El Cumpleaños De Shoyo
Advertencia de contenido sexual.
Shoyo despertó esa mañana por un golpe directo en su cara... un manotazo bien encestado en la cara, por parte de su hijo de menor edad. Lo asustó de sobremanera, sus labios y sus ojos cafés se abrieron de golpe.
Hace unos días, su pequeño Kazuya había cumplido años. Habían hecho una pequeña fiesta, y los invitados fueron los del antiguo club del Karasuno. Shoyo arrugó su nariz al sentirse desorientado, sólo regresando en sí al ver que estaba recargado del brazo de Kageyama y el otro de su esposo estaba puesto sobre su cintura. En medio de ellos, el pequeño bebé se revolvía, con su gesto fruncido y a punto de llorar porque posiblemente estaba teniendo una pesadilla.
Shoyo Kageyama regresó en sí, conectando los cabos sueltos y recordando que ese día era 21 de junio, su cumpleaños. Una sonrisa fue imposible de ocultar, y mientras pensaba en eso, una de sus manos se posó sobre los cabellos naranjas de Kazuya, dando una caricia y queriendo que el niño dejara de atormentarse.
—Zu-chan... —susurró en un tono de voz bajo, enredando sus dedos en las hebras revoltosas de su niño y experimentando de primera mano, como el pequeño se iba calmando—. No pasa nada, Zu-chan... —Lo calmó, observando al pequeño bebé que en medio de ellos, estaba recostado sobre un pequeño cojín especial para él.
Tobio dio un pequeño movimiento, su nariz se arrugó al dar un ronquido en sueños. Segundos después, Kazuya hizo casi lo mismo. Shoyo no pudo aguantarse la risa al ver lo parecidos que eran, que terminó activando a Tobio.
Kageyama abrió uno de sus ojos, y el otro adulto se quedó congelado al ver cara a cara como su esposo arqueó sus cejas hacia abajo por ser despertado de golpe. El de ojos cafés sonrió, deteniendo las caricias en los cabellos de su Kazuya.
—Me desperté primero —afianzó Shoyo al querer aligerar la atmósfera pesada de Kageyama despertándose. Tobio sólo frunció su ceño más, y Shoyo sonrió con nerviosismo y preocupación—. Perdón por despertarte, Tobi —soltó con un tono de voz algo tembloroso, incentivando a Tobio para quitar su mano de su cadera y subirla lentamente por el cuerpo de Shoyo, hasta que ésta llegó a parar al mentón del adulto.
Shoyo se ruborizó al sentir las caricias en el sitio, la mano de Tobio moviendo sus dedos sobre su piel y el como Kageyama no tardó mucho para acercar su rostro, todavía adormilado, para poder adueñarse de su labios.
El beso fue rápido, ni siquiera le dio tiempo al de hebras naranjas para corresponder, quedándose atontado por las atenciones de su pareja y fue testigo de como esa sonrisa que rara vez salía, se asomaba en sus facciones y su respiración por la cercanía, se golpeaba en su cara.
—Feliz cumpleaños, Sho —felicitó como primera instancia, haciendo que el mencionado reaccionara y lo observara con ternura, siendo radiante al aceptar ese tipo de atenciones, y ahora él fue quien se acercó más a Tobio para poder reclamar el beso anterior robado.
El sabor de sus labios al tocarse fue dulce, fue más duradero esa vez. La mano de Tobio que antes estaba en su mentón, se subió para dejarla en la mejilla ruborizada de Shoyo y correspondió el beso. Fue bien recibido, para Shoyo Kageyama era placentero ese tipo de situaciones, y fue exquisito para Kageyama el sentir como el de menor estatura se esforzaba en mover sus labios para hacerlo más placentero.
Shoyo dio un pequeño quejido entre la unión, sintiéndose con oxígeno de nuevo cuando Kageyama se separó de él. Los dos se vieron a los ojos y los rubores se hicieron más notables, la respiración estaba agitada, y Shoyo abriendo la boca un poco para indicar que quería otro beso, sólo hicieron que Tobio se cegara.
Los besos se vieron consecutivos esa mañana, se separaban y de inmediato volvían a besarse, ya llevaban diez besos de esa forma y daban la impresión de querer seguir extendiendo el número por la intensidad que iba subiendo.
—Tobi, te amo —soltó Shoyo cuando se separaron, con sus labios ya algo hinchados y recibiendo como contestación por parte de Tobio, un beso en su nariz y otro en la frente. Shoyo sonrió un poco, sintiéndose amado.
—Tengo tres regalos especiales para ti hoy —resonó en modo de contestación, logrando que los ojos curiosos de color café de su pareja lo examinaran, antes de dar una pequeña sonrisa bastante torpe.
Sí, no era del todo un secreto lo que Kageyama le regalaría, después de haber sido atrapado murmurando y con las manos en la masa por el mismo Shoyo al creer que éste estaba dormido; pero a él le gustaban los regalos y le emocionaba de igual forma.
—Estoy ansioso de ver que me preparó mi esposo —aseguró en modo de un arranque de felicidad, volviendo a acariciar la pequeña cabeza de su bebé dormido en medio de ellos, y Kageyama Tobio observó de reojo como la mano que se paseaba sobre la piel blanca del pequeño bebé de cabellos alborotados, era la que tenía el anillo de bodas. Ese anillo reluciente que lo hizo emocionarse de nuevo.
Se emocionó de sobremanera, que el brazo que estaba siendo ocupado como almohada para Shoyo y el otro que estaba sobre los cachetes sonrojados de su Sol, pasaron a rodearlo por el cuerpo para abrazarlo y le volvió a dar un beso en la frente antes de continuar.
—¿Debería de tomar un baño y ponerme mi mejor ropa? —preguntó en medio de una risa, pasando sus dedos por el pequeño Kazuya que logró deshacerse de su pesadilla y ahora él fue quien se estiró un poco entre la calidez de los brazos de Kageyama, para poder dejarle un beso a un lado de sus labios—. Ahora tengo mi cabello más despeinado y no estaría bien recibirlo en pijama... —siguió con la broma, sólo logrando que el recién despertado Tobio, que también parecía que su cara se le había pegado a la almohada, lo contemplara con seriedad.
Shoyo Kageyama amplió su sonrisa al sentirse observado, que Tobio no resistió en dejarle otro beso en los labios. Eso era normal, usualmente se daban esas extremas muestras de afecto al despertar.
—Cualquier cosa que uses te queda lindo, siempre he pensado en eso... —contó sus pensamientos habituales, dando un asentimiento para sí mismo al expulsar esas palabras. Y no sólo era la ropa, también sus acciones: cuando cocinaba, cuando caminaba, cuando jugaba, cuando corría, cuando se enojaba, cuando estaba feliz, cuando se ponía eufórico por ver su serie favorita o cuando se ponía a tontear en los entrenamientos profesionales como si fuera un joven: todas sus acciones eran lindas para Tobio—. En los regalos no saldremos de casa nosotros dos. Pero le pedí ayuda a Natsu, Nishinoya-san y Azumane-san —asintió con seguridad, llevándose la atención de su acompañante al tener sus grandes ojos examinándolo—. Para darte el primer regalo, necesito que nos quedemos a solas unas horas, así que les compré entradas para el parque de diversiones de Sendai a Hishou, Sora y Kazuya.
—¿Y qué haremos en esas horas a solas? —cuestionó Shoyo, aceptando los planes de Tobio al sonreír. Shoyo no era tonto, por lo que una sonrisa se dibujó en su cara y miró con burla y complicidad a Kageyama.
Kageyama sólo sonrió.
Shoyo Kageyama soltó un grito apenas sintió como el pene de Tobio envuelto en látex entró en él. La embestida fue seca y rápida, hacía mucho tiempo que Kageyama no entraba en él de esa forma, pero nunca olvidó cuánto le gustaba cuando había salvajismo en la cama.
Tobio Kageyama era un experto en eso, ni siquiera le dolió por lo bien lubricado, dilatado y preparado que estaba. La relajación fue un punto clave, que se dejó llevar.
El miembro de Kageyama era grande. Shoyo ni siquiera pudo recordar que debía de ser discreto al tener relaciones sexuales, tapándose la boca y quedándose quieto, sintiendo como sus paredes anales apretaban el miembro de su esposo dentro suyo.
Estaba en cuatro, en la cama matrimonial y la habitación que habían compartido por todos sus años casados (aunque hace cinco años habían cambiado el colchón). Kageyama tenía sus manos bien agarradas en sus nalgas, apretándolas y abriéndolas para poder notar el deleite de ver su miembro metido en Shoyo.
Seguido de eso, se le hizo raro ya no oír los gemidos ajenos, al recordar que cuando estaban en los hoteles o antes en su pequeño departamento, se destacaba por ser demasiado ruidoso: era porque Shoyo, por costumbre, mantenía sus labios apretados y una de sus manos reforzaba las ganas de empezar a quejarse.
—Sho... —llamó Tobio en un tono ronco que se fue extendiendo en el ambiente, siendo testigo de como las fuerzas de Shoyo se iban acabando en su propio brazo por resistirse, que terminó cayendo la parte delantera de su cuerpo en el colchón, dejando reposar su mejilla izquierda sobre el mullido lugar donde estaban manteniendo relaciones.
Kageyama apretó más el trasero, sólo llevándose un sonido ahogándose en las cuerdas vocales al tocar pared por los dientes y labios cerrados del más bajo. Kageyama gruñó en modo de protesta, prosiguiendo a sacar su pene suavemente del interior de su pareja, hasta que sólo la punta y todo el glande era atrapado.
Shoyo no pudo evitar jadear por lo bajo, no pudiendo resistirse al sentir como el pene se movía para salir. Pero el sonido no fue fuerte, y su mano seguía sobre su boca.
—Sho... —dijo de nuevo su nombre, sacando un gemido al ver a Shoyo apretar sus labios y cerrar sus ojos, disfrutando en silencio el sexo. Como respuesta, Tobio volvió a meter todo su pedazo de carne en Shoyo, haciendo que el más bajo abriera sus ojos con fuerza al ser tomado por sorpresa.
—Tobi... —murmuró su nombre el de cabellos naranjas, sintiendo como su pene se ponía más duro, que tuvo que buscar complacerse al bajar su única mano que no estaba sobre su boca para tocar su sexo ya duro y comenzó a masturbar. Su ano ya empezaba a soltar más lubricante.
—No hay nadie más que nosotros dos ahora, Sho —afirmó el adulto, inclinando su cuerpo hacia el frente hasta que parte de su pecho chocó contra la espalda de su pareja y su pelvis se amoldó al redondo trasero de Shoyo.
Shoyo tenía buen trasero, eso siempre creyó Kageyama. Incluso antes de darse cuenta de que estaba enamorado de él, y teniendo la adolescencia acompañando sus hormonas en sus días de preparatoria, lo notaba de vez en cuando.
La parte más enigmática que logró abrirle camino a un mundo nuevo en sus días de juventud, fue cuando se lastimó su pierna al tener un esguince de bajo nivel, y Shoyo se ofreció a llevarlo a su hogar en su bicicleta. Por supuesto, la diferencia de pesos era notable, por lo que el que era unos meses mayor, tuvo que pedalear sin que su trasero se sentara en el asiento para sacar más fuerza. Nunca olvidaría lo embobado que quedó al ver ese movimiento prohibido y el rebote de sus dotes físicos por cada pedaleo.
Kageyama recordó eso sin querer, y se sintió más excitado apenas llegó a la altura suficiente como para poder susurrarle palabras al oído a su pareja. Shoyo Kageyama se vio acorralado al sentir los gemidos empezando a salir de la boca de su acompañante en su oreja, el peso sobre su cuerpo y sintiendo el movimiento del pene empezando a penetrarlo fuertemente, sintiendo el empuje de las caderas de Kageyama para llegar más profundo.
Ni siquiera opuso resistencia, cuando la mano de Tobio le apartó la que tenía cubriendo su boca, y se la puso sobre el colchón, y para que se relajara y no se contuviera en el placer que estaba sintiendo, entrelazó sus dedos con los de Shoyo desde el dorsal de la mano rozando su palma.
Tobio experimentó como su cara se calentó y su corazón dio brincos al ver que no importaba cuánto tiempo había pasado desde que se conocieron y cuánto hayan crecido, la mano de Shoyo seguía siendo mucho más pequeña que la suya.
Shoyo no lo resistió más, un gemido se extendió por su garganta ante las sensaciones fuertes y como el sonido morboso imitaba un golpe seco como los aplausos por cada golpe seco en que el pene entraba en su ano.
—Nadie está en casa ahora, y nadie llegará hasta que yo le hable a Natsu por teléfono... —Hizo recordar a Shoyo lo que había pasado, haciendo que todo le diera vueltas al sentir el sonido bajo de su tono de voz en su oído y como seguido de eso, sentía un beso en su lóbulo—. Quiero escucharte...
La sensación placentera atrapando el cuerpo cavernoso de su esposo que palpitaba cálidamente en su interior, la pelvis de Tobio y sus testículos golpeando contra su trasero y el peso cercano que sólo acrecentaba los farfullos de placer de Kageyama arriba de él por el salvajismo veloz de la entrada y salida... todo lo cegó.
Shoyo terminó casi gritando durante todo el rato en que duró su primer regalo de cumpleaños.
—¡Es una taza! —destacó Shoyo después de que la cena y la partida del pastel se realizara. Una pequeña reunión amistosa donde sólo estaba la familia Kageyama, las dos Hinata y sus antiguos compañeros del Karasuno—. Es un regalo de mi So-chan —agradeció Shoyo en demasía, observando como el pequeño niño que sostenía una de las manos de Tobio, enrojecía y sonreía con cierta pena.
Sora había hecho exactamente lo mismo que pasó en el cumpleaños de Tobio: con el dinero de sus padres compró una taza. La taza de esa ocasión era naranja, pintado con plumón permanente se podía ver el dibujo de un Sol con una cara feliz en el centro, y se podía leer: «papá shoyito». Su ortografía había mejorado bastante, iría cambiante.
—¡Sora-chan, qué lindo! —Fue lo único que grito Noya al ver el regalo de un niño, posando su mano en su pecho al ver el presente y cerró sus ojos al sentirse conmovido. Shoyo se mostró bastante emocionado, y el silencioso niño de hebras negras alborotadas, como era su costumbre, sólo se puso más rojo y soltó un bufido seguro en modo de contestación.
Kazuya estaba cómodo en los brazos de Miwa, no parecía muy al tanto de lo que estaba ocurriendo, pero sí se notaba interesado en los gestos y articulaciones de Shoyo Kageyama, cuando lo veía asombrarse por un regalo. El pequeño Kazuya movía sus brazos en señal de querer llegar a él, y cuando lo veía sonreír al ver el contenido, el bebé de un año lo buscaba imitar y se terminaba influenciando por sus genes de parte de Tobio, que terminaba oscureciendo sus facciones.
Shoyo ya había logrado abrir varios regalos: desde un bufanda tejida a mano, un balón de voleibol, una playera para fanáticos de la selección con el número nueve de Tobio Kageyama, un regalo por correo de Atsumu donde se veía a la mascota de los MSBY, la taza de Sora, un saco elegante café confeccionado por Asahi y ahora dejaba salir el regalo de su hijo mayor: unas mangas de compresión especiales para el deporte.
—¡Ése es mi regalo! —dijo con emoción Hishou, alzando su mano al aire y ni siquiera dando tiempo a su padre para adivinar de quién era.
—Hi-chan, ¡qué considerado! —Dio gracias el adulto a su hijo, haciendo que el mencionado diera un asentimiento y su sonrisa se hiciera más grande.
La pequeña reunión no duró demasiado a pesar de todo, las 9:30 de la noche, y los últimos invitados, la familia Tsukishima y el matrimonio Tanaka, se retiraron. Miwa tras insistencia de Natsu, había aceptado la invitación de irse con las Hinata a casa para pasar la noche, debido a lo peligroso que era que anduviera sola por la noche.
Hishou y Sora habían terminado rendidos apenas la música paró y todo el bullicio se extinguió en la nada. Ese tipo de reuniones eran ajetreadas y acaloradas, que terminaban con un cansancio certero, por lo que no fue de extrañarse que los dos terminaran dormidos en el cuarto de Hishou. Así los encontraron sus padres, los dos dormidos con la boca bien abierta y sus manos unidas al tomarlas.
Kazuya se quedó en los brazos de Shoyo, mientras se dirigía con Tobio a la habitación que compartían y donde el bebé dormía todas las noches. La mano del mayor de cabellos naranjas, pasaba con cariño y cuidado sobre la espalda de su niño de arriba a abajo, acariciando con sutileza para no alterarlo por el movimiento, y le depositó un beso en la frente para que se volviera a dormir cuando lo sintió algo inquieto.
Kageyama vio las acciones ajenas, y apartó la vista ligeramente hacia la sala con las luces ya apagadas. Era el momento perfecto.
—Ve al cuarto, yo te alcanzo pronto, iré a buscar algo a la sala —indicó Kageyama de pronto en un tono de voz bajo, dando un carraspeo en modo de palabras, y logrando captar la atención de esos ojos cafés algo adormilados.
Shoyo lo contempló por unos segundos, antes de profesar de sus labios una tenue sonrisa y mover su cabeza de manera positiva.
—¿Será otro regalo? —interrogó con curiosidad Shoyo, metiendo su mano entre sus cabellos de Kazuya y comenzó a enredar su dedo entre uno de los cortos mechones de sus cabellos rizados.
—Sí, es otro regalo —contestó Tobio sin dudarlo.
Shoyo Kageyama ni siquiera podía ocultar la sonrisa que se le estaba escapando. Posiblemente le dolerían las mejillas al día siguiente por tener esa curvatura bien pronunciada, y el sueño se le iba escapando al continuar con las caricias en la cabeza de Kazuya. El pequeño bebé hace poco se había despertado, llorando.
Kazuya ahora estaba calmado, reposando en uno de los brazos de Shoyo, y con ayuda de sus pequeñas manos y de su padre, podía tomar con gusto la pequeña mamila de leche caliente preparada especialmente para él antes de dormir. A Kazuya parecía encantarle la leche.
Shoyo sonrió con sutileza al ver a su bebé tomando de su mamila con gusto, sorbiendo con fuerza y demanda todo el contenido para dejarlo seco.
Cuando la puerta de la habitación fue abierta, Kazuya ya se sacaba la mamila de la boca, con los rastros de leche alrededor de sus labios, dejando la prueba de que tuvo una bebida nocturna satisfactoria. Seguido de eso, dejó que Shoyo se le quitara de sus manos para dejarla en el buró, y en su lugar, se dedicó a observar con sus grandes ojos azules a la figura sonriente de su padre.
Verlo sonreír contagiaba a Kazuya, quien no tardó nada en tratar de imitar su mueca, ensombreciendo sus acciones y dejando ver un gesto aterrador, que se terminó destruyendo al ver al adulto soltar una larga carcajada que resonó por toda la habitación.
Shoyo experimentó una carga eléctrica recorriendo su cuerpo al ver esas acciones, y no tardó nada en conmoverse, y se forzó a dejarle varios besos en la mejilla a su hijo menor.
—Mi Zu-chan también sonríe igual de lindo que su papá Tobio. —Se sinceró, logrando que el bebé volviera a reír y sus dos palmas abiertas se posaran en las mejillas blancas de Shoyo, queriendo tantear el terreno.
Tobio vio todo desde el marco de la puerta, y sonrió levemente al ver como Kazuya formaba torpemente un pequeño pico con sus labios al querer ahora ser el que daba besos. La imagen que se llevó fue ciertamente cómica y tierna: el pequeño bebé mandarina trató de besar la mejilla izquierda de Shoyo, pero sólo posó sus labios y parte de su saliva quedó embarrada en el sitio al separarse.
Kazuya intuyó que su beso no salió muy bien, por lo que terminó borrando su sonrisa de su boca, sus cejas naranjas se arquearon en modo de desaprobación, y sus ojos azules se agudizaron.
Muy al contrario, Shoyo dio un pequeño sobresalto al notar la presencia de Kageyama Tobio en el umbral, pero terminó sonriendo al ver como en una de sus manos tenía una pelota de voleibol completamente nueva y en la otra, sólo era un ramo de rosas.
—Sho, traje tus regalos —dijo cuando cruzaron miradas, levantando al aire la pelota nueva y llevándose rápidamente la mirada brillante de Kazuya por ver esa cosa redonda que siempre era elevada y golpeada por sus padres.
Kazuya varias veces había ido al gimnasio oficial de la selección japonesa y había visto cosas maravillosas ahí. ¡Era increíble el deporte! No lo entendía para nada, pero parecía muy interesante el ver como su papá Shoyo remataba los balones de su papá Tobio. La forma en la que la palma golpeaba el balón y lo mandaba lejos, o las colocaciones extrañas de un armador.
A Kazuya le gustaba la pelota, y por eso se vio impaciente al verla, removiéndose entre los brazos de Shoyo, estirando sus brazos para tenerla. Tobio observó las acciones, y preguntó con la mirada a Shoyo si podía darle el balón. El de menor estatura, asintió con una curvatura divertida.
En memos de un segundo, el pequeño Kazuya ya tenía entre sus brazos la pelota, aferrándose a ella y haciendo un gesto aterrador por sus ojos perdidos en la nada, en modo de querer conservar esa redondez para siempre.
—Parece que le gustará el voleibol —dijo Kageyama, con un pequeño tono orgulloso, al sentarse a un lado de Shoyo. Su pareja asintió, sonriendo con levedad, y siendo testigo de cómo el niño de un año empezaba a sacudir la pelota de arriba hacia abajo, en un extraño modo de divertirse.
—Sí, posiblemente sea un increíble rematador como su papá Shoyo —destacó en modo de seguridad el de cabellos naranjas, inflando su pecho con orgullo y cerrando sus ojos. Por supuesto, sólo se llevó una ceja temblorosa en Tobio y sus manos por inercia apretaron más el ramo de rosas.
—Creo que más bien será un colocador —atribuyó con seguridad, sólo logrando que los ojos y mirada enojada de Shoyo lo voltearan a ver en modo de amenaza.
—Mi Zu-chan será un rematador si llegara a jugar voleibol, estoy seguro —confirmó el número 10, dando un carraspeo y abrió con levedad sus labios. Su esposo no pareció muy convencido con eso—. La sensación de golpear el balón y que atraviese a los bloqueadores para anotar un punto es maravilloso —manifestó con seguridad, dando una sonrisa en modo de triunfo y mirando al azabache mayor que ya tenía su cara de pocos amigos.
—Gracias al colocador es posible que esa sensación se pueda sentir —afirmó con seguridad, siendo honesto en todo momento y acercándose un poco más a la cara de Shoyo por impulso—. Será un colocador, es la torre de control del equipo.
—Rematador —corrigió Shoyo, haciendo un diminuto mohín en sus labios—. Le encantará.
—Colocador —dijo en un tono de voz más elevado, pero sin buscar gritarlo para no despertar a Sora y Hishou. Shoyo así le fue imposible no notar los labios de Tobio, y sus ojos no se apartaron del sitio.
Kazuya continuó encantado con la pelota, de pronto ya la alzaba a la altura de su cara y un brillo inexplicable se albergaba en sus grandes ojos que delimitaban un océano por la forma rasgada.
—Rematador —murmuró Shoyo en medio de una rabieta, afilando más sus facciones para demostrar su enojo, pero no protestando para nada cuando el enojado Tobio acercaba la única mano que no sostenía el ramo de rosas, y la posaba en su mejilla, jalando de ella suavemente para sacarle un tenue quejido al ser tomado por sorpresa, y después de eso, se limitó a acariciarla.
—Colocador —aseguró sin nada de tacto Tobio, sonriendo con algo de burla al ver a Shoyo empezando a destrozar su apariencia amable de siempre.
—Rematador —atacó el de ojos cafés, acercándose más a Tobio por instinto, dejando que sus narices terminaran rozando y éste cerrara sus ojos al esperar un beso.
—Colocador —insistió Tobio antes de juntar sus labios con los de Shoyo. El beso no duró mucho, sólo hubo un ligero movimiento de sus bocas antes de separarse, disfrutando ese roce y no siendo notado por su hijo de un año porque parecía encantado por el balón. De no ser el caso, posiblemente ya hubiera armado un alboroto.
Shoyo Kageyama rio en modo de dar tregua a esa pelea, sabiendo que sólo el propio Kazuya podía declarar el veredicto final. Por lo mientras...
Tobio no perdió más tiempo, extendiéndole el ramo de rosas que le había comprado. A Shoyo le gustaban las rosas, y eso hizo que el más bajo diera un pequeño gesto cohibido, sonriendo con timidez y enrojeciendo poco a poco a paso lento, hasta convertirse en un tomate por completo. Tobio pronto terminó copiando su acción, y todo terminó por explotar al ver la mirada brillante de Shoyo que le dedicó y como con la única mano que no sostenía al bebé que ya lanzaba la pelota al aire, sostuvo el ramo de rosas artificiales.
Tobio creyó que algo lo presionaba en su pecho y volvió a confirmar que se enamoró de nuevo de su esposo.
A Shoyo le gustaban las rosas, Tobio le entregó un ramo de 12 rosas como regalo de cumpleaños.
—Mañana en las prácticas te daré todos los pases que quieras —mencionó, viendo de reojo como la pelota no lograba ser golpeada por la mano de Kazuya, que cayó contra el piso y rodó hasta sus pies.
—¿Estás seguro de que harás eso? —bromeó Shoyo, no dejando de enjaular en sus pupilas las rosas uniformes que nunca podrían secarse—. Quiero practicar un nuevo ataque que creo que me costará algo de trabajo. —Sí, a Tobio le encantaba que Shoyo siempre buscara experimentar y mejorar en el deporte donde ya era todo un experto.
—Estoy seguro —destacó con seguridad, alzando la pelota de Shoyo que ahora estaba en posesión de Kazuya, y se la volvió a ofrecer. El niño lo tomó muy emocionado.
—Gradias —soltó de su boca la pequeña mandarina, volviendo a aferrarse a la pelota y derritiendo a Kageyama con fuerza al ver como el menor sonreía como un pequeño rayo de luz. Un Shoyo chiquito de ojos azules que heredó de él.
Apenas se enderezó de nuevo, tras darle la pelota y darle una pequeña caricia en las hebras naranjas del bebé temperamental, Shoyo no perdió el tiempo para dejar caer su cuerpo sobre el suyo, recargándose de él, los dos sentados a la orilla de la cama y el más bajo queriendo acurrucarse en su pecho.
Tobio aceptó demasiado rápido la insinuación ajena por ser mimado y notado, pasando su brazo en un medio abrazo por los hombros de Shoyo, y lo apegó más contra su cuerpo. Shoyo Kageyama sonrió al verse regocijado, demasiado feliz que su sonrisa se volvió algo torcida.
—Feliz cumpleaños, Sho... —murmuró Tobio, viendo como Shoyo comenzaba a tallar su cabeza con su pecho, queriendo darle cariños a Tobio.
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