capítulo XXII: Resignación.
Aún el dolor de la falta de aquella risita y cabeza rosada le perseguía, lo haría siempre. La melancolía de lo vivido, de lo que no volvería y la tristeza de lo arrebatado. Una pérdida como la de Dahyun siempre se sentiría, como si la primavera hubiese dejado de visitar a las demás estaciones. Cómo si las amapolas ya no florecieran.
En su colegio habían puesto un pequeño altar en memoria de Dahyun, adornada con cartas de personas que habían sido parte de su corta vida, muchas flores le adornaban; un cuadro enmarcando una foto suya sonriendo en medio. La sonrisa plasmada en el papel, para siempre, un regalo, así todos podrían recordar y ver de ella.
Sana se paseaba por aquel pequeño altar, las primeras veces con lágrimas en sus ojos y ojeras debajo de estas, sosteniendo su mochila entre sus palmas y diciéndose que no debería llorar; al final siempre lo hacía. Pero ahora, que estaba frente al pequeño altar, aún dolía, pero sonreía. Con una flor en su mano la puso al lado del recuadro, susurrando el típico y corto "te amo".
El colegio resultaba una tortura para ella, ir todos los días a pasearse por los pasillos en los que sostuvo la mano de y aquellos en los que lo vio por primera vez, era un martirio. Falto exactamente una semana a clases, no se sentía con la suficiente fuerza como para recibir los pésame de sus compañeros, recibir todas aquellas preguntas del cómo estaba, estaba demasiado mal como para lidiarlo. Pero al pasar de los días tenía que volver, y lo hizo, con una cara larga y con los pies pesados arrastrándolos por los pasillos. Luego de semanas y de acuerdo a la promesa que se hizo a sí mismo, le puso mejor cara al lugar en donde vio por primera vez a su gran amor.
Nuevamente saliendo a los almuerzos, conviviendo con sus amigos y los de Seungmin; al igual que él habían sufrido una gran pérdida y sería de muy mal gusto el que no los considerase para su proceso de resignación. Los primeros almuerzos eran llenos de silencio, denotando la pieza faltante entre ellos, a veces cayendo algunas lágrimas. Pero pasando los días, nuevamente abundaban las risas y las anécdotas de la semana, volvían a vivir a pesar de todo.
Y es que eso es lo que Seungmin hubiese querido.
Hubiese querido que las sonrisas sobre sus rostros no se borrasen, menos por él. Seungmin no hubiese querido que le llorasen por el resto de sus vidas. Es que Seungmin, jamás soportaría ver los ojos tristes que les acompañó durante más de un mes.
Y Chan lo sabía.
Sabía la persona maravillosa que fue Seungmin, sabía que él vivía por las sonrisas de los demás, por ver la felicidad hasta en los animales. Porque era una luz que les acompañó por corto tiempo, era la luz que cualquiera necesitase en su vida.
Seungmin, quien disfrutaba de las pequeñas cosas de la vida; de las pequeñas flores en los jardines, de la ropa para perros de lana, de las patitas rosadas de los gatos, de un té helado, de la música, de bailar, de leer, de hablar con un anciano, de jugar con un niño.
Con él habían conocido cómo era el disfrutar de la vida, como era el ser feliz. Era su gran ejemplo a sonreír y por ello, no debían de llorarle toda una vida.
Solo debían resignarse a haberlo tenido solo un corto periodo.
Solo debían resignarse a haberlo tenido solo un corto periodo.
Lo que calmaba al corazón de Chan, era que, había vivido con Seungmin, había sentido su amor y lo había amado. Compartió momentos a su lado, felices tristes, graciosos y algunos que les hicieron fruncir el ceño, pero ahí estaban. Guardados en su mente y en su corazón, el recuerdo de haber entrelazado su mano con la pequeña de Seungmin, el recuerdo de haberle besado a la luz de la luna, el recuerdo de su puro amor.
Seungmin viviría en su mente, pero el dolor no le acompañaría, solo la resignación.
La resignación de no volver a verlo más que en sus recuerdos.
Era lo que quedaba.
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