fila derecha.

—Tomen sus manos entre ustedes para no perderse. —El profesor tenía la filosofía de que los primeros años en el jardín de niños eran punto clave. Por eso quería formar alumnos empáticos que no juzgaran a los demás y se apoyaran entre ellos—. No hay que deshacer la fila —afirmó el adulto, alzando su mano una vez más al aire, observando por última vez a los niños que usaban el mismo uniforme de color azul claro, antes de girar sobre sus talones y tomar la mano del primer niño que hizo la fila.

Kazuya vio la fila serpenteando, sus grandes ojos azules veían todo, saliendo del sitio y sintiendo como el aire frío se colaba por todo su cuerpo. En la mañana hacía algo de calor. El clima cambiante era algo mágico para Kazuya que nunca entendería.

Sus ojos pasearon sobre el pequeño patio donde había jugado en el receso con Mizuki y Kano al avioncito y a saltar la cuerda. Recordó vagamente lo que había pasado horas atrás: sus pies se enredaron en la cuerda que cayó de lleno contra el suelo. Su rodilla se raspó y su amable profesor le había puesto un curita y le ofreció una paleta sabor fresa. Estaba rica.

Al salir de los dominios de la escuela, pudo divisar como el profesor soltaba el agarre y daba permiso para que se separaran. Después de eso, nadie pudo frenar la energía inagotable de los niños, algunos salieron corriendo en dirección a sus padres que los esperaban afuera y otros corrieron por la acera en grupos para ir a casa o jugar un rato.

Kazuya se dirigió hacia el pequeño poste donde su papá Shoyo le dijo que debía de esperar a alguno de los dos, y que no se moviera de ahí si todavía no llegaban. Para su suerte, el abrigado Shoyo ya estaba ahí, Kazuya pudo divisar como el adulto estaba usando su típico abrigo café que recientemente había comprado a juego con Tobio. En una de sus manos llevaban colgando un pequeño abrigo de color gris.

—No está la cicicleta... —murmuró el niño lo que había descubierto recientemente, mirando a todos lados para encontrar el transporte con el que Shoyo usualmente le recogía. Le gustaba el cómodo asiento acolchonado similar a una silla verde donde él podía sentarse, abrochando su cinturón y usando un bonito casco amarillo que aplastaba sus cabellos naranjas. Se sentía como un espía en una misión súper secreta que debía de manejar una moto por la ciudad.

—Hace mucho frío, podríamos enfermarnos si todo el aire nos golpea en la cara y el pecho a esa velocidad —contó la realidad su padre, haciendo que el pequeño Kazuya arqueara sus cejas y diera un sutil puchero de su boca, pero asintió a la fuerza. Sus acciones eran similares a Tobio—. No te preocupes, Zu-chan, pasearemos en bicicleta otro día —confirmó, agachándose a la altura del menor y le colocó el abrigo, cosa que el niño no debatió, ya que incluso estiró bien sus manos y sonrió un poco al ver cómo los ágiles dedos de Shoyo paseaban al abrochar los botones.

Chi... —dijo, todavía algo indeciso y sólo logrando que Shoyo le sonriera, posando su mano sobre sus cabellos, dando una caricia certera, buscando animarlo.

—Podemos comprar un postre de regreso a casa, ¿qué te parece? —soltó por fin su propuesta, logrando que el infante tuviera una iluminación en su cara. Sus ojos azules oscuros se alinearon de felicidad y sus dos manitas se alzaron fuertemente, que casi le tiran el gorrito azul marino de pescador que era parte del uniforme.

—¡Quiero pastel de mora! Y de fresas, y de duraznos, y de manzana, y de brócoli, y de cacahuate, y de carne y de papás. —Okay, los últimos pasteles no existían en la repostería donde compraban, pero Shoyo ya estaba acostumbrado a la emoción venidera de su niño. Sonrió con destreza y fingió pensarlo, enderezando su cuerpo y colocó su mano sobre su barbilla.

—¡Está bien! Compraré una rebanada de chocolate y otra de moras —aseguró, observando al pequeño quien se mostró emocionado. Ahí notó el pequeño curita en una de sus rodillas, no pudiendo ocultarlas por los pantaloncillos cortos de color negro de su uniforme—. ¿Te caíste en la escuela, Zu-chan?

Shoyo no le apartó la mirada al sitio, y eso incentivo al mencionado para bajar su mirada hacia el sitio, dando un pequeño asentimiento, con su gran sonrisa de oreja a oreja.

—¡Sí, cuando saltaba la cuerda! Pero fui un niño bueno y me aguanté las ganas de llorar —confirmó el pequeño, dando un leve saltito, emocionado y en busca de querer la felicitación de su padre—. Papi Shoyito, Mutsumi-chan me dio una paleta —contó lo que le había pasado, aceptando la propuesta del susodicho para tomarlo de la mano y así ambos pudieran caminar rumbo a la pastelería y a la estación de autobuses.

—Fuiste un niño muy fuerte, Zu-chan, pero no tiene nada de malo el llorar —confesó Shoyo, felicitándolo y dándole un consejo que él creía que era muy importante—. Si en algún momento quieres llorar, puedes hacerlo.

Kazuya escuchó esas palabras llenas de sabiduría, sus labios se abrieron con ligereza y observó al adulto con el que caminaba por la banqueta de la calle. Seguido de eso, movió su cabeza de forma afirmativa.

Kazuya apretó más el agarre de manos y se mostró emocionado, teniendo esa extraña sonrisa curvada digna de un Kageyama y se dejó conducir por el adulto hacia una pequeña repostería donde podías pedir pasteles completos o sólo rebanadas en una barra al exterior del local.

La chica que los atendía era una joven castaña de cabellos lacios que le llegaban hasta los hombros, alegremente tomó la orden, y pidió que la esperaran un poco. Cuando la fémina desapareció entre el local y del panorama café del mayor de cabellos naranjas, por fin pudo apartar la vista, y miró a su pequeño niño que lo observaba perplejo por lo alto que era.

Esa sensación casi lo hace llorar de felicidad. 

Para Shoyo Kageyama, era lindo que lo vieran con sorpresa los niños pequeños, creyendo que era muy alto. Sora daba la impresión de ser igual de alto que su papá Tobio, Hishou no era tan alto pero incluso era unos centímetros más grande que él, y bueno, Kazuya estaba en la media, debería de esperar a futuro, apenas tenía cinco años.

—¡Quiero con mucho chocolate! —afirmó con seguridad, logrando que Shoyo diera una pequeña sonrisa. Él también deseaba eso.

Kazuya tenía sus ojos rasgados bien puestos sobre su persona, su cabeza redonda y sus mejillas algo abombadas generaban ternura en Shoyo. Pero, no era un simple ángel inofensivo...

Ese niño era algo... inquieto.

Shoyo no sabía de dónde había salido esa personalidad inquieta y traviesa... Tobio no era hiperactivo, ¿de dónde salió?

Él no era hiperactivo, ¿verdad? ¿Verdad?

El sonido de una rana llegó a los oídos del pequeño. Sus orejas y su concentración en su padre se deshicieron, mirando hacia el lado de la calle donde había varios charcos de agua en la banqueta. Sus grandes ojos azules observaron a un diminuto ser que había visto en los libros de ilustración de la escuela: una ranita verde, parada sobre una hoja circular que nació entre las grietas del pavimento.

Sus ojos parpadearon con rapidez, queriéndolo captar y creyendo que era increíble ese ser fantástico. Sus mejillas se tornaron de color rojizo y soltó la mano de su papá. Shoyo volteó a verlo rápidamente, notando al niño parado a su lado, con sus ojos ilusionados y su brazo y manitas señalando al animal que croaba.

—¿Zu-chan...?

—¡Un croac-croac! —respondió emocionado, observando al croac-croac y Shoyo siguió con la mirada lo que su hijo menor señalaba. Ahí, se vio en la necesidad de querer corregir.

—¡Es una ranita! —manifestó el nombre del animal místico, y el pequeño que se asemejaba a él en apariencia abrió su boca en forma de O.

—Una ranita... —distribuyó, volteando a ver al animal que ya se preparaba para saltar.

—Sí, pero no vayas a tocarla, hay algunas que son venenosas —comentó, haciendo que Kazuya diera un movimiento afirmativo de cabeza, aunque no supiera exactamente por qué, o qué era la palabra venenosas. De hecho, sus ojos perdidos y el puchero en su boca, le hicieron saber al mayor, que el niño trataba de procesar la información—. Significa que te pueden lastimar... —murmuró, haciendo que Kazuya tuviera un gesto asustado al encontrarse con esa terrible realidad, y en sus ojos aterrados, se reflejó la idea de ver a una rana karateka brincando hacia él, dándole una patada con sus ancas y él cayendo al suelo, inconsciente.

Se puso pálido, y para borrar su terror, sacudió su cabeza, corriendo a abrazarle las piernas a Shoyo para sentirse protegido.

Álbum Antes De Los Kageyama

Kazuya no podían entender cómo era posible que su padre se llamara en su juventud: Hinata Shoyo. 

Eso lo podía notar cuando sus orbes desorbitadas y sus oídos muy dispuestos a escuchar esa verdad universal, salía de la boca del nuevo vecino que llegó a mudarse al vecindario dos días atrás.

¿Cuál era la situación? El joven de preparatoria que estaba asistiendo al Karasuno, y que si no mal recordaba, su nombre era Maru Sano, al momento de pasar a saludarlos y traerles un pastel de fresa casero, reconoció a su ídolo: Kageyama Shoyo.

Los dos habían tenido una plática acalorada, podía ver de reojo como de vez en cuando Sora se asomaba por el pasillo para ver qué era lo que pasaba, y Kazuya se aferraba con fuerza a las piernas de su papá, observando al chico amable que viviría en la calle. Entre el intercambio de palabras emocionadas y el delicioso aroma de takoyaki expulsado en la cocina por estar siendo preparado por Tobio, los pequeño gestos curiosos del infante, podían notar al chico de ojos y cabellos negros ligeramente alborotados, pidiendo que le firmara uno de los cuadernos de su escuela.

Lo que más le llamó la atención, fue que mencionara la palabra «antes», y «Shoyo Hinata».

Por eso, Kazuya Kageyama, después de comer, averiguaría toda la verdad.

¡Sólo existía Shoyo Kageyama! ¡Kageyama!

Y así lo hizo, después de comer, y ver como Shoyo trataba de lavar los trastes, siendo una tarea casi en vano porque Kazuya Kageyama podía ver cómo Tobio lo estaba abrazando por la espalda, dejándole varios besos en la mejilla, cuello y oreja derecha. Lo normal.

Eso normalmente sería algo muy alarmante para la pequeña mandarina; de hecho, no le gustaba mucho que su padre Tobio le estuviera dando demasiados besos en la cara a su otro papá. Y para colmo, Shoyo se reía, acurrucando su espalda contra el cuerpo de su esposo y olvidaba que debía de lavar los trastes.

Sora, por su parte, había traído a la mesa una libreta que usaba como diario de su experiencia con el beisbol, y empezó a plantear una estrategia que pudiera incluir para el siguiente partido. Kazuya Kageyama ni siquiera pensó más en las cosas, juntando sus manos recargadas sobre la mesa, entrelazando sus manos y movió con impaciencia sus piecitos que todavía no alcanzaban a tocar el suelo al sentarse en el comedor principal.

—Papi Shoyito, ¿por qué antes te llamabas «Hinata»? —profesó la pregunta al aire, dejando que todo el aire ameno de la casa se viera entorpecido sólo por eso.

Shoyo dejó de carcajearse a medio camino por sentir su mejilla bombardeada de besos, y giró su cabeza para observar a su hijo menor. Kageyama también volteó a verlo, con su cara atípica de siempre y sus ojos azules demostrando tranquilidad.

Kazuya estaba a punto de creer que dijo algo malo, ya que incluso podía sentir la penetrante mirada de su segundo hermano mayor. Sin embargo, la sonrisa de Shoyo, y como buscaba el trapo de cocina para secar sus manos llenas de jabón, lo hicieron tranquilizarse.

—Ése era mi apellido antes de casarme con Tobi —asintió con seguridad, formulando sus recuerdos anteriores y sonriendo con felicidad al recordarse en su infancia, siendo abrazado por su madre, jugando con su hermana, con sus compañeros de secundaria y con el Karasuno. A parte de Tsukishima para molestarlo, ya nadie se dirigía a él de esa manera.

—Entonces, ¿obtienes tu apeido al casarte con alguien? —completó lo que había logrado entender, haciendo que Shoyo Kageyama diera un movimiento afirmativo y los pequeños cables en la mente de Kazuya, y el terror creciente de imaginarse a su papá Shoyo casado con alguien que no sea su papá Tobio, lo hizo estremecerse—. ¿Mi papi ha cambiado de apellido? —aseveró en un tono de voz tembloroso, dirigiéndose a Kageyama. El azabache mayor escuchó esa cuestión, y sacudió su cabeza.

—Yo siempre he sido un Kageyama...

Y Kazuya entró en pánico: ¡su papá Tobio sólo se había casado una vez, y su papá Shoyo dos veces! ¿Cómo era eso posible? Y una de esas dos veces, no había sido con su papá Tobio, si no con un tal Hinata.

—¿Papi Shoyito se casó dos veces? —confesó con seguridad, entendiendo mal el proceso del cambio de nombre, y olvidando que, así como todos tienen un apellido al nacer, lo mismo aplicaba para sus padres. Los grandes ojos del mencionado parpadearon al no entender la cuestión del dolido Kazuya que se sentía traicionado, y Tobio al imaginarse una boda falsa entre Shoyo y un tipo cualquiera, lo hizo tener un amargo sabor en la boca.

De hecho, Kageyama comenzó a imaginarse una escena donde interrumpía el beso en la iglesia, el padre y el novio sin rostro parecían consternados, y el Shoyo de su imaginación, muy ilusionado, corría a sus brazos, se lanzaba sobre él y aceptaba huir juntos.

—No sólo tienes apellido al casarte, tú tienes de apellido Kageyama y no te has casado, estás muy pequeño, Zu-chan —confirmó el adulto, haciendo que esos grandes ojos azules de su hijo lo contemplaran, y Sora retomara su estrategia de béisbol a medio camino en el lugar donde contaba sus experiencias e ideas de ataque—. Al nacer, fui registrado por el apellido de mi papá: Shoyo Mamoru. Pasaron algunas cosas y cambié de apellido, terminé con Hinata por el apellido de mi mamá. Cuando me casé con Tobi cambié de apellido, y me siento muy feliz de ser parte de los Kageyama —concretó con seguridad, sólo haciendo que Tobio girara rápidamente su mirada para ver al adulto empezar a ponerse rojo y comenzar a jugar con sus dedos.

«Lindo», pensó Kageyama al ver sus acciones algo tímidas.

—Y sí, me llegué a casar dos veces con Tobi —murmuró el adulto, poniéndose más rojo que de costumbre, bajando la vista al suelo y quedándose quieto al ver cómo la vista inquebrantable de su esposo se iba tornando de emoción y sus cachetes también se iban pintando en un tenue carmín. Claro, la renovación de votos matrimoniales eran como un segundo matrimonio con la misma persona, demostrando que se seguían amando.

Seguido de eso, Shoyo jugó con sus dedos, observando de reojo ahora a su esposo, y sonriendo con cierta destreza.

—Y me gustaría volver a renovar mis votos con él en cualquier momento —susurró en una indirecta, haciendo que el enamorado Tobio tuviera una revelación mayor y algo dentro suyo explotara. Todas las alarmas de Tobio que había tratado de regular, se liberaron, y su mente empezó a gritar que debía de planear la nueva boda.

Casarse con Shoyo de nuevo...

—¡Cásate conmigo, Sho! —pidió Tobio en modo de un grito certero, no titubeó al acercarse al adulto y rodeó al susodicho con sus brazos. Shoyo permaneció con la cara toda roja, pero terminó por acomodarse entre los brazos de su esposo, para quedar frente a frente y poder rodearlo con su brazo.

—Acepto —afirmó, separando un poco el abrazo para que los dos pudieran mirarse a la cara. Ahí pudo colocar sus dos palmas sobre las delgadas mejillas del más alto y le sonrió con cariño, haciendo que Tobio se emocionara de más y tuviera una extraña mueca en zigzag.

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