Cumpleaños Cercano
Capítulo dedicado a mi Solecito Hinata (Kageyama) Shoyo.💕💕
Ryusei Tsukishima al salir de bañarse, no pudo hacer más que suspirar de alivio. Una de las cosas más aterradoras que ocurría después del baño, era que sentía la frescura y tranquilidad tras reposar cómodamente en la bañera, con agua caliente y relajado.
Era... aterrador.
Sus ojos verdes miraron directamente hacia el espejo, notando la toalla más pequeña de color crema enredada alrededor de sus cabellos rubios y su cuerpo desnudo siendo cubierto por otra toalla alrededor de su cintura de color limón.
Sus piel blanca desnuda sólo marcaba la figura de un chico cualquiera, no tenía músculos, pero tampoco un mal cuerpo, ése era el tipo de cuerpo que le gustaba, y con el que se sentía cómodo.
Una sonrisa turbulenta se dibujó en sus labios, fue algo extraña y sus mejillas se tiñeron de rojo, recordando las palabras a vista de Shoyo de que podía usar una muda de ropa prestada por parte de Tobio ya que se quedaría a dormir ahí.
Se acercó al pequeño buró del vestidor del baño, donde estaba la canasta de la ropa sucia, y a un lado, en el mueble, se encontraba la muda de ropa que Tobio le había prestado. Claro, era la única opción viable, sus alturas eran casi similares, y el resto de los integrantes de la familia Kageyama, eran mucho más bajos que él.
Nunca podría cumplir ese sueño tonto de usar el suéter de Hishou o alguna playera, ya que estaría muriendo de la incomodidad o asfixiado porque la tela de seguro lo ahorcaría.
Dio un suspiro, con la relajación a flote y alzó una de las prendas prestadas que debería de usar: era una playera gris, y unos pantalones cortos de material suave que de seguro se los dieron porque así sería más cómodo al dormir. Separó las dos prendas en el sitio y pudo notar ropa interior todavía empaquetada de ésas que vendían en las tiendas de 24 horas para un sólo use y biodegradables.
La nostalgia lo llenó al ver esos calzoncillos que no sabría decir quién se los compro.
Sí, empezó a recordar gracias a unos calzoncillos. Pero ésos eran detalles sin importancia.
Recordó como anteriormente había llegado a pasar en más de una ocasión, la noche en casa de los Kageyama, y sólo dos veces, Hishou se había quedado a dormir en su antigua casa antes de mudarse. Hacía mucho que eso no ocurría, y al menos era cierto que muchas cosas habían cambiado.
La más importante, era que en ese entonces no eran pareja, sólo eran dos mejores amigos que hacían lo que cualquier dúo de amigos haría: se bañaban juntos, con ayuda de Tobio y Shoyo hacían malvaviscos con galletas, veían películas y jugaban juegos de mesa.
Sonrió de manera inevitable al aceptar que el cambio era evidente: no se bañó con Hishou porque le dio vergüenza y porque Sora tomó ese lugar, anteriormente sólo estaba Hishou y ahora estaban sus dos hermanos menores, ahora eran pareja, estaban más grandes e incluso Hishou era mucho más bajo que él, cuando en su infancia él era más pequeño.
Sus manos se alejaron de las prendas, y se dedicó a posarlas sobre la toalla en sus cabellos, para poder secarlos. Al hacerlo, cerró sus ojos e intentó pensar en otra cosa.
Lo logró, dibujando una sonrisa burlona en sus labios al recordar la imagen de su padre Kei y su posible reacción al verlo regresar a casa el día de mañana vistiendo las ropas de su «gran amigo» Tobio.
Tobio sólo había hecho llorar dos veces en su vida a Shoyo.
La primera fue cuando se pelearon en su primer año de preparatoria por diferentes posturas en el voleibol, y la otra el día del cumpleaños de Shoyo en su primer año de casados. Esa última vez, había sido sin querer y realmente sus intenciones habían sido las más buenas del mundo.
Sí, todavía podía recordarlo.
Tobio dio un suspiro, sintiendo sus brazos adormilados por tener en uno recargado al pequeño Kazuya, y en el otro al dormido Shoyo que había prometido descansar una hora antes de la cena.
Era reconfortante estar en medio de ambos, muy dulce. El pequeño Kazuya babeó gran parte de su playera blanca y su manita se aferraba a la tela con fuerza, muy al contrario, Shoyo, estaba recargado demasiado cerca de su cara, resposando en su pecho, que fácilmente podía alcanzar a besar su frente solo agachando un poco su cabeza.
De hecho, ya le había depositado varios besos en el sitio, su piel suave era inundada por sus delgados labios y Shoyo pareció captar cada uno de ellos, que arrugaba su nariz después de recibirlos y sonreía con ligereza.
Kageyama inevitablemente sonrió, al sentir como su bebé jaló de su playera y Shoyo se acurrucó más en su pecho.
Shoyo Kageyama era lindo.
El brazo con el que estaba abrazando a su esposo y dejaba que usara parte de él como almohada, logró que el cuerpo de Shoyo fuera acercado más a su pecho y se aseguró de no moverlo con brusquedad para no lastimarlo o despertarlo.
Shoyo Kageyama y Tobio Kageyama siempre peleaban. Rara vez era por algo serio, y en su mayoría, era gracias a sus competencias internas, o por cosas sin sentido que terminaban arregladas al segundo de iniciarlas.
Pero, a pesar de lo problemático que eso sonaba para un matrimonio, ellos sabían que en su mayoría era una rivalidad sana, competencias casuales que no hacían daño a nadie.
Tobio no podría soportar la idea de hacer llorar a Shoyo. Ya lo había visto una vez y se había prometido nunca más volver a hacerlo.
Shoyo Kageyama era su Sol.
Tobio vio de nuevo al de hebras naranjas, quien dio un pequeño ronquido y uno de sus brazos rodeó el abdomen de Tobio para poder abrazarlo, también enredó una de sus piernas en la más cercana de su esposo.
Pero, ¿por qué estaba pensando en Shoyo y el hacerlo llorar?
Bueno, se acercaba el cumpleaños de Shoyo. Lo consentiría, y para que su día sea feliz y memorable, debía de tomar en cuenta una sola regla: nunca fingir que no recuerdas un cumpleaños, para hacer una gran fiesta sorpresa.
Era un no rotundo.
No, no, no.
Todavía recordaba ese día. Dio un suspiro al recapitular esa escena, volviendo a estirarse para depositarle otro beso en la frente. Recibió de nuevo como contestación su nariz arrugada y su pequeña sonrisa asomándose entre sueños.
Le pidió un consejo a Tanaka y Nishinoya para poder sorprender a Shoyo en su primer cumpleaños estando casados. Recibió, por supuesto, la idea más cliché posible de parte de sus superiores: una fiesta sorpresa.
El plan era fingir olvidar el cumpleaños, actuar con naturalidad, mientras todo el antiguo club del Karasuno se encargaba de decorar un salón de fiestas.
Y Shoyo todo el día pareció insistente, con Hishou en sus brazos, tratando de hacerle señas sutiles de ese día tan importante o soltando indirectas que Tobio fingió no notar.
«Sería increíble comer un pastel de chocolate hoy».
«¿Por qué no me regalas rosas?»
«Sería genial cumplir años este día».
«Tobio, ¿qué día es hoy?», recordó que eso era para que mirara el calendario y notara el gran círculo rojo.
«Sería increíble salir a pasear con Hi-chan, es un día muy especial hoy... todo está despejado».
Tobio evadió cada una por puros azares del destino y palabras ágiles.
Por supuesto, eso lastimaría a cualquier persona, que llegó a un punto del día, en el que Shoyo pareció rendirse en recordarle de manera indirecta, y tras amamantar a Hishou y dejarlo descansando en su cuna, decidió encerrarse en su cuarto. Tobio, tras salir un rato con Noya para poder encargar un ramo de rosas, con la excusa de que iría a la tienda, al regresar, se encontró a Shoyo envuelto en una cobija en la cama matrimonial, llorando quedito para no despertar a su bebé y con sus ojos inyectando el enojo a su pareja, en cualquier momento podría empezar a lanzarle cosas que tuviera a su alcance.
Verlo con sus ojos rojos, su nariz con los mocos escurriendo, las lágrimas manchando su cara y sus temblorosos labios, dejaron a Tobio en una zanja que nunca podría olvidar. Haberlo hecho llorar, ver sus gestos animados apagados, lo hicieron odiar esa imagen que terminó delatando todos sus planes y no asistieron a la fiesta.
Esa noche, recordó que Shoyo se puso rojo al escuchar los planes sorpresa, y cómo se la pasaron acostados, se mimaron y acariciaron en la cama.
A cualquier persona eso podría llegar a ser interesante y una felicidad el saber que toda la indiferencia a ese día importante colindaba con una broma y una celebración. Pero no para Shoyo, a Shoyo le gustaba ser el centro de atención, recibir mimos y halagos, que no lo dejaran de lado.
Era lo principal y Kageyama lo tomaría en cuenta.
—Una comida casera, pastel de chocolate, le gustan las rosas, ir al gimnasio local, todos los remates que él quiera... —pensó con seriedad, bajando su vista al ver como Shoyo se removía entre sueños y se aferraba con más fuerza a él. Kazuya comenzó a roncar y volteó para verlo, haciendo un esfuerzo para poder dejarle un beso en sus delgados cabellos claros de color naranja—. De regalo, ¿quizás una pelota de voleibol? ¿Un llavero de Vabo-chan? Últimamente anda obsesionado con las mangas de comprensión...
Por supuesto, Tobio se perdió en su mundo que no pensó todo de manera correcta. Tampoco se enfocó en sus alrededores.
—¿Qué tal si mi familia pasa todo el día conmigo? —Shoyo despierto desde hace un rato tras haber sido bombardeado de besos en la frente, y fingiendo dormir para que lo siguiera besando, fue el que atacó por la espalda a Tobio.
Kageyama sintió que se desarmó y se puso pálido, antes de que el color regresara a él casi al instante y sus mejillas se tiñeran de rojo.
Shoyo sonrió con fuerza, teniendo su bonita sonrisa de par en par y la emoción sin poder ser ocultada en su cara. Kageyama sabía que no debía de fingir no recordar su cumpleaños, pero al menos quería que los regalos fueran sorpresa. Es decir, bien podría llenarle la cara de besos la mañana del 21 de junio, al desearle feliz cumpleaños, y a lo largo del día ir entregando los regalos... ¡pero ahora todo se arruinaba!
—¿Cuánto tiempo escuchaste, tonto? —demandó en un tono de voz preocupado el azabache, logrando que el sonriente Shoyo se alejara del abrazo para poder sentarse sobre la cama. Kageyama estaba súper rojo, como un tomate.
Adorable.
—Escuché todo —contestó el de hebras naranjas, no titubeó al hablar e hizo que Kageyama chasqueara su lengua, antes de apartarla la mirada.
—¿Y qué te parece? —comentó, frunciendo el ceño y haciendo que esos ojos oceánicos trataran de evitarle la mirada: qué vergüenza.
—Me parece que a mi Tobi le importó demasiado y me quiere mucho. —Rio, lanzándose casi arriba de él para poder rodear con sus brazos el cuello del mencionado y dejó que sus rostros estuvieran a la misma altura. Tobio sólo empeoró en color rojo y Shoyo sonrió con más fuerza, antes de empezar a dejarle besos en su mejilla varias veces seguidas—. Yo también lo quiero mucho, así que debe de saber que no perderé contra él en su cumpleaños. —Cierto, Shoyo también se esforzaba mucho en los cumpleaños de sus hijos y esposo.
Kageyama por fin pudo girar su cabeza un poco para verlo, y al hacerlo, volvió a abrazar a Shoyo con el único brazo que no era ocupado por Kazuya y le dejó un beso en la nariz, antes de poder decir lo último.
—No perderé.
El Otro Hermano Mayor, Ryusei Tsukishima
Algo que nadie podía negar, era el extraño favoritismo que le tenía Sora a Ryusei. Hishou ya lo había notado.
Sus ojos azules usualmente alegres, reflejaban el enojo atrapado entre sus orbes por lo que le había tocado vivir aún sin quererlo. En la pequeña mesa con la que usualmente había estudiado con Ryusei, ahora podía notar como el rubio de ojos verdes, estaba sentado frente a él, siendo divididos por el pequeño mueble, utilizando la playera grisácea y los pantalones cortos de su padre.
No, eso no era lo malo y no había problema con eso... pero... pero...
¿¡Por qué Sora estaba sentado en sus piernas!?
Las delgadas cejas de Hishou fueron arqueadas hacia abajo, y un mohín se dibujó en sus labios, provocando de manera inevitable que el sonrojo llegara a su cara y sus mejillas se inflaron en modo de una rebelión creciente.
Sora ni siquiera le prestaba atención, y Ryusei parecía concentrado ante la libreta de dibujos que le estaba mostrando el pequeño Kageyama de en medio.
—Ryusei, éste es un dinosaurio cuello largo —incentivó el pequeño niño de seis años, guiando con su mano por la hoja de la libreta blanca los trazos algo uniformes de un dinosaurio cuello largo pintado entre diferentes tonos de color verde.
Ryusei asintió ante el dibujo, sonriendo levemente al ver como al niño le brillaban los ojos con emoción, su cara demostraba la ilusión de un niño por mostrar sus dibujos a otras personas que no sean sus papás y hermanos.
—Parece un Alamosaurus, y creo que el coloreado es muy lindo —felicitó a su manera el rubio de ojos verdes, sólo haciendo que Hishou hiciera más pronunciado sus gestos, hasta ser obvio que algo le molestaba.
Muy al contrario, Sora volteó a ver a una velocidad impresionante a Ryusei, quien apenas elogió su dibujo, señaló con una de sus manos sus cabellos alborotados. El menor de los Tsukishima tuvo un sobresalto, un golpe certero que lo hizo titubear al repetir la misma acción que había hecho desde que el primer dibujo le presentó: posar su mamo abierta sobre sus cabellos y les dio una caricia.
No podía entender del todo esa reacción, pero el niño se mostró satisfecho tras las caricias y felicitaciones. Si no mal recordaba, Sora le había dicho hace minutos atrás, que su papá Shoyo siempre le acariciaba la cabeza en modo de felicitación cada vez que le mostraba un dibujo terminado, quizás eso era suficiente para el pequeño azabache de ojos azules.
Hishou apretó sus manos que estaban a sus costados, y lloró por la ironía: ¿por qué Ryusei no le hacía caso? ¿Por qué Sora no le pedía que le acariciara la cabeza cuando veía sus dibujos?
¡Le tenían que dar atención a él!
Claro, la pequeña familia Kageyama de cinco personas, disfrutaban de ser el centro de atención y que sean escuchados. Nada raro.
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