6. Un virus.
Simón y Mariella se lanzan a mis brazos a penas su madre estaciona el auto. Es casi como si no hubieran esperado que se detuviera.
Los recibo con los brazos abiertos, Mariella no deja de repetir lo mucho que ha esperado venir a verme. Simón niega con la cabeza mientras carga el equipaje de ambos, le doy dos besos en las mejillas y despeino su pelo. Él sacude la cabeza riendo.
Veo de reojo a mi hermana mientras envuelvo mis brazos alrededor de ellos. Siempre tuvimos una extraña relación, puedo recordar la misma cantidad de días en que éramos inseparables como esos días que nos odiábamos. Pero todo era mucho más serio que cualquier relación normal entre hermanas.
Nuestra historia era jodida. Por todos lados y como lo vieras.
Ambas estábamos rotas, y usábamos cada pieza filosa para lastimar a la otra.
—Entren, husmeen por allí, ya los sigo —digo mirando a Sara salir del vehículo. Simón me lanza una mirada preocupada, niego hacia él y suspira—; ve, estaré atrás de ustedes.
Mi sobrino carga con los dos bolsos mientras Mariella salta delante de él, entusiasmada. A ella le encantan nuestras pijamadas.
— ¿Vas a darme otro de tus consejos, hermanita? —Sara se cruza de brazos y levanta su ceja izquierda—. Vamos, dame lo mejor que tengas.
La miro unos minutos, trato de imaginármela embarazada de nuevo. Pero los primeros recuerdos que tengo son oscuros, algo borrosos y los empujo al fondo de mi mente.
—Así que eso es lo que es esto, ¿no? Un juego, Sara, todos es un juego para ti. —Mi acusación no causa mucha reacción, pero no me sorprende.
Ella aprieta su mandíbula, pero el brillo de diversión en sus ojos me dice que tengo razón.
—Gracioso como cada vez que te veo, te pareces cada vez más a mamá.
— ¿En serio? Porque la que abandona a sus hijos en la casa de otra persona cuando las cosas se complican no soy yo —contesto mientras siento que mi corazón ya late muy rápido, ella da un paso hacia atrás y yo largo aire para relajarme—; repites y repites, como siempre lo hiciste, que no quieres ser como mamá. Pero eres peor que ella. Mucho peor.
—Jamás le revolearía nada a mis hijos —dice señalándome con el dedo; saco mi atención de ella un poco y noto que dos parejas pasan al lado nuestro, nos miran atentos. Les muestro mi dedo del medio y alejan sus miradas—. ¡No soy como mamá!
—No tiene sentido que discuta contigo, Sara —contesto levantando mis manos y levantando mi voz sobre la de ella—. Siempre tendrás una excusa, una razón, un porqué. Nunca te harás responsable de las cosas. No sabes cómo hacer eso.
—Crié a mi hijo cuando no tendría por qué haberlo hecho, yo no quería pero...
— ¿¡Pero qué, Sara!? —Exploto gritándole con mis brazos abiertos—. ¿Dirás que mamá te obligo a tener a Simón? ¿Cómo? Si no sabíamos que estabas embarazada, ni siquiera sabíamos que ibas a dar a luz hasta que paso. No nos contaste hasta que papá y mamá tuvieron que juntar los pedazos del desastre que hiciste. ¿Y todo por qué? ¡Porque lo ibas a dar en adopción sin decirnos!
—No estaba lista para ser mamá, no sabía qué hacer. Sabes muy bien que ellos me hubieran gritado si sabían antes. ¡Mamá me hubiera dado una patada en el culo por ello!
—No puedo creer que sigas jugando esa carta. Mierda, Sara —respondo riéndome histérica, suspiro cansada y un poco crédula de que siga siendo la nena de 18 años que nunca creció—; nunca se hace vieja esa excusa, ¿verdad? Para qué madurar si puedes ser una niña caprichosa.
Porque si bien tuvo a Simón a los 22, ella nunca supero su adolescencia. Jamás pudo salir de esa etapa en la que mamá y ella vivían una relación toxica, de amor y odio constante.
A ninguna de las dos les importo quienes salieran heridos, quienes quedaran rotos. Porque para ellas los platos rotos se barrían y se compraban nuevos.
Lástima que eso no se podía hacer con las personas.
—Sofía, tú no eras la embarazada a los 22 años sin saber qué vas a hacer de tu vida o lo que pasaría con el padre del bebé. Nunca estuviste en mis zapatos y ni siquiera te interesa estarlo, aunque sea imaginártelo. —Se pasa una mano por su pelo teñido de color miel—. Amo a Simón, pero si tuviera que hacerlo de nuevo...
Sara no termina su oración, sus ojos se concentran en algo detrás de mí y ni siquiera tengo que darme vuelta para sumar uno más uno.
Cierro mis ojos al mismo tiempo que tomo una respiración profunda y suspiro, mis labios están secos de pronto y paso mi lengua por ellos antes de darme vuelta. Mi sobrino no me nota, mantiene su mirada fija en Sara.
Doy un paso hacia él.
—Simón, cariño, tu madre...
No termino la oración antes de que él suelte una carcajada tan fuerte que se tuerce y dobla hacia adelante. Los sonidos que hace son de risa, pero noto el temblor de sus hombros, como cambia y los gemidos de dolor empiezan a opacar los de histeria.
Mi cuerpo se mueve solo y me encuentro abrazándolo, apretándolo a mí. Tratando de transmitirle todo a través del gesto. Su cuerpo se agita, pero empieza a disminuir un poco; él se estaba reprimiendo, ocultándose.
Cerrándose.
Miro a Sara quieta en la puerta del edificio, ella no se ha movido. Nos observa como si fuéramos dos animales raros y salvajes. Una furia interna se extiende en mi cuerpo y me levanto dejando a Simón, algo más estable, detrás pero sigo sosteniendo su mano. La sujeto con fuerza, sin la intención de soltarla.
—Tienes que irte, ahora —digo entrecerrando mis ojos, y mostrando mi mejor cara de hija de puta.
—Simón —suelta despacio, como despertando de su estado estático; da un paso tentativo, pero yo corto su camino y empiezo a cerrar la puerta—; Sofía, no puedes alejarme de mi hijo.
—Jamás actuaste como su madre, Sara. Y eso no tiene nada de malo, porque entiendo que no hayas querido esto, pero tampoco admitiste que no querías esto. No puedes ser ambas cosas, Sara. No lo voy a permitir.
Cierro la puerta en su cara, por suerte es opaca y no transparente. Escucho su intento de gritar el nombre de mi sobrino pero él no hace ningún movimiento para responderle o abrir la puerta. Cierro todo y antes de subir, abrazo de manera apropiada a Simón. Él responde ocultando su cabeza en mi hombro y soltando un grito de ira.
Ambos nos separamos después de que un auto, al que identifico como el de Sara, arranca y se va. Él sigue agarrado a mí, sus ojos están rojos y tiembla con menos intensidad. Nos hago caminar hacia mi departamento sin decir nada. Ambos nos movemos en modo automático.
Antes de entrar, él se apoya en una de las paredes y suspira. Temblando, seca sus lágrimas y calma su respiración. Identifico a un chico de 21 años tratando de reconstruirse en cinco minutos por su hermana menor.
Sin realmente pensarlo, mi cuerpo calma mis latidos, mi respiración e inclino hacia arriba mi barbilla. Giro mi cuelo hacia un lado y hacia el otro, haciendo que suene y despeje algo de la tensión.
—Siempre pensé que era una alucinación, ¿sabes? —Simón me mira de reojo al ubicarse al lado mío, una mano de él acomoda su pelo—. Desde que recuerdo quise saber cómo fue el embarazado de mamá, quería ver ecografías, pero nunca pudo darme una respuesta. Ni ella ni los abuelos ni...
—Ni yo.
—Sí.
—Hay muchas cosas que no sabes —digo suspirando, él me mira atento—; pero nada va a hacer que cambie lo que acabas de escuchar. A pesar de eso, quiero que sepas, que yo nunca cambiara nada. Eres muy importante para mí, para mi papá y lo fuiste para tu abuela.
Él asiente y sonríe un poco a la mención de mi mamá.
—Mariella se debe estar preguntando donde estamos.
—Sí, ¿entramos?
Mi pregunta lo descoloca un poco, supongo que pasara un tiempo antes de que logre procesar lo que acaba de pasar. Yo trago saliva y algunas palabras de aliento. No estoy acostumbrada a esto. A compartir el momento previo.
Ese momento antes de tener que fingir, en el que decides que mascara te pones hoy.
Cuando asiente, cierro mis ojos aflojando mis hombros y despejo mi mente. Giro la llave en la cerradura y vemos a Mariella sentada en el sofá viendo la televisión.
Una sonrisa tímida invade su cara y yo le respondo con una brillante. Simón le da una con los labios cerrados, pero se acomoda con ella.
Tomo el teléfono y digo que pediré pizzas para todos. Con helado.
Pido tres sabores: chocolate amargo, mousse de limón y vainilla. Un sentimiento agridulce se enciende dentro de mí, Simón me mira desde arriba de la cabeza de su hermana. Ruedo mis ojos bromeando con él.
Mi celular vibra cuando cuelgo con la heladería y un mensaje de Eddi aparece en mi pantalla.
¿Lista para hoy?
Muerdo mi labio inferior y tamboreo mis dedos a los costados de mi celular. Simón me sigue mirando y sigue mis movimientos, él sabe que Eddi iba a venir. Veo en su mirada una pregunta que no quiere hacerme, pero conozco esa pregunta demasiado bien. Por lo que niego con la cabeza y él parece finalmente relajarse.
Eddi, hoy no voy a poder al final. No este fin de semana. Lo lamento. Te lo explicare el lunes. Espero que lo entiendas.
Aprieto enviar antes de borrarlo y llamarlo.
Eddi lo ve pero no contesta. Y eso me asegura lo que ya sabía.
Él jamás encajaría en mi vida.
Nunca entendería.
Él es peligroso.
Pero yo lo destruiré, y no quiero recoger más piezas rotas.
— ¿Vendrá tu amigo, tía? —Mariella levanta su mirada hacia mí y yo niego mientras me siento a su lado. Ella frunce su ceño— ¿Por qué?
—Porque los extrañe tanto que no quiero compartirlos con nadie más —digo abrazándola de costado con fuerza, apretándola. Extiendo mi brazo por el respaldo del sofá y toco el cabello de Simón, quien hace su mejor atento de sonreír—. Mariella, ¿puedes ir a fijarte si tengo algo de cambio en mi cuarto? Creo que lo deje en la mesita de la cama.
Mi sobrina asiente un poco cansada, pero se levanta de todos modos. Dejándonos a Simón y a mí solos.
Suspiro, atrayéndolo con mi mano y él se acurruca a mi lado.
—No quiero volver a casa —susurra.
—No tienes que hacerlo, hablare con Sara. Te quedarás conmigo hasta que puedas darle frente —contesto dejando un beso en su frente—. Eres mi sobrino, Simón. Jamás te dejaría pelear solo.
—Lo sé. Siempre lo hiciste. Gracias por... aplazar tus planes.
Sus palabras se ven interrumpidas por el zumbido de mi celular en la mesada, lo veo de reojo y exhalo profundamente. Vuelvo mi mirada a él y peino su pelo hacia atrás, haciéndolo reír entre dientes.
—Nadie está más alto que mi familia, en mis prioridades. Y ustedes son mi familia.
—Te quiero, So.
—Y yo a ti, Simón. Con todas mis fuerzas —murmuro apretándolo fuerte.
Ojala pudiera cambiar el pasado. Solo para que no sintiera ningún tipo de dolor.
Porque hay dolores que quedan programados.
Como un código que no se puede borrar.
Un virus que no tiene cura.
Porque el rencor es eso.
Un virus que te come por dentro.
*****
Espero que les guste este cap y que disfruten de la canción.
Nos vemos por ahí, D.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro