unas se ganan
1 de enero, 4:53 AM.
—¿Sabes? Cuando cometí el error de pedirle en Año Nuevo, jamás imaginé que algún día terminaría así—se queja Hiro, recargándose contra el respaldo del futon y soltando un largo suspiro.
—¿Y cómo pensaste que terminaría?—pregunta Karmi, observando a su mejor amigo detrás de grandes gafas, parcialmente obscurecidas por la niebla que emana de su chocolate caliente. Toma otro sorbo y se empuja los lentes hacia arriba por el puente de la nariz con la ayuda de su dedo índice.
Hiro se encoge de hombros, mechones de cabello azabache cayéndole sobre los ojos cuando hace la cabeza para delante.
—No lo sé, realmente—el nipón suelta una mezcla de un sollozo y una risa, algo que ha estado haciendo demasiado en las últimas tres horas. Frunce el ceño y se inclina hacia delante en el sillón para agarrar otra galleta del plato que reposa sobre la mesa cafetera—. Pensé que acabaríamos casados, ¿tal vez? ¿Bailes de salón y anillos a juego? ¿Una gran casa con jardín y amplios cuartos para que jueguen nuestros hijos y nietos?
Karmi se muerde el interior de la mejilla para evitar resoplar, o peor: soltar una carcajada desvergonzada.
—Tenías diecisiete años—la chica se lleva otro alfajor de chocolate a la boca, limpiándose las migajas de la pijama con una servilleta—. Obviamente no pensaste en nada.
Aquí Hiro suspira, manos pálidas llenas de galletas de vainilla que sobraron de la cena de Navidad. Aprieta uno de los muñecos de nieve entre sus manos y observa las migajas con recelo, ojos del color de la avellana brillando con desprecio.
—¿Debí haberlo hecho?—pregunta el chico después de algunos segundos, mordiéndose el labio.
Karmi se encoge de hombros. —¿Crees que, de haberlo hecho, el día de hoy pudo haber sido diferente?
Hiro no vacila antes de responder. —No.
—Entonces no encuentro de qué sirve pensar en eso—la chica vuelve a encogerse de hombros, usando la misma servilleta para limpiarse las migajas de las manos y los residuos de chocolate de la comisura de los labios. Se alisa la bata sobre el cuerpo y toma su taza antes de levantarse de su lugar en el suelo, señalando la taza de Hiro (la cual sigue llena y humeando) con manos uñas perfectamente cuidadas—. ¿Vas a tomarte eso o ya me lo llevo?
El pelinegro hace una mueca, tomando la taza como quien no quiere la cosa y dándole un sorbo a regañadientes antes de negar con la cabeza y pasársela a Karmi, una disculpa murmurada saliendo de sus finos labios.
—Como sea—la científica rueda los ojos, aceptando la taza y dándole un gran sorbo antes de encaminarse hacia su cocina—. Voy a traerte un vaso de agua y algunas Aspirinas, ya sabes dónde está tu ropa.
Sin esperar respuesta, Karmi se marcha, pantuflas de conejito ahogando el sonido de sus pisadas contra las baldosas.
Hiro intenta agudizar su oído y concentrarse en el sonido lejano de su mejor amiga moviéndose dentro de la cocina para evitar tener que pensar en más cosas. Está el flujo de agua de la llave abierta, el sonido de la fibra metálica contra la porcelana de las tazas y, finalmente, el casi insonoro murmullo de Karmi tarareando en voz baja mientras lava los platos. El pelinegro espera, atento, hasta que ya no puede escuchar el agua corriendo para sacudirse las migajas de encima y dirigirse hacia el cuarto de visitas, en el cual se encuentran todas sus cosas.
Los pasillos del departamento de Karmi son tan conocidos que podrían ser los de su misma casa. De las prístinas paredes cuelgan numerosos diplomas —doctorados, maestrías, títulos, colaboraciones— al igual que escarzas fotos de varios eventos e inventos, Karmi sonriendo orgullosa de sí misma, elegantemente vestida en todos y cada uno de ellas.
Después de varios minutos de caminar entre el laberinto de puertas y corredores del cual está conformado el amplio departamento de su mejor amiga, Hiro finalmente da con la puerta de su cuarto (el cuarto de visitas, realmente, pero Karmi jamás invita a nadie y para este punto hay tantas cosas del pelinegro dentro de la habitación que invitar a pasar a cualquier otra persona sería incómodo) y suspira al ver la caja desbaratada con sus pertenencias en una esquina de la habitación, justo al lado de la estación de carga de Baymax y algunos planos obsoletos que jamás se atrevió a tirar.
No queriendo observar sus errores y desgracias más tiempo del estrictamente necesario, Hiro saca una franela del clóset y la avienta sobre la caja, asegurándose de que quede más o menos escondida bajo el célebre estampado de Hello Kitty antes de sacar una de sus viejas playeras del ITSF y unos pants deslavados para usar como playera.
El cuello de la camisa se le pega a la clavícula con el sudor, y el asiático hace una mueca pero ningún intento por bañarse. Lo hará más tarde en el día, cuando se sienta con ganas de hacer más cosas que llorar y esconderse bajo las cobijas. Con manos cansadas logra desabotonar la prenda y aventarla al suelo, sin importarle mucho el hecho de que es una nueva pieza de colección que adquirió sólo para la noche de hoy — pero no es como que eso importe ahora realmente. Después de todo, ¿qué es una camisa de diseñador arruinada permanentemente contra siete años de su vida echados al traste por un laboratorista jarioso y una prometida sin escrúpulos?
Para cuando Karmi llega, un vaso de agua fría en una mano y un par de cápsulas en la otra, Hiro sigue sin haber hecho mucho progreso en su intento por cambiarse de ropa. La playera sigue doblada sobre su brazo, al igual que los pants, la costosa camisa que había comprado días antes está hecha bolas en el suelo y las lágrimas de sus ojos no paran su recorrido.
Con un último suspiro resignado, la chica deja ambas cosas en un estante cercano y se acerca a su mejor amigo, ojos llenos de pena sonriéndole tristemente antes de que finas manos lo ayuden a vestirse. El peso de la muda desaparece de sus brazos y pronto es reemplazado por el cálido comfort de una playera alrededor de su torso y la gentileza de manos expertas que remueven su calzado y pantalones antes de colocar un par mucho más cómodo sobre sus piernas.
—Todo listo—anuncia Karmi una vez que el atuendo elegante de Hiro se encuentra doblado en una esquina del escritorio y el vaso de agua junto con las pastillas han sido transportados a la mesa de noche. Le da una palmada en el hombro a su mejor amigo con la misma intención de quien le revuelve el cabello a un niño después de que éste ha acabado de llorar y se dispone a salir de la habitación—. Intenta dormir, Hiro, estaré en mi cuarto si necesitas algo.
Y con la gentileza de la brisa de verano, la chica deja el cuarto, cerrando la puerta con un delicado "click" tras su partida. Sin ella en la habitación, no hay más que silencio y miseria, los cuales el pelinegro absorbe como un hombre hambriento.
Sintiendo el peso del cielo y espacio encima, Hiro se deja caer sobre la cama y cierra los ojos.
No está seguro de haberse quedado dormido, o si durmió algo siquiera.
La mañana lo recibe en un estado similar al cual se encontraba cuando se fue a dormir. O, en otras palabras, de la verga.
Para cuando dan las siete, Karmi ya lleva despierta hora y media y ha causado más ruido del que debería ser humanamente posible a esta hora de la mañana. Cualquier otro día, esto a Hiro no le molestaría, en inclusive se habría levantado a ver en qué cosa puede ayudar para chingar a los vecinos desde tan temprano. Sin embargo, hoy no es cualquier día, y tan pronto escucha la licuadora encender Hiro sabe que le irá inclusive peor que ayer.
El pecho le aplasta, la cabeza le zumba y los párpados le pesan. Pero eso no es lo peor, lo peor es que tan pronto Hiro abre los ojos no puede evitar pensar en una sola cosa, pero basta con una para arruinarle todo el día.
Megan.
Megan y su sonrisa, sus ojos chocolate. Megan y su lacio cabello del color de la caoba, Megan y sus abrazos, Megan y lo dulce de sus besos. Megan, Megan, Megan.
Megan, quien está embarazada de alguien más. Megan, quien durante siete años le juró amor eterno y de todos modos fue a buscar las caricias de alguien más. Megan, con quien se iba a casar en tres meses. Megan, la chica que su tía Cass llamaba "hija" y que iba con él a la tumba de Tadashi todos los sábados sin falta. Megan, a quien Hiro le entregó su amor y su virginidad y un montón de cosas más—
Megan, quien destrozó una caja con sus pertenencias y lo mandó a la verga hace no más de diez horas.
(Megan, la que sigue haciendo a su corazón latir sin control y a quien Hiro quiere abrazar, besar y pedirle perdón aunque no sea lo correcto, o lo sensato).
((Megan, a quien Karmi maldijo hasta la muerte entre dientes ayer y a quien definitivamente, bajo ninguna circunstancia, debería intentar volver a contactar Hiro)).
Como si convocada por mero pensamiento, Karmi abre la puerta de golpe, vestida con un veraniego vestido azul cielo y una vieja chaqueta de aviador que Hiro recuerda haberle regalado por su cumpleaños hace ya mucho tiempo.
—Vístete—ordena ella, labios rojizos presionados en una línea—. Y báñate, y tómate esas Aspirinas. El desayuno estará listo en cuarenta minutos, más te vale apurarte.
Y tan pronto como entró, se va, dejando otra vez silencio y miseria con su partida. Gruñendo, Hiro logra medio sentarse en la cama y tomar las pastillas, llevándoselas a la boca y pasándoselas de un trago antes de volver a recostarse.
Las cortinas impiden que el sol saliente se cuele a la habitación, por lo cual Hiro está inmensamente agradecido — no quiere tener que ver nada brilloso o medianamente alegre de aquí al día de su muerte, muchas gracias. Pero no impiden que el calor se acumule, especialmente debajo del grueso cobertor, así que Hiro decide que vivir hastiado, bañado en su propio jugo sudoroso no vale la pena y con pasos lentos se dirige al clóset nuevamente, tomando los primeros boxers, calcetas, jeans y playera que encuentra antes de dirigirse, aletargado, hacia el baño adjunto a la habitación.
Ni siquiera la fría agua de regadera logra devolverle un poco el sentido de identidad, y veinte minutos después de haber entrado al baño Hiro emerge. Cierto es que está más limpio, y un poco más despierto, pero el sentimiento de culpabilidad que lo persigue sigue ahí, flotando sobre su cabeza como una nube negra.
Buscando su celular en los bolsillos del pantalón de la noche anterior y conectándolo a la toma de corriente de la estación de carga de Baymax, Hiro se pasa una mano por el pelo mojado y empieza a secarse el cuerpo con una de las toallas que Karmi guarda debajo del lavabo, dándose por rendido en secarse el cabello y decidiendo simplemente ponerse los jeans raídos y la desteñida playera de Fall Out Boy antes de salir del cuarto y dirigirse a la cocina.
El camino por los largos pasillos es solitario, pero familiar. Gracias a la memoria muscular Hiro pronto se encuentra en un cuarto con un prominente olor a cítrico y grasa, Karmi parada enfrente de la estufa, una mano en la cintura y la otra pegada al oído, mientras que una sartén con tocino chisporrotea a su lado.
—Sí, sí, yo sé, feliz año—la chica parece seguir sin haber notado su presencia, por lo que Hiro decide no hacerse notar y mejor se recarga contra el marco de la puerta, contentándose con la familiar escena de Karmi hablando por teléfono y preparando por el desayuno para ambos.
(Una escena muy familiar se repetía todos los domingos por la mañana con Megan en su casa, calles lejos de aquí. Tan pronto la silueta de su mejor amiga empieza a confundirse con la de su prometida, Hiro se obliga a cerrar los ojos y pensar en otras cosas).
El aire empieza a faltarle, y el suelo empieza a dar vueltas. La cabeza le pesa aún más que antes de tomarse las Aspirinas, y de repente es como si su pecho no sólo intentara aplastarlo, sino que quiere asegurarse de triturar todos sus órganos y huesos en el proceso.
Un ataque de ansiedad, registra su cerebro, quizás un poco tarde. Las rodillas le fallan y Hiro cae de bruces al suelo, incapaz de detener su caída. A lo lejos se escucha un grito ahogado, palabras frenéticas de despedida, el sonido de metal cayendo al suelo acompañado de pasos apresurados — pero todo es como venido de un sueño, ecos lejanos que Hiro entiende a medias.
De pronto hay un cuerpo frente al suyo, manos en sus hombros y una dulce voz que podría reconocer hasta dormido cargada de terror y pánico.
—Hiro, Hiro, respira, Hiro, por favor—Karmi se postra frente a él con la gracia de una garza y la urgencia de alguien que acaba de encontrar un oasis tras casi morir de sed. Hay un grito ahogado, el inconfundible sonido de un "AUCH" exagerado que sin duda tendrá a Baymax corriendo a ayudarlos en un santiamén. Sin embargo, parece que Karmi no cree poseer ese tiempo, pues sigue intentando calmar a su mejor amigo sin mucho éxito.
Todo lo demás ocurre en una mezcla de sonidos e imágenes. Un momento Hiro está en el suelo y al siguiente un par de brazos acolchonados lo sujetan fuertemente, hundiéndolo en un pequeño nido de calor y el sonido de las olas chocando contra el mar que logra desacelerar lo rápido que late su corazón. Largas uñas masajean su cabeza, colándose entre sus finos cabellos y trazando círculos en la raíz.
Hiro es depositado en una silla (¿o es un sillón, un banco?) y las manos de su cabello bajan hasta sus muñecas, donde pulgares callosos trazan círculos sobre sus venas y lo guían con ejercicios de respiración. Adentro cinco segundos, afuera ocho. Ahora cuenta del uno al diez, exhala. Inhala, piensa en cosas bonitas, exhala.
Para cuando vuelve a abrir los ojos, Karmi y Baymax lo observan con ceños fruncidos y el aire se ha vuelto más denso. Tras unos segundos de silencio, el robot parpadea.
—El diagnóstico es...—
—Estoy satisfecha con mi cuidado—interrumpe Karmi, no queriendo darle tiempo a Baymax de recalcar lo obvio. Con un último parpadeo, el robot asiente y se encamina a la salida de la cocina mientras que la chica regresa hacia la estufa, apaga la flama y se agacha a recoger su celular de donde ha pasado la última hora boca abajo en el piso de la cocina.
Hiro no dice nada, y ella tampoco, pero la tensión es palpable. Hay mil y un cosas que Karmi no preguntará y, aunque lo hiciera, Hiro no responderá con sinceridad, así que ambos se quedan callados e intentan restaurar un semblante de cordura y normalidad.
Finalmente, Hiro se cansa de estar sentado en una de las sillas altas de la barra de la cocina y decide ponerse de pie, apoyándose contra la isla para soportar su peso. El suelo no ha parado de girar pero por lo menos Hiro siente que puede mantener su balance, así que con pasos largos se acerca hasta la estufa, donde Karmi está cocinando una segunda tanda de tocino (la primera, predeciblemente, había quedado completamente arruinada después de tanto tiempo a la lumbre).
—¿Qué harás hoy?—pregunta, intentando encontrar un tema de conversación que no vaya a desatar otro ataque o memoria ingrata.
Karmi frunce los labios, regalándole a su mejor amigo una mirada de reojo antes de voltear el tocino en la sartén y bajarle al fuego.
—Haremos—corrige, llevándose una mano a la cintura y dejando la otra sobre el mango de la sartén—. Vamos a ir a la casa de esa zorra y traer todas tus cosas a mi departamento.
Hiro traga saliva, mordiéndose la lengua para evitar pedirle a Karmi que no hable acerca de Megan con adjetivos tan despectivos. En vez de eso, ríe y baja la cabeza.
—Ya tengo todas mis cosas—susurra, sintiendo las lágrimas amenazando con escaparse nuevamente.
Karmi le hace una mueca al tocino. —¿Eh?
—¿La caja? ¿La de ayer? ¿Derramando arena y completamente hecha mierda?—una vez que los ojos de ella brillan con reconocimiento, el nipón se permite soltar otra risa amarga—. Esas eran mis cosas.
—Bueno—la morocha se relame los labios, apaga la lumbre por completo y saca un plato de una alacena cercana para depositar el tocino—. Entonces vamos a ir a tu depa y sacar todas sus cosas de ahí, patearlas para que vea lo que se siente.
Un desayuno Americano tradicional y dos frascos de Nutella más tarde, Hiro se encuentra en el auto de Karmi, de camino a lo que alguna vez fue departamento compartido por él y su prometida pero ahora le pertenecía sólo a Hiro gracias al arrendamiento.
El nipón se deja guiar por su mejor amiga por el lobby y elevador hasta la puerta de su casa como condenado a la guillotina, simplemente caminando detrás de ella diligentemente hasta que finalmente Karmi saca su llave de repuesto de la cartera y abre la puerta del gran departamento con la facilidad de alguien que ha hecho esto mil veces antes.
—Bien—dice la chica, juntando las palmas y mordiéndose el labio—. ¿Por dónde empezamos?
Hiro suspira.
Cuatro horas más tarde se encuentran de camino al Lucky Cat Café, la cajuela de Karmi cargada de bolsas de basura que contienen más pertenencias de Megan de las que Hiro imaginaba había en su hogar. Libros, joyería, ropa y electrónicos acabaron todos unos encima de otros, esperando con ansias el momento de regresar a su dueña y adquirir un lugar en la casa de los suburbios que habría sido del matrimonio Hamada-Cruz, si los tres siguientes meses hubieran pasado como se supone que deberían.
Hay varias cosas que también dejaron de existir en la depuración extrema, planes de negocio y diseños arquitectónicos de cabañas de verano y casas familiares que Karmi insistió en quemar hasta las cenizas. Viejos escritos y mensajes de papel consumidos por las llamas de un encendedor y mucho aceite de cocina.
—No vas a necesitarlos—había dicho la morena, jugando con el encendedor mientras los últimos siete años de la vida de Hiro ardían a sus pies—. ¿Para qué los quieres?
Horas después, sentado en el carro de camino a sacar todas las cosas de Megan de casa de su tía y con el corazón hecho añicos, Hiro sigue sin encontrar una buena razón para querer haberse quedado con todos esos recuerdos más allá del: porque le pertenecían a ella.
Entran por la puerta trasera, salteándose la parte del café y caminando directamente hacia las escaleras de la casa. En el sillón del recibidor se encuentran dos empleados de su tía, conversando en voz baja y disfrutando su hora de comida entre bentos y pasteles que no se vendieron en la mañana. Karmi no hace más que barrerlos con la mirada antes de ascender por las escaleras, ni siquiera fijándose en el hecho de que Hiro se queda atrás a conversar un poco.
—Miguel, Chiasa—saluda, sonriendo de lado—. ¿Cómo están?
—Ah, Hiro—Chiasa Murasaki es una chica de dieciséis años con cabello azul y los ojos más amarillos que el nipón haya visto jamás—. ¿Qué pasa con la chica?
—Karmi está enojada, no la cuestiones—intentando ocultar su tristeza, el asiático toma una bocanada de aire y se voltea con la otra persona de la sala—. ¿Ustedes cómo han estado?
Miguel sonríe y es como si el mundo se hubiera puesto en pausa. Hiro siente como todo el aire se le sale de los pulmones de a golpe, perdido en esa piel morena y ojos del color del chocolate.
Miguel Rivera es, sin duda, la persona más atractiva que Hiro ha visto jamás. Tiene el pelo castaño algo ondulado, siempre por arriba de las orejas, y su sonrisa ladeada de Don Juan lo vuelve irresistible. El hecho de que sea un muchacho educado, leal y servicial no hace más que sumarle puntos. ¿Y su habilidad con la guitarra? Mierda, si Hiro no hubiera estado en una relación cuando ambos se conocieron, probablemente hubiera intentando ligarse al joven mexicano.
(Pero ahora es muy tarde, recuerda la poca cordura que le queda a Hiro. Él ya tiene novio y tú estás demasiado disperso como para intentar cualquier cosa con nadie. Perdiste tu oportunidad, supéralo).
—Estamos como siempre—se encoge de hombros, quitándose algo de polvo del uniforme del café antes de regalarle a Hiro una de sus clásicas sonrisas mojabragas—. ¿Tú cómo estás?
Y tal vez es algo en el hoyuelo de su mejilla, o en como parece realmente interesado en saber qué ha estado pasando con Hiro en el par de semanas que no se han visto. De alguna manera u otra, el asiático se encuentra soltando la verdad más dolorosa de su vida.
—Pues, considerando que mi prometida me engañó con el nuevo asistente de laboratorio y me sacó de la casa que habíamos comprado para vivir ahí después de nuestra boda en Marzo, yo diría que bastante bien—los ojos de ambos baristas se abren como platos y Hiro, no queriendo soportar más interacción humana de la estrictamente necesaria, se encoge de hombros antes de empezar a subir por la escalera—. Pero bueno, ¡nos vemos!
Subiendo los escalones de a dos e intentando calmar el pitido de sus oídos, Hiro pasa por alto a Miguel gritando su nombre y a Akira preguntándole cómo se encuentra. El pelinegro bloquea todos esos sonidos y se enfoca en seguir adelante, deteniéndose sólo cuando llega a la puerta de su habitación de la infancia.
Dentro, Karmi ya ha empezado su parte del trabajo. En otra bolsa de basura se encuentran algunas cosas que Megan había dejado a lo largo de los años en el Lucky Cat Café, todas aventadas sin cuidado una sobre otra.
—Te tardaste bastante—se queja la morena tan pronto Hiro entra tambaleándose por la puerta—. Pero no importa, ya casi acabo. Checa que nada de lo que esté ahí dentro sea tuyo, revisa si por accidente dejé algo y alcánzame en el café tan pronto acabes, voy a ver los dos pisos de abajo.
Como es de costumbre para Karmi, se levanta sin decir más y sale de la habitación, la frente en alto y zapatos de tacón anunciando su retirada.
Hiro suspira, caminando hasta el centro de la habitación y acuclillándose al lado de la gran bolsa negra, revolviendo los artefactos dentro con manos rasposas e intentando mantener las lágrimas en sus ojos.
(Algunas se escapan, es inevitable).
Pueden haber pasado doce segundos o trece horas antes de que se vuelvan a escuchar pasos en las escaleras, avanzando determinada pero lentamente hacia la vieja habitación de los hermanos Hamada. Suspirando, Hiro se concentra en acabar de revisar las pocas cosas que no ha tocado, ni siquiera dignándose a voltear la cabeza para reconocer la presencia de su mejor amiga en el umbral de la puerta.
—Ya casi acabo, caray—murmura el nipón, pasando las yemas de los dedos sobre un collar artesanal que Cass le había regalado a Megan hacía años, sin más motivo que las cuentas talladas a mano le habían recordado a ella—. Dame otros cinco minutos.
—Tómate el tiempo que necesites—responde una voz más grave y dulce de lo que esperaba, y Hiro se siente brincar hasta el techo, volteando el cuello a una velocidad tan rápida que el hecho de que no se lo tronó es sorprendente.
Con las manos meciéndose a los costados y una sonrisa nerviosa en los labios se encuentra nadie más que el inigualable Miguel Rivera, con sus ojos de cacao y los cráteres de la luna en las mejillas. Miguel Rivera, con sus cortos mechones como las olas del mar, el sol en las pupilas y la música tatuada en la sonrisa.
Miguel Rivera, quien ya no viste su delantal del Lucky Cat Café y no podría verse más sexy en esos jeans ajustados y la chamarra de cuero sobre una vieja playera de Mägo de Oz, botas negras a media pantorrilla y el cabello echado hacia atrás.
Miguel Rivera, completamente en antítesis con el resto de la habitación de la infancia de Hiro y de alguna manera encajando perfectamente con su look alternativo entre la multitud de fotografías descoloridas y cables sueltos que desfilan orgullosamente dentro del viejo cuarto.
Hiro debe quedarse más tiempo del socialmente aceptable simplemente observando a la belleza griega que es Miguel, con su piel tostada y perlas en los dientes, pues el mexicano tose incómodamente y mete ambas manos a los bolsillos de su pantalón.
—¿Puedo pasar?—pregunta, más tímido esta vez.
Como Hiro no confía en sí mismo para abrir la boca y no decir una estupidez, sólo asiente. Pero parece ser confirmación suficiente para el joven músico, quien entra con paso confiado, caminando hasta donde se encuentra su amigo y tomando asiento en el suelo a su lado, las piernas cruzadas por debajo del cuerpo.
—¿Cómo estás?—pregunta Miguel, ojos de chocolate fundido viéndose oscuros con la poca luz que hay en el cuarto—. Sé que llevaban tiempo juntos, ¿cómo te estás tomando eso?
Hiro se encoge de hombros y resopla, dejando el collar dentro de la bolsa nuevamente y acostándose en el suelo, dejando que la dura madera lo abrace. Las lágrimas parecen haber parado de brotar, si tan sólo momentáneamente, y el asiático prefiere concentrarse en la respiración irregular de Miguel que en el por qué ha cesado su llanto.
Y como pensar en Miguel prueba ser una mejor alternativa que pensar en Megan, Hiro da rienda suelta a sus recuerdos e intenta regresar al momento en donde ambos se conocieron, hace poco menos de un sexenio.
Un Miguel de diecisiete años y un Hiro de diecinueve sentados al lado del otro, presionados en los asientos del suburbano. La escena pinta para algo comiquísimo, si uno piensa en ello. Un chico moreno como sacado de una revista de moda alternativa de los 80' y un asiático pálido vestido como cualquier otro nerd estereotípico compartiendo una sola silla a la hora pico, hablando entre murmullos y conociéndose poco a poco entre cuerpos de extraños y altavoces de terminal a lo largo de un viaje de dos horas desde la capital de San Fransokio hasta las afueras.
En algún punto del trayecto habían pasado de plática sinsentido a discutir sus intereses, sus ambiciones, logros. Miguel había mencionado el querer buscar trabajo en la ciudad y Hiro había mencionado que la cafetería de su tía estaba escasa de personal.
De alguna manera dos horas se habían ido volando y para cuando llegaron a las estaciones de los suburbios para partir caminos, Hiro ya tenía un nuevo contacto en su celular y como mil anécdotas familiares de los Rivera que hasta la fecha le hacían doler el estómago por la risa.
—Creo que estoy bien—dice el pelinegro finalmente, cruzando las manos sobre el estómago. Voltea a ver a Miguel, quien lo observa con el lado inferior apretado entre los dientes superiores
Han pasado cinco años y Miguel sigue igual de guapo que cuando tenía diecisiete, con la misma juventud rebelde arraigada en la mirada y las mismas mejillas rosadas que varias veces tuvieron a Hiro despierto a altas horas de la madrugada, acostado al lado de un cuerpo femenino y preguntándose qué podría haber sido si las cosas hubieran sido diferentes.
—No te ves bien—el morocho murmura, orbes del color del cacao tiñéndose aún más oscuros con preocupación.
Hiro suspira nuevamente, el sonido escondido debajo del taconeo proveniente de la escalera. Una nueva figura se coloca debajo del umbral de la puerta y la tensión en el aire se eleva de cero a mil en menos de un segundo.
—Y tú te ves como un imbécil diciéndole eso a la gente, Rivera—por alguna razón que Hiro jamás ha comprendido, Miguel y Karmi son como agua y aceite. Lo que es extraño, considerando que los primeros años de su amistad parecían saber tolerarse, pero de tiempo para acá los dos a duras penas pueden soportar estar en la misma habitación sin querer ahorcarse mutuamente, por lo que el nipón siempre intenta evitar sus interacciones a todo costo.
—¿Le estás hablando al espejo? Aquí la única imbécil eres tú—el mexicano se cruza de brazos, adoptando una postura defensiva, toda la amabilidad y compasión de antes erradicadas en un solo golpe—. ¿Ya acabaste de limpiar abajo o sólo vienes a molestar, como de costumbre?
Si Karmi va a responder algo, Hiro no la deja. El nipón se recarga sobre las manos hasta que más o menos se encuentra sentado nuevamente, fijando la mirada en la bolsa frente a él.
—Basta—pide, sabiendo por experiencia que por alguna mística razón, pedirlo es suficiente para que sus dos mejores amigos dejen de intentar matarse entre ellos.
Dicho y hecho, los otros dos adultos se vuelven rígidos como estatuas al escuchar su voz, simplemente dedicándole al otro una mirada cargada de odio antes de fijar la vista en algún otro punto de la habitación para intentar distraerse.
Sabiendo que éste es su momento de calma antes de la tormenta, Hiro cierra la bolsa con un nudo y se levanta de un salto, llevándose consigo las pertenencias de Megan y empezando a caminar hacia la puerta sin decir nada más.
Karmi lo espera ahí, cargando algunas cuantas cosas entre los brazos y levantando una ceja tan pronto Hiro se detiene frente a ella. Resignado, el chico abre nuevamente la bolsa y la deja echar las pertenencias dentro sin mucho cuidado, anudándola nuevamente y dejándola en el suelo una vez que todo está dentro.
—Te veo en el carro—es lo que la morocha dice, agachándose a tomar la bolsa del suelo y volteándose para bajar las escaleras sin despedirse de Miguel, quien ya se ha levantado del suelo y se encuentra sentado al borde de la vieja cama de Hiro.
—Culera—musita el mexicano tan pronto Karmi está fuera de su campo visual, y el pelinegro frunce el ceño.
—Sigo sin entender qué pasó entre ustedes, exactamente—dice, caminando hasta su vieja cama y sentándose al lado de Miguel—. Solían ser muy unidos.
El mexicano se encoge de hombros pero baja la vista al suelo, tragando saliva.
—No lo entenderías—dice, la voz cargada de tristeza.
—Entonces explícame—pide el asiático, chocando hombros con su mejor amigo en un vago gesto de consolación que logra hacer que el chico en cuestión volteé a mirarlo.
Por un momento, los ojos de Miguel se aclaran y parece que finalmente, después de tres largos años, está dispuesto a hablar del tema. Pero el momento se va tan rápido como llegó, y la esperanza es reemplazada rápidamente por culpa y pena.
—No puedo—dice, y su voz está tan cargada de emoción que parece que realmente le duele el hecho de no poder abrirse. Antes de que Hiro pueda decir cualquier cosa, sin embargo, el mexicano se pone de pie y señala la puerta, aún evitando el contacto visual—. En fin, deberíamos irnos antes de que ella venga a la fuerza.
Hiro traga saliva, ahogando todo lo que quiere decir.
No, espera. Quédate, háblame. ¿A qué le tienes miedo? Quiero ayudar — ¡déjame ayudarte!
Al final, sólo asiente y se pone de pie también.
Salen de la habitación en completo silencio y Hiro cierra la puerta a sus espaldas, caminando detrás de Miguel mientras bajan las escaleras y salen de la casa, deteniéndose sólo cuando ambos se dan cuenta del auto de Karmi, estacionado justo afuera de la puerta de entrada.
—Ya era hora—la morena rueda los ojos tan pronto como los ve, guardando su celular en la bolsa y levantándose de donde está recargada sobre el Beat verde, caminando hacia el lado del conductor sin decir más.
—Cállate—murmura Miguel, pero al insulto le falta fuerza. Con un suspiro resignado, el morocho se voltea hacia Hiro y esboza una leve sonrisa—. ¿Vas a estar bien?
Hiro sabe la respuesta inclusive antes de decirla. —No.
El mexicano traga saliva. —Bien.
—Bien—repite Hiro, encogiéndose de hombros, y se limpia una lágrima de la mejilla antes de encaminarse hacia el carro de su amiga.
Contra cualquier buen juicio, Miguel sigue a su mejor amigo como un perro perdido, acompañándolo hasta la puerta del auto e ignorando la mueca de desdén que la chica esboza a favor de tomar a Hiro por los hombros y sacudirlo levemente hasta que el pelinegro deja de ver el suelo y lo voltea a ver a él.
—Mira, sé que esto es complicado—Miguel hace una mueca, manos apretadas a sus costados mientras intenta encontrar las palabras correctas—. Pero te entiendo, ¿sabes? Sé que las rupturas son duras y dolorosas, especialmente después de tanto tiempo.
—¿Tu punto es?—pregunta Karmi, impacientemente tamborileando los dedos en la rueda del volante.
Si las miradas mataran, con los ojos que le echa Miguel a Karmi la chica sería poco menos que polvo cósmico.
—No tienes que venir si no quieres, pero tengo un remedio buenísimo para los lamentos del corazón—el mexicano sonríe, más gentil de lo habitual, y Hiro intenta ahogar el giro contento que da su estómago al ser recibidor de tan bonita sonrisa—. Pero, si quieres intentar distraerte un poco, puedes venir a mi casa hoy en la noche. Mi hermano y su novio tendrán una fiesta a las diez y creo que puede ser lo que necesitas.
A pesar de la insistencia por parte de Karmi para que, por lo que más quiera en el mundo, Hiro no vaya a la fiesta de Marco, Kyle y Miguel (y como ella no puede cuidarlo por siempre, y lo deja frente a su casa a las siete y media para irse a arreglar para un evento que tiene más noche) a cuarto para las diez Hiro se encuentra en frente de su armario, intentando decidir qué tanto empeño debería poner en intentar encontrar un atuendo adecuado para el reventón.
Miguel realmente no especificó qué tipo de fiesta sería, por lo que Hiro no sabe el código o los lineamientos de vestimenta. Sin embargo, el chico sí insinuó que sería lo suficientemente alocada para distraer a Hiro por lo menos un rato, y el nipón ha pasado bastante tiempo alrededor del mexicano y su familia como para saber que cualquier cosa con ellos está en otro nivel.
Al final y tras mucha consideración, Hiro manda a la verga la etiqueta y decide vestirse con lo primero que encuentre. Jeans negros, Vans sucios y una playera azul y verde a cuadros parecen ser su outfit de la noche, pero no podría importarle menos.
Un Uber y quince minutos más tarde, Hiro se encuentra en un mar de gente, intentando identificar a Miguel entre la multitud. El departamento de los hermanos Rivera está a reventar por donde se le vea, música sonando aparentemente de todos lados y vasos de unicel pasados de un lado a otro, cada uno con más olor a alcohol que el anterior.
De alguna manera se abre paso a codazos y disculpas murmuradas hasta la amplia cocina, sintiéndose aún peor que antes de llegar y preguntándose seriamente por qué chingados no le hizo caso a Karmi y se quedó en casa mejor, donde podría estar tranquilamente comiendo helado en pijama y llorándole a su televisor mientras A Él No Le Gustas Tanto se reproduce en pantalla, cortesía de Netflix.
Sin embargo está aquí, vestido como cualquier chico básico de Tumblr y deseando que el suelo se lo trague vivo. Eso, o que por lo menos Miguel se digne a aparecer.
(De repente lo asalta un recuerdo: ojos del color del chocolate y respiración entrecortada, estar presionado contra la barra de la cocina, atrapado entre dos brazos tonificados y sintiendo los labios en llamas. Miguel susurrando un "te amo" y acercándose por otro beso mientras Jósean Log sonaba de fondo.
Hiro recuerda lágrimas en sus mejillas, y recuerda sentirse confundido por no saber si eran suyas o de Miguel. Recuerda sentir la cabeza ligera y el cuerpo vibrando y pensar, mierda, estoy ebrio.
Después de eso recuerda besos fervientes y nada más).
La memoria llega tan rápido como se va, y Hiro se queda parpadeando a media cocina, intentando entender por qué el corazón le late tan rápido si no recuerda jamás haber estado en esa posición con Miguel. Es un recuerdo falso, una proyección de su imaginación intentando jugarle una mala pasada.
((Pero si recuerda el color de la camisa de Miguel, la textura de sus mejillas. Recuerda el sabor de sus labios y no entiende por qué sabe tantas cosas si jamás en la vida ha tenido al latino así de cerca, así de accesible)).
—¡Hamada!—a falta de pan, tortilla. Puede que sea el Rivera equivocado pero aún así Hiro se encuentra suspirando de alivio cuando Marco grita su nombre por encima de la música, el moreno entrando a la cocina con un vaso de unicel diferente en cada mano y Kyle detrás.
La gente abre paso a la feliz pareja como el mar para Moisés, y Hiro a duras penas reprime su mueca. Claro, todos pongan sus chaquetas sobre el charco para los dos reyes — aunque dejen al inventor del reino a su suerte, a ese nadie lo nota.
—¡Mi bro!—Marco está, claramente, muy pasado de copas. El caoba de sus ojos brilla con el tipo de energía maníaca que sólo alguien con unas encima posee, y a su lado Kyle mira ambos vasos de unicel con tanto odio que es imposible creer que no han asesinado a su familia a sangre fría o algo increíblemente igual de cruel—. ¿Cómo estás? ¿Ya tomaste algo?
Sin previo aviso, el mexicano se abalanza sobre Hiro, envolviendo al asiático en un gran abrazo antes de separarse con la misma velocidad y negar con la cabeza.
—Todavía estás muy tenso—se queja el moreno, haciendo pucheros, mismos que se evaporan tan pronto una gran idea parece formarse dentro de la cabeza del joven músico.
Se le iluminan los ojos a Marco y se le expande la sonrisa, y es en ese momento que Hiro sabe que está en serios problemas.
Lo demás pasa demasiado rápido como para que el pelinegro pueda comprenderlo. Marco lo arrastra hasta la barra de la cocina, en donde azota sus dos vasos de unicel al igual que una pequeña fila de vasos tequileros que parecen aparecer de la nada, al igual que una botella de tequila y un limón.
—¡Shots para que te relajes!—anuncia, lleno de energía mientras vacía todo el contenido de la botella entre los veinte o más vasos que forman una línea en la barra.
El asiático traga saliva, volteando a ver a Kyle para pedirle ayuda. Sin embargo el otro pelinegro no está por ningún lado de la cocina, y para cuando Hiro vuelve la mirada a Marco, éste ya ha puesto gotas de limón en cada vaso y espera con ansias a que el nipón tome el primer trago.
Con una última mirada hacia la puerta, Hiro se resigna a su destino. Apaga su celular, lo deja boca abajo sobre la mesa y centra su mirada en el absoluto delirio de alcohol que reposa en la barra frente a sus expectantes manos.
—No me hagas llamarla—pide.
Y, sin más, echa la cabeza para atrás, llevándose el amargo sabor entremezclado de la decepción y el trago por la garganta y hacia el esófago.
(A su izquierda, Marco aplaude).
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¡Hola, tiempo sin vernos! ¿Me extrañaron? Yo a ustedes sí, y mucho <3
Esta vez les traigo una historia cucha pq últimamente he estado pasando por varias cosas y desquitarme con estos weyes fue una opción muy terapeútica JAJAJ. "Cinco días" contará de un prólogo, cuatro capítulos y un epílogo, osea seis capítulos en total. ¡Espero se queden a leerlos todos!
Intentaré actualizar cada fin de semana para acabar la historia en mes y poquito pero pss quién sabe, tal vez la acabe antes, tal vez después. ¯\_(ツ)_/¯
¡Eso es todo, nos vemos el próximo sábado! Recuerden que pueden encontrarme en Instagram y Tumblr como valery_snowflakes y en Twitter como ValeryHowlter por si a alguien le interesa seguirme y ver qué hago regularmente, o estarse atento para los spoilers que siempre ando publicando jaja.
Besos robóticos congelados:
—Valery
P. S. El dibujo de la portada la pertenece a yongelli. ¡Gracias por dejarme utilizarlo!
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