Álbum De Recuerdos: Noviazgo
Capítulo dedicado a: AlanisRomero323 y venusrottic, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
—Hinata, me gustas, sal conmigo. —El asunto tan importante que Kageyama quería tratar después de un día de clases, era una confesión romántica. Ante su evidente vergüenza que se tambaleaba entre sus ojos azules, en medio del campo abierto de la escuela, la oscura noche sólo marcaba la diferencia de distancias entre los dos, y la cara sonrosada de Kageyama, delataban que iba demasiado en serio.
Hinata soltó un pequeño grito, un pequeño metro de distancia era lo único que los mantenía separados y él temía que su agitado corazón terminara por salirse de su pecho, esperaba que eso no pasara, en definitiva sería un gran problema. Su cara roja, su mirar atrapado en algún punto de sus pies y sus dos manos juntas chocando entre sí, nervioso, lo delataron cuando una boba sonrisa escapó de su cara.
—Por favor, Kageyama, cuida bien de mí —pidió el chico, dando un largo respiro de su boca por el pánico acumulado en toda su cara, y sólo atinando a tratar de mirar al cielo, buscando poder encontrar las fuerzas que se le habían quedado en quién sabe dónde.
Tras esa respuesta positiva, el ambiente se quedó atrapado en un silencio donde flotaba una infantil incomodidad, teniendo a ambos inexpertos con el pánico en la punta de su lengua, y sólo cruzando miradas por unos breves segundos, antes de volver a apartar la mirada, avergonzados.
No había nadie, la escuela ya estaba casi vacía, sólo con algunos estudiantes que terminaban sus labores del club y regresaban a casa. En el sitio donde ambos estaban, no había absolutamente nadie. Kageyama podía actuar a sus anchas y eso haría.
Primero, el azabache de mayor estatura tomó una larga exhalación, antes de levantar su mano a la altura del pecho de Shoyo, llamando la atención del más bajo, que preguntaba con su mirada perdida esa reacción tan repentina. El tenue color carmín en las facciones de Kageyama se hizo más potente, inundado ahora hasta sus orejas y sus ojos azules demostraban su inexperta forma de actuar.
—E-entonces, te acompaño hasta el cruce —respondió el mayor, moviendo un poco más su mano para que no fuera ignorado y Hinata captara que le estaba pidiendo tomar su mano. Shoyo sonrió con suavidad ante la petición de su pareja, y con una sonrisa torcida en sus labios y el romance inexperto flotando a su alrededor, tímidamente aceptó el agarre. Los dos se tensaron al sentir el tacto, quedándose quietos y estáticos hasta que el calor de sus manos enlazadas tomó una forma reconfortante.
Pronto, los dos jóvenes habían empezado a caminar hasta el estacionamiento donde se encontraba aparcada la bicicleta de Shoyo, ninguno de los dos dijo algo. Para que Shoyo pudiera llevar su bicicleta, tuvo que forzarse a soltar la mano de Tobio.
Los dos chicos no volvieron a tocarse y sólo caminaban al paso, justo a un lado del otro por las calles alumbradas por las lámparas publicas durante el horario escolar. La tienda del entrenador Ukai acababa de cerrar, la brisa fresca golpeaba su cuerpo a través de las chamarras deportivas, y la inquietud de querer hablar con Hinata para hacer más llevadera la caminata con su novio, no se hicieron esperar.
—¿Mañana deberíamos de comprar bollos de regreso a casa? —contó sus planes, haciendo un pequeño mohín con sus labios, y dando un vistazo a Tobio, quien le prestaba toda su atención desde que comenzaron a hablar.
Kageyama no pudo evitar protestar ante lo evidente.
—Casi siempre compramos bollos después de clases, no hará mucha diferencia. —Ahí estaba, ese chico siendo frío y directo, un serio hombre al que no le importaba en lo absoluto romper invitaciones románticas, y eso Hinata lo volvió a recordar, terminando con sus cejas hacia abajo y sus mejillas levemente infladas.
—¡Sí, pero me refiero a que compartamos! Yo te doy del mío y tú me das del tuyo —corrigió el de cabellos alborotados de color naranja, dando un leve vistazo al cruce que siempre separaba sus caminos, a una cuadra de distancia.
—Siempre compartimos —reconoció el colocador de Karasuno, dando una mirada al cielo y recordando como Hinata siempre parecía ansioso porque ambos comieran del mismo bollo de curry. Sus recuerdos de cuando eran sólo compañeros de equipo que comían juntos el mismo bollo al compartirlo, hicieron temblar al más bajo y cuando menos se dio cuenta, todo el color rojizo ya lo había atrapado en un juego que no tenía fin.
Hinata arrugó su nariz, bajó la mirada al suelo, y detuvo sus pasos cuando llegaron al cruce: una calle que tenía dos caminos, uno a la derecha, otro a la izquierda.
—Entonces, ¿qué tal si mañana compramos un bollo y mientras lo comemos, nos tomamos de la mano? —pidió una opinión, dando una pequeña invitación y sus manos apretaban por impulso el sitio donde sostenía a su bicicleta para que anduviera a la par de ellos. Kageyama se paralizó al oír esa invitación, en un momento dejó de moverse, y sólo sus grandes ojos abiertos de par en par, eran similares al detonante de una bomba que explotaría en cualquier momento—. Me aseguraré de no traer mi bicicleta mañana —contó sus planes a futuro, dando un asentimiento y una pequeña indirecta al impedimento de que no pudieran tomarse de las manos.
Kageyama explotó en el interior, el humo salió de sus orejas, y un detonante de color rojo en su cara, lo hicieron entender por qué amaba a Hinata Shoyo: su novio era demasiado tierno.
—Lo a-acepto, pero, ¡mañana yo compraré los dos bollos! —condicionó el más alto, logrando que el más bajo empezara a copiar sus acciones por la pena, y cuando menos se dio cuenta, los dos ya eran dos tomates andantes que se miraban a la cara.
—¿No me digas que tratas de ganar privilegios en mi corazón? —cuestionó Hinata en modo de burla, haciendo un puchero con sus labios y tratando de tragarse el hormigueo que llegó a instalarse en su estómago. Kageyama se sintió ofendido.
—¡Claro que no, idiota! —soltó por impulso, dejando detrás de él un silencio pausado ya que Shoyo no continuó la conversación.
No lo hizo como por un minuto, mientras se sumergía en sus pensamientos y pensaba en algo que pudiera decir. Cuando una idea golpeó la punta de su lengua, una sonrisa dibujó sus labios y Kageyama dio un paso atrás, por las dudas.
—Entonces, mañana yo compraré las bebidas —planeó en voz alta, dando una enorme sonrisa en su cara y tratando de prolongar un poco la idea de separarse en ese cruce. Kageyama arqueó una de sus cejas: bueno, nunca habían comprado bebidas al mismo tiempo que bollos, eso podía ser una novedad—. Te encanta la leche, ¿no? —Tobio se vio arrinconado ante lo brillante que era ese chico, terminando por verse orillado a asentir, con su típico ceño fruncido—. ¡Entonces te compraré tres cajas! —afirmó, soltando su bicicleta a una velocidad impresionante al dejar que se recargara de la enorme lampara que los alumbraba y su pequeña sonrisa amuebló sus labios. Acto seguido, se quedó quieto y sus nervios lo hicieron evitarle la mirada—. Verás, yo sí quiero ocupar un lugar muy, muy importante en tu corazón —declaró, dando una sonrisa de sus labios mientras extendía sus manos a sus costados .
—Hinata. —Sacó de su boca de improviso su nombre, con la mirada oscurecida que logró que el mencionado tuviera un escalofrío por su columna vertebral y dejara escapar de su boca un chillido.
Cuando menos se dio cuenta, la grande mano de Kageyama ya había caído con fuerza sobre la cabeza de Shoyo, un intento de caricia que quería demostrar Tobio hacia su pareja, pero que sólo generó pánico en el más bajo al sentir que había dicho algo malo y por eso peligraba su cuero cabelludo.
—Te veo mañana —enfatizó con seguridad, alejando su mano después de que los cabellos fueran alborotados en el vaivén de sus mechones quebrados. Hinata tocó su cabeza con pánico, entendiendo más o menos que ese intento de caricia.
—Sí, te veo mañana. —Lloró Shoyo, acomodando un poco sus cabellos, queriendo ordenarlo.
Fue en ese descuido donde la mano de Kageyama se detuvo en su mejilla. El más bajo dilató sus pupilas, ante el diminuto tacto cariñoso que éste le ofreció, y cuando tenía la guardia baja por la sorpresa contenida, Kageyama se inclinó a su altura para poder llegar a su mejilla, donde plantó un pequeño beso en esa parte.
Un cosquilleo recorrió al que lo recibió, sintiéndose en la obligación de mirar a Kageyama y esa evidente despedida cuando alejó su mano de su rostro.
—Ve con cuidado a casa —habló.
Hinata tenía una enorme sonrisa en su cara de camino a casa, una tonta sonrisa de un pequeño enamorado.
El Matsuri de invierno era ese día, todavía era temprano y las calles que iban directo al templo principal de Miyagi ya estaban inundados de gente.
La familia Hinata no era ajena a la celebración, ante la insistencia de Shoyo y Natsu, Hana Hinata terminó por dar un asentimiento, asegurando su feliz salida familiar.
—El segundo día todo el equipo de voleibol del Karasuno me invitó a pasar el rato —contó sus planes Shoyo con una enorme sonrisa, dejando que su madre, un mujer de cortos cabellos negros y ojos rasgados cafés, arqueara sus cejas—. Así que mañana también regresaré aquí —contestó, dando un pequeño vistazo al cielo y moviendo uno de sus dedos, como si repasara mentalmente sus propias acciones.
La madre de Shoyo no pudo hacer más que dejar un pequeño suspiro de su boca, como si repasara mentalmente entre tantos puestos de comidas y juegos divertidos, lo que la emoción lograba generar en el ambiente de la prefectura. Era bueno que su pequeña familia saliera a divertirse, y ver el alegre y eufórico rostro de sus hijos.
La pequeña familia sólo constituía de tres integrantes: la madre y los dos hijos. El padre estaba ausente ya que después de del primer año del nacimiento de Natsu, se descubrió una infidelidad y el divorcio llegó de manera inevitable. Ciertamente, los dos hermanos no se parecían en nada a la madre, los dos chicos con cabellos alborotados y de un color naranja, ojos cafés y rasgos finos.
—¡Me gustaría ganarme un pez dorado! —contó Natsu con un enorme brillo en sus ojos por la inminente emoción atascada en su garganta, mientras sus ojos rasgados trataban de encontrar el sitio donde se encontraba el juego, mirando por todos lados, afilando sus ficciones y azuzando su mirada.
Shoyo también estaba inquieto después del aviso de la invitación que le hicieron sus amigos, un pequeño temblor nervioso bailando entre sus orbes cafés y su rostro girando hacia todos los lados se hacía presente. La mujer lo entendió rápidamente, la diferencia entre sus dos hijos: lo que buscaba Natsu era su juego, y lo que su hijo habitualmente ruidoso e inquieto buscaba era otra cosa.
Por su lado, Shoyo sintió como sus mejillas se empezaron a teñir de un potente carmesí, sintiendo como el aire empezaba a volverse pesado a su alrededor, y un cosquilleo lo estaba haciendo insoportable: ya casi era la hora en la que Kageyama acordó que se reunirían. Era el día en que Tobio se presentaría oficialmente con su familia como su novio.
¿Cómo lo tomaría su madre al enterarse?
—¿Está bien si nos vamos ya, Shoyo? —La voz de la fémina puso los pies en la tierra al de menor estatura, teniendo un pequeño sobresalto antes de regresar a ese sitio donde estaba el festival, con niños eufóricos, familias completas y parejas acarameladas. Sus dos ojos se toparon con la mirada de las dos mujeres de su familia observándolo, curioso. Shoyo negó ante la pregunta, porque si se movían de lugar, no podría darle un punto seguro a Kageyama para que se encontraran.
—¿Podemos esperar un poco más? —pidió el chico, dando una tímida sonrisa de su boca y el rubor en sus blancas mejillas se hacía más pronunciado. Las sospechas de la madre aumentaron demasiado—. Estoy esperando a alguien y prometí que nos veríamos aquí...
Esa forma de actuar, ese tono utilizado, acciones tímidas de un enamorado inexperto y su nerviosismo amueblando sus facciones... ¡algo dentro de la mente de la mujer empezó a sonar! ¡Una alerta sorda que le decía que su hijo esperaba a alguien especial! Debía de indagar, ser discreta.
—Nii-chan, ¿hablas de la persona que te gusta? —Se cancelaba la idea de ser sutil. La mujer tuvo un pequeño ataque de pánico, Natsu no fue para nada sutil y su enorme sonrisa en su cara daba indicios de que no sabía el peso de esas palabras.
Shoyo tuvo un sobresalto, al sentir los ojos de las dos mujeres a las que más quería sobre su cuerpo. Se sintió encogido, como si fuera una presa que encontró a su depredador. Esperaba que su madre y su hermana lo entendieran, entendieran que estaba saliendo con alguien por primera vez.
—Sí —susurró en un tono de voz bajo, sintiendo como sus mejillas se tornaban de un fuerte color rojizo y trataba de evadirles la mirada a las dos mujeres. Natsu soltó un grito emocionada y sus pupilas brillaron con fuerza, y su madre se congeló: sí, en más de una ocasión expresó que le gustaría tener nietos, pero, pero, pero... cuando realmente se presentaba esa situación, era algo extraño. A su pequeño le gustaba alguien—. Para ser más exacto, es mi pareja. —Se limitó a decir, dando una tonta media sonrisa y sus dos dedos empezaban a juguetear entre sí.
Hana dejó escapar una larga exhalación, y agradeció que estuviera tan abrigada con su largo abrigo naranja, que no se sintió en medio de una helada que acompañaba el clima invernal. Posiblemente esa noche iba a nevar.
—¡Genial, genial! —exclamó con emoción Natsu, teniendo un incomparable brillo en sus ojos y alzando sus dos manos al aire, esperando que su querido hermano chocara los cinco con ella. Shoyo amplió su sonrisa ante las reacciones de su hermana, sintiéndose más seguro en cuanto a su presentación—. ¿Quién es? ¿Conozco a esa persona? —asimiló la de hebras alborotadas, bastante emocionada porque tendría una hermanita o hermanito mayor, alguien con quien podría divertirse.
Shoyo asintió, un poco más calmado, sus acciones ya eran un poco más relajadas pero el color rojizo no desaparecía de sus mofletes.
—Sí, ambos lo conocen... —aseguró el chico, rascando su nuca con nerviosismo y el orgullo hasta el límite. Natsu volvió a gritar de la emoción, empezando a enumerar y pensar en todas las chicas con las que su hermano había hablado o traído a casa, y su madre sólo pudo conectar cabos con «lo».
«A ver... —mencionó Natsu mentalmente, preparando sus manos para contar a todas las personas que su hermano trajo a casa. Se enfocó tanto, que se desconectó del mundo, hundiéndose en sus pensamientos—. ¿Acchan? Un chico. ¿Tsukishima-san? Un chico. ¿Yamaguchi-san? Un chico. ¿Tobio-kun? Un chico. ¿Sugawara-san, Sawamura-san, Tanaka-san, Nishinoya-san? ¡Todos son chicos! ¡Su pareja es un chico!»
—¿Tu pareja es Acchan? —preguntó la mujer de cabellos negros a su hijo, llamando la atención de los dos. Natsu se paralizó ante la intrépida Hana: ¿cómo?
—No es él —contestó Hinata casi al instante, dando un asentimiento certero dentro de su cuerpo y sintiendo como los mareos llegaban a su cuerpo.
La mujer lo pensó por varios segundos, repasando mentalmente y tratando de recordar: Izumi y Koji eran los que más llegaban a casa de Shoyo para jugar en la primaria y secundaria, en la preparatoria, era más habitual que Shoyo trajera a Acchan, venía a pasar el rato, o a hacer deberes en pareja. Un chico muy amable. Si no era él, la siguiente opción era Tobio, pero ese chico parecía un tímpano de hielo y su hijo no actuaba nervioso-...
Algo conectó dentro de su mente, algo que hasta ese momento dejó pasar. Los planetas se alinearon y sintió que ya conectaba, lo conectaba todo: su hijo siempre se ponía emocionado cuando avisaba que Kageyama llegaría a casa algunos fines de semana, empezaba a actuar impaciente, la sonrisa no se borraba de su cara y hasta se esmeraba realizando pequeñas galletas (quemadas) y té.
Cuando llegaba, no se mostraba avergonzado o cohibido, pero siempre tenía una sonrisa enorme en sus labios; ni hablar de cuando era hora de despedirse, Shoyo siempre buscaba una excusa para decir que él sería quien lo acompañara a la salida de la casa. Nunca lo pensó demasiado, Hana creyó que era porque eran buenos amigos, pero Shoyo siempre cerraba la puerta justo después de que ambos salieran y se tardaba demasiado en entrar. ¡Se estaba despidiendo de una manera romántica con él! ¿Era por eso? ¡Tenían su sesión de besos íntimos de enamorados cuando la puerta se cerraba a sus espaldas!
—Shoyo, ¿es Tobio-kun? —soltó de sus labios, estando casi segura de que sí se trataba de él.
Para su sorpresa, la cuestión se resolvió sola, cuando el de menor estatura dilató sus pupilas al sentirse descubierto, y con timidez dio un breve asentimiento. Shoyo aceptó su noviazgo con el que llamaba su «amigo», y Natsu no pudo hacer más que gritar, consternada por esa realidad, ya que apenas sentía un mundo de posibilidades abriéndose ante ella: ¡el amor homosexual!
Hinata Shoyo bajó su mirada al suelo, sintiendo como el corazón golpeaba su pecho y la indecisión y esperanza de que su madre se lo tomara bien lo hundían.
—¿Tobio-kun y Nii-chan? —murmuró Natsu, tratando de acoplar su descubrimiento y repitió esa pregunta cinco veces seguidas, hasta que de su cara salió una sonrisa, y ese brillo en sus ojos lo recuperó—. ¡Así que mi hermanito es Tobio-kun! —sonsacó con emoción la de hebras cafés, dando una carcajada alegre antes de ver a la cara su hermano mayor, envuelto en una chamarra negra y una bufanda verde alrededor de su cuello.
—Yo... —Hana inició su conversación, llamando la atención de sus dos hijos, con su gesto completamente serio y encarando con la mirada a su hijo mayor. Shoyo se notó un poco nervioso sobre lo que podría llegar a ocurrir, pero todas sus preocupaciones se disolvieron cuando la mujer dio una sonrisa simple en sus labios y junto las dos palmas de su mano en un aplauso—. ¡Yo espero conocer a mi yerno ahora de forma correcta! ¡Es un buen chico!
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