otras se pierden
2 de febrero, 12:34 PM.
El hecho de que Miguel Rivera respiraba, comía, soñaba y vivía por la música no era ningún secreto. Aparentemente había crecido siendo completamente aislado de ella a petición familiar, pero un giro de eventos llevó a todos los Rivera a involucrarse con la misma cosa que repudiaron durante años, llegando al punto en que ahora no había nadie en la familia que no disfrutara las melodías y letras como si en eso se les fuera la vida — por lo que no es nada sorprendente el hecho de que fueran naturalmente buenos en ella, o que Miguel fuera reconocido por su talento a una temprana edad e impulsado por varios patrocinadores a perseguir su sueño, inclusive si años más tarde ese sueño se redujo a conciertos esporádicos aquí y allá y covers en YouTube porque Miguel había optado por disfrutar su pasión por la música más como un hobby que un oficio.
Hiro respira hondo, sintiendo la correa del cinturón de seguridad expanderse y retraerse con el movimiento. Le sudan las manos y el corazón no le ha parado de latir con la intensidad de tambores militares en medio de los honores a la bandera desde hace semana y media, cuando Miguel llegó a su casa con la sonrisa más bonita que existe y diciendo que tenía dos entradas extra para su próximo concierto.
Karmi resopla, observando a Hiro por el rabillo del ojo mientras continúa aplicándose labial con ayuda del espejo retrovisor. No hace más de media hora se encontraban comiendo en una parrilla argentina, pero mientras más se acercaba la hora del concierto, más ansioso se ponía el pelinegro. Y Karmi, siendo la excelente amiga que es, se había ofrecido a ahorrarle el Uber y traerlo hasta el auditorio ella misma.
—¿No te quieres quedar?—pregunta, aunque ya sabe bien la respuesta.
—No puedo—dice Karmi, tal y como el pelinegro sospechaba, pero su voz está cargada de tristeza y arrepentimiento, como si realmente implicara para ella un esfuerzo monumental el aferrarse a su orgullo y no salir del carro para alentar a Miguel en su presentación.
No por primera vez Hiro se pregunta qué es lo que pasó entre ambos, cuáles son las diferentes versiones de la historia. Un día estaban bien y al siguiente ni Karmi ni Miguel querían saber nada del otro.
Duele, un poco, saber que ha sido excluido del final de esta particular historia — pero al mismo tiempo, una parte de Hiro no quiere saber cómo acabó. Algo le dice, muy adentro, que la razón por la cual ambos están peleados va más allá de orgullos y venganzas infantiles, que tal vez hay una razón legítima para que le estén ocultando los detalles de su pelea.
(No es tiempo, no es de su incumbencia, podría cambiarlo todo — es más fácil mentirse con este tipo de promesas tranquilizadoras que aceptar la cruda y horrible verdad: simplemente no quieren que Hiro meta su cuchara).
Aunque a veces le gustaría a Hiro poder meter su cuchara, intentar salvar la vieja amistad. ¿Qué tan diferentes serían las cosas en su vida ahora si su ex-prometida no estuviera cargando al bebé de alguien más, los planes para su boda en dos meses siguieran en pie y sus dos mejores amigos fueran capaces de convivir sin ganas de quererle desgarrar la yugular al otro?
—Tienes que irte—susurra Karmi, ambas manos en el volante y la vista clavada en su reflejo en el retrovisor. Le tiemblan los labios y tiene las cejas tan juntas que podrían ser una sola—. Apoya a Miguel.
El de mi parte queda suspendido en el aire, casi dicho pero mejor callado, como las mil y un cosas que han estado atormentando a Hiro el mes pasado. El hecho de que su apartamento está prácticamente vacío ya que más de la mitad de sus posesiones en realidad pertenecían a Megan, la aplastante realidad de tener que despertarse e irse a acostar diariamente sin un cuerpo al lado y la revelación de que sus sentimientos por Miguel van más allá de la simple amistad son sólo algunas de ellas.
—Tengo que irme—concuerda el pelinegro, respirando hondo y limpiándose el sudor de las manos en el pantalón.
—No estés nervioso—Karmi sonríe de lado, aún tensa pero algo más calmada ya que puede concentrarse en molestar a su mejor amigo y no en cualquier conflicto de hace años que hasta este día sigue sin dejarla dormir tranquila—. No es como si fueras tú el que va a tocar frente una audiencia de miles de personas, estarás bien.
Hiro asiente débilmente, intentando regular su respiración, aunque sabe bien que la multitud de gente no es lo que le aterra. Ha dedicado años enteros de su vida a presentar proyectos e ideas frente a multitudes más grandes que la de hoy, ha sido el centro de atención de oficiales del gobierno e inversionistas a la vez. No, no es el público que le preocupa, en absoluto. Sonreír ante el gentío le viene tan fácil como respirar a este punto.
Lo que le preocupa a Hiro es el otro boleto extra, el que fue destinado para el novio de Miguel. El boleto que le pertenece al chico de piel bronceada y ojos verdes, con cabello corto del color de las brasas. El boleto que le pertenece a la única persona en el mundo que puede sostenerle la mano a Miguel y juntar sus labios con los propios cuando se le venga en gana.
El boleto que le pertenece a alguien de quien Miguel habla con tanto orgullo, tanto amor, tanta pasión que es imposible creer que no estén casados.
(El boleto que le pertenece a quien Miguel mira de la misma manera que Hiro miraba a Megan. El boleto que le pertenece a quien Miguel mira como Hiro mira a Miguel).
((El boleto que existe sólo para recordarle a Hiro lo mucho que perdió — lo mucho que dejó escapar. El boleto que lo lleva de regreso a la cocina vacía de los Rivera, con el débil sonido de ukelele en el fondo y las manos de Miguel en ambos costados, los labios del latino sobre los propios y el corazón fuera del pecho)).
Hiro parpadea y hace una mueca, intentando sacarse la imagen mental de la cabeza. Eso no pasó, no pasó, no pasó, no pasó.
—Ya me voy—el asiático suspira, se voltea en el asiento y planta un beso sobre la mejilla de su mejor amiga en agradecimiento. Karmi sonríe, labial aún en la palma de la mano, y se aleja del volante para desabrochar el cinturón de seguridad de Hiro.
—Diviértete—dice, y el pelinegro asiente antes de abrir la puerta del carro y salir hacia el frío aire de la noche, observando el Auditorio Nacional de San Fransokio con ojos entrecerrados.
Mete una mano al bolsillo del pantalón, donde su boleto descansa junto a la vieja cartera del ITSF que perteneció a Tadashi hace mucho tiempo y las llaves de su departamento.
Justo en la entrada del auditorio se encuentran varios vendedores, enseñando camisas bonitas serigrafiadas con el nombre de Miguel y la fecha del concierto en tipografía bonita. Más allá hay alguien vendiendo gorras, bolsas, coronas de flores y pulseras. Una chica pasa cargando dos tablas llenas de pines: la cara de Miguel, su característica guitarra de calavera, las iniciales "MR" en lettering — Hiro suspira y traga saliva, ignorándolos a todos y caminando directamente a la entrada del auditorio, sacando el boleto de su bolsa y enseñándoselo a la guardia de la puerta.
La chica parpadea, sacando un escáner de su bolsa y pasándolo por el boleto. Levanta una ceja al ver las palabras "backstage VIP" aparecer en la pantalla, pero no hace algún comentario al respecto.
—Por aquí—dice, echándose el escáner al bolsillo nuevamente y haciendo un ademán para que Hiro la siga.
Caminan entre amplios pasillos y pasan puertas hasta llegar a una sección más alejada del público general, donde la chica echa mano a una llave para abrir un par de puertas con el rótulo "Sólo personal autorizado" en grandes letras amarillas. Como no hace por decirle a Hiro que espere, el asiático asume que él también clasifica como personal autorizado y la sigue.
Detrás de las puertas se encuentra una modesta sala de estar, con espacio suficiente para acomodar a veinte personas y varios instrumentos musicales sin problema. Está habitada por un puñado de personas: caras que Hiro y reconoce y caras que no.
Para calmar su ansiedad social aunque sea un poco, Hiro se dedica a mirar alrededor y separar en dos categorías a la gente de la sala: quiénes conoce y quiénes no. Como es más fácil sentirse a gusto con gente que por lo menos has visto antes, decide empezar por ahí.
Junto a una pequeña mesa de tentempiés se encuentra el manager de Miguel (Ramón), dos quintos de sus coristas (Ana y Elena) y un joven técnico de audio (David) que no para de comer donas como si en eso se le fuera la vida. Al centro de la sala, sentado en un banco y con los ojos cerrados se encuentra la estrella del momento, una maquillista (Rocío y Valentina) a cada flanco.
Después están los que no conoce: un puñado de staff del auditorio, músicos murmurando entre ellos y cambiando el peso de pie a pie, nerviosos con anticipación mientras continúan afinando sus instrumentos.
Una vez que todos han sido asignados una categoría, a Hiro no le queda de otra más que añadir a la primera lista a las últimas dos personas de la habitación: una que hace que su corazón lata como poseso y otra que le convierte la sangre en hielo.
Miguel sigue sentado enfrente del tocador, completamente ajeno a la llegada de su mejor amigo mientras que sus dos maquillistas de confianza se encargan de afinar los últimos detalles de su look. No muy lejos de él, con un plato de tentempiés en una mano y el celular en la otra se encuentra la segunda razón de todos los problemas de Hiro, calzado con botas cafés a mitad de la pantorilla, jeans rotos y una camisa a cuadros roja a combinar con su cabello sobre una playera amarilla desteñida.
(Es como si en ese momento el tiempo se detuviera. Hiro es asaltado por las incontrolables ganas de querer dar la vuelta y salir corriendo por donde vino, pero un hermoso par de ojos color esmeralda se enfocan en su figura en ese momento y la vida es puesta de nuevo en marcha).
—¡Hiro!—Ike sonríe, guardando su celular en uno de los bolsos de la franela roja y haciendo gestos para que el nipón se le acerque con la mano ya desocupada—. ¡Llegaste!
El pelinegro intenta disimular la mueca que se forma en sus labios tan pronto el Escosés abre la boca (una reacción instintiva, a este punto) al tiempo que Miguel abre los ojos de golpe, sonrisa engrandeciéndose mientras que las maquillistas empiezan a regañarlo por hacer algo tan peligroso, brochas de maquillaje y rímel en sus manos.
Al latino no parece importarle mucho eso. Sin ponerles atención brinca de su lugar sobre el banco y cruza la estancia en grandes zancadas, abrazando a Hiro tan pronto está a su alcance y dejándolo ir con la misma rapidez.
—Viniste—susurra, ojos del color del cacao brillando bajo las luces artificiales que alumbran el recinto.
Hiro sonríe. —No me lo perdería por nada.
Ambos chicos se quedan parados frente al otro, sonriendo e intercambiando una conversación sin palabras, sólo a base de miradas. Pueden pasar diez años o cinco segundos antes de que las maquillistas de Miguel lleguen a arrastrarlo nuevamente al banco para terminar de afinar detalles, pero aún así Hiro no deja de observarlo, riéndose en voz baja a las caras que hace el reflejo de su mejor amigo en el espejo.
—Es bueno volver a verte—una nueva figura se materializa a su lado, manos ligeramente bronceadas extendiéndole un plato de cartón con la cara del Rayo McQueen en el fondo y un surtido bastante apetitivo de tentempiés sobre el dibujo del carro.
Con manos ligeramente temblorosas, el nipón acepta el plato, llevándose a la boca una galleta salada con espinaca y queso crema encima para evitar tener que dar una respuesta.
A Ike esto no parece importarle en lo más mínimo. El escosés simplemente sonríe con el sol entre los labios y eso parece ser suficiente. De su propio plato de comida (que, Hiro nota con desinterés, tiene diseño de los Backyardigans) toma un bocadillo similar al de su acompañante y se dedica a masticarlo, elegante y recto aún cuando se está atragantando de porquerías en la bochornosa antesala del Auditorio Nacional de San Fransokio como si la vida fuera fácil y no una constante cadena de desgracia tras otra.
—Espero que no hubiera mucho tráfico—continúa diciendo el pelirrojo, aunque es claro que no espera respuesta alguna. Sus conversaciones con el pelinegro siempre han sido perfectamente unilaterales y parece que jamás le ha importado. Hiro solía detestar cómo Ike aparentemente no podía captar la puta indirecta, pero con el tiempo se volvió notorio que si Ike seguía mostrando interés en hablar en voz alta y fingir que Hiro le ponía atención lo hacía con la esperanza de que el asiático algún día se dignara a responderle en vez de dejarlo hablándole al aire.
Aunque el día sigue sin llegar, Ike se mantiene tan persistente como siempre. Sonríe e intenta hacerle la plática a Hiro, aún cuando es evidente que el nipón no tiene la más mínima intención de seguirle la corriente. Sin importar, el escosés sigue siempre al pendiente, buscando temas de conversación de relativo interés para Hiro y esperando que alguno sea el indicado para finalmente atravesar el duro cascarón del inventor y poder socializar con él como personas normales, nada preocupado por el hecho de que tanta insistencia pueda hacer que, en vez de aceptarlo, Hiro termine odiándolo.
Y es que ahí es donde reside el problema: que Hiro simplemente no puede odiarlo. Sin importar cuántos años hayan pasado, cuán dura haya sido la insistencia del pelirrojo o lo mucho que le cague la madre, Ike es de las mejores personas que el asiático ha tenido la suerte de conocer.
Tiene una voz de ángel y es bueno con las matemáticas, trabaja como voluntario en las cocinas comunitarias y albergues para animales callejeros por las tardes y por la mañana es psicólogo de medio tiempo para los chicos de la preparatoria Sky Dive. Tiene dos hermanas menores a las que adora con el alma y amigos en aparentemente cualquier lado, inclusive en lugares donde hacer amigos resultaría peligroso o una pérdida total de tiempo — como en los barrios bajos de peleas de robots o las librerías municipales de San Fransokio, a donde la gente va a estudiar y no a socializar.
Si Miguel es una belleza griega, Ike es el dios que lo desposa.
Años atrás, esto solía poner a Hiro celoso hasta la pared de enfrente. En el momento era difícil categorizar los sentimientos o entender su por qué, pero ahora es fácil para el pelinegro entenderlo. Sus celos residían en el hecho que de un día a otro Miguel dejó de ser su mejor amigo, dejó de priorizar a Hiro y empezó a cancelar sus salidas o idas al cine para pasar más tiempo con el pelirrojo de ojos verdes y constelaciones en las mejillas.
(Distantemente, una parte de Hiro sabe que desde entonces estaba enamorado de Miguel, que su relación con Megan no cayó en picada sino que lentamente fue decayendo hasta que logró llegar a su final lógico, y que la llegada de Ike a la vida de Miguel representaba mucho más allá de no poder pasar tanto tiempo con su mejor amigo como antes).
Reconocer el razonamiento detrás de los sentimientos había ayudado mucho a saber canalizarlos y manejarlos, lo que se tradujo como Hiro intentando buscar alternativas para calmar a ambos lados de sus emociones — el que quería ver a Miguel y el que quería estar con Miguel.
Y así es como habían dado inicio las citas dobles, triples, cuátruples o hasta grupales en ocasiones. A veces eran acompañados por Go Go y Honey, en otras ocasiones por Fred y su novia de turno o Wasabi y alguno de los chicos que lograban captar su interés en el momento — personas más, personas menos; había algo que nunca cambiaba, y eso era el hecho de que sus citas siempre consistían de Hiro y Miguel arrastrando a sus respectivas parejas de un lado a otro mientras ellos se dejaban, Megan y Ike quejándose entre dientes y burlándose de sus novios en voz baja.
Esos eran los escasos momentos en los que Hiro se sentía realmente vivo.
(Culpable, una parte de Hiro sabe que la verdadera razón por la cual siempre atesorará esos momentos es que podía fingir, por poco tiempo que fuera, que las citas consistían sólo de Miguel y él — y entonces el mundo se sentía perfectamente balanceado y en calma).
Obviamente la idea de citas grupales trajo más problemas de los que merecía. Megan empezó a insistir que se replicaran las salidas pero con sus amigos esta vez, y Hiro, desesperado por atención y reconocimiento, no supo más que aceptar.
Pensándolo bien, hubiera sido mejor negarse y lidiar con la pelea que inevitablemente vendría después de ello, ya que hubiera sido menos doloroso que el hecho de que Megan lo llevó a conocer a sus amigos una vez y una sola.
(—No eres tú, cariño—había dicho la chica, encogiéndose de hombros—. Simplemente no congenian, es todo.
Los amigos de Megan disfrutaban del kickboxing, las peleas callejeras y salir a correr a las seis de la mañana. A Hiro le gustaba hablar de robots, su hermano y los pasteles caseros de la cafetería de su tía. No era difícil entender por qué jamás supieron llevarse).
Parado aquí, con Ike al lado y rodeado de un puñado de conocidos con Miguel en el centro de todos, iluminado por los focos del tocador y brillando como reliquia de oro, es difícil no pensar en ello.
(En todo lo perdido, en todo lo ganado, en todo lo hecho al lado y en todo lo encontrado).
((Actualmente las cosas van así: Megan, un nuevo comienzo, la atracción que sentía hacia Miguel, un sentido de identidad que jamás en la vida Hiro había tenido antes)).
Sus pensamientos son interrumpidos por el sonido de una puerta abierta de golpe y el alboroto de tres personas entrando rápidamente, jadeando y respirando pesado como si hubieran corrido un maratón.
Hiro casi deja caer su plato del susto, volteándose a la par que Ike, ambos aún con media galleta en la boca y los ojos del tamaño de la luna.
—¡No mames!—exclama un chico con el cabello de color salmón, llevándose una mano al pecho y recargándose contra la superficie más cercana, que termina siendo la puerta cerrada a su espalda—. Pinche cardio de toda la semana, wey.
—Cardio de todo el perro año, querrás decir—a su izquierda, una chica con largo cabello ondulado rueda los ojos, también inhalando grandes cantidades de aire—. Por poco y no escapamos de la pinche bola de fanáticos empedernidos.
—Las filas son más grandes que mis ganas de conseguirme un sugar daddy—habla por fin la última voz, ojos del color de la miel escondidos detrás de gafas azules—. ¡Oye, Ike, qué pedo! ¡Tu novio jala más gente que el Corona, no mames!
El aludido sólo se encoge de hombros, ya habiendo recuperado la compostura. Se pasa el bocado de la media galleta antes de llevarse el plato al pecho de manera protectora y señalar a los recién llegados con el dedo índice.
—¿Y quién los mandó a que llegaran tan tarde?—pregunta, cínico. Ante el silencio de sus amigos, sonríe de lado—. Ah, ¿verda'? Eso les pasa por huevones.
—Cállate, joto—la chica de cabello ondulado resopla, cruzándose de brazos—. Y di que llegamos, culero, que por estos dos pendejos mejor nos quedábamos jugando Smash en mi cantón y tragando Liru Sisa.
—Pues de que nos echamos una retas nos echamos unas retas—dice el chico de las gafas, pasándose una mano por el pelo—. Nomás que en vez de ser Kirby contra Isabelle fui yo contra la pinche bola de weyes que se desviven por el Migue', qué pedo.
—Asies—el chico con el cabello color salmón suspira, pasándose una mano por el pelo antes de encogerse de hombros—. Pero lo importante es que ya estamos aquí, ¿cierto?
—Amén—la chica de las gafas asiente con entusiasmo—. Si no fuera porque lograste conseguirnos boletos, Ike, estoy segura de que jamás habríamos tenido oportunidad de ver a tu cuchirrumín en vivo.
—Tres minutos—murmura el chico de las gafas, sonando afligido—. Se vendieron todas las entradas en tres perros minutos.
—Ese es el poder de Miguel Rivera—Hiro interrumpe, sonriendo. Él también había intentado conseguir boletos a la manera fanática durante mucho tiempo, pero las entradas se agotaban tan rápido que resultaba difícil creer que Miguel era un simple estudiante de gastronomía y no una sensación pop del momento.
Tres pares de ojos se voltean hacia él a la vez, sorprendidos y aliviados mientras que sus dueños respiran entrecortadamente.
—Supongo que lo es—el chico del cabello color salmón se sonroja ligeramente, ladeando la cabeza con una sonrisa encantadora—. ¿Tú también rogaste por una entrada hasta que se apiadaron de tu alma en pena, um?
—Hiro Hamada, hola—el pelinegro sonríe, apretando su plato de tentempiés con un poco más de fuerza—. Y no, Miguel simplemente llegó con un boleto extra hace algunos días y heme aquí.
—Cool—el chico se encoge de hombros, saludando al nipón con una mano llena de pecas—. Yo soy Phillip James, pero mis amigos me dicen PJ.
—O Felipe Jaime—interrumpe el chico de las gafas, riéndose entre dientes—. Un gusto, por cierto. Gian, para servirle a Dios y a usted.
Hiro asiente como respuesta, imitando el gesto de PJ para saludar a los nuevos.
—El infame Hiro Hamada—la chica de cabello ondulado se muerde el labio, ojos azules escaneando al nipón con algo de desconfianza—. Mi nombre es Lilith, la mejor amiga de Ike. He escuchado mucho sobre ti.
Hay algo en su tono, la manera en que dice las cosas: tan amenazante y tan dulce a la vez, que hace que Hiro trague saliva.
—Sólo cosas buenas, espero—murmura, sintiendo las manos sudorosas.
—Luego hablamos de eso—Lilith guiña, volteándose a su mejor amigo y tomando uno de los tentempiés del plato del pelirrojo sin preguntar de antemano—. ¿A qué hora empieza el concierto?
—Tan pronto acabe mi telonera—Miguel reaparece al lado de Hiro, cabello castaño peinado hacia atrás con gel y mejillas brillando como reflectores—. Lils, PJ, Gi: me alegra que pudieran llegar a tiempo.
A pesar de la suavidad de su voz y sinceridad en sus ojos, la quijada de Miguel está más apretada de lo normal, manos morenas hechas puños a los costados de su cuerpo. Hiro levanta una ceja, haciendo una nota mental para preguntarle a su mejor amigo acerca de esto más tarde.
—El tráfico era un asco—dice PJ, ojos oscuros pasando de Miguel a Hiro a Miguel nuevamente durante unos segundos antes de llenarse de algo parecido a la duda—. Atraes multitudes, Migue'.
El mexicano sonríe.
—Me alegra que haya gente a la que le guste lo que hago—traga saliva, secándose el sudor de las manos en el pantalón y volteándose hacia el plato de tentempiés de Hiro, tomando uno sin siquiera preguntarle al pelinegro. PJ arquea una ceja—. En fin, los dejo un rato. ¡Disfruten el show!
—Ve por ellos, tigre—dice Ike, lanzándole un beso a Miguel que el mexicano pretende agarrar y llevarse al corazón.
Hiro hace una mueca.
—Tú puedes—le dice a su mejor amigo, ofreciéndole otra galleta con queso crema del plato—. Diviértete en el escenario.
Los ojos avellana de Miguel se iluminan como árboles de Navidad.
—No me quites los ojos de encima—pide en un murmuro, su tono de voz lo suficientemente bajo para que las palabras se queden colgando en el espacio entre los dos, inaudibles para el resto del mundo.
Hiro siente el color subir a sus mejillas y traga saliva, asintiendo débilmente mientras que Miguel sonríe y se gira sobre sus talones, caminando hacia sus músicos con toda la confianza de quien sabe exactamente lo que hace.
El pelinegro se queda viendo al latino durante bastante rato, sintiendo un golpeteo constante contra su pecho mientras observa a Miguel reírse con el guitarrista de turno e intercambiar palabras con sus coristas.
Cuando Hiro regresa la mirada al grupo se encuentra con que Ike, Lilith y Gian están riéndose entre ellos, comiendo tentempiés del plato de los Backyardigans y haciendo ademanes exagerados con las manos. Del cuarteto sólo PJ lo observa, cejas doradas fruncidas y labios presionados en una fina línea.
Al darse cuenta de que Hiro lo observa, sus facciones se suavizan y PJ se aleja de sus amigos, galleta de queso crema en una mano, para acercarse a Hiro.
—Hola—dice, llevándose el remanente de tentempié a la boca y devorándolo de una sola mordida. Señala al plato del Rayo McQuin y ladea la cabeza ligeramente—. ¿Te importaría si tomo uno?
Hiro traga saliva y empuja los tentempiés hacia delante.
—No tengo problemas en compartir—dice.
Los ojos de PJ viajan momentáneamente a Miguel y regresan a Hiro, brillando traviesamente.
—Yo tampoco—susurra consipacionalmente. Y acto seguido, se mete una Cracker embadurnada de queso crema a la boca.
Por alguna razón, Hiro siente el corazón latirle más rápido.
Las luces se encienden por última vez en el escenario y las cámaras hacen zoom en Miguel, enfocándolo en toda su resplandeciente y sudorosa gloria.
—¡La última y nos vamos!—le grita al público, energético aún después de dos horas de andar corriendo de un lado al otro en el escenario, cantando su corazón en cada verso—. ¿Qué les parece un cover?
La respuesta a su pregunta es ensordecedora. La multitud ruge, hambrienta por más, y Miguel sólo ríe fuerte, la melodía escuchada a través del micrófono.
Hiro traga saliva, enfundando ambas manos en los bolsillos de su pantalón e intentando calmar el latido de su corazón. Están sentados en el palco más cercano el escenario, los cinco en primera fila. A su lado izquierdo, una chica con una sudadera con la cara de Miguel grita emocionadamente; a su derecha, PJ lo observa cuidadosamente.
Todo el concierto había sido así. Ike había escogido el primer asiento de la fila, Lilith y Gian pisándole los talones, así que Hiro había acabado casi al final de la misma, flanqueado por PJ y una chica a quien jamás había visto en la vida y dudaba mucho que volvería a ver.
PJ lo seguía observando como si fuera un rompecabezas particularmente difícil de resolver, y por alguna razón eso hacía que el corazón de Hiro intentara ecapársele de las costillas. Eso, combinado con el hecho de que tenía una vista perfecta de Miguel, no auguraba un buen futuro para su pobre sistema cardiovascular.
Sin embargo, aquí seguía Hiro. Dos horas de ser observado fijamente por un chico lindo mientras él observaba fijamente a otro chico lindo no lo habían matado todavía, y Hiro esperaba que los siguientes cuatro minutos no pensaran darle el golpe de gracia.
La verdad es que PJ no parecía mal muchacho, de lo poco que habían hablado en la antesala y en los intervalos del concierto el chico de verdad parecía ser interesante y tener mucho que decir. Hiro había aprendido varias cosas en esos escasos minutos: su cabello era rubio natural pero le gustaba teñirlo, tenía dos hermanas mayores, era un año menor que Hiro, de familia completamente vegana, su cuarto estaba cubierto de posters de la NASA y estudiaba gastronomía en la misma escuela que Miguel. Nada de esto era suficiente para hacerlo especialmente intrigante o algo, pero tampoco eran suficientes razones para hacer que Hiro decidiera que no quería hablar con él.
PJ era bien parecido y hacía plática bastante fácil, además de que durante las últimas dos horas no había parado de mostrar interés en Hiro.
El nipón no estaba muy seguro de estar listo para lo demás.
La salida al estacionamiento es fría y oscura. El sol ya se ha escondido en el horizonte y la gente sale del auditorio en manada, cansada y eufórica mientras que se mezclan con los vendedores, desesperados por vender lo que queda de su mercancía antes de regresar a casa.
Ike se había despedido de ellos tan pronto salieron del auditorio, tragando saliva y corriendo en la dirección del camerino para felicitar a Miguel. PJ, Hiro, Lilith y Gian habían llegado al mutuo acuerdo de darles a los tórtolos su espacio y se habían encaminado con la multitud hacia la salida general, donde Lilith y Gian habían decidido que querían ir a devorar hamburguesas de Johnny Rockets — PJ, naturalmente, había objetado y decidido no acompañarlos y como Hiro no se sentía realmente bienvenido en el grupo de amigos de Ike, había optado por dejarlos ir solos.
Y todo eso los había llevado a este momento, Hiro y PJ parados afuera del auditorio como un par de pendejos, mirándose sin decir nada pero preguntando todo con los ojos.
El nipón traga saliva, escondiendo las manos en los bolsillos de su pantalón y bajando la mirada al suelo. PJ, por su parte, se muerde el labio y empieza a tamborilear los dedos contra el costado de su pierna.
—¿Quieres ir a tomar una cerveza, o algo?—Pregunta, después de que el silencio se ha hecho muy largo, mejillas del color de la cereza.
Hiro parpadea.
Oh.
—Está bien—dice, sin nada que perder, y la sonrisa de PJ enciende una llama dentro de su pecho.
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Hace un par de meses les pregunté en el grupo de Revolución Higuel que con quién shippeaban a Hiro y la respuesta más votada fue Megan así que decidí venir a destruir relaciones y desquitarme con la vida jaja alchile meper?
En otras noticias: pueden seguirme en Instagram y Tumblr como valery_snowflakes y en Twitter como ValeryHowlter. También ahí tienen mi perfil de Facebook por si quieren mandarme solicitud (nomás manden un mensaje avisando que les gusta el Higuel y no van a secuestrarme pls uwu) y deleitarse con mis memes culeros.
¡Los amo tres millones, nos vemos la próxima! <3
Besos robóticos congelados:
—Valery.
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