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Anillo De Casado

Kazuya Kageyama se encontraba desayunando en el comedor un delicioso té caliente con unos bollos caseros rellenos de chocolate.

Normalmente estaría tranquilo: era el día libre de sus padres, su papá Shoyo fue al supermercado muy temprano para comprar los ingredientes de la comida y la cena, al ir a dejar a Sora en la primaria. Tobio justo en esos momentos estaba tomando un baño, aprovechando antes de llevarlo al jardín de niños.

Kazuya estaba nervioso, porque había olvidado completar su tarea. Sus labios le temblaron y sudó frío, recordando la voz de su profesor Mutsumi, quien esos últimos días les había estado enseñado los planetas que componían al Sistema Solar. El día anterior hablaron de Saturno, y el maestro encargado les pidió, que al día siguiente, debían de traer en el dibujo, anillos de Saturno.

Sus labios le temblaron, sabiendo que debía de decir la verdad, y que al hacerlo, lo regañarían. Su papá Shoyo y su papá Tobio, siempre buscaban ayudarlo en sus tareas, siempre hacían un pequeño espacio de su tiempo para sentarse a su lado y ayudarlo en cualquier cosa. ¡Esa vez, se le había olvidado avisarles!

Lloró internamente, metiendo el último pedazo de bollo relleno de chocolate a su boca, y posó sus dos manitas sobre sus cabellos alborotados: debía de ser fuerte y decirle todo a Kageyama Tobio. Era lo mejor.

Giró su cuerpo de tal forma en que pudiera salir de la silla con facilidad, dando un pequeño brinquito hacia abajo porque sus pies no llegaban a tocar el suelo, y estiró sus dos brazos a los lados para fingir el equilibrio. Al lograrlo, Kazuya abrió sus labios en forma de o, y se emocionó por su logró.

Seguido de eso, salió corriendo de la cocina, pasando por el pequeño pasillo y la sala, antes de llegar a la única puerta de la casa que no era corrediza, ya que tenía manija incluida y estaba pintada de color madera (no estaba pintada realmente). Respiró por última vez, recordando como sus padres siempre le decían que si estaban tomando un baño, no había nadie más en la casa, y algo llegaba a ocurrir, que no temiera en entrar y ellos lo escucharían.

Se puso de puntitas para poder alcanzar la manija. Nervioso y tembloroso pudo ejercer fuerza para hacer que la puerta del baño se abriera, y sintiera como la habitación estaba calentita y llena de vapor. Acogedor.

Sus ojos azules y grandes examinaron el sitio, notando la parte del pequeño vestidor donde te deshacías de tu ropa y en un pequeño mueble bajo, pudo divisar el canasto de ropa sucia, y otro canasto donde estaba la nueva muda de ropa que Kageyama usaría.

—¿Eres tú, Kazuya? —La voz de Tobio sonando a través del vidrio de cristal empañado por el agua, hicieron al mencionado temer, a pesar de que no podía ver a su papá claramente, sí podía ver su silueta borrosa de pie, pasando la regadera por su cuerpo.

—Papi Tobito... —susurró Kazuya, bajando la mirada al suelo y empezando a jugar con dos de sus dedos, costando más trabajo de lo esperado el revelar la verdad.

No quería ser regañado, los papás de uno de sus amigos lo golpeaban cuando se portaba mal. ¡No quería que sus papás lo golpearan! Nunca lo habían hecho, y no quería que ese día fuera la primera vez.

Sus ojos se arremolinaron de lágrimas, aguantando las ganas de sollozar para no generar ninguna sospecha. Cosa que resultó todo lo contrario para Kageyama, ya que su niño menor era el más ruidoso de los tres.

—¿Kazuya? —repitió su nombre, notablemente preocupado, cerrando la regadera y acomodándola en su lugar, para proseguir a estirarse a tomar una toalla. Kazuya se alteró al ver todo, viendo como el adulto parecía enredarse la toalla en la cintura a través del reflejo—. ¿Estás bien?

No, no, no.

Sus labios le temblaron y su corazón se le desesperó. El pánico se vio enjaulado entre sus labios entreabiertos, y sacudió su cabeza con velocidad por todo el sitio, queriendo encontrar algo que completara a su dibujo de un Saturno sin anillos.

Giró su cabeza hacia los lados, buscando, dejando que sus ojos azules se adueñaron del perchero, la lavadora y las canastas que se utilizaban para salir a tender la ropa al pequeño patio trasero, llegando al sitio donde estaba contenida la ropa limpia que usaría Tobio ese día, notando una playera negra, y arriba de ésta, estaba el anillo de bodas que compartía con Shoyo Kageyama.

Un hilo de esperanza se iluminó por el rostro del pequeño infante, sus labios se abrieron con levedad, y la emoción infantil plasmada se demostró, al dejar que su cuerpo se arremolinara de la felicidad. Tenía el tiempo en su contra, el sonido de la puerta corrediza quitando el seguro para poder abrirla, hicieron a Kazuya sentir la adrenalina creciente, se acercó corriendo hacia el anillo. Al tenerlo en su mano, lo envolvió en su palma, haciendo un puño, y se dispuso a correr del sitio.

¡Su tarea escolar estaba completa! ¡Un anillo de Saturno!

—¡Te quiero mucho, papi! —manifestó, cerrando sus ojos de golpe y salió corriendo del baño, dejando confundido a Tobio, quien apenas abría la puerta.

¿Qué había pasado?

El desnudo Kageyama Tobio, en el baño de la casa se creía el peor esposo del mundo. Sus ojos de un azul oscuro no dejaban de ver el canasto de ropa limpia donde había dejado arriba de todo, su anillo de casado. Ese anillo que tanto cuidó durante muchos años, porque era de las cosas más importantes para él, ya no estaba, ¡no estaba!

El agua seguía cayendo de sus cabellos, dejando que las gotas se precipitaran por su pecho, y siguieran bajando hasta perderse en sus genitales y piernas. Sus labios no se abrían, se puso rígido, y su respiración nerviosa se dejaba relucir al respirar agitado. Pero debía de permanecer en calma, era un adulto responsable y no haría un escándalo o se pondría a gritar con desespero, buscando por toda la casa hasta encontrarlo.

—Sólo es un anillo —murmuró, tratando de convencerse, y pensando en que esa situación podía ser favorable. ¡Era un buen momento para cambiar de anillos!

Eso significaba... ¡otros votos matrimoniales cuanto antes!

Sacudió su cabeza, enterándose de que quitarle peso sentimental a un objeto que significaba mucho para él era imposible, apretó sus nudillos y se dispuso a cambiarse, llevaría a Kazuya a la escuela primero, y después se dedicaría a buscarlo. La prioridad era que la pequeña mandarina llegara a tiempo a tomar sus clases.

Se apresuró a secarse, y al cambiarse, fue cuidadoso con la ropa por si el anillo se había metido entre ésta. Pero no hubo rastro de él, por lo que sólo dibujó un puchero, y terminó saliendo del baño, con una playera larga de color negro con estampados blancos en letras que decía: setter; y unos pantalones deportivos de color gris. La toalla seguía sobre sus cabellos, y caminó por la casa mientras secaba sus cabellos, andando por el pasillo y deteniéndose al ver la puerta de la habitación de Kazuya abierta.

Pudo vislumbrar en el interior, al niño guardando algo en su pequeña mochila infantil con estampado de su caricatura de pingüinos que veía por las mañanas.

—Kazuya... —habló el adulto, y el niño dio un pequeño brinco, quedándose congelado y agradeciendo que ya había cerrado el cierre—. ¿Has visto mi anillo de casado? —soltó, teniendo la pequeña esperanza de que el niño lo hubiera encontrado o tomado.

El infante volteó a ver con rapidez a su padre, y al chocar su mirada, dejó que el mismo tono azul se destruyera en medio del naranja y el negro, su niño sólo negó.

—¡N-no lo he visto! —respondió con destreza, mientras notaba como Kageyama sólo asentía ante su honestidad.

Kazuya se sintió mal.

«¡Te lo regresaré, papi!», prometió el infante en su mente.

¡No estaba! ¡No estaba! ¡No estaba!

Después de que Kageyama llevara a Kazuya al jardín de niños, se había puesto a buscar por toda la habitación que compartía con Shoyo, teniendo la esperanza de que quizás lo dejó en algún lado.

Se estaba poniendo nervioso, cuando se asomaba abajo de la cama, y su mente le juraba que lo había dejado arriba del canasto de ropa limpia. Siempre hacía eso al bañarse porque quería cuidarlo: al final lo perdió, ¡noooooo!

Al enderezar su cuerpo y notar que no había nada abajo de la cama, Tobio dio un respiro, queriendo continuar ahora en el armario, pero siendo interrumpido al apenas ponerse de pie, por la puerta principal de la casa siendo tocada seis veces seguidas.

Era Shoyo. Era su código que usaban cuando el de menor estatura traía sus manos ocupadas y necesitaba que su esposo o hijos le abrieran.

Kageyama se puso de pie, saliendo del cuarto y dirigiéndose a la entrada principal.

—¡Voy! —gritó, con un tono de voz no tan alto. Al mismo tiempo en que lo hacía, éste le quitaba el seguro a la puerta por dentro, y abría, dejando ver la bonita figura de su pareja, con un abrigo café largo, una bufanda de color verde y sus orejeras amarillas características.

—Estoy en casa, Tobi —saludó Shoyo, sabiendo Kageyama que debía de ayudarlo al verlo con sus dos manos completamente ocupadas de bolsas de verduras, condimentos, algunas frutas y empaques necesarios. Sin preguntarle tomó uno entre sus brazos, y notando de manera inevitable, como Shoyo en su mano, presumía el hermoso anillo dorado en su dedo anular, que anunciaba que era un adulto casado, que vivía felizmente su matrimonio.

Tobio tragó grueso y se sintió la peor pareja del mundo. El peor esposo que pudiera existir...

—Compré para hacer Katsudon —contó Shoyo lo que había decidido, viendo la ancha espalda de Tobio empezar a avanzar hacia la cocina. El de cabellos rizados, pudo notar que Tobio andaba raro—. ¿No te molesta? Hoy te toca cocinar... —susurró, haciendo que Tobio girara su cabeza para verlo y negara.

—Te haré el Katsudon que tanto te gusta, Sho —continuó el más bajo, dando un movimiento afirmativo con su cabeza y sacando una pequeña sonrisa en Shoyo.

—¡Te quiero mucho, Tobi! —agradeció el adulto a su manera, dando un pequeño salto.

Al llegar al comedor y dejar las cosas sobre la mesa, Shoyo Kageyama dio un respiro al sentirse liberado, alzando sus dos brazos al aire en señal de felicidad. Seguido de eso, volvió a observar a Tobio, quien seguía igual de afligido por algo, aunque tratara de actuar con normalidad.

—¿Qué te pasa, Tobi? —cuestionó por fin, dejando su postura alegre, para adoptar una seria y preocupada, acercándose al adulto que tuvo un sobresalto tras ser descubierto, y se tranquilizó al experimentar una calidez en su espalda porque una de las manos de Shoyo llegó a parar al sitio, empezando a masajearlo en un movimiento circular bien pronunciado.

Tobio se relajó, volviendo a voltear su rostro hacia el lado donde Shoyo estaba con él, creyendo que su corazón se iba acelerando y se sintió pleno porque el más bajo se recargó de su cuerpo.

—Perdí nuestro anillo de casados —habló por fin, moviendo la mano donde éste debería de estar. Shoyo bajó la vista ante esa realidad, y notó como esos largos dedos, ahora se encontraban sin ese acompañante dorado y circular que había rodeado con orgullo el dedo anular.

Kageyama no estaba nervioso por cómo Shoyo fuera a reaccionar, sabía que éste lo entendería. Lo reafirmó al verlo sonreír con torpeza, negando con suavidad y le continúo acariciando la espalda.

—Te ayudaré a buscarlo —manifestó con seguridad, muy al contrario, sólo haciendo que Kageyama asintiera. Pero Tobio seguía nervioso, y eso Shoyo lo siguió detectando—. ¿Dónde fue la última vez que lo viste?

—Lo dejé en el baño, en la cesta de ropa limpia, no quería mojarlo —dijo, consternado, pero no protestando cuando Shoyo le apartaba la mano de su espalda, y se enfocaba en tomarlo de la mano, atrapando entre sus dedos la calidez de ese armador, para guiarlo al baño.

—Entonces, ¡debe de estar en el baño! —animó al adulto, mientras caminaban por el pasillo, siendo Tobio arrastrado por su cónyuge hasta que entraron al cuarto de baño y el pequeño vestidor.

Tobio volvió a entrar al sitio, todavía percibiendo el ambiente cálido del vapor expulsado, y llenando los cuerpos de ambos. Todo estaba en orden, Kageyama había dejado las cosas como las dejó, para que el anillo no rodara por la coladera y se perdiera. Había esperanza de que éste se hubiera caído en cualquier lado.

Sus ojos recorrieron el sitio, y sólo se quedó quieto cuando vio al de cabellos rizados soltarle la mano por unos segundos, para poder dar una vuelta completa de su cuerpo y que ambos quedarán frente a frente. Eso puso nervioso a Kageyama, quien sólo pudo bajar sus manos a sus costados, apretarlas y formar un puño.

—Tobi, quiero que sepas con anillo o sin anillo, yo te sigo queriendo mucho —relató el de ojos almendrados, de una forma bastante ambigua, pero que logró que el azabache, diera un pequeño salto de su sitio. Todo empeoró, cuando la mano donde debía de estar el anillo, fue atrapada por la de Shoyo, para poder alzarla a la altura de su pecho. Ahí, pudo envolverla fácilmente con sus dos manos, y le quiso bajar la tensión que tenía acumulada—. Tú siempre serás mi Tobio, mi Kageyama, mi Tobi...

Ahora el ambiente se quedó en silencio, Tobio dejó que sus cejas se arquearan hacia abajo, y todas sus ansias y terrores, se iban desvaneciendo, siendo remplazados por su cara ardiendo y el color rojizo llegando a tope por toda la cara.

¿Cómo Shoyo Kageyama podía ser tan lindo? 

Incluso con su voz baja al profesar susurros, sus pequeños labios carnosos moviéndose al hablar, sus mejillas pintándose de color rojizo, sus ojos castaños encarando sus verdaderos pensamientos y esos dedos que buscaban acariciarle su mano.

¿Cómo era posible que Shoyo adivinara lo que estaba pensando?

—Lo sé —respondió Kageyama, moviendo su cabeza y haciendo que su otro acompañante ampliara más sus gestos y sonrisa de oreja a oreja.

—Así que no te preocupes si acaso no llegamos a encontrarlo —aseguró, haciendo que Tobio diera un sobresalto al volver a notar esas palabras. Kageyama Shoyo no estaba despreciando sus sentimientos a ese objeto, sólo trataba de hacerle saber que lo ayudaría a buscarlo, pero si llegaban a fracasar, eso no quería decir que algo entre ellos fuera a cambiar—. Seguiré disfrutando de tus abrazos, me seguirán emocionando tus besos, me seguirá encantando tener sexo contigo, seguiré feliz de continuar jugando contigo, y seguiré muy feliz y orgulloso de haberme casado contigo —confirmó el adulto, dando un bufido e inflando su pecho con orgullo. Tobio sonrió ante esa verdad, conmovido.

—Sho... —pronunció en un tono de voz bajo, testigo de como el mencionado le apartaba la mirada tímidamente y dejaba que su frente y orejas fueran llenándose de rojo.

—Después de todo, ¡tú eres m-mi amor! —destacó por fin, regresando su vista con violencia hacia el más alto y ahora los dos se vieron a la cara.

Ninguno de los dos dijo algo después de eso, se quedaron quietos ante tales palabras y a Shoyo pareció salirle humo de las orejas por lo vergonzoso que fue lo último. 

Kageyama, ya había dejado de pensar desde hace un rato, repitiendo esas últimas palabras en su mente, una y otra vez. Como un ciclo. Como un bucle.

—¡Cá-...! —Tobio trató de hablar, pero tuvo que tomar aire, soltándose del agarre de manos del menor, y se enfocó sólo en rodear por la espalda a su pareja. Acto seguido, con facilidad, Kageyama elevó al más bajo en sus brazos al aire. Shoyo al principio grito por la sorpresa—. ¡Cásate conmigo, Sho!

¡Lo único que Kazuya debió de hacer, era dibujar en el pequeño y uniforme círculo naranja, unos anillos que girarán alrededor del planeta!

El profesor Mutsumi fue lo suficiente amable como para escuchar su historia, y también le dio unos cuantos consejos de ayuda antes de apoyarlo en su dibujo. Ahora, en la salida, sus pequeños pasitos estaban temblorosos, apretando en su mano el pequeño anillo circular y rezando para que el golpe que le dieran, no fuera tan fuerte.

Sus ojos se estaban empezando a llenar de lágrimas, sorbió sus mocos, su mochila pequeña le pesaba más, sus piernas se sentían con demasiada gravedad, y sus grandes ojos azules se volvieron temblorosos. El aire leve de esa tarde, golpeó con ligereza sus cabellos naranjas rizados que se asomaban a través de su pequeña gorrita de pescador amarillo.

Al llegar, al lugar donde sus papás siempre lo esperaban, cerca de un árbol frondoso en las afueras de la escuela, se encontró con la imagen de que no estaba la bicicleta de su papá Shoyo, que éste había adaptado para él. En vez de eso, se encontraba la alta figura de su otro padre, siendo tomado de un brazo por Shoyo.

Ver a Tobio lo puso nervioso. Sus lloriqueos se quisieron acrecentar, y sus cejas bajaron, arrugando parte de su nariz y delimitando un puchero. Shoyo lo saludó con una mano, Kazuya se sintió más culpable.

No pudo aguantarlo más, que terminó saliendo disparado hacia sus dos padres, estirando sus pequeñas manos antes de meterse en medio de los dos, y sus dos brazos extendidos, trataron de rodear parte del abdomen de cada uno. Shoyo se preocupó, quitándole su gorro, para pasar su mano sobre sus cabellos alborotados de color naranja, enredando sus dedos entre sus hebras, peinándolas e incentivando al infante para que éste los volteara a ver.

El pequeño Kazuya Kageyama tenía sus ojos rojos, y un diminuto moco escurriendo de su nariz.

—¿Qué pasa, Zu-chan? —susurró su papá, y Kazuya entendió eso como un incentivo certero para volver a sorber sus mocos, dando un hipido antes de tomar aire: una mirada ahora a Tobio, quien sólo le pudo corresponder la observación, con un gesto preocupado.

—¡Papi Tobito, no me pegues por favor! —Volvió a chillar el niño, extendiendo su mano pequeña cerrada hacia él y Tobio acercó su mano para recibir lo que sea que éste le iba a dar. Al final, lo único que recibió, fue tener en su palma de su mano, su anillo dorado que perdió esa mañana: todo el tiempo la tuvo Kazuya.

—¿Tomaste el anillo de Tobi, Zu-chan? —manifestó Shoyo, sacando de sus bolsillos, un poco de papel, agachándose a la altura de su niño y poder tomarlo de uno de sus hombros, ofreciéndole el papel para que se limpiara.

—Pensé que era un anillo de Saturno... —dijo con el tono de voz tembloroso, sonando su nariz y observando como Kageyama se encontraba demasiado feliz por ver su anillo de nuevo, forzando sus sonrisas en zigzag, y se lo colocó en el sitio donde iba.

Terminando de hacer eso, esos ojos azules rasgados algo intimidantes, conectaron con los de su hijo menor, y el pequeño niño tuvo un temblor, aterrado.

—No debes de tomar las cosas que no son tuyas sin permiso, Kazuya —regañó Tobio, agachándose un poco para poder tomar al niño entre sus brazos, y poder elevarlo, cargándolo y acomodando su pequeño cuerpo entre sus brazos. Kazuya dio un pequeño movimiento de cabeza positivo, e hizo un mohín, inflando con ligereza sus mejillas y recibiendo sólo un pequeño beso en su mejilla como respuesta.

—Si las pides «por favor», y es algo que puedas tener, nosotros te lo prestaremos —afirmó Shoyo Kageyama, sólo logrando que el pequeño niño detuviera todo su llanto, dudas y miedo. 

Una pequeña sonrisa se adueñó de sus facciones, y observó a sus dos padres, feliz de que sus papás no estuviera enojados con él realmente.

—¡L-lo prometo! —aseguró el pequeño niño, dando un último quejido.

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