𝟮𝟬 | Un día más, un día menos
Era igual, todos los días parecían una copia y pega del anterior, parecía una película repitiéndose exactamente igual. Se sentía en una caja mientras proyectaban algo que ya había visto muchísimas veces.
Sus días se sentían apagados.
Las cosas no habían cambiado, lastimosamente, aún aquella poca esperanza de vida se desvanecía al pasar las manecillas.
El tiempo se llevaba los pétalos y los dejaba a la deriva.
Becky pasaba por el hospital todas las tardes, siempre con su ramo de flores; besando la mano de Freen y peinando sus cabellos mientras le hablaba de su semana. Aún mantenía aquella esperanza de que en medio de su plática Freen soltase aquella risilla que solo ella podía crear.
Pero no pasaba.
Trataba de contener sus lágrimas al estar con Freen en la sala de hospital, trataba de mantener la sonrisa que a Freen le gustaba. Aunque le costase un hueso del pecho, no lograba llorar dentro del hospital. Ni siquiera en el camino a su casa. Mantenía la cara seria y los ojos intactos, pero era diferente al pisar la puerta de su hogar, porque ya dentro se volvía vulnerable, cual niña pequeña lloraba abrazando su almohada. Cual niña pequeña, le temía a lo que pudiese pasar.
Los doctores nunca traían buenas noticias, el mismo informe se mantenía, poca esperanza para que los ojos de Freen se volviesen a abrir.
A Becky le aterraba lo que pudiese pasar, no le gustaba pensar en aquello, pero cuando se encontraba sola y más vulnerable, lo hacía. Su alma rajándose en surcos de dolor al pensar en una vida sin Freen, sería como una vida sin el sol, nada sobreviviría.
Todos los pensamientos negativos siempre lograban partirle en dos, lograban volverla polvo así el viento se lo podía Ilevar.
Al pasar de los días se hacía un poco más débil, ya no esperaba a estar a solas en su habitación para echarse a llorar, ahora lo hacía desde que ponía un pie dentro de su hogar. Todo el que viviese bajo aquel techo notaba la falta de brillo de Becky, sus padres pudieron notar a su hija cada día más apagada, luciendo más triste que el día anterior, apagándose junto a Freen, eso decían.
—Becky...—Escuchó la voz de su madre cerca, cubrió su rostro para ocultar las pesadas lágrimas. Sintió sus brazos envolviéndole. —Tranquila.
Abrazó a su madre, encontrando el consuelo de su madre entre caricias y susurros. Los brazos de su madre lograban calmarla un poco, ponía las piezas en su lugar mientras acariciaba su espalda.
—¿Cómo ha sido el día de hoy? —Preguntó en un susurro.
—Igual que los anteriores. —Susurró contra su hombro.
—Vamos a la cocina, toma un té de manzanilla. —Tomó su rostro entre sus manos, sonriéndole mientras limpiaba sus lágrimas.
Ella daría todo para volver a ver los ojos brillantes que Becky tenía, ojos que se habían iluminado cual cielo estrellado por el amor que aquella chica pelirosa le había concedido.
Tomó a su hija de la mano, guiándola hacia la cocina, con un beso en su frente hizo que se sentara en la mesa mientras ella le preparaba su té. Cuando estuvo listo; se lo dejo frente a ella y se sentó a su lado, tomando su mano y acariciándola.
Quería que Becky dejase de sentirse tan rota por los acontecimientos que la vida había puesto cerca de ella.
—¿Hablaste con los padres de Freen?
—No, no hablé con ellos.
—¿Con los doctores?
—Con una enfermera, los doctores solo hablan con los padres de Freen. —Dijo sorbiendo de su taza.
Su madre jamás le ponía azúcar al té, ella se había acostumbrado a eso, pero Freen le enseñó a tomar té con azúcar; era más delicioso de esa forma. Tomar el té sin azúcar le ponía triste, aquello era antes de conocer a Freen, el té necesitaba azúcar; así reflejaba el presente con Freen.
Acercó el azucarero a su taza y secando la cucharilla la metió en el bote.
"Tres cucharillas lo hacen delicioso, casi cuatro cucharillas lo hacen exquisito." La voz de Freen sonó en su cabeza.
Con cuatro cucharillas de azúcar batió su taza. La bebió de nuevo y sonrió en el proceso, Freen siempre tenía razón respecto a las cosas dulces, era una experta en aquello.
Era.
—¿Y qué te dijo ella?
—Oh. —Susurro, fue tomado desprevenida; se había perdido en los recuerdos dulces de Freen. —Lo mismo de siempre.
—Ya veo...—Su madre miró a sus manos, realmente sentía mucho todo lo que había pasado. —¿Volverás al hospital más tarde?
—Sí, Irin y Nam querían visitar a Freen, así que estaré con ellas.
—Está bien, cuídate mucho, hija. —Tomó su mano acariciándola. —Mejores días vendrán.
Eso espero. Se dijo a sí misma.
Solo esperaba y ansiaba eso, buenos días como los de antes.
Ojalá las estrellas a las que pidió un deseo pronto se lo concedieran.
Ojalá.
Se refrescó mojando su rostro con agua fría, despertando un poco del sueño que tenía; la noche anterior se había desvelado haciendo un trabajo de filosofía que le habían encargado. Mientras leía los libros que se había prestado en la biblioteca recordó las anécdotas con Freen, ella sabía mucho, parecía que tenía el conocimiento del mundo en aquella cabecita rosada, era una persona muy inteligente; digna de admirar. Había madrugado escribiendo el ensayo de más de treinta hojas que le pidieron y se le hizo cómico, irónico.
La vida continuaba, la vida te empujaba continuar a pesar de tener los huesos de las costillas rotas.
Era gracioso, era triste.
Una amargura atada a un chiste malo, a una promesa de buenos días. Una promesa de falsa esperanza.
Cuando llegó la hora para ir hacía el hospital tomó un suéter de lana, su abuela se lo había tejido pues los pasillos del hospital eran fríos.
"Pasas la mitad de los días dentro de ese hospital, te resfriarás si vas tan desabrigada" Le dijo al entregarle su caliente suéter de lana café.
Con las llaves en su mano y una paleta dentro de su boca emprendió su camino, subió al bus cercano, se bajó unas cuadras antes del hospital para comprar los girasoles de siempre, la florista se volvió una conocida habitual; hablando del día y de las flores frescas, como era una compradora frecuente siempre le hacía una pequeña rebaja y en la tarjeta para las flores siempre dibujaba una paletita de fresa, esas de las que Freen siempre consumía.
Becky se dio cuenta de algo, pasando tanto tiempo en las calles por la tarde; los días siempre se veían apagados, siempre nublado y hojas secas tiradas por el piso siendo rotas por los pies de extraños. Lucia como si el clima supiese que una estrella estaba encerrada en frías y oscuras paredes de hospital. Desde que Freen había tenido el accidente el sol no se acercaba a dar los buenos días.
Los días estaban tristes, al parecer.
Se sentó en la banca de siempre, sacando su celular para marcar el número de Irin y preguntarle por dónde andaba.
Manejar el celular con una sola mano nunca le había funcionado bien, por un error de dedo marco y llamo al número de Freen, los tonos de llamada de escuchaba; pero nadie contestaba, la llamada le llevo al buzón de voz.
Y qué gran dolor le dio, le rompió una costilla más.
—¡Ahora no puedo contestar! Por favor deja tu mensaje y yo me comunicaré contigo. —Una risita se escuchó. —Ten un muy buen día.
Y el tono para dejar el mensaje sonó, cortando el mensaje dulce de Freen.
—Te amo mucho, Freen. —Dijo Rebecca —Por favor, despierta.
Cortó el mensaje, ya se había enviado, estaría en el buzón de mensajes.
Su corazón dolió.
Sería una buena anécdota escuchar aquel mensaje, ya se imaginaba a Freen riendo mientras tenía las mejillas sonrojadas por el "te amo".
Sostuvo su celular contra su mano, mirando al cielo, era de día y ninguna estrella se miraba por ahí, pero sabía que estaban, así que volvió a pedir su deseo.
Suspiro y volvió a marcar al número de Irin, está vez sin equivocarse.
—Ya estoy aquí. —Habló contra su celular, sentada en la misma banca de siempre. La voz le había salido algo cortada.
Se sostenía a migajas.
—Nosotras ya llegaremos, hay mucho tráfico. —Dijo Irin. —Espéranos.
Recostó su espalda contra la madera, viendo al cielo nublado y contando las nubes sobre su cabeza. El sonido de unas voces conocidas le hizo voltear, eran los padres de Freen que caminaban hacia la puerta del hospital; parecían apurados, tenían los pasos rápidos. La curiosidad le entró, irguió su espalda para ver mejor, pero los perdió en la entrada del hospital. No los había visto hace unos cuantos días, por ellos es que se enteraba de lo que decían los doctores, solo por ellos. Así que no tuvo más opción que seguirlos.
—Maldita sea, Irin, eres tan lenta—Susurró mientras tomaba el ramo de flores más fuerte.
Caminó rápido para alcanzar sus pasos, quiso ir en el ascensor para llegar más rápido, pero este parecía tomarse su gran tiempo, con un quejido emprendió su gran carrera subiendo por las incontables escaleras, trataba de no maltratar las flores, pero algunos pétalos iban cayendo, haciendo un camino de pétalos amarillos.
Al llegar al piso de Freen echó una gran bocanada de aire, buscó por el pasillo a los padres de Freen, cuando no los encontró decidió ir hacia la habitación. Estando de frente de la puerta blanca la vio semiabierta, pudo ver por la rendija que hablaban con un doctor, no quería interrumpir, pero tampoco quería quedarse sin saber lo que pasaba.
Era de muy mala educación escuchar la conversación ajena, pero no le importaba, parecía muy importante lo que decían.
—Nunca me ha gustado ser el portador de malas noticias, pero así es mi trabajo. —La gruesa voz del doctor dijo, el corazón de Becky empezó a palpitar contra sus oídos y en su estómago se ató un gran nudo. —Pero las posibilidades de que su hija despierte son muy escasas, no hay mucho que hacer.
—Lo sabemos. —Dijo su padre, en el tono de su voz se podía escuchar la tristeza de su alma. —Por eso ya hicimos los papeles para el traslado de Freen.
¿Traslado? Se preguntó.
—¿Están seguros de hacer aquello? En Tailandia y acá, las posibilidades son las mismas.
—Estamos seguros, solo queremos que vaya a uno de los mejores hospitales de la región. No nos puede culpar por querer que nuestro hija despierte. Las posibilidades de que lo haga en el hospital de Bangkok son altas, tienen un gran expediente con eso. —Dijo su madre.
—Está bien, ¿Cuándo será su traslado?
—Mañana por la tarde. Todos los papeleos ya están hechos. —Dijo su padre. —Todo el personal designado para el caso de Freen vendrá por ella.
—De acuerdo, les deseo mucha suerte. —Los pasos de doctor se acercaron, Becky saltó en su lugar y corrió a esconderse.
Corrió a una esquina a desaparecer; cual niña pequeña, teniendo miedo.
Su respiración había incrementado, su corazón latía contra sus tímpanos y sus manos temblaban, el tiempo se movía lento, todo parecía una cámara lenta. Sentía como se había congelado todo y era la única que podía moverse.
Más costillas se le rompieron.
Vio desde su esquina de reojo, los padres de Freen habían salido de la habitación y caminaban al lado del doctor. Cuando se alejaron lo suficiente camino para entrar a la habitación, aún suficiente camino para entrar a la habitación aún sentía el palpitar contra sus tímpanos, aún sentía como su alma se hacía polvo.
Al entrar a la habitación, con su ramo de flores, viendo a Freen postrada en una cama de hospital, conectado a máquinas que sostenían su vida. Se dio cuenta de lo frágil de todo. La fragilidad y la esencia de la vida, sostenida por una máquina.
Las lágrimas contenidas no pudieron guardarse, tenía tanto miedo. Tenía terror, sus manos no dejaban de temblar mientras caminaba hacía Freen, su corazón no dejaba de martillear contra sus tímpanos. Se arrodilló a su lado, dejando las flores contra el piso, tomando su mano y llevándola hacia su frente, llorando, rompiéndose y haciéndose polvo. No pudo contener los sollozos lastimeros de su garganta.
Quería despertar.
Que una estrella por fin le escuchase.
Pero no pasaba.
—Mi amor. —Sollozó tomando la mano de Freen contra su mano temblorosa, suave y fría. —Por favor, por favor, abre tus ojos. No nos dejes, hay mucho que aún no hemos hecho. Cariño aún no has bailado en Moscú, aún no hemos viajado a Nueva York, aún no hemos dormido en las colinas. Hay muchas cosas por hacer. Por favor, bebé, despierta. -
Las palabras dichas solo eran un desperdicio de aire, Freen no le oía.
Siguió llorando mientras llamaba a su nombre, sin ninguna respuesta.
Ni siquiera el sonido de la puerta logró callar sus ninguna respuesta.
Ni siquiera el sonido de la puerta logró callar sus sollozos, ni siquiera la presencia de su padres dentro logró que dejase de llamar el nombre de Freen.
—Becky... —Susurró su padre.
—Por favor. —Sollozó. —No se la lleven.
—Es la última opción que nos queda. — Dijo su madre.
—¿La última?
—Nadie nos da esperanzas, Becky, todos nos dicen que Freen no despertará, en casa nos dieron esperanza de vida y nos aferramos a ella.
Becky miró a las pecas sobre la naricilla de Freen, quiso besarlas y peinar su cabello.
Era lo último que podían hacer.
Llevar a Freen lejos para que lograran dar con el brillo de sus ojos.
Se aferraban a aquello, a la última fuerza que la tecnología les alcanzaba.
La esperanza de Becky se aferraba a aquellas estrellas que habían escuchado sus deseos todos los días.
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