Capítulo 07.
Sentado en el borde de la cama y con la espalda encorvada ante un desgaste emocional y físico, dejó caer las manos sobre los muslos y una mueca de tristeza se presentó en su cara sin darse cuenta. La soledad de aquel pequeño monoambiente lo hizo sentir más abandonado que de costumbre.
Era su día libre de trabajo, pero Ran estaba estudiando, así que tuvo que conformarse con quedarse allí entre tanto silencio y la ausencia de la luz. No quiso levantarse para correr la cortina del pequeño balcón ni encender los focos; se quedó quieto, mirando sin mirar la cama de su hermana menor.
El silencio en su mente se vio interrumpido con el débil sonido de risas adolescentes, carcajadas contagiosas que sonaban reales y expresaban una felicidad que parecía no terminar. En la cama de su hermana pudo verla a ella hace seis años, riéndose sin parar con Geir. Él tenía una almohada tapando su boca para ahogar el sonido de las burlas y Aegir sonrió inconsciente, recordando cómo llegaron a unirse alguna vez.
—No tenías que irte tan pronto.
Parpadeó varias veces cuando las ganas de llorar fueron creciendo y apretó las sábanas a su costado con impotencia. El recuerdo de las súplicas, de la sangre, de los gritos... Todo quedó tan impregnado en su mente que no podía estar en silencio sin pensar en ese día, en cómo sus padres lo habían dejado morir en medio de la calle.
Desvió su mirada al peluche de un rinoceronte gris que estaba sobre su cama, solía ser de Geir. Lo agarró y apretó con cuidado el cuerno de tela suave, no podía evitar repetir los mismos tics que tenía su hermano menor cuando algo salía mal y buscaba consuelo en aquel objeto, como si eso fuese a terminar con la miseria familiar. La sonrisa de Geir volvió una vez y Aegir se rio feliz, en soledad, al recordar cómo le presentó a Ran.
Había sido en una tarde nublada, Aegir tomó la decisión de salir los tres a una plaza y antes de que pudiera explicar nada, Geir abrazó a Ran llamándola cuñada y le dijo era muy bonita. Fue un día lleno de diversión y juegos que terminaron en empujones y tierra, quedó como un hermoso recuerdo.
Aegir sabía que a su hermano le gustó Ran como persona y familia, la aprobó en su propia cara diciéndole: "Cuidemos juntos de Aegir". Su corazón se llenó de emoción cuando escuchó las palabras de Geir, pese a ser un simple adolescente que no podía cuidar a nadie, ni siquiera a sí mismo. Sin embargo, ese fugaz momento de felicidad volvió a disolverse cuando levantó la mirada hacia la repisa principal y vio la urna donde estaba Geir.
—Te amo —dijo en voz alta, después de mucho tiempo sin poder pronunciarlo—. Te amé cuando naciste y te amaré incluso cuando abandone este mundo. Te encontraré y estaremos juntos otra vez, vamos a jugar y esperaremos a Ran, donde sea que estés.
Ver la urna le provocaba un dolor inexplicable que intentaba ocultar, pero su cuerpo decía mucho por sí solo. La forma en que sudaba, el movimiento bruto de sus piernas; las lágrimas en sus ojos y su labio temblando gritaba lo mucho que, sin importar el tiempo, siempre dolería verlo así. Sin mencionar la taquicardia y falta de oxígeno.
El rinoceronte en sus manos terminó de caerse a medida que pensó en cosas que nunca debieron suceder y volvió a divagar hasta que vio en sus recuerdos el rostro de una mujer sonriendo. Una sonrisa que odió toda su vida porque era maldad pura. La amiga de su madre. Pasaron muchos años desde la última vez que la vio y todavía podía recordar el tacto de sus manos sobre él cuando tenía ocho años.
—Si no te dejas hacer esto, se lo haré a Geir... —Aegir repitió las palabras de la mujer con debilidad y respiró tan profundo como pudo—. Hija de puta.
Tan pronto como insultó, miró su teléfono a ver si por esas casualidades Ran no le envió un mensaje para regañarlo por usar la palabra con p. Ella siempre le tiraba de la oreja y le decía: "Esa palabra fea solo denigra a la prostitución y te guste o no, es un trabajo, así que no la digas." Y Aegir, tan tonto por Ran, era incapaz de llevarle la contraria.
De todos modos, sintió el insulto necesario para la ocasión y aprovechó su ausencia para repetirlo seis veces más hasta sentir que liberó algo de la frustración acumulada. ¿Por qué debería ser bueno con el recuerdo de una mujer que arruinó su vida? Con una persona enferma que abusaba de niños. Así fue y no iba a esconderlo. No iba a proteger la identidad de esa persona.
A los ocho años, Aegir fue abusado sexualmente por Sonia Berg, más de veinte veces, y su madre no hizo nada cuando lo supo. Dijo que no había razón para decirlo en voz alta ni denunciar a nadie para no pasar vergüenza y quedar como una mala madre. Cuando él creció y tuvo conciencia de lo que tenía que hacer, Sonia ya no era parte de sus vidas.
Aegir se puso a llorar como la primera vez y tiró de las sábanas para enredar todo, golpeó el colchón con mucha violencia y gritó, otra vez volvía a ser un niño de ocho años que no podía hacer nada para protegerse de una desgraciada que sonreía cada vez que lo abusaba. Hija de puta. Hija de puta. Hija de puta.
Se detuvo cuando sintió un toque cálido en su espalda y se arqueó porque no supo qué era, volteó a ver creyendo que quizás fue un insecto volando, pero no había nada. El tacto fue real, lo sintió. Como si algo o alguien lo hubiera detenido a propósito y miró la urna.
Geir siempre estaba ahí.
(...)
Pasaron diez minutos desde que terminó de limpiar el monoambiente entero, le dolía la espalda y, en vez de descansar, se quedó parado con el celular en la mano. Su padre le envió un mensaje diciéndole que quería almorzar con él y Dalenna, y que no podía negarse porque estuvieron meses sin reunirse. Tenía muchas dudas dentro, no por él, sino porque no quería pasar más tiempo del necesario con su hermana.
Tuvo la tentación de llamar a Ran para decirle que se ausentara a sus clases y llevarla para no sentirse tan incómodo, pero no se perdonaría a sí mismo si perdía sus clases importantes. Más importantes que un estúpido almuerzo de una familia disfuncional.
Aprovechó el tiempo que le quedaba para bañarse y ponerse ropa cómoda. Salió a tiempo para caminar con calma por las calles, no tenía apuro y tampoco le importaba llegar tarde. Fue observando algunas tiendas en el camino, vio ropa bonita que quería regalarle a Ran y cosas para él; encontró una tienda de discos viejos que no sabía que existía en su vecindario, compró dulces en una tienda rápida y después de cuarenta minutos caminando llegó a un restaurante pequeño de comida peruana.
Sacó la lengua con molestia e hizo un gesto de mal gusto a su hermana cuando la vio cruzar la calle al mismo tiempo que él, caminaron a la par sin decirse nada en particular y se detuvieron frente a un hombre que tenía una sonrisa muy grande, un corte de cabello reciente, y una sudadera con un estampado de marihuana.
—¡Hijo! —saludó feliz y abrazó a Aegir con cariño—. Cada vez estás más grande, qué alegría verte de nuevo.
Le pareció curioso que su padre lo saludara antes que a Dalenna, estaba acostumbrado a que todos pusieran a su hermana en un pedestal, pero no se quejó y aceptó el afecto, aunque no lo devolvió. Se apartó para que Dalenna sí abrazara a Igvar y después entraron al lugar para pedir comida. Aegir no esperó que el almuerzo estuviera bien, dentro de todo.
No había comido tanto en bastante tiempo y saber que su padre iba a pagar todo sin ninguna queja lo hizo sentir más cómodo. Terminó conversando con su hermana más de una hora, se reían de cosas sin sentido e incluso hablaron mal de Dahlia, provocando pequeñas risas de Igvar. Casi antes de irse, el hombre aprovechó cuando su hija fue al baño.
—Tienes un lugar en mi casa y lo sabes. —Igvar se acomodó el cabello hacia atrás y bajó el tenedor—. Hice una habitación con un baño privado para ti solo, para que tengas un lugar mejor dónde pasar tu tiempo o si quieres mudarte. Eres mi hijo y quiero darte la comodidad que, lamentablemente, no pude darte cuando eras un niño.
Aegir siempre soñó con un lugar propio, donde no tuviera que compartir nada con su hermana ni donde su madre revisara sus pertenencias sin permiso; abrió la boca para decir algo, pero solo largó un suspiro de sorpresa y apretó la servilleta bajo la mesa. ¿Vivir con su padre otra vez? El Aegir de hace diez años estaría suplicando que lo arrestaran.
—Las cosas no son como antes —añadió, al notar su silencio—. Vivo con los perros, nada más. Se trata de vivir juntos, pero cada uno con su espacio y puedes llevar a tu novia si quieres.
Aegir se relamió los labios y no dijo nada, solo asintió con la cabeza. Dalenna llegó de nuevo, ambos hombres intercambiaron una mirada cómplice, y dieron por terminado el almuerzo cuando estuvieron llenos. Su hermana se marchó en un taxi pagado por Igvar y Aegir subió a otro para buscar a Ran en la universidad.
Para su buena suerte, el chófer no intentó hacer ninguna plática y miró el camino por la ventana del asiento trasero. La idea todavía seguía dando vueltas en su cabeza. Sabía que su padre había cambiado, desde que se separó de Dahlia no volvió a formar ninguna familia y nunca intentó buscarla o lastimarla otra vez. Los dejó en paz a todos. Tampoco olía a alcohol como antes.
Al llegar a la universidad, se sentó en una de las bancas del patio delantero y no le avisó a Ran que llegó, solo se quedó allí esperando en completo silencio, con las manos entrelazadas sobre su regazo. Dejó pasar el tiempo hasta que escuchó a lo lejos un timbre y luego vio a pocos estudiantes bajando las escaleras. Por primera vez, no sintió ninguna inseguridad al ver a los chicos y, como siempre, ignoró la existencia de las mujeres.
O eso intentó.
—¡Eres el amigo de Ran! —Una voz muy aguda llamó su atención. Una chica de vestido rosa se paró delante de él—. Aegir, ¿no? Siempre la vienes a buscar. Soy Catlyn —añadió mientras extendía su mano hacia él.
Aegir apenas le prestó atención porque tenía la cabeza en cualquier otro lado, además tenía prisa. Buscó a Ran con la mirada unos segundos más, antes de mirar a la chica con desinterés. No le dio la mano. El contacto físico con gente desconocida no le daba una buena sensación.
—¿Quién eres? —preguntó, mirándola a los ojos—. Quiero decir, me has dicho tu nombre, pero ¿qué eres de Ran? Jamás te mencionó y no soy su amigo, soy su...
Antes de poder autoproclamarse como novio, la presencia de Ran le hizo poner una expresión estúpida en el rostro y se levantó para darle un abrazo cargado de amor, empujando lo suficiente a Catlyn para que no estuviera innecesariamente cerca. Acarició el cabello de Ran y le dio un beso en la frente.
—¿Necesitas algo de Aegir? —La voz de Ran sonó tensa mientras miraba a su compañera.
—Nada en particular, solo me presenté —contestó. Catlyn jugó con un mechón de su cabello rubio, adoptando un gesto inocente y retrocedió un poco—. Por cierto, tenemos un proyecto grupal para la próxima semana y...
—Genial, dile la otra semana. —Aegir cortó la conversación y se llevó a Ran de un tirón rápido.
Ella entrelazó sus brazos para caminar a la par y sonrió mientras miraba el rostro serio del chico. Siempre lo encontró bonito, podía pasarse el día entero mirándolo y no se cansaría. No pudo evitar dar un pequeño salto para darle un beso en la mandíbula. Aegir sonrió y bajó el rostro para que le diera otro.
—¿Mejoraron tus clases, Melkeku?
Ran asintió, pero no le interesó charlar. Agarró su mentón con ambas manos y empezó a besarlo frente a todos. Las veces que tuvieron ese tipo de interacción en el pasado se podían contar con las manos y Aegir se sonrojó, apretó su cintura con algo de desesperación por profundizar ese beso y tuvo que resistir cualquier impulso de levantarla.
—Melkeku, espera, quiero contarte algo —murmuró en voz baja, viendo de reojo que algunos estudiantes miraban el lindo intercambio de saliva—. Amor...
Ran lo calló de nuevo con otro beso y no pudo evitar sonreír. Bajó las manos hasta sus caderas para atraerla más a su cuerpo y liberó un suspiro de placer cuando ella mordió su labio. Aegir pensó que le daría un infarto si seguían así.
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