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I

La casona de la familia Cordier no parecía la misma de todos los días, pues ese era un día especial. En la habitación de las hermanas reinaba el silencio mientras la mayor peinaba a la menor. Por otro lado, en la sala, había una conversación entre una mujer y un viejo matrimonio.

Dicha mujer era Rosemary Cordier, la madre de Adelaide y Madelyn.

Cualquiera que pasara por aquella gran casa y mirara hacia adentro por la ventana diría que solo era una charla entre viejos amigos. Pero no, la realidad no era así. En aquella sala, decorada con los mejores muebles de Francia y pintada de varios tonos de verde, se estaba debatiendo el futuro entre el único hijo de aquél matrimonio y la menor de las Cordier.

Adelaide y Billy tendrían que casarse una vez acabados sus estudios, así lo habían acordado sus padres, para quienes aquello era un honor. Pero para los jóvenes una maldición.

¿Qué era lo favorable en ese matrimonio arreglado? Pues que ayudaría a darle una buena imagen a ambas familias y uniría sus negocios. Pero, sinceramente, eso a Adelaide no le importaba, ella quería ser libre y disfrutar de su vida. Adelaide quería un amor de verdad, no una farsa. Ya había vivido lo suficiente dando una imagen falsa de sí misma al mundo, no quería agregar otra mentira más.

Para ella, amor no era amor si en medio había dinero.

Aunque aquello a su familia poco le importaba. De hecho, nunca se habían interesado mucho por la joven ya que solo la tenían para los negocios. Adelaide era el cerebro, era la razón y la libertad, pero su madre se había encargado de meter todo aquello en una caja bajo llave. Adelaide se volvió reservada. ¿Podría alguien devolverle la confianza?

─Me lastimas, Mady─ se quejó al sentir un tirón en el cabello.

─No es mi culpa que te tires en el suelo como cerdo en el lodo─ contestó la mayor con molestia.

Adelaide rodó sus ojos. Madelyn siempre exageraba.

Finalmente aquella especie de tortura acabó. Adelaide arregló su vestido amarillo pastel con cuidado y bajó junto a su hermana. Las voces de su madre y los Andrews inundaron rápidamente sus oídos, pero cesaron cuando ella entró a la gran sala.

─Addy, justo a tiempo─ Rosemary formó una sonrisa fingida antes de extender la mano hacia su hija.

La castaña caminó hacia ella y miró a los Andrews con la misma sonrisa de su madre.

─Es un placer verlos nuevamente, señores─ saludó con amabilidad, pero sus palabras no eran sinceras, jamás lo serían.

─El placer es nuestro, querida─ dijo la madre de Billy, Prissy y Jane.

Madelyn saludó al matrimonio y posteriormente se sentó a un lado de su hermana, en uno de los sillones. Ambas escuchaban la aburrida conversación de los mayores, donde la mayoría de las palabras eran "negocio familiar" y "más ganancias". Todos parecían de acuerdo, eso no le gustaba a Adelaide. ¿Cómo decir que no soportaba ni un poco a Billy? O peor, que estaba enamorada de un chico que no formaba parte de las expectativas de su familia. Nunca tenían en cuenta su opinión.

Si tan solo su tía estuviera allí, si tan solo su tío también estuviera allí. Quizá ellos harían entrar en razón a su madre, o quizá no, pero estarían con ella en cada momento. Evelyn y Edward eran los únicos que escuchaban a la menor, los únicos a los que les confió sus problemas y los únicos que conocían a la verdadera Adelaide. Eran sus verdaderos padres.

─Más o menos, ¿cuándo piensas que se casen, Rose?─ preguntó la señora Andrews.

─Cuando Billy acabe sus estudios─ contestó Rosemary, haciendo que su hija menor la mirara con incredulidad y decepción, pues había creído que la dejaría ir a la universidad como habían acordado─. Cuanto antes mejor. Además, no es como que Adelaide vaya a trabajar mucho, la preparamos para tener un marido desde temprana edad, no se necesita tanto estudio para cuidar niños.

─Me parece bien─ dijo Harmon Andrews─. Queremos lo mejor para nuestro hijo, y más cuando será el que se quede a cargo de la empresa una vez que yo ya no forme parte de este mundo.

Rosemary asintió dándole la razón y miró a su hija con una sonrisa. Adelaide no respondió, ella solo se encontraba mirando a un punto fijo y dándose cuenta de que el brillante futuro que planeaba se estaba yendo como las hojas en viento de otoño.

Los mayores sentenciaron el acuerdo con un apretón de manos. Luego el matrimonio Andrews se despidió de su futura nuera, diciéndole que al día siguiente enviarían a Billy a su casa para que fortalecieran los lazos. La chica solo asintió con una sonrisa falsa y los condujo a la puerta. Una vez que se fueron, volvió a la sala donde su madre soltó una exclamación de emoción. Lo peor fue que su hermana se unió al festejo del futuro casamiento. Adelaide las detestó mucho, como nunca antes lo había hecho. Ellas habían arruinado su día y su vida.

─¿Por qué esa cara de muerte?─ preguntó Madelyn con una sonrisa─. ¡Te vas a casar!

─Estaré feliz cuando pueda decidir con quién casarme. Mientras tanto, con permiso─ les dirigió una última mirada antes de irse a su habitación.

Adelaide se sentó en la silla de su escritorio que estaba frente a la ventana. Podía ver los rayos del sol que se escondían detrás de los árboles. También veía su reflejo por el vidrio, podía ver las lágrimas que brillaban en él. Apoyó sus brazos sobre la mesa y dejó caer su cabeza entre ellos, dejándose llorar por horas. Su cabeza no dejaba de buscar una razón para acabar así con toda su felicidad. ¿No era más fácil morir? Era prácticamente lo mismo, solo que en una no se sufría más.

Pero ella no era nada, no valía nada para su familia sentimentalmente. Su vida era una moneda vieja y desgastada que solo sería usada en caso de quiebra, y que pasaría de mano en mano porque no podría mantenerse por sí sola.

Adelaide nunca conocería el sentimiento de ser abrazada con cariño y lo sabía. No sabría lo que es tener la certeza de que alguien la querría por lo que fuera y no por lo que aparentara ser. No podría decirle a aquel chico, a Moody Spurgeon, que de verdad lo quería y que no era la niña más odiosa de su clase de forma intencional. Addy solo necesitaba ser feliz, necesitaba a alguien que la hiciera notar que valía más que cualquier cosa en el mundo.

Al día siguiente, tal y como los Andrews dijeron, Billy apareció en la puerta de las Cordier. Rosemary rápidamente llamó a su hija para que se pusiera un vestido aceptable y bajara a saludar a su futuro marido. Adelaide solo aceptó porque no tenía escapatoria.

Solo deseaba que sus tíos llegaran de aquél viaje por Europa de una vez.

Decidió usar algo celeste para resaltar sus ojos. Ató su cabello en una media cola con una cinta azul y se puso unos zapatos negros. Luego bajó con cuidado y se dirigió a la sala en donde Billy la esperaba mientras charlaba con Rosemary.

─Buenos días─ saludó la chica captando la atención de los dos.

─Buenos días─ saludó el rubio con una sonrisa de superioridad.

Adelaide tuvo que contenerse para no soltar una palabra no apta para señoritas.

─Bueno, ¿por qué no dan un paseo?─ preguntó la mujer levantándose─. Madelyn y yo estaremos aquí. Solo vuelvan para el almuerzo.

─Me parece bien, señora Cordier─ contestó Billy extendiendo su brazo hacia Adelaide, quien aceptó obligada por la mirada de su madre.

Rosemary le guiñó un ojo a su hija antes de irse. Los chicos se miraron y se alejaron como si hubieran tocado una papa caliente. Salieron de la casa bastante separados y comenzaron a caminar por el campo.

Adelaide no dejaba de pensar en escapar y encerrarse en el ático, mientras que Billy miraba a todos lados como si quisiera irse corriendo de allí. Finalmente, decidieron entablar una conversación o terminarían más aburridos de lo que ya estaban.

─¿Cuál es tu color favorito?─ preguntó él.

─El verde, ¿por qué?

─Para saber de qué color pintar las paredes de nuestra casa.

Adelaide lo miró como si estuviera loco y luego recordó que iban a casarse.

─Verde limón, así se verá más agradable para las visitas.

Adelaide se preguntaba por qué Billy pidió su opinión.

Billy la miró como si hubiera pensado lo mismo. Ella rodó sus ojos al darse cuenta de las intenciones de Andrews. Él la trataría bien, comenzaría a preocuparse, se portaría como un caballero y luego, cuando ella cayera rendida a sus pies, la usaría como un títere. No era algo difícil de deducir, pues los Andrews y los Cordier siempre fueron amigos y, por lo tanto, conocía al rubio desde que tenía memoria. Si él no se hubiera convertido en el niño mimado que era, quizá Adelaide no se preocuparía tanto por su casamiento. Pero Billy era Billy, el imbécil que utilizaba su belleza para jugar con las personas, especialmente con las chicas.

─Escucha, sé que esto no te va a gustar, pero la verdad no me importa─ aclaró ella antes de decir lo que tenía en mente─. Vamos a casarnos, sí, sí, pero no significa que tienes poder sobre mí. Tampoco significa que te quiera. Solo eres un muñeco de tu familia, como yo lo soy de la mía, solo nos utilizan a su conveniencia─ tomó aire antes de continuar─. No soy tuya, no tengo un cartel que diga "propiedad de Billy Andrews", ¿bien? No puedes hacer de mí lo que te de la reverenda gana, porque eso no es amor.

El rubio se echó a reír como si acabara de escuchar un chiste o como si Adelaide fuera un payaso y estuviera haciendo bormas.

─Estas loca, Cordier. ¿Te parece que me interesa lo que es o no es el amor?─ sonrió burlón y le dio la espalda para volver a la casa─. Una vez casados, harás lo que yo te diga. Fin de la conversación. Después de todo, para eso sirven ustedes las mujeres.

Dejó a Adelaide en el bosque, mirándolo con enojo y con ganas de llorar otra vez. Pasó una mano por su cabello con desesperación antes de comenzar a caminar también, pero un poco más lento para no alcanzarlo.

No podía dejar de preguntarse a sí misma cómo Billy podía hablar así de las mujeres y tratarlas así teniendo dos hermanas y a su propia madre.

Y fue en ese momento que Adelaide se dio cuenta de que el mismo diablo había salido del Infierno para maldecir su vida.

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