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Capítulo 19.

𝐃𝐈́𝐀 𝐂𝐔𝐀𝐓𝐑𝐎. 𝟐𝟎𝟐𝟔.


Nadie está preparado para perder a un ser amado. A pesar de que todos conocemos el proceso de vida y que, inevitablemente, la muerte puede llegar en cualquier momento; no es fácil despedirse y ver cómo el mundo sigue, como tu vida sigue, sin esa persona presente. ¿Qué pasa con todas las risas? ¿O con las promesas? ¿A dónde se van los recuerdos y las metas que no se cumplieron? ¿A dónde se va todo? A tu mente. El único lugar donde ese ser que perdiste seguirá vivo.

   —Hey, quédate conmigo —ordenó Leif mientras miraba la plaza frente al hospital. Acomodó la posición y apoyó los brazos en el barandal de las escaleras—. La idea de dar una vuelta y tomar aire es para hablar entre nosotros, no para pensar en cosas malas, ¿recuerdas?

   Ran asintió con una mueca de culpa. Sus padres se quedaron en el cuarto vigilando a Aegir, Arture estaba emocionado contándole las últimas recetas que aprendió de comida y rompió en llanto porque su amado yerno, su hijo, no podía probar nada de eso. Ese fue el momento necesario para que Leif saque a Ran del hospital y dieron varias vueltas para relajarse. Ella no se negó, necesitaba reencontrarse y apreciar un poco más todo lo que los rodeaba. Tenía que llenarse de vida para poder mantenerse de pie.

   —Estoy conociendo a una chica.

   —¿En serio?

   —Nah. —Leif sonrió con diversión y rodeó los hombros de Ran para atraerla hacia él—. Solo lo dije para verte emocionada. Extraño ver tu sonrisa natural, Kanin. Últimamente pareces una koala. Tan bonita y adorable, pero agresiva. Te pregunto cómo estás y me quieres clavar las garras. ¿Te ofrezco descansar? Garras. ¿Salimos a tomar aire? Garras. ¿Vamos a comer algo? Garras. ¿Y los koalas que hacen cuando se sienten amenazados?

   —Garras.

   —Garras —afirmó. Leif volvió a sonreír y le dio un beso en la frente—, aunque parece que sí te ablandaste un poco con mi mentirita. ¿De verdad te ilusiona que tenga novia? ¿Es porque necesitas una amiga o algo así?

   —Es porque me das lástima. Además, deberías abandonar el nido de una vez. Aegir y yo siempre estamos saliendo y tú estorbas, eres como un bebé que necesita atención.

   Los ojos de Leif brillaron al oírla hablar en presente, como si de alguna forma Ran olvidó la situación, y no hizo nada para corregirla. Sin embargo, la sonrisa la cambió por un gesto de disgusto cuando escuchó con atención sus palabras y la empujó para mantener la distancia de nuevo.

  —¿Un bebé necesitado? Jódete. —Fingió estar ofendido, pero sonrió y volvió a mirar la plaza—. Ojalá a Aegir le quede como secuela una disfunción eréctil y te toque llorar. Maldita.

  Se rio ante el extremismo de su comentario y le devolvió el empujón antes de que él la abrazara de nuevo. Con el tiempo, Ran se acostumbró tanto a la presencia de Leif que terminaron por forjar un lazo indestructible. Para ella, él pasó de ser "el accesorio de Aegir" a ser un hermano mayor. Podía depositar toda su confianza en él hasta el punto en que, si tenía que llamar a una persona para robar un banco, podía contar con su ayuda. A diferencia de Aegir; el señor "la ley es primero" no iba a ayudarla a cometer un delito ni en broma.

   Disfrutaron el abrazo un rato más, con el aire cálido sobre sus cabezas, y volvieron a entrar al hospital con mejor energía y buenos ánimos. Lamentablemente, aquel lugar no era ideal para albergar buenas emociones y mucho menos en un pasillo lleno de familiares que estaban rogando para que "Dios" salve a los pacientes. Ran seguía sin entender por qué elegían darle las gracias a un ser que no tenía la responsabilidad. Era el médico el verdadero salvador. Nadie más.

   Cuando llegaron al cuarto de Aegir, se detuvieron en la puerta. Jullie estaba pintándole las uñas mientras Arture miraba un partido de fútbol. El corazón de Ran se encogió ante la escena tan familiar y ordinaria que estaban viviendo, como si todo estuviera bien. No había dolor en el rostro de nadie, solo concentración, diversión y pequeñas sonrisas contagiosas.

   —Creo que Aegir te dijo muchas veces que el lila no le gusta, mami —murmuró. Tomó la mano libre de su esposo para admirar la forma en que su madre le hizo una manicura express y dejó un beso en su dorso blando.

   —Ay, ¿sí? Más lila, entonces. —Jullie terminó de pintar la mano zurda y sonrió—. El color será el menor de los problemas cuando despiertes, pero más te vale decirme que quedaron lindas tus uñas, jovencito.

   Obviamente, Aegir no respondió. Aún así, todos se sentían mucho mejor desde que se disminuyó la ayuda del respirador artificial y se comprobó que Aegir tenía las funciones cerebrales en orden. Todavía tenía la capacidad para respirar por sí mismo y, para mejor suerte, ya no tenía ningún indicio de volver a tener neumonía en lo que quedaba de tiempo.

   Nadie quería decirlo en voz alta e incluso intentaron engañarse a sí mismos que ese momento tan feliz no era más que una despedida adelantada, por si lo peor llegaba al día siguiente. Ran solo tenía un día para tomar una decisión; una que decidió no decirle a nadie, como bien le recomendó aquel taxista. 

   —¿Cómo estás de las contracciones? —preguntó Arture, recordando que no era momento de ver un partido de fútbol—. ¿Volvieron? ¿Son más dolorosas?

   —Tuvo algunas cuando bajamos por el ascensor. —Leif arqueó una ceja ante la mirada enojada de Ran—. ¿Qué? Tú ibas a mentir diciendo que no tuviste. Es la realidad. Probablemente, mi supersobrino esté por llegar y no puedes detener eso, nena. 

   —¡Ran! —Jullie la regañó y guardó sus esmaltes en el bolso de mano—. Estamos en un hospital, ¿por qué no vas a la sección de ginecología a que te revisen? Ve ahora con Leif.

   —No es lo primordial en este momento, mamá.

   —¿Qué dices? ¡Ran! Es tu bebé, el bebé de Aegir. ¿Acaso no piensas en cómo estaría él si estuviese despierto, sabiendo que su niño está próximo a nacer? Haz que te revisen y ya está, hija, no te estoy pidiendo demasiado. 

   Ninguno consiguió nada con insistir. Ran se mantuvo reacia a la idea de hacerse revisar en esos días, prefería seguir evitando el tema del nacimiento. Suficiente tenía con comer demasiadas porquerías para mantener satisfecho los antojos y no sentir hambre cada dos segundos. Poco a poco fue recuperando su humor y con eso, los síntomas asquerosos del embarazo: hambre, fatiga, cambios emocionales, fuertes dolores en la espalda y en los muslos, entre otras cosas.

    Después de batallar con su madre para que se concentren en cualquier cosa menos en su embarazo, Ran cometió el error de perderse viendo el rostro de Aegir. Lucía más delgado y su mandíbula más marcada; las ojeras se hicieron más visibles y distinguió las raíces de su cabello creciendo con su color natural, todo le dio un aspecto abandonado. Abandonado.

   Abandonar.

   «Antes de quedar inconsciente me pidió que te diga que lo perdones, que lo perdones porque él no quería abandonar las cenizas de su hermano en casa de su madre.»

   Empezó a dolerle la cabeza y el pecho al oír la voz de Emil en su cabeza. No podía recordar ese momento sin sentirse exactamente como ese día, tan débil y a punto de romperse. Cuando tuvo que ir al hospital por la llamada de emergencia y encontró al Coronel Emil, Ran pensó que iba a morir porque casi se desmayó en sus brazos. 

   Sin embargo, aunque juntara todos los segundos en los que lloró y todas las cosas que tuvo que procesar y albergar en su corazón, nada podía compararse con la culpa que tenía dentro. El día en que fue al hospital, tan histérica y deprimente, llegó tarde. 

   Ran siempre odió salir de su casa cuando tenía el cabello sucio o de una forma que a ella le parecía incómoda o fea, si no se lavaba el cabello primero no hacía nada más que cancelar cualquier cosa y se quedaba en casa. Tras recibir la llamada y escuchar que Aegir seguía consciente para ese momento, pensó que tenía el tiempo suficiente para lavarse lo más rápido que pudo y salió. No perdió tiempo en secarse ni peinarse, pero sí en lavarlo. 

   Para cuando llegó, Aegir ya estaba en coma. De no haber sido por su capricho, lo habría visto despierto aún y hubiera podido decirle que lo amaba. Verlo en esa camilla fue como una puñalada en el pecho. 

   Por eso no quería irse. No pudo verlo antes de perder la consciencia. Necesitaba verlo cuando la recuperara y decirle que no había nada para perdonar porque lo entendía. Al contrario, ella quería disculparse por no haberlo llevado a la ecografía para saber el sexo de su bebé. 

   «Escuchamos gritos y cosas rompiéndose, cuando pudimos entrar ella ya lo había golpeado con el..»

   —¡Ran! —Leif la sacudió despacio por los hombros con preocupación—. El doctor tiene que revisarlo.

   Se dio cuenta de que volvió a desconectarse de la realidad cuando vio a Irvin en el cuarto con una tabla de anotaciones en una mano y en la otra un bolígrafo. Dejaron al hombre hacer su trabajo mientras esperaban en el pasillo, Leif y Ran se sentaron juntos, pero sus padres ya estaban listos para volver a casa y descansar de un largo día de trabajo.

   —Mañana vengan todos a las cinco de la tarde. —Ran habló lo más claro que pudo y se tragó el nudo de la garganta—. El padre de Aegir también vendrá a esa hora. Lleguen puntuales, por favor.

   Leif fue el primero en dejar caer sus hombros cuando la escuchó y desvió la mirada para prestarle atención a cualquier cosa antes que a su propia amiga. Arture y Jullie compartieron una mirada de tristeza mientras Ran se rascó la muñeca izquierda con frustración, deseando que todo cambie antes de esa hora.

   —¿Vas a dejarlo morir? —Leif no pensó dos veces antes de hablar, a punto de llorar. 

   Quiso responder que no, quiso mirarlos y decirles que a esa hora Aegir iba a despertarse y todo iba a mejorar, pero no pudo mentir. La forma en que Leif la estaba mirando, como si ella fuese una asesina, le había perforado el corazón de una manera que nunca pensó que sentiría. Aún así, no dejó de verlo hasta que Arture se arrodilló frente a ella para acariciarle el rostro.

   —Mañana a las cinco —afirmó su padre. 

   A Aegir solo le quedaba un día.

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