Capítulo 15.
Gracias a todo lo que aprendió de otros hombres en el servicio, tomó la decisión de decirle adiós al monoambiente y la convivencia tóxica con su madre y Dalenna. Estar dos años lejos de ellas fue uno de los puntos a favor y una experiencia satisfactoria, pudo respirar en paz sin sentir un peso extra sobre su nuca; sin recibir cachetazos en la oreja, rasguños y palabras dolorosas que no tenían justificación. Era hora de dejar atrás a todas las personas que no podían aportar nada bueno, por mucho que se disculparan.
No le gustó ser recibido en ese lugar por el olor a humedad y el mal humor que Dahlia no sabía controlar, ella parecía incapaz de quedarse callada y aprender a decir solo cosas buenas o útiles. Nunca se callaba y aprovechaba cada ocasión para hacer los peores comentarios. Aegir ya no iba a seguir cometiendo el mismo error. Ya no era un niño. Era un hombre y tenía que soltar a su madre. Incluso si la veía caer a un abismo de soledad y desesperación, incluso si la oía rogar entre maldiciones, ya no podía sostener su mano. Era una mala persona y no merecía ser llamada madre.
Una vez en la entrada respiró profundo y se mentalizó para lo que se venía. Los dedos de Ran acariciando su mano fue algo cálido y reconfortante, pero no fue suficiente para relajarse. Empezó a dolerle el cuello por lo tenso que estaba y en menos de un segundo se vio obligado a rezarle a todos sus dioses amados para que las cosas no salieran mal.
Ran había insistido mucho en acompañarlo y ayudarlo a llevarse la mayor cantidad de cosas posibles para que no regresara nunca más o, al menos, no tan seguido. Aegir estuvo un día entero pensando en todas las posibilidades y las cosas que podían pasar si su madre la volvía a ver dentro de su monoambiente, y ningún resultado era bueno, pero ante cualquier situación ya estaba capacitado y autorizado para intervenir de forma legal y aprisionar a quien sea necesario.
Además, fue bastante claro con su madre al enviarle un mensaje por WhatsApp antes de llegar: «Compórtate o nunca sabrás si tuve hijos». La idea de no conocer a sus nietos no era la amenaza principal, era la idea de no saber nada sobre su propio hijo nunca más. Aegir sabía el peso que sus palabras podían tener porque su madre, sin importar lo mierda que era, no quería perder a su hijo.
—¡Ahí estás! —Dahlia saludó con una sonrisa mientras los dejaba entrar—. Qué grandote que estás, hijo. Cada vez más lindo.
Aegir apretó la mandíbula para no decir nada brusco cuando ella lo abrazó con torpeza y casi lo hizo retroceder contra la pared del pasillo. Dejó que su madre siguiera con el teatro de haberlo extrañado, pero sus palabras fueron otro acto más de hipocresía y la apartó despacio, sujetándola de los hombros sin lastimarla mientras Ran la analizaba de arriba abajo, observando cómo estaba vestida y el tamaño de los bolsillos, intentaba adivinar qué cosas podría guardar ahí y si podría ser algo riesgoso.
—Me estás incomodando —dijo serio. Se relamió la boca y volvió a agarrar la mano de Ran—. No tenemos mucho tiempo.
—Me imagino, deben estar muy ocupados con su vida de novios. —El tono venenoso no pasó desapercibido—. Ran, bienvenida. Hace mucho que no vienes a visitar. Ya estaba pensando que mi humilde hogar es muy bajo para tus estándares.
Dahlia hizo una broma de mal gusto que no sirvió para ocultar su descontento, Ran era consciente de que esa mujer detestaba su presencia en la vida de Aegir, pero no se dejó intimidar y tampoco se sintió incómoda. Al contrario, dio un paso adelante para entrar primero mientras arrastraba a Aegir de la mano y, solo para molestar, fingió observar cada detalle del monoambiente.
—Cuando no voy más a un lugar es porque me ahuyentan las personas, no el lugar en sí.
—¿Estás diciendo que yo te ahuyento?
—No dije eso.
Aegir dio un ligero apretón en su mano para advertirle a Ran que no la hiciera enojar más de lo necesario. Dahlia los miró con atención antes de irse a la cocina para preparar café, Dalenna salió del baño y lo primero que hizo fue recibir a Ran con una sonrisa, la llevó hasta sus muebles para enseñarle los nuevos peluches de lana que estuvo tejiendo.
Aegir se aseguró de que su hermana no tuviera segundas intenciones y les dio la espalda para sacar las cosas de su mueble. Fue acomodando las cosas más importantes dentro del bolso militar y las cosas pequeñas, como adornos, perfumes y otros objetos, los guardó en la mochila de Ran. Aunque intentó llenar ambos bolsos lo más posible, todavía tenía cosas grandes que no podía llevar de regreso en la moto.
—¿Te vas a mudar con papá? —Dalenna hizo la pregunta en voz alta, sabiendo que Dahlia escucharía—. Pensé que ya no querías estar con él.
—Tu papá solo va a estar feliz de quitarte tu dinero. —Dahlia salió de la cocina enojada, con un trapo entre las manos—. ¿En serio te vas a ir así como así, después de que esperamos dos años a que regreses? ¿De qué vas a vivir si te vas tan lejos? En su pueblo no puedes seguir siendo repartidor como aquí.
—Si crees que voy a seguir siendo un civil ordinario estás equivocado —contestó borde. Aegir dejó lo que estaba haciendo y miró a su madre con desinterés—. Donde vaya a vivir no tiene por qué ser un problema para ustedes, van a tener más espacio para traer a alguien más y hacer lo que quieran. Mi papá me está dando un espacio privado y estoy agradecido con eso.
—¡¿Y lo que yo hice por ti no lo agradeces?! —gritó. Dahlia se adelantó dos pasos con la intención de darle un cachetazo, pero Ran se puso en el medio—. Nena, este no es tu asunto. Eres una invitada, no te corresponde meterte.
Ran no dudó en mantenerse frente a ella para proteger a Aegir, pero se sintió pequeña e inútil cuando él la hizo hacia atrás para adelantarse y miró fijamente a su madre. Ya no era un niño que debía ser cuidado, ya no tenía miedo de hacerle frente. Era un hombre hecho y derecho.
—No intentes golpear a un militar, Dahlia, porque vas a terminar en problemas legales de los que nadie te va a salvar. —Bajó la voz para que la discusión no se escuchara en los monoambientes vecinos y un pequeño tirón bajo su comisura derecha—. Y Ran no es una invitada, nada más. Es mi prometida.
Dalenna casi dejó caer su celular cuando escuchó sus palabras y los miró con asombro; nunca prestó atención a la vida de su hermano, así que desconocía casi por completo el tipo de relación que tenían y hasta dónde eran capaces de llegar. Dahlia, en cambio, abrió más los ojos y cerró los puños.
—¿Prometida? —preguntó con burla. Miró de forma despectiva a Ran—. No pueden casarse todavía, prácticamente son malditos niños. ¿Cómo piensas mantener un hogar, eh? Tienes veintidós años, nada más.
—No tengo que darte explicaciones, pero si tanto insistes... Seguiré siendo militar, defenderé mi patria hasta el día de mi muerte. No te digo que seré millonario, pero tendré lo suficiente para sostener una familia del modo en que tú no supiste hacerlo y no voy a necesitar tu ayuda. Es más, ni siquiera te voy a necesitar en mi maldita vida.
Por supuesto que a Aegir le dio miedo enfrentar a su madre de ese modo, después de veintiún años, pero no se sentía un niño, ya no se veía a sí mismo como ese niño magullado que lloraba y pedía que lo dejaran en paz. No retrocedió ningún paso y mantuvo la mirada en alto mientras Ran sí que retrocedió lo suficiente cuando recibió una llamada de su padre y se metió al baño.
Dalenna se esforzó para meterse en medio y hacer que su madre se aleje lo suficiente de Aegir porque estaba segura de que, si por un arranque, él llegaba a golpear a Dahlia no iba a parar más. Nadie quería que la situación avanzara a peor.
—Una familia no es fácil, hijo —murmuró su madre, bajando los hombros— y lo sabes. Me has visto con tu padre y cómo fuimos con ustedes. En cuanto tengas tus diferencias con Ran o tus hijos te saquen de quicio...
—No condiciones mi futuro. —Aegir interrumpió con un tono agresivo y levantó el bolso y la mochila llenos—. No voy a repetir tus pasos. Sé con quién me voy a casar y yo sí voy a amar a mis hijos, así tenga uno solo o cinco, tres o siete. No voy a seguir tus pasos, así que puedes estar orgullosa de mí por eso.
Enfrentar a un padre o una madre después de tantos años no es fácil para nadie, por mucho que llegues a un límite. Ver la decepción en sus ojos y el resentimiento que albergan por tu nacimiento, aunque sea culpa de ellos, sigue siendo doloroso sin importar tu edad. Ningún hijo debe crecer sin las figuras más importantes de su vida porque, se crea o no, todo influye. Todo.
Para la gente ajena era fácil criticar a Aegir por haberse quedado en ese lugar, era fácil burlarse o minimizar su dolor porque era un hombre que se dejaba golpear por su madre, pero ¿si fuera al revés? ¿Si hubiese sido Ran golpeada por Arture? Todos harían un escándalo, hasta los desconocidos de Internet. Sin embargo, Aegir solo tenía a sus seres amados que lo apoyaban, nadie más.
Porque parece que a nadie le importa si un hombre está sufriendo violencia familiar.
—Tenemos que irnos ahora.
Aegir dejó de mirar a su madre cuando escuchó la voz débil de Ran y se dio la vuelta, la vio apoyarse en el marco de la puerta con las manos sobre el abdomen. Tenía el rostro pálido y los ojos rojos. Iba a llorar en cualquier segundo.
—¿Amor?
—Mi mamá está en el hospital. Nos tenemos que ir.
No le pidió explicaciones. Aegir abrió la puerta del monoambiente, volvió a agarrar los bolsos y se fueron casi corriendo a la moto. No tardó mucho tiempo en conducir hasta el hospital de Bergen e intentó ir lo más rápido posible, sin causar un accidente en el camino. Las manos de Ran sujetas a su cuerpo, apretando de manera brusca, lo pusieron más nervioso y tuvo miedo de llegar un minuto tarde. Ni siquiera sabía que estaba pasando.
—¿Vas a decirme qué pasó? —preguntó, en cuanto ingresaron al hospital.
—Se le infectó la cicatriz de la operación —dijo rápido mientras le enviaba mensajes—. Están en el tercer piso. Parece que se infectó mucho y está más débil, no saben qué pasó, pero papá dice que está sufriendo mucho.
En el ascensor, Aegir le dio un abrazo y varios besos para mantenerla cerca. Encontraron a Arture sentando en un pasillo, con la mirada perdida y las piernas temblando. Estaba esperando alguna respuesta. Aegir dejó los bolsos en el suelo y se sentaron con él.
—El doctor que tiene que hacerse cargo no vino, así que hay un reemplazo que debe limpiar su herida, pero estoy asustado porque es demasiado.
Ran se levantó sin decir nada y entró en un cuarto donde habían varias camillas divididas con cortinas, y enfermeras yendo de un lado a otro. Se quedó estática cuando escuchó los gritos de dolor de Jullie, las piernas le temblaron y casi se deshizo en pedazos. Era su mamá.
Ran sí amaba a su mamá.
Aegir estuvo ahí con ellos esa noche y jamás imaginó que años después, la situación sería al revés.
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