Capítulo 9 C
MENTIRAS QUE MATAN.
Al regresar a las salas anteriores, Andrew no me deja a solas. No podemos tocarnos o besarnos delante de la gente que lo cree casado todavía, pero ya no tengo nada que temer, he olvidado los celos y la envidia. Después de lo ocurrido, mientras cenábamos, no tengo dudas, Andrew es mío.
Paseamos entre la gente, que ahora sí me presenta. Me cuenta quiénes son, o quiénes pretender ser en el círculo social de Mánchester.
No hay un solo hombre de los que saluda que no lo felicite por su “hermana”, ni una sola mujer que no admire mi vestido.
Puedo sentir el orgullo de Andrew con todos ellos, los celos de todas ellas conmigo, que voy de su brazo.
—La gente me mira mucho, Andy —le digo preocupada. No consigo olvidar que está casado de cara al mundo. Ese mundo al que miente.
—Normal, ¿te he dicho ya que estás hermosa, mi querida emperatriz? —Andrew acaricia mi rostro con sus labios, en un beso inexistente, cuando me habla al oído.
Cierro los ojos y sonrío. Quiero capturar el aire de su beso en mi memoria.
—Lo dices solo para que me olvide de ellos, que no piense que hoy solo soy tu hermana.
—Te lo digo porque es verdad, porque estás hermosa.
—Andy...
Como siga hablándome de esa manera, caliente e íntima, voy a provocar el divorcio más sonado de la historia de Inglaterra, que ni los habidos en su Casa Real el siglo pasado. Me lo como enterito, sin uvas, sin queso, y sin ropa, porque lo desnudo aquí mismo.
—Pero también por ellos —me dice volviendo a Roma, a nuestra conversación, a nuestra realidad—. Y te prometo que pronto llegará el día en que pueda decirlo a gritos. Dame algo más de tiempo para ir despegándome de Camille.
Abro los ojos. No me gusta lo que veo. Su gesto serio, triste, que a punto está de ponerme triste a mi. ¿Por qué se pone así? En algún momento tendrá que hacerlo, yo no puedo enfrentar su enorme mentira cuando bastante tengo ya con las que traigo de fábrica.
Me dan ganas de besarlo, pero me contengo.
—El que necesites, Andy, de verdad. Ayer no tenía esperanzas y hoy sigo aquí contigo —le garantizo con mi sonrisa.
—Y yo estaré hasta que tu quieras que esté, cariño.
Me alegra saber que su garantía es para siempre, porque para siempre lo quiero a mi lado.
Ámber no tarda en aparecer en escena, repuesta ya de su arranque de locura, su ducha de champán y su empacho de celos, para joderlo todo un poco más. Parece que al fin asimilará su derrota, o al menos no demuestra lo contrario cuando me ve del brazo de Andrew. Con nuestras cabezas tan juntas, nuestras bocas tan cerca.
—Hay un problema con la prensa, Andy. Piden cinco minutos en el interior.
—No veo el problema. Eso tiene que decidirlo el director de la galería.
—Pero si improvisamos un photocall para ellos, no tendremos que molestar a nadie, parecerá que es parte del evento y de nuestra organización. Podemos ofrecerles una copa para la espera.
—Será todo muy precipitado. No termino de verlo, Ámber.
Ni yo, y eso que solo soy una estudiante de matemáticas.
En cambio lo que yo veo con luces de neón es a ella rabiando por separarme de Andrew, aunque sea con la excusa del trabajo. Si esto va a repercutir en el bien de su empresa, seré yo la que quede mejor que ella.
—Ve, Andy, cariño, si la prensa está contenta, dará publicidad gratuita a la Organizadora y saldréis ganando.
Ya no vale nuestras miradas o nuestras pícaras sonrisas. Son nuestras manos enlazadas las que se buscan en caricias de despedida, para que Ámber no dude de que estamos juntos.
Bien, Roma fue tan poderosa que tengo mucho que ver todavía por aquí mientras espero a Andrew.
Me doy otra vueltecita por el Imperio.
Me regalan un tríptico publicitario con el programa de la exposición, con el horario y fecha de cierre incluidos. Lo ojeo por encima. Lástima que en los próximos días no haya ninguna muestra audiovisual. Puede ser una buena excusa para volver a Mánchester si Andrew no me lo pide antes de mayo, que finaliza.
También me ponen por delante una bandeja de canapés, sonrío, no me apetecen en absoluto a menos que Andrew esté aquí para comerlos conmigo entre beso y beso de queso.
Le digo que no a la muchacha, con la cabeza, y le doy las gracias. Creo que desea deshacerse de lo que queda en su bandeja porque insiste de nuevo en una segunda vuelta. ¡Qué intensa es con su trabajo!
Y yo le insisto una vez más en que no quiero comer nada.
Pero cuando se pone tan pesada, a menos de media docena de ellos para terminarlos, ya me ha convencido.
Cojo uno y me lo llevo a la boca.
Mientras mastico, encuentro una textura crujiente en el interior de la crema de salmón, una que no recuerdo haber probado desde hace años.
Y al tragarlo, lo hago ya desconfiada.
Busco a la camarera que me lo ha dado, entre la gente. No la veo. ¿Estará en la zona habilitada como cocina? Quiero buscarla, pero tampoco veo la salida de esta sala al alrededor mío. Me pongo nerviosa y detengo al primer chico de la empresa de catering que veo.
—Disculpa, los canapés de crema de salmón y miel... ¿qué llevan dentro?
Me duele el estómago, pero no sé si es cierto o es sugestión. Total, tan repentino solo sería por una dosis pura, nada de trazas. No puedo ponerme histérica sin escucharlo de su boca antes. No tiene por qué ser una almendra.
Respiro y espero impaciente su respuesta.
—Nada, señora. Las semillas que ha podido notar en la miel, son de mostaza.
—No, eso no es —le digo mientras le cojo del brazo, para que me diga la verdad.
Eso lo he diferenciado en el paladar perfectamente. ¡No soy tonta, solo soy alérgica a las almendras y me estoy poniendo de los nervios, joder!
Noto una nueva punzada en el estómago que me dobla por la mitad, ¿tan inmediato es esta vez? Me agacho para encontrar alivio al tiempo que me asusto, no recuerdo cómo fue con trece años.
Quizá me dé tiempo a llegar a la entrada donde encontraré a Andrew con la prensa, necesito ayuda y no conozco a nadie más.
Pero de repente todas las salas me parecen iguales. Gente hablando, riendo, muchas cosas viejas y extrañas a mi alrededor.
Y la salida que no la veo.
Me palpo la boca, además me pica, me pica como nunca lo hizo.
Ya no tengo dudas cuando noto el calor de mis labios hinchados, cuando la visión se me vuelve borrosa porque mis párpados toman ejemplo y se inflan también.
Joder, joder, joder. ¡Qué sí era una puta almendra!
Estoy teniendo una reacción alérgica de caballo, que me impide respirar, y si no me pongo mi dosis pronto, puedo entrar en shock anafiláctico.
Me siento sacudida por los brazos. Y aunque veo con dificultad, porque lo hago además en monocolor amarillo, puedo distinguir a quien tengo delante. Es Andrew, me ha encontrado él. Ya no estoy sola.
—¿Qué te pasa, Elena? —me parece leer en sus labios.
No puedo hablar, la garganta se me cierra, y siento mis ojos hinchados cada vez más, no sé si lloran, pero escocer, sí que me escuecen los cabrones.
Andrew se deja caer conmigo al suelo, para poder tumbarme, yo le señalo el bolso que llevo colgado al hombro. Tengo en él mi inyectable, lo llevo siempre conmigo por casos como este. Siendo niña, y antes de descubrir mi alergia, me dio un chungo que ríete tú de este que me tiene tirada en el suelo delante de cientos de personas desconocidas.
Cierro los ojos, pero alcanzo a oír cómo Andrew pide ayuda para poder abrir el bolso porque que él no sabe hacerlo.
Mi sueño de pisar Roma es tan auténtico que no habré sido envenenada como los mejores emperadores, pero sí intoxicada.
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Buenas chic@s!!! Estoy que no me lo creo, ¿qué ha pasado con esa almendra?😠
La fiesta ha llegado a su fin, no quise hacerlo, de verdad, pero tenía que poner a prueba a Andy de alguna manera, 😬 la cena estuvo bien, pero tenía que llevarlo al límite, ¿qué ha sentido él al ver a Elena así?
No te descubro nada nuevo😂, ya sabe cómo se hace, NEXT➡️
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