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Epílogo.

Nadie nace preparado para tomar una decisión difícil y elegir qué harás, nunca te enseñan cuál debe ser tu elección cuando se trata de la vida de quién más amas. Dejar en estado de coma a alguien significa que su cuerpo pierde fuerza y llegan los problemas, como también pueden aparecer las infecciones, y eso deja secuelas al despertar; en el peor de los casos, parálisis. ¿Y cuando se trata de desconectarlo? Cuando el pronóstico no es esperanzador y tomaste esa elección, vas a ver cómo pierde la vida en cuestión de minutos; o cómo pasan las horas y tal vez un día antes de que, finalmente, ya no haya ningún latido.

   ¿Que si te puede escuchar? Nadie lo sabe con certeza. Algunas personas que despiertan del coma dicen que sí, otros ni siquiera recuerdan qué pasó antes de estar internados. No todos los casos son iguales y es por eso que no podemos guiarnos de las otras experiencias, porque nada es igual. Ojalá todos pudiéramos tener esa suerte de que nuestro ser amado despierte, recuerde y pueda seguir con una vida normal. Ojalá el taxista que llevó a Ran al hospital hubiese podido salvar a su esposa y ojalá yo hubiese llegado a tiempo.

   Si estuvieras en ese lugar, en un pasillo lleno de personas lamentándose por lo que está pasando con sus familias, si te tocara a ti decidir por lo peor, ¿qué harías? Te lo pregunté al comienzo del libro. ¿Te quedarás viendo como el amor de tu vida —o quizás tu hermano, tu mejor amigo, quien ames— pierde la capacidad motora de su cuerpo, con tal de tenerlo más tiempo en tu vida? ¿O lo dejarías morir rápido, sin saber si podría haber despertado en un futuro?

   Ran eligió desconectar a Aegir porque no quería ser egoísta, tenía miedo de dejarlo en coma más tiempo del que él quería y que su cuerpo se dañara en formas irreparables. Sin embargo, la interrupción de Dahlia impidió que lo hiciera y, aunque en ese momento la odiaba más que nada, le agradeció por haber aparecido en ese momento. Aegir despertó en el mejor momento, cuando a su esposa se le rompió la fuente.

   La presión fue tanta que Ran casi se desmayó, pero Leif se mantuvo a su lado en todo el parto mientras Arture y Jullie se quedaron con Aegir para que el tuviera conocidas presentes, antes de tener que enfrentarse con Igvar y Dahlia. ¿Lo peor? Él no pudo disfrutar del nacimiento de su bebé, apenas podía pensar en eso porque despertó ahogándose con el tubo respirador y casi se desgarró la tráquea al querer quitárselo solo.

   No pudo ver a Ran en días porque ella tuvo una complicación en el parto y debido a que ambos estaban recuperándose, apenas sabían algo del otro. Leif cuidó a los dos como un niño que temía perder a sus padres e hizo de paloma mensajera, yendo de un piso a otro hasta que todo terminó.

   Antes del coma, Aegir estuvo emocionado y ansioso por el nacimiento de su bebé, pero un día antes de poder verlo tuvo que recibir asistencia psicológica porque no dejaba de verse a sí mismo, fuera de su cuerpo, siendo atacado por su hermana; así como no podía dejar de escuchar todos los gritos de su madre culpándolo de todo lo malo. No despertó bien emocionalmente y no iba a mejorar en poco tiempo, así como también necesitaba hacer ejercicios para poder caminar solo y recuperar la movilidad en la mandíbula.

    Después de la última visita de su psicólogo, se quedó solo en el cuarto del hospital, con las manos sobre el regazo. Se quedó pensando en los ejercicios de meditación que le recomendó el Dr. Olsen para mantenerse calmado y apto para recibir a su hijo, a su familia. Inhalo profundo, mantuvo la respiración por quince segundos y exhaló. Repitió el ejercicio dos veces más.

   —Aegir.

   Abrió los ojos de nuevo cuando Leif lo llamó desde la puerta y su corazón se aceleró cuando vio a su esposa, todavía con el vientre ligeramente inflamado, sosteniendo un pequeño bebé envuelto con una manta de color lila. Quiso pronunciar "Melkeku", pero tenía la mandíbula muy débil para poder abrir la boca y que se entienda. Se limitó a taparse los ojos con las manos mientras lloraba de emoción y de impotencia a la vez.

   —Voy a esperar afuera. 

   Leif les dio privacidad y se sentó en el pasillo de espera. Ran se acercó despacio hasta la camilla, sin dejar de mecer al bebé. Ella sonrió, pero también quiso llorar. Tuvo que mantenerse firme por Geir. El amor de su vida estaba vivo y tenían un bebé sano. Tenía mucho por que sonreír, aunque el estado de su esposo seguía apuñalando su corazón.

   —Bebé—murmuró con dificultad. Las manos de Aegir temblaron al recibir a su bebé—. Es bonito. ¿Becerro?

   —Becerro —confirmó Ran, con una sonrisa tímida. Rodeó los hombros de su esposo con un brazo y le dio un beso en la frente, antes de darle un ligero en los labios. Aegir se quejó—. No puedes quejarte porque no te bese bien, tienes que terminar de recuperar tu mandíbula antes de cualquier cosa.

   —Te amo.

   Aegir frotó su rostro contra el brazo de Ran y empezó a mecer suavemente a su hijo, Geir estaba dormido bajo esa manta. Ran le dio otro beso fugaz para tranquilizarlo.

   —Yo te amo todavía más, Aegir.

   ¿Habían tenido suerte? ¿O el hilo que teje la vida todavía no marcaba el final para ellos? Aegir pudo despertar de un estado peligroso y las secuelas que tenía no iban a ser permanentes, al menos no lo físico. Mentalmente ya no podía considerarse estable, ni siquiera apto para seguir trabajando hasta que su psicólogo dijera lo contrario. Casi había muerto en manos de su propia hermana menor. Aquello —y todo lo que acumuló desde niño— logró destrozar una parte de su mente cuando despertó del coma y cada vez que cerraba los ojos sentía que iba a morir de nuevo. Tenía miedo de dormir otra vez y no ver crecer a su hijo.

   Pero también tenía una oportunidad nueva para sanar todo lo que estuvo guardando en su interior; además, la hermosa familia que siempre quiso formar estaba allí. Una esposa amorosa, un bebé, su mejor amigo y Arture y Jullie, unos padres que se sentían propios, los abuelos perfectos para su pequeño Geir.

   Por otro lado, Ran también se sentía agradecida por la segunda oportunidad que la vida les dio, porque podía hacer mejor las cosas y no iba a estar sola, su esposo iba a seguir siendo parte de su familia de un modo presente y físico. El hombre de su vida, su compañero, el amor de su vida. Iba a seguir despertando por las mañanas y verlo descansando e iría a dormir después de darle un beso de buenas noches. Una rutina que amaba. Una rutina que no quería cambiar por nada.

   Solo les quedaba ver crecer a Geir...si es que nada más se interponía de nuevo.

N/A:

Aunque este borrador llegó a su fin, todavía hay muchas cosas pendientes que voy a estar publicando en mi Instagram. Gracias por haber llegado hasta el final. 

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