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Parte 1


Desde que le dije a Linda Chang que en Europa eran obligatorios los descansos para fumar en el trabajo, tengo quince minutos libres diariamente. Sé que no fue nada honesto mentirle a mi supervisora sobre derechos inexistentes para trabajadores, pero supongo que es una pequeña venganza atrasada: su ascenso se presentó antes que el mío.

Vamos, una parte de mi sabe que Linda no tiene del todo la culpa, ya que creo, sin lugar a dudas, que es ligeramente más capacitada que yo para el puesto. Yo estaba entre las candidatas para ocupar esa vacante desde hace algunos meses, pero no iba a acostarme con nadie por un treinta por ciento de aumento en mi salario. Lo habría hecho al menos por un sesenta por ciento más a mi salario de cajera si el director regional no tuviera una fijación con las minorías.

Ustedes quizás se pregunten, lectores curiosos: Oh querida protagonista, ¿cómo sabes si tu jefa, Linda Chang y el Sr. Scott son amantes? Fácil: los vi besándose de lengua en el cuarto del conserje. Obviamente no se lo he dicho a nadie...más que a ustedes, pero sin ofender, no creo que importen mucho.

Con el descanso para fumar, Linda y yo estamos a mano por ahora; ella tiene el salario, las responsabilidades y el sexo. Yo soy feliz con mis quince minutos de relajación en este trabajo mierdero.

Salgo al callejón trasero de la tienda, donde se reciben a los proveedores del almacén en donde trabajo. No hay lugar más tranquilo a estas horas, por lo que me escondo en mi rincón secreto estratégicamente armado entre pallets de madera y cajas vacías de mercancía. Me arrimo a una de madera; tomo asiento para disfrutar mi droga favorita: un triste y llano cigarrillo de puta. Si, de esos que son delgados y con filtro, que las mujeres fuman en las películas para verse elegantes e interesantes. No tengo nada en contra de las putas; ellas y Linda Chang tienen más sexo que yo.

Inhalo el dulce humo de un cigarro de una marca que ni siquiera me gusta, pero es todo lo que tengo. Cuando lo termino, tiro la colilla al suelo para apagarla con mi zapato. Como no me he tardado ni cinco minutos, decido quedarme sentada en la caja. Tranquilamente mi cuerpo se suelta, y no falta mucho para caer en los brazos de Morfeo, cuando el sonido de unas cajas moviéndose me despiertan.

Me levanto de golpe, y busco la fuente de aquel ruido. Voy al otro lado del pasillo que lleva a la calle, pero me levanto al percibir un fuerte olor a hierba. No tardo en adivinar que de nuevo Sanjay está probando su propia mercancía o bien, los vagos del pueblo tomaron el callejón de la tienda.

Tomo una madera alargada de la basura para tratar de asustar a los chicos, o bien, provocarle un ataque cardiaco a mi compañero de trabajo. Salgo dando un brinco, con mi tabla en mano, lista para dar un derechazo en caso de ser necesario, pero aquí no hay adolescentes fumando.

Sólo hay un hombre aquí.

Él da la vuelta, tratando de guardar la compostura y disimuladamente, tira el cigarro a su espalda y lo pisa con cuidado.

No lo reconozco de inmediato, pero luego de echarle un vistazo de arriba abajo, estoy segura que detrás de esa pelirroja barba mugrosa y la chaqueta de cuero gastada, se encuentra realmente un ser humano.

—¿Señor...Carter? —pregunto, esperando una confirmación monosilábica.

Él me mira nervioso por un segundo, tratando de reconocerme.

— ¡Ah, eres tú!—señala, como si me hubiera estado esperando.

¿De qué me habla? Siempre he sido yo. Uno siempre es uno mismo. ¿Acaso él no es él mismo? ¿Ustedes no lo son?

—Ehm, ¿sí?

—Espera, te he visto en algún lado—él mismo, interrumpe mi tren de pensamientos idiotas.

—Sí, yo trabajo... —trato de explicarme, pero...

— ¡En el pub! Eres la chica de la barra, ¿cierto?—junta sus manos, como si estuviera a punto de decir una plegaria—Lo siento mucho, iba a llamarte. Esa noche fue maravillosa, pero me surgió un problema, ya sabes...

Él no me deja y además, asco total.

—No, no trabajo en el pub.

—Entonces olvida lo que dije—el tipo sonríe, mostrando unos dientes medio amarillentos. Casi del mismo tono de los míos— ¿La verdad? No estuvo maravillosa. Por eso no la llamé.

— ¡Ah, vaya! Casi me la creo—suelto sarcástica.

—Te he visto en el gimnasio—él vuelve con las adivinanzas.

Esa afirmación me saca una carcajada. Yo no iría cerca del gimnasio ni aunque me pagaran por asomar la nariz.

—Yo trabajo aquí señor y creo que usted no debería...—miro a su zapato—No debería estar aquí fumando, ni haciéndole a las drogas suaves. Esta área es solo para proveedores.

El hombre se acerca más a mí para analizarme de pies a cabeza. Cuando finalmente averigua quien soy, se sobresalta.

—Es cierto. ¡Eres la chica de la caja tres!

¡Din, din din!

— ¡Sí! Bueno, realmente es la cuatro, pero como le digo, este lugar es únicamente para personal autorizado.

Solo mírenme, aquí sola atendiendo a un potencial cliente hostil con tanto profesionalismo, llamándolo de "usted" y usando palabras elegantes como "personal" y "autorizado".

Quizás después de todo sí merezco el puesto de la misma manera que Linda. Contaré esta anécdota en la próxima evaluación de personal.

—Me perdí buscando algo—luego, él me mira con miedo y no es para menos: aún cargo la madera de forma amenazante— ¿Podrías bajar eso? Lo que fumé me está haciendo efecto y en verdad, me pongo paranoico con la violencia.

Después de todo el lema de la tienda es "Al cliente, lo que pida", así que atendiendo su petición. Lanzo la madera a un lado, tirando más cajas al suelo, haciendo un escándalo.

Cuando el señor Carter mira los dedos de sus manos, y trastabilla como si el piso estuviera en pleno temblor, sé que sin duda está pasando por un mareo. Lo más probable es que él no sepa absolutamente nada de la marihuana que está fumando, ni de sus efectos. No lo sé por sus tontos síntomas, sino por la selección mensual de revistas de decoración y bienestar corporal que compra.

Cualquiera que lea eso, es un blando pedazo de carne—de buen cuerpo—que se marea con dos fumadas de hierba.

Para que ustedes sepan, estamos en Summerville, un pueblo de descanso para gente rica que tiene casas de verano y que sólo asoman la cabeza cuando hay vacaciones o días festivos. Al ser cajera de una de las tiendas de autoservicio en el pueblo, he atendido durante un par de meses a este señor, pero debo decir que él no es uno más de esos ricos. Se ha diferenciado siendo gentil y amable con todos en la tienda.

Verán, es normal que día con día algún cliente venga a preguntar "¿no sabes quién soy yo?" cuando no se les hace descuento en sus compras, o bien, que nos chasquean los dedos cuando quieren llamar nuestra atención, como si fuéramos una más de sus mascotas con pedigree. He aprendido a darles por su lado por eso de la frase que les dije antes, pero eso nunca ha pasado con el Señor Carter.

Es difícil ignorar a una persona como él. Recuerdo de repente el día que me felicitó por el Día de la Mujer—incluso cuando no creo en esa mierda—, o cuando alabó mi corte de cabello punk, que ni siquiera era punk, pero me pareció tan adorable que alguien lo mencionara.

Como es tan amable normalmente, sé que no puedo dejarlo en pleno mareo. ¿Qué tal si llegan los vagos de mi imaginación y le violan o peor aún, cancelan sus suscripciones a revistas de bienestar corporal?

—Bien, señor—lo tomo del brazo y lo llevo a mi caja, en donde hago que se siente—. Quédese aquí hasta que se pase el mareo. Si es el primer cigarrillo, no tardará en pasársele. Le dará hambre, reirá como estúpido y...

Efectivamente, comienza a reír como estúpido.

—¡¿El primero?!—logra decir entre tanta carcajada y luego, saca una bolsa con cierre hermético. Puedo ver que la cantidad de hierba es casi nula—. Tengo días así. Esta la compré ayer en este mismo callejón.

—Se la vendió Sanjay, ¿cierto?

Mi amigo, el encargado del área de electrónica, era el único dealer para la gente con dinero y bueno, a veces me vendía a mi cuando podía pagarla.

—Creo que sí—contesta con fastidio—. Esta cosa que me dio es realmente buena, ¿quieres?

Saca un cigarrillo de su pantalón y me lo entrega en la mano. Está un poco aplastado por el transporte, pero parece perfectamente elaborado. Se nota que estuvo perfeccionando su técnica estos últimos días.

—Me encantaría y todo, pero estoy trabajando, y no creo que sea la mejor idea, señor....

—Dejémonos de formalismos, chica de la caja tres.

— ¡Ya le dije que es la cuatro!—aclaro, y luego le devuelvo lo que me acaba de dar.

Si Linda me ve con algo así, me despide sin pensarlo dos veces. A menos claro de que yo destape lo de su romance prohibido, sucio e interracial.

—¿Cómo me dijiste que te llamas?—él pasa la lengua por el cigarrillo para sellarlo nuevamente.

Le atiendo desde hace tiempo, con esa estúpida placa de metal falso con mi nombre completo en letras mayúsculas y, ¡¿jamás se ha fijado en ella?! Es un hipócrita, aunque mis ojos no se pierden su acción en ese momento. Jamás le había visto sacar la lengua, y por muy extraño que pueda llegar a sonar, me parece que es una de las cosas más sexys que he visto en mi vida.

Es como una escena porno de vagabundos con clase.

—Marley...—mi voz parece un murmullo, pero luego tomo concentración nuevamente y le respondo con voz normal—Me llamo Marley, Señor.

—Mucho gusto, Marley Señor—apenas levanta la mirada, y luego me hace un lugar en el banco improvisado—. Ven, siéntate. No seas tímida. No muerdo...si no quieres.

Abro los ojos de par en par, pero él me responde simplemente que lo dice en broma. Menos mal.

Veo que prende el cigarro con un encendedor que parece más costoso que las joyas que mi madre pretende heredarme. ¿Será de oro?

En fin, no es importante, pero este tipo debe de ser muy, pero muy rico.

—No puedo estar aquí mucho tiempo. Tengo quince minutos de descanso—me siento a su lado—. Y no es Marley Señor, es...

—Sí, lo sé, sólo bromeaba. Ya te lo dije—él le da una profunda fumada, y saca el aire con tanto placer que se me antoja una pequeña probada. Parece que lo nota porque me lo entrega nuevamente—. Toma. Te digo que esta cosa es muy buena.

La verdad no dudo que lo sea.

Al ser distribuidor de este tipo de gente, Sanjay consigue de la mejor mercancía para sus clientes. Es el vendedor más dedicado que conozco, tanto en la mercancía legal como la ilegal. De todos modos no puedo simplemente fumar en horas laborales, por lo que mi mente se debate si hacerlo o no.

¿Fumar o no marihuana con un cliente en un callejón detrás de mi trabajo? Ese es el maldito dilema.

—Bueno, ¡qué diablos!—alzo los hombros—De todos modos por algo han de despedirme, ¿no?

Tomo el cigarrillo y le imito, lanzando de golpe el humo cuando me raspa la garganta. Toso fuertemente, aguantando una horcada. Hace mucho que no junto mi dinero por lo tanto, hace tiempo que no fumo nada de esto. ¿Qué, como cuatro meses? No sé.

Además, la hierba que el Sr. Carter compró efectivamente, es tan fuerte como mi odio por levantarme temprano. Por lo mismo tengo que acostumbrarme, así que nos pasamos el cigarro intercaladamente, hasta que queda un tramo pequeño.

—Ahora que estamos en confianza, debo pedirte que dejes de hablarme de usted. ¡Estamos fumando hierba juntos, maldita sea! Eso debe ser algo especial, ¿no?

Si Betty, mi compañera del departamento de abarrotes, me viera "teniendo algo especial" con el Señor Carter, seguro le daba uno de sus ataques de nervios por la envidia.

—Por cierto—continúa, extendiendo su mano para presentarse—, soy Colin.

Por supuesto que sé que se llama Colin Michael Carter. Ha pagado con su American Express tantas veces que me he aprendido todos los datos de aquel plástico. Eso es ilegal, pero da igual.

Nos quedamos en silencio cuando el cigarro se termina, pero luego saca otro. Este es un Marlboro normal.

—Dime, ¿fumas de esto muy seguido?

— ¿Hierba? Sólo cuando reúno suficiente dinero para comprarla—hago una mueca de desagrado—. El estúpido de Sanjay no me da crédito, excepto la ocasión en que dejé que me viera los sen... —me detengo. Él no tiene por qué saberlo—Es decir, no. No la fumo muy seguido.

El hombre mira sin disimulo mi pecho y tiene una expresión divertida, aunque indescifrable; no sé si piensa que el crédito valió la pena, o si Sanjay debió de haberme cobrado de inmediato la mercancía.

Prende el cigarro y le da una larga fumada.

—Oye, por cierto—él me da un codazo—, siempre me ha gustado tu cabello. Es muy...rubio.

—¿Rubio?

—Sí, y tiene esas cosas que lo sostienen, al principio de cada cabello, ¿cómo se llaman?

—¿Raíces?

—¡Eso, raíces! —él contesta aliviado por la respuesta—Son geniales.

Dios, este tipo está demasiado drogado.

—Ah sí, gracias—ensortijo un tramo del susodicho—. Ya sabes, genética.

Siento mis mejillas arder, aunque únicamente esté hablando de mi cabello. Ha pasado mucho tiempo desde que alguien admite abiertamente que le gusta algo de mí. Es más, nunca alguien me había dicho que le gusta mi cabello...y ni hablar de mis raíces.

Además, creo que vi un ligerísimo toque de lujuria en su mirada, aunque más bien me atrevo a decir que fue un tic, producido por la marihuana. Hoy me veo igual de atractiva que un albino en ácido.

Igual eso no es lo importante. Lo importante es que la hierba en verdad es muy fuerte, al igual que el remordimiento que comienzo a sentir.

De la nada, comienzo a carcajearme como estúpida, justo como lo predije.

— ¿Por qué lo hice?—me levanto de la silla.

— ¿Hacer qué?

—Pues ¡fumar esa cosa!—contesto, histérica. No sé ni cuánto tiempo ha pasado—Me pareció una buena idea hace un rato, aunque ahora lo dudo. Ya sabes, estoy en horas de trabajo, eres mucho mayor que yo y sobre todo, no te conozco. Podrías violarme bajo la influencia en cualquier momento.

¿Violarme?, ¿Qué mierda tengo yo con la violación? Soy una idiota.

Él comienza a reírse ahora. El humo sale por su nariz y comienza a toser.

—Rubia, mírame, no tengo necesidad de obligar a nadie—luego, mientras chasquea los dedos, continúa: —Si lo quisiera, te convencería para estar...conmigo. Además, ¿"Mucho mayor que yo"? ¿Qué se supone que significa eso?

—Pues significa lo que significa—le explico—. Debes tener como unos cuarenta y cinco o algo así.

—No me jodas, ¡¿me veo de cuarenta y cinco?!

Vamos, no parece de esa edad. Ni remotamente.

He discutido este tema con Betty en los turnos nocturnos doblando ropa y ambas hemos llegado a la conclusión de que el Señor Carter, es decir, Colin, es de esos tipos que toda su vida han sido apuestos y que han conseguido lo que quieren por lucir como lucen y él lo sabe; por eso el discurso de "yo puedo tener a cualquiera" y la historia de la rubia cachonda del bar. De hecho, normalmente, Colin es tan guapo que es casi de mal gusto, aunque su apariencia descuidada y esa barba sucia, no le han ayudado nada en las últimas semanas.

Usualmente lo veía entrar al almacén donde trabajo enfundado en pantalones caquis y camisas de colores pastel perfectamente planchadas, lentes oscuros y una sonrisa asesina. Nadie puede resistirse a eso. Ni siquiera yo, o mejor dicho, mucho menos yo que tengo cierta debilidad por los blandengues.

—Si no tienes cuarenta...—trato de que suene a disculpa, pero no lo consigo. Más bien se me atoran las palabras en la lengua cuando trato de sonar seria—, entonces, ¿cuántos años tienes?

Él tira la colilla del cigarrillo. Busca en su sudadera un paquete de pastillas de menta y me ofrece una. Luego prende otro cigarro. Uno normal.

—Acabo de cumplir treinta y dos—responde—. ¿Y tú? Tendrás como diecisiete o algo así. Seguro ni es legal que te esté dando los Marlboro.

Lanzo otra carcajada cuando él me comparte el vicio humeante. No sé si tomarlo como un halago. Quizás su respuesta fue producto de mis Converse, o de mis uñas pintadas de negro como cualquier niña emo que se respete.

—Me siento realmente halagada—no puedo evitar toser mientras mi garganta se acostumbra al nuevo sabor de menta y humo—, pero en realidad tengo veintisiete. Cumplo veintiocho el mes que entra.

Tal vez no me crea y no lo digo por mi casi adolescente apariencia—pocos senos, nalgas nulas, acné por aquí o por allá— sino porque un día me atrapó en la caja haciéndome el tatuaje de un conejito con un plumón en el brazo. Lo sé, soy muy ruda. Él muy pantalones caquis.

—Eres demasiado vieja para trabajar allí. ¿No es ese un trabajo para las personas que no tienen otra opción?

—Es un trabajo de verano—digo—, pero del verano de hace cinco años. Vine de paso, después de abandonar la universidad para perseguir mi verdadero sueño.

— ¿Cuál es ese sueño? —él me mira con dulzura y esperanza.

Seguramente es de esos hombres a los que les hace ilusión escuchar este tipo de cosas cursis y motivacionales. Lástima que yo no sea del tipo de chicas a las que les gusta hablar de ello.

— ¡Qué carajos voy a saber!—alzo las manos al cielo—Odiaba la escuela, a mis maestros, compañeros y además, necesitaba dinero para mi mayor proyecto post adolescente.

— ¿Cuál sería ese proyecto? —de nuevo, esa ilusión en su mirada.

—Comprarme todos los discos que nunca tuve; sobre todo los de Britney Spears. Ella es genial, ¿sabes? Nunca ha ganado un Grammy, pero... —me quedo callada cuando me doy cuenta de que estoy entrando en mi fase de "jodida fan del año".

— ¿Ese era tu sueño? ¿Comprar discos?

—Si bueno, eso y viajar por todo el mundo...pero no he conseguido ninguna de las dos cosas.

Hago una pausa para tragar saliva.

—Vamos, continúa tu historia. Es bastante conmovedora.

—No puedo—trago saliva—. Acabo de darme cuenta de que mi vida es súper triste—suelto, pensando en voz alta.

Lo juro, jamás pensé que le contaría lo de los estúpidos discos o lo de mi sueño de viajar a cualquier lugar fuera de este pueblo a alguien. Soy tan perdedora.

—No lo creo. Luchaste por algo, y ese algo en parte, era Britney Spears, ¿qué tiene eso de triste? Al contrario, me parece algo inspiracional, motivante.

¿Ven? Se los dije.

— ¿En serio?—pregunto ilusionada.

—No, pero espero que te hayas sentido mejor por dos segundos.

Bueno, al menos alguien intentó hacerme sentir bien.

—En fin, jamás me compré los discos y mi fondo de ahorro para el viaje se quedó estancado desde hace un año—confieso—. En su lugar, me gasté mis sueldos en comida, hombres y en PokerStar.com.

Suspiro, con un peso menos de encima. No era la gran confesión, pero nadie sabía lo de PokerStar y mucho menos del fondo de ahorro. Nunca le había contado esto a nadie y lo hacía ahora, al único cliente decente y amable que tenía en ese mar de snobs con problemas de soberbia.

No podía sentirme peor.

—Te contaré algo triste, también relacionado con Britney—Colin me interrumpe— ¿Recuerdas ese video en donde salía vestida de colegiala, con sus coletas y todo eso?

—Por supuesto. Es uno de mis videos favoritos desde que nací. Bueno, no desde que nací, pero entiendes.

—Ah, pues una vez...—él hace una pausa para tomar aliento—Mi mamá me encontró tocándome mientras veía ese video. Fue la segunda peor vergüenza de mi vida.

—Oh vaya. Sí que es triste...y patético.

Más patética soy yo, escuchando hablar de las perversiones de un hombre con bigote sucio en un callejón.

Si mi hermana me viera, se alarmaría igual que la madre de Colin cuando lo encontró en tal condición. Sacudo mi cabeza al recrear la imagen en mi mente: él, en sus veintes, jugando con su cosa y su madre, entrando a la habitación con ropa limpia.

Basta de imaginar. Es hora de cambiar de tema.

—Con esta confesión, supongo que lo tuyo son las rubias, ¿no?

—¿Britney es rubia? Siempre pensé que era castaña.

—No lo digo por ella, sino por la chica que venía contigo antes.

— ¿Cual chica?—me arrebata el cigarro, y lo coloca en sus manos, observando cómo se consume.

—Ya sabes, la Pamela Anderson, pero con pechos naturales que venía contigo a comprar la despensa. Tenía una risita pegajosa, bueno, más bien molesta y dejaba que pagaras hasta sus tampones. Se llamaba Michelle, Rochelle...

—Annabelle—me interrumpe.

Si yo fuera hombre, jamás hubiera olvidado su nombre. Ya saben, por lo de los pechos grandes y naturales.

—¡Annabelle, si! —Grito emocionada por la respuesta—Verás, Sanjay y yo tenemos una apuesta: yo siempre he creído que ustedes viven juntos y él que solo es, en sus propias palabras, tu "mujer de una sola noche", pero hace algún tiempo que no compran víveres juntos. Así que, ¿quién tiene la razón?

Colin sonríe al escucharme decir "mujer" con el acento hindú de Sanjay, pero luego hace un gesto serio.

—En realidad, ninguno—confiesa—Annabelle es mi esposa.

La palabra esposa me golpea las entrañas. Escuchar confesiones tan intimas de infidelidad por parte de un hombre casado es algo así como un pecado. Bueno no, más bien es un pecado. Creo. No lo sé. Hace años que no me paro en una iglesia.

—Me lo imaginaba—digo, y parece que a Colin no le hizo gracia que preguntara, así que hago como si no hubiera dicho nada.

Odio haber tomado confianza tan pronto. Esto debe parar...

—Y entonces, ¿qué ha pasado con ella?

O tal vez no.

—Nada últimamente—él pasa saliva, y se levanta de la caja de frutas que compartimos como asiento—. Creo que está embarazada.

—Wow, ¡felicida...! —me detengo— ¿Creo?

—Hace tiempo que estamos separados...

Luego lanza un quejido porque el cigarro se ha consumido entre los dedos y se ha quemado. Su ceño se frunce, y aún debajo de sus vellos faciales, puedo ver algo que creo, es tristeza en sus ojos. O puede ser el efecto de la hierba, quién sabe.

Me disculpo por, inocentemente, traer el tema a la conversación. Quién iba a decir que detrás de su facha de buen tipo, Colin Carter sufría por esas situaciones dramáticas. Seguro que cuando se lo cuente a Betty, se pondrá a llorar igual que yo quiero hacerlo en este momento.

—Lo siento, no lo sabía.

—Yo tampoco sabía que me engañaba, así que no te sientas mal.

Vaya, esto es peor de lo que pensé. Esto se está volviendo un confesionario de sentimientos y yo soy malísima para escuchar a la gente.

De todos modos...

—Vaya, ¡qué perra!—doy mi opinión y aunque me arrepiento por haberlo dicho, él parece darle la razón a mis palabras.

Colin mira la chamuscada piel entre sus dedos, que comienza a levantarse en pequeñas ampollas.

—Resulta que se tiraba a mi mejor amigo y todo el mundo en mi oficina lo sabía.

Mi boca se abre de par en par sin poder creerlo. ¿Quién era su mejor amigo como para engañarlo?, ¡¿una versión de él con dos penes?! Si no es así, en verdad no me lo puedo explicar.

— ¿Y qué hiciste?

—Nada—contesta, mirando hacía la pared. Como perdido.

Vaya, jamás hubiese pensado que era tan pasivo.

—¿Sabes lo que yo haría?—mi mente perversa, que ha visto demasiadas películas, habla en voz alta—Vandalizaría sus autos de manera en que quedaran irreconocibles. Ya sabes, con un bate de baseball. A ver si así lo piensan dos veces antes de "pisar a tu gallina"

—¿Pisar a mi gallina?—pregunta Colin con desagrado—Como sea, lo del bate no es tan mala idea.

En ese momento, la amena charla se torna en pesadilla al escuchar un chillido:

— ¡Marleeeeeeeeey!—escucho la voz de Linda Chang desde el almacén.

Miro mi reloj.

— ¡¿CASI UNA HORA?! Por Dios, va a despedirme. No, es más, va a sodomizarme —me levanto de un salto y corro hacia el almacén, aunque regreso ante la mirada de un perplejo Colin—. Lo siento, me tengo que ir, pero fue muy divertido hablar contigo.

—Lo sé. Normalmente la gente dice eso después de pasar tiempo a mi lado—él esboza una sonrisa.

—Ojalá que tus problemas se resuelvan pronto y que tu venganza sea placentera.

Entro al almacén dejando a Colin entre las cajas, como si fuera un gato sin hogar y me siento mal conmigo misma por darle falsas esperanzas a un hombre que ha sufrido tanto.

De todos modos da igual. Lo más que puede pasar es que después de que se le pasen los monchis, se olvide que habló conmigo, y se vaya a su lujosa casa a seguir fumando su lujosa hierba.

Bastardo afortunado.

Llego a la línea de cajas, rezándole a los cielos porque Linda no pueda oler el fuerte olor a hierba que toda yo emano a cada paso.

—El trato eran quince minutos—me dice ella, con una sonrisa falsa.

—Perdón, yo...

—No hablemos aquí, vamos a mi oficina.

Y vaya que lo hablamos. Bueno, ella no habló, ¡gritó como loca! No podía ni escuchar lo que me decía, pero seguramente todos afuera de la oficina, a través de la pared de vidrio, pudieron ver cómo manoteaba y me señalaba una y otra vez.

—Esta es tu última advertencia—dice, antes de que yo salga de la oficina.

Mi mente está en blanco. Ni siquiera recuerdo lo que me dijo. Solo puedo escuchar la voz de Shakira cantando alegremente en mi cabeza. ¡Qué pesadilla!

Después del regaño monumental de Linda, regreso a mi estación de trabajo, a marcar productos de primera necesidad como caviar, vino espumoso, botellas de Pellegrino. Ya saben, lo usual y básico.

Betty llega a mi lado y se instala para charlar cuando ya no tengo clientes en la caja. La verdad al igual que yo, ella es bastante negligente en su trabajo. Por eso ni ella o yo hemos ascendido alguna vez de puesto. Da igual, un buen sueldo no es tan bueno si no tienes con quien criticar a otras personas tan bien como Betty y yo lo hacemos.

—¿Qué hacías en el callejón, chica? ¿Le servías a Sanjay como mula otra vez? —dice ella abriendo una bolsa de papas fritas y hace un gesto para ofrecerme una.

La hierba me ha dado tanta hambre, y estoy tan desesperada por la voz de Shakira que tomo un puño de papas y me las meto a la boca sin pensarlo mucho. Todas a la vez...soy un asco.

—No vas a creerlo—comienzo con la boca llena, así que me las trago rápidamente y luego me acerco a Betty para susurrarle—Fumé marihuana con quien menos te imaginas...

—Ah, ya veo. Por eso te acabaste mis papitas, desgraciada—me mira con odio—Y, ¿con quién lo hiciste? Más vale que me lo digas rápido, uno, ya sabes que sufro de la presión y dos, antes de que lleguen más clientes.

—Sí, sí, bueno: fumé con...

No puedo terminar mi frase, y doy un grito cuando veo a mi próximo cliente en la fila—justo como había predicho Betty—cargando dos enormes bates de Béisbol:

—Hola Caja Tres, ¿qué hay?

Continuará...

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