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Capítulo 06.

Habían llegado a la casa a tiempo para la cena y como estaban tan cansados solo saludaron a sus padres y se acostaron en la cama de Ran para dormir cuatro horas antes de lo habitual. Ella apoyó su cabeza en el pecho de Aegir, lo abrazó por encima del abdomen y se quedó dormida así rápido. Él tardó un poco más hasta que lo consiguió y terminó en una pesadilla.

   No era cualquier mal sueño. Hubo un día que Aegir no pudo sacarse de la cabeza jamás y, a pesar de insistir en que estaba bien, todavía lo perseguía el recuerdo de la voz de Ran quebrándose y el ruido de un tren acercándose. En ese momento, con diecinueve años, Aegir no se sentía capaz para admitir que tenía miedo de que ella intentara suicidarse otra vez y esa misma incapacidad lo llevó a tener pesadillas frecuentes sobre esa noche.

   De nuevo se vio a sí mismo saliendo a las tres de la madrugada del refugio con el celular apoyado en su oído y preocupado porque no podía entender las palabras atropelladas de Ran. Esa noche estuvo particularmente cansado por tener un largo día de trabajo, pero cuando recibió su llamada supo que algo estaba mal y recuperó la energía de inmediato; Ran nunca llamaba.

   —Melkeku, respira —murmuró con voz suave, manteniendo el control para ayudarla—. Escucha mi voz, cielo. ¿Qué sucede? ¿Estás en casa?

   En medio de la noche, con el frío que casi lo congelaba vivo, comenzó a caminar hacia la casa de Ran. Su 'hogar temporal' no quedaba cerca de la casa, así que apresuró el paso y respiró hondo. Sabía que sufriría durante el trayecto, pero no iba a quedarse quieto y dejar que lo peor pudiera pasar. Mucho menos cuando la maldita llamada la comenzó ella.

    —Lo siento —contestó calmándose. Ella suspiró y estabilizó un poco más su respiración al otro lado de la línea—. No quise despertarte a esta hora, pero no puedo irme sin despedirme primero.

   —¿Dónde estás? 

   La pregunta fue rápida y automática, no perdió el tiempo. Respiró hondo una vez más antes de echarse a correr por las calles y se maldijo a sí mismo por salir desabrigado. Le costó avanzar por culpa del dolor en el cuerpo, aunque eso no le impidió nada, no se detuvo. No podía. No quería.

   —No tienes que saberlo. No te llamo para que intentes salvarme, Aegir. Solo quiero que sepas que eres muy importante para mí, te amo y estoy agradecida contigo por todo lo que has hecho. Estoy orgullosa de ti por quién eres y espero que no me odies cuando me haya ido. Solo reconoce que he soportado lo suficiente y dime que lo hice bien.

    La última vez que escuchó un «te amo» tan débil y doloroso fue cuando su hermano menor, Geir, murió desangrado en sus brazos. La situación no era similar, era peor. Su hermano no murió por decisión propia, lo asesinaron, y Ran sí estaba eligiendo irse. Aegir no pudo contener las lágrimas y se mordió el labio mientras corría, pensando en el pésimo amigo que debió ser para que ella no considere seguir viviendo.

    «¿En qué fallé? ¿No hice lo suficiente?» pensó.

    —Háblame de tu día —pidió. Pasó una mano por sus ojos para ver mejor las calles y dobló en una esquina. Todavía le faltaba camino—. No me digas dónde estás si no quieres, pero dime algo más antes de irte. ¿Cuántas veces criticaste a alguien hoy solo por su ropa?

   —Me haces quedar como una mala persona. —Ella sonó ligeramente más animada, su tono se conservó suave a pesar de las circunstancias—. Seis veces. ¿Quieres saber qué ropa usaban?

   —Sí, quiero burlarme también.

   Cada minuto era importante. Mantuvo la conversación hasta donde pudo, hablaron de tantas cosas sin importancia que terminaron siéndolo porque podría haber sido la última llamada. El clima de la noche no ayudó a sus pensamientos, todo estaba oscuro y con niebla, no había ni un alma rondando y se sintió solo en el mundo, como si perder a Ran significase que nadie más lo acompañaría el resto de su vida.

   Podía entender que tuviera pensamientos negativos hacia sí misma, considerando las cosas que le pasaron en su infancia y por las inseguridades que quedaron impregnadas en su cabeza pese a haber crecido. En ese entonces, Aegir no supo si aquellas burlas siguieron presentes en el secundario y tuvo miedo porque no podía protegerla. Había sido expulsado hace meses.

   Vino a su mente su sonrisa. Esa hermosa sonrisa imperfecta con dos lunares bajo el labio, en el costado derecho de su rostro; la manera en que sus ojos quedaban ocultos bajo un largo flequillo y cómo caminaba. Le gustaba la manera en la que Ran iba por los lugares con las manos levantadas hasta el pecho y miraba todo como un animalito curioso, como una conejita. Tal como le decía Leif.

   No podía dejarla morir.

  —Amor, ¿dónde estás? —preguntó de nuevo, con la voz rompiéndose de a poco.

   Escuchó el débil suspiro de Ran mientras se acercaba al Río Nidelva, no estaba cerca del puente. Tenía que desviarse al menos diez metros más para cruzarlo y le tomaría más tiempo que, definitivamente, no tenía. Entonces lo escuchó. El lejano sonido de una alarma reconocida: un tren estaba cerca de la estación.

   El pánico tragó a Aegir como si se tratase de un monstruo gigante y, en vez de paralizarse, cortó la llamada. Guardó el celular en el bolsillo de su pantalón sabiendo que no serviría de nada y la idea de alcanzar el puente se borró. Simplemente tomó una decisión más estúpida y arriesgada, algo que le costaría su completa salud en pleno invierno, pero no le importó.

   Esa parte de la pesadilla era la evidencia de que Aegir no dudó dos veces antes de tirarse al río. Tomó esa decisión aquella vez y volvería a hacerlo de ser necesario porque nada era una locura o suficiente para detenerlo cuando se trataba de Ran. ¿Tú habrías perdido más tiempo corriendo hacia el puente para no mojarte?

    Cruzar Nidelva fue una de las peores experiencias de su vida, tragó agua y sus ojos empezaron a arder, los brazos se le cansaron rápido y pensó que iba a morirse congelado antes de poder hacer algo más. Dejó de sentir parte de sus pies, pero dio todo de sí para llegar al muelle del otro lado y salir antes de que se volviera uno con el río. Vomitó entre las maderas apenas subió y palmeó su bolsillo solo para confirmar que su celular ya no estaba.

    Recuperó oxígeno suficiente para seguir corriendo hacia la estación de tren más cercana a la casa de Ran. Quedaba cerca del Stiftsgårdsparken: aquel parque donde se conocieron y donde se reunieron muchas veces más. Volvió a vomitar mientras corría y debido al constante movimiento el líquido salió hasta por su nariz. Se quedó quieto un segundo para limpiarse la cara con su camiseta y siguió.

   Era lo más exagerado que hizo para ese entonces y sintió una responsabilidad enorme que no le correspondía. Era muy joven para entender que nadie debía detener el suicidio de otro, que nadie tiene que hacerse cargo de las malas decisiones ajenas.

   —¡Ran! —gritó lo más fuerte que pudo. La vio a pocos metros, después de cruzar el parque y tres calles más. Escuchó las bocinas del tren acercándose con prisa— ¡Melkeku! ¡Amor! —gritó de nuevo, desgarrado.

   Sin apartar la mirada del tren, sintió que el corazón se le iba a salir y el tiempo se volvió más pesado y lento de repente. Apretó los fríos brazos de Ran entre sus manos cuando por fin la alcanzó y gritó de dolor cuando cayeron fuera de las vías. Ella terminó debajo de su cuerpo con la mirada desenfocada y aterrada por casi haber muerto.

   —¡¿Por qué hiciste eso?! —preguntó enojada. No por seguir viva, sino por verlo herido. Aegir rodó un poco más y se quedó acostado, se agarró el brazo golpeado por el tren, estaba fuera de lugar— ¿Por qué...? —Su llanto le impidió repetir la pregunta completa.

   —¿Por qué ibas a hacer eso? —preguntó débil.

   Y despertó de repente. Abrió los ojos para observar el blanco techo del dormitorio, pero no se movió. Los latidos de su corazón iban más rápido que esa vez y retiró la sábana de su cuerpo, la transpiración lo volvió pegajoso e incómodo. Por fin cambió de posición cuando dejó de oír el llanto de Ran en su cabeza. Se rascó los ojos con frustración. Odiaba no ser capaz de soltar esa noche.

    Saber que su esfuerzo valió la pena lo hizo sentir un poco mejor. Esa noche llamó una ambulancia y también a sus padres para decirles lo que sucedió por su culpa. Ese incidente que pudo costarle la vida a Aegir fue el motivo por el que, días después, ella tomó la terapia correspondiente.

   Miró el cuerpo relajado de Ran a su lado, estaba muy despeinada, tenía la almohada fuera de lugar y la camiseta subida, mostrando su abdomen y parte de su pecho. La expresión tan adormilada y el pequeño rastro de saliva en su comisura lo hicieron sonreír, olvidando la pesadilla.

    Envolvió a Ran entre sus brazos para expresarle su amor, aunque ella estuviese fuera del mismo plano existencial. Se veía tan cansada que era incapaz de despertarse tan rápido. Aegir le besó la mandíbula, el cuello y las clavículas; besos rápidos y dulces, sin segundas intenciones. Le acomodó la camiseta y apretó su cuerpo. 

   —Gracias por estar viva —susurró y apoyó el rostro en su pecho. Sintió sus latidos—. Te amo. Te amo mucho.

   Y solo así pudo dormir de nuevo.


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