por favor
Sus manos sudaban y no era precisamente por las vendas en ellas, era por los nervios de ver a su novia entre la multitud del bar.
Le ponía nerviosa saber que le estaría viendo practicar uno de sus pasatiempos favoritos.
Mordía sus labios mientras esperaba ver su rosada cabellera a lo lejos, pero ella no llegaba. Eso le ponía aún más nerviosa, sabía que debió haber ido a recogerla.
Pero al parecer la había llamado con sus pensamientos, vio una rosada cabellera escurrirse por la multitud, la sonrisa en su rostro valía un millón de estrellas.
Mina tenía una sonrisa en su rostro mientras un suéter color amarillo pastel le cubría las manos, en cuanto se vieron se abalanzaron a la otra, enredando sus brazos en el cuerpo del otro y dándose un cálido abrazo.
— Creí que llegarías más tarde. —Nayeon susurró contra la frente de Mina.
— Tuve que engañar a mi papá y me dejó unas cuadras más abajo. —susurró de vuelta.
— Lo entiendo. —tomó entre sus manos el rostro de Mina y le dio un ligero beso en su pequeña nariz. — Es bueno verte aquí.
— Soy tu amuleto de la suerte. — sonrió — ¿No te hace frío?
— No, tu suéter me dan la calor que necesito.
Se separaron del abrazo que se habían dado y Mina finalmente pudo ver mejor a Nayeon.
Sus mejillas enrojecieron al momento. Paseo sus ojos por el abdomen descubierto de su novia, por sus brazos y sus tatuajes, casi comiendosela con los ojos. Sin saber disimular.
— ¿Te gusta la vista? — rió Nayeon.
— N-no ¡D-digo si! E-es decir...— Mina escondió su rostro en sus manos y empujó a Nayeon por haberla avergonzado.
Nayeon tomó a Mina de la cintura y la acercó más a su cuerpo, le dio un beso a sus nudillos aquello solamente logró que la pelirrosa enrojecieron aún más.
— Deja de avergonzarme. — frunció el ceño empujando a Nayeon.
—No lo hago, eres tú la que se sonroja por todo. — rió.
— Dejemos de hablar de mí. — bufo.— Mejor hablemos de lo de hoy.
— Oh, sí...pues hoy me enfrentó con uno nuevo.
—¿Y cómo se llama?
— Nadie usa sus nombres, usos seudónimos.
— Y.
—¿En español o en inglés?
— En inglés.—sonrió. — Así suena mejor.
— De las dos formas suena bien. — Mina halago recostándose en el pecho de Nayeon.
La tatuada envolvió sus brazos en la cintura de la pelirrosa mientras ambas seguían conversando.
Parecía que eran sólo ellos dos y nadie más, que aquel bar de mala muerte era un parque y que las luces grises eran los rayos del sol. Incluso el lugar más hostil de la tierra se volvía bueno con la compañía indicada.
— No me haz dicho el nombre de tu contrincante. — hablo Mina, trazando líneas en los tatuajes del dorso de la mano de Nayeon.
— Vova. Creo que es ruso.
— Oh, así que hoy vencerás a un ruso que probablemente a peleado con algún oso por los bosques de Rusia.
— De hecho si, lo venceré, porque tu estás aquí. — Dijo mientras revolvía el cabello de Mina.
— Si lo vences te cobraré, este amuleto no es gratis. — rió Mina mientras se señalaba.
Ambas rieron por última vez hasta que el sonido de la campana ocupó todo el espacio.
Nayeon envolvía sus manos con vendas mientras le indicaba su lugar a Mina, le aconsejaba que no esté muy cerca del cuadrilátero, ya que muchas veces solían salir por los aires gotas de sangre que nadie quisiera tener en sus ropas. Hizo caso, dándole una última sonrisa a Nayeon fue a posicionarse dónde se lo habían indicado.
Nada saldría mal, no cuando tenía a su persona especial a unos metros de ella.
Su pequeño amuleto de cabellos rosados.
Subió al cuadrilátero, siendo aclamada por los hombres que rodeaban el lugar, sonrió por las aclaraciones y al encontrarse a Mina entre el público le guiñó el ojo. Mina correspondió ante aquel acto.
Se sentía confiada, más confiada que nunca, pero nada le preparaba para el monstruo de 1.80 que subía al cuadrilátero, se sorprendió un poco ya que mayormente nunca le había tocado un contrincante tan alto, casi siempre eran de su misma altura o unos centímetros más altos, pero seguía confiada.
Había vencido a hombres que le doblaban el peso y este no sería la diferencia.
Otra nueva campanada sonó indicando la pelea, golpes y estrategias estaban en la mesa, magullándose el cuerpo mientras a su alrededor las apuestas empezaban, el ruido era infernal cada vez que alguno golpeaba el rostro de su rival. Aquel ruido ensordecedor que hacía tambalear a Mina. No sabía descifrar si aquel malestar era por el ruido o por ver a su novia ser golpeada, pero no quiso mantenerse negativa, Nayeon devolvía aquellos golpes con más fuerza.
Aunque lo viese cansada y algo mareada
No quería preocuparse porque empezaría a llorar, pero ver el labio roto de Nayeon le estrujaba el corazón.
La cabeza de Nayeon empezaba a perderse en la neblina que le habían causado los golpes, pero aún seguía de pie.
Las cosas pasaron de forma rápida, la diferencia de altura y la diferencia del mareo entre ellos era algo que se podía notar, el ruso tomó a Nayeon y la derribó contra el piso. Todo el lugar guardó silencio, aquella caída se había visto mal y el sonido en seco que había dado el cuerpo de Nayeon fue incomodante.
Suaves murmullos se escuchaban, aquellos fueron el detonante para la preocupación de Mina, corrió con lágrimas en los ojos hasta acercarse al cuadrilátero, sentía su corazón partirse en mil pedazos. Tocaba la piel de Nayeon mientras le llamaba para que hiciera algo y le dijo ese que estaba bien. Sentía su corazón palpitar en sus tímpanos y como el aire no llegaban a sus pulmones, lágrimas cayeron por sus mejillas mientras hacía más llamados a Nayeon.
Pero el susto de muerte que le dio terminó cuando Nayeon soltó un jadeo de dolor, Mina ahora no estaba asustada, estaba muy enojada. Con el ceño fruncido salió del lugar mientras Nayeon recibía ayuda para levantarse de su contrincante. Al estar de pie recibió abucheos en broma por el susto que les había sacado, Nayeon no podía reírse porque veía como Mina trataba de salir del lugar para después verla perderse al cerrar la puerta.
Tomó su camiseta y una pequeña toalla para limpiarse el rostro, salió corriendo tras Mina a duras penas, pues su cuerpo dolía por el derribo que había recibido.
Al estar afuera la busco y la encontró sentada en la vereda, limpiándose la nariz mientras soltaba pequeños suspiros. Con una muñeca se acercó hasta ella y se sentó a su lado.
— Me asustaste. — murmuró Mina.
— Yo también me asusté. — rió, tratando de darle una pizca de gracia a la situación.
— No es gracioso, Nayeon.
— Lo siento...
— C-creí que tú...que tú. — con cada palabra que soltaba su voz se rompía. — Que t-tú...
— Estoy bien, Miguri, no tienes porque preocuparte. — trato de consolar, paseando su mano por la espalda de Mina.
— Si tengo porque preocuparme, casi te matan Nayeon. — regaño, alejándose del toque de Nayeon.
— Si lo sé...pero estoy bien... —Mina la interrumpió.
— Yo no quiero obligarte a nada, Nayeon, pero por favor, deja esto, ni siquiera necesitas el dinero, esto casi te mata.
— Mina...
— Por favor, Nayeon.
— Te prometí algo ¿no? — sonrió. — Me fue mal, te asustaste, casi vi la luz y perdí, fue una gran señal para que lo deje.
— Me asusté mucho...— murmuró.
— Estoy bien. — abrazo a Mina y la acercó más a sí misma, para tratar de reparar lo que había hecho. — Tranquila.
Mina cerró sus ojos y se hundió en el abrazo que su novia le otorgaba, tranquilizánfose al sentirla cerca y saber que estaba bien, algo magullado pero estaba bien.
— ¿No te duele? —pregunto, inspeccionándola con sus ojos.
— ¿El haberme caído del cielo? Eso debería de preguntarte a ti. — bromeo, ganándose un golpe de Mina. — Me dolerá mañana, ahora solo arde.
— ¿Tú madre no te dice nada de los golpes?
— Nunca llego con rasguños, esta es la primera vez que iré así. Le diré que me asaltaron.
— La preocupas más. — regaño.
— Bueno, diré que me pelee con un mapache
— ¿por qué con un mapache? — rió.
—¿Acaso no los has visto? Con ese disfraz y esa fama de ladrones. — negó con la cabeza.
— Eres una tonta.
— Un poco. — rió. — Ah, ¿Que dices si vamos a comer unas hamburguesas? Yo invito.
— Está bien. —asintió. — ¿No tienes que recoger tus cosas de adentro?
— Cierto, acompáñame y de paso puedo limpiarme, parezco como si una bandada de gansos me hubiesen atacado.
— ¿Por qué gansos? — volvió a reír mientras se levantaba de la vereda y ayudaba a Nayeon.
— Una vez un ganso me correteo por todo el parque cuando tenía cinco, estoy traumada.
Ambas rieron y tomadas de las manos entraron a recoger las cosas de Nayeon, fue corto el tiempo en el que se quedaron, Nayeon se lavó el rostro y se puso algo decente para salir, luego de hacer todo lo que necesitaba salieron del bar.
Caminaban tomadas de las manos y haciendo bromas sobre las excusas que diría Nayeon a sus padres, llegaron al Mcdonald cercano y pidieron sus hamburguesas. Ambas tenían mucha hambre, solo se dedicaron a comer mientras se robaban papas.
Por las ventanas se veía como granizo empezaba a caer del cielo, Mina miraba la ventana y el granizo caer como si fuera una niña.
— ¿Te gusta el granizo? —preguntó Nayeon.
— No, pero me recuerda a la nieve. Me encanta la nieve. —sonrió. — Quisiera irme a Rusia para ver nevar casi siempre.
— La nieve es linda. —asintió. — Si quieres...cuando empiece a nevar aquí podemos ir a las montañas, ahí es milveces más lindo que la cuidad.
— ¿¡Enserio!?— preguntó emocionada, casi saltando de su silla.
— Sí. — sonrió. — Mis abuelos tienen una casa por las montañas, puedo pedirles que me la presten...podemos ir con tus amigos y los míos.
—¡Wow! ¡Es una muy buena idea! — sonrió aplaudiendo.
Esa sonrisa, con los ojos me guantes y las mejillas rechonchas de alegría, hacían a Nayeon la mujer más dichosa en la tierra, podría estar solamente mirándola y sería muy feliz.
— Entonces está hecho, cuando empiece a caer nieve empacas tus cosas y me esperas en tu puerta para viajar. — sonrió.
— Muy bien, lo tengo anotado. —asintó. — Por cierto...la cena con mis padres será a la próxima semana.
— O-oh, la cena, si...la cena. — tartamudeó nerviosa, queriendo morderse los labios de los nervios.
— ¿Estás nerviosa?
— S-Si ¡No! —suspiro. — No lo sé, tu padre me intimida.
— Tranquila, todo irá bien. — tomó su manos través de la mesa y le sonrió. — Ahora acabemos las hamburguesas que será difícil conseguir un taxi con este granizo.
Ambas se apuraron en comer para llegar secas a sus hogares, el granizo las mojó un poco pero pudieron conseguir un taxi rápido, jugaban a pelea de pulgares en el asiento trasero mientras escuchaban la radio del taxista.
Movían sus cabezas al compás de la canción mientras jugaban con sus dedos, disfrutando la compañía del otro y la emoción de los planes que habían hecho.
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