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Epílogo


Marzo, cumpleaños de Natalia.

    

—Vamos, hija, no tenemos todo el día, nos están esperando en casa del abuelo Carlos.

     Juro que intentaré a lo largo de los próximos años centrarme en enseñar a Natalia a decidir rápidamente en su vida, que pronto tendrá que hacerlo para vestir a su gusto, salir con chicos o estudiar una carrera. No puede tenerme más de una hora esperando a que ella elija su regalo, cuando falta solo otra media hora para que empiece su fiesta de cumpleaños. 

     —Un minuto más, mamá, son todos tan bonitos…

      —Pero, Natalia, creí que ya traías una idea hecha.

      —No puedo, mira que ojitos tiene este, y mira esa bolita de pelo negro.

      —Solo un perro, Natalia, no caeré en tus chantajes para más de uno.

      —Está bien, que entren todos porque necesito ayuda.

      Madre mía, que estamos en un refugio de animales, no escogiendo su vestido de novia, no podemos entrar toda la familia a decidir por uno solo de los perros. 

     Nos tomarán por locos.

     —Natalia ¿qué tal este? es pequeño y…

     —Que venga la abuela Esperanza, si ella me deja que meta a ese grande en el piso, me gusta más. Pero también necesito a la abuela Lucía, no sé si ese otro perrito tan mono puede viajar a Mánchester sin bozal en el avión. Y a tío Javi, mamá, llámalo. 

     —Pero, cariño, si no está fuera. Lo tendrás que eligir tú por él —le digo mirando la hora, estoy apunto de alcanzar el umbral de mi paciencia maternal y empezar a pegar gritos. 

     Total, que más da la opinión de Javi. Él se desvive por su sobrina, vive por ella. No lo creo capaz de ponerle una mala cara después de aquello. ¡Cómo para decirle algo malo de su perro ahora!

     —Pero cuando vaya a verlo a su casa nueva, no sé si será bueno un cachorrito que le pueda partir algo, o uno mayor que entienda si se le riñe.

     «Verdad, Javi, mira que mudarte a cientos de kilómetros de nosotros. Ya te vale a ti, porque cuando vayamos a verte tendremos que llevar al perro, porque no veo yo a tu madre cuidándolo de gratis, que bastante tendrá con soportarlo ya la semana que le toca Natalia. ¡Si fumabas en las ventanas, joder, recuerda lo maniática que es Esperanza con la limpieza!»

     —¡Espera! —me grita cuando ya salgo a por sus abuelas. —Trae al abuelo Joaquín, le tiene que gustar también, para pasearlo por el barrio cuando salga a correr. Y al abuelo Billy, que no se nos olvide, el perro tiene que saber inglés o no se entenderán nunca. Además, tiene que tener buen olfato porque el tío Jacob es policía, que venga también él para aconsejarme. Y llama a Iris, por favor, porque se lo voy a prestar para sus fotos y tiene que gustarle a ella también. 

     Menos mal que no se ha acordado de Ruth, porque me veo facturando a la niña y al perro para mandarlos a Boston para que ella y Jota, que ya viven juntos, les enseñen matemáticas a los dos.

     Hace un rato que estoy flipando, somos ya tantos en su corta vida de ocho años que ahora nombrará a mi hermano y su primo, los Carlos chicos. El viejo Villamartín no, él todavía no me quiere a mí en su casa así que no me preocupa, porque no la querrá tampoco a ella ni a su perro. Pero eso no es excusa para pisar la casa de su abuelo Carlos. Él sí permitirá que Natalia lo lleve al río, al que es su columpio, a jugar con el perro que tuvo que dejar Carolina cuando la detuvieron, aún le quedan meses por volver y el animalito está muy solo. 

     Pero bueno, ellos no están aquí afuera esperando, lo hacen en la casa con toda la fiesta preparada, ¡y nosotras ya llegamos tarde! 

     —… ¿podemos mandarle una foto a los Carlos chicos, y al abuelo Carlos para que me den su opinión? —la he parido, no puedo decir más.

     —Claro, cariño, habla con ellos.  —Le doy mi móvil para que les pregunte en un audio de WhatsApp, ¿qué más da que lleguemos tarde ya?, después de todo no pueden empezar su fiesta Disney sin ella. Sí, prefirió montársela por su cuenta a ir a París y guardar cola para entrar en las atracciones—. Pero… ¿no se te olvida alguien? —le pregunto cuando Andrew entra a buscarnos. 

     Mi Guapo nos hace el gesto de señalarse el reloj de la muñeca. Yo le digo con los ojos que la niña todavía no tiene claro qué perro quiere adoptar. Está acostumbrado y sabe que tiene que esperar un poco más. 

      —Nooo…  —dice, cuando empieza a buscar el contacto de su tío y su abuelo en mi teléfono— …a Andy le gustará el que me guste a mí. 

     «Anda, coño, ¿tan segura está de tenerlo en el bote?» 

     —A Andy no le gustan los perros, cariño. —Siento abrirle los ojos, Andrew me mira molesto, es un secreto que no quiere desvelar a Natalia para no desilusionarla. 

     —Por eso mismo. Nuestra casa de ahora es grande y me ha dicho que puedo meterlo en mi dormitorio…

       —Natalia, cariño, la fiesta de tu cumple va a empezar, nos tenemos que ir ya.  —Andrew interrumpe semejante información. Y una mierda lo meterá ahí. 

     Ella lo mira a su espalda, y el guapo que se entiende igual de bien con mi hija que conmigo, solo con mover los ojos, le dice que se calle y que elija rapidito. 

     Revalido mi sobresaliente en Miradas del Guapo. 

     —Este  —señala Natalia, dejándome en mal lugar. 

    Yo llevo una hora aquí dentro y no he sido capaz de hacerla reaccionar, y Andrew solo tiene que abrir sus bonitos ojos negros, sacarlos de sus perfectas y simétricas cuencas y sonreír como él sabe para conquistar, y ella va, y ya tiene decidido qué perro quiere llevarse a casa de todo el mundo que conoce.

      —¿Le has dicho a Natalia que puede meterlo en su dormitorio?

      —Solo será hasta que vengan los bebés, mamá.

      —¿Y eso por qué? —Pregunto siguiendo una conversación con la que obviamente no voy a estar de acuerdo, porque el perro irá a la cocina. 

     —Porque yo cuidaré de ellos y la cuna tiene que estar conmigo.

      —Pero bueno, me llevo semanas organizando una megafiesta de cumpleaños de princesas para que todo salga genial, y vosotras os ponéis media hora antes a hablar de perros y bebés que aún no llegan a nuestras vidas, y de dónde dormirán todos ellos en casa. No os entiendo, de verdad que no, vais a tener que darme el manual de Chicas Rincón, porque mira que la abuela Lucía también se las trae cuando quiere.

     —Tú no has sido, ha sido Rachel en la Organizadora  —dice Natalia, tan pancha. 

     Sabe tan bien como yo que Andrew no se ha encargado de nada, que por sus continuos viajes para venir a vernos dejó en manos de su equipo de Mánchester, y de su nueva socia, la organización de su fiesta. En cuanto al trabajo, en verdad, él tiene la cabeza ocupada en la ampliación de su empresa aquí, donde vivirá con nosotras cuando estemos los tres preparados. 

     Fui yo, esta vez, la que lo organizó así, ya era hora de tener voz y voto con mi hija y su guapo. 

    Tengo ocho años que recuperar de Natalia y quiero un tiempo para nosotras a solas. Porque luego vendrá el resto de Bakers a casa y ya tendremos que dividir nuestro cariño entre ellos tres. 

     Los ojos de Andrew enfurecen. Natalia y yo nos miramos sorprendidas, ¿estamos enfadándole, cuando él no puede ni molestarse un poquito con nosotras? Noooo, ni de coña, eso es imposible.

     —Natalia sal a decirle a todos que ya tenemos perro y que vayan subiendo a los coches, que llegamos tarde a casa de tu abuelo Carlos —dice Andrew sin dejar de mirarme, ahora ya me gusta más su mirada. Pícara, golosa.

     —Pero, Andy…

     —Cariño, ve, por favor. Ahora yo te llevo el perro. ¡Y cierra la puerta! —grita en lo que parece ser un enfado, y ojo, digo parece porque sé de sobra por su propio manual de conducta que nunca se enfadaría con Natalia ni conmigo.

     Mi hija se deja engañar por el guapo. Corre asustada entre tanto ladrido de perro que se ha alterado con el grito de Andrew. Es como aquella vez en los jardines de la boda, quiere quedarse a solas conmigo y le ha importado poco cómo lo ha conseguido. 

     Retrocedo mis pasos, no voy a caerme como entonces, pero no puedo evitar tirar un par de cosas de la mesa que hay a mi espalda, cuando choco con ella.

     —Creí que no se iba nunca  —dice él mientras apoya sus manos en la mesa, a cada lado de mis caderas.

     Me alcanza su calor, el mío nos abrasa. 

     —Andy, el perro… —le digo dejándome atrapar por él. Por sus labios en mi cuello, por su entrepierna sobre la mía. Necesito el aire de su boca, que a mí me falta de la mía, no puedo respirar. 

     Saco la lengua y humedezco mi labio inferior. No tardará en besarme 

     —El perro no va a ir a ninguna parte.

     —Pero la fiesta… —en tres, dos, uno… Desconecto mi razón, que Andrew va a besarme.

     Los ladridos son más fuertes, mis gemidos no se oirán. 

     —Tranquila, no empezará sin nosotros.

     —¿Es que no puedes esperar a llegar a casa esta noche? —Consigo decir antes de que me bese el cuello, la oreja, y otra vez el cuello. Ya no puedo decir más. Y no, no va a esperar.

     —Has salido de casa esta mañana con el pelo verde —me dice pasando su nariz por mi cuello, me estremece su aliento, me excitan sus besos húmedos— y mira ahora cómo te encuentro, ¿tú qué crees?

     —Que no eres daltónico y que  distingues bien los dos colores. Parece que el rojo y negro me sienta muy bien, ¿a que sí? 

      💝💝💝💝💝💝💝💝💝💝💝💝

Ya solo me queda decir.
                          
       Fin 🙋🏼‍♀️

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