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Capítulo 9 B


MENTIRAS QUE YA NO EXISTEN.

Tengo que compartir mi noche. No me perdonaría nunca estar en la antigua Roma con un teléfono móvil y no dar muestra de ello para la posteridad. A falta de Instagram para el mundo entero, mando un mensaje por WhatsApp a mi amiga Ruth.

     Es un selfie de mi sonrisa, peinado y vestido. Procuro que se vean las columnas a escala real 1:15 metros del Panteón por detrás de mí, con alguna que otra reproducción de mosaicos.

     Y todo ello con el texto:

“Cuando conozco al amor de mi vida, y él pone Roma a mis pies”

     A lo que ella me contesta en dos minutos, cuando estoy flipando con ánforas, ollas, copas y toda una vajilla completa de cerámica.

Eso mismo sentía yo en las clases de Jota. Él supo regalarme el universo de Galileo”

     Si va a estar conectada mejor la llamo. Espero dos segundos, lo que tarda en llegar el sonido de la llamada a España.

     —¿Te llamo para compartir mi felicidad, y tú me la superas? Te odio, y odio a ese hombre que te ha conquistado.

     —Por lo que veo, otros conquistan Roma

     —No te lo puedes ni imaginar, Ruth, es el hombre perfecto. Piensa en Jota, elévalo todo al cubo y llámalo Andy.

     —Me valía con el cuadrado para hacerme una idea, pedazo de guarra.

     —Y espera a que esta noche esté en sus brazos y...

     —Ups —me dice ella cayendo en algo.

     —¿Qué? —le pregunto asustada, después de todo ella es la experta en relaciones. Cinco años viviendo con un mismo novio y siguen como el primer día, bache de la separación aparte—. ¿Qué?

     —Estás enamorada.

     —Pues claro, tonta, te lo estoy diciendo ¿te han dado un golpe en el gimnasio? —No tiene otra explicación, una tía tan inteligente como ella y que no me haya entendido, es para preocuparse. Hace taekwondo desde septiembre y aún no lo domina del todo, puede ser eso.

     —Digo que de verdad estás enamorada, taruga. Que esto no se asemeja a nada que hayas tenido desde Rubén.

     —No claro, soy más adulta -me justifico.

     —Y más exigente también, por eso hablas que parece que te hayas tragado un algodón de azúcar.

     —Puede que tengas razón, pero no he dejado de ser yo. Esta noche cuando toque a Andy, mis manos elevarán a la máxima potencia su po...

     —Para, Elena, no sé si quiero terminar de oírlo.

     —¿Quién es la remilgada ahora? Porque Jota será mucho de teorema y de la ecuación del amor, pero bien que le gusta ponerte mirando a Pompeya

     —Te odio, cochina —dice riendo—. Pero me encanta saber que eres feliz.

     —Y yo te quiero a ti, tonta, y más cuando tú también has alcanzado tu felicidad —me da tiempo a decirle, riendo, antes de colgar.

     Cambio la foto del estado de mi WhatsApp. Y es que estoy en la sala de vestidos y togas romanas y me ha venido la inspiración al ver el mío. A cada cual más alucinante con sus colores y tejidos, pero no por esas pueden igualarlo. Me veo guapa, no todos los días puedo ponerme algo tan bonito. Y tan caro. Por eso veré cómo hago para pedirle el dinero a mi padre, cuando regrese, para devolvérselo a Andrew.

     Camino por la sala y me detengo frente a un vestido, copia exacta de uno que bien podría haber vestido la mismísima emperatriz Livia Drusilia, como dice el cartel con la leyenda.

     —El tuyo es más auténtico.

     Reconozco a mi lado la voz de Ámber y me estremece su amabilidad, no la siento sincera. De mí para ti: lo que ha dicho me ha sonado más a envidia y a cuchillo penetrando en la piel de mi espalda, que a cortesía.

     —Gracias.

     Si quiere que le diga algo del suyo no lo haré. Le falta tela, no es un vestido.

     —Vale cada penique que Andrew ha pagado por él.

     No quiero mirarla, eso sería darle un mínimo de atención y esta mujer no termina de gustarme.

     Lamento que Andrew haya cargado el pago de mi vestido a la cuenta de la Organizadora.

     No. De eso nada. Me alegra que ella sepa lo que él está dispuesto a regalarme.

     —Más que un regalo desinteresado, parece que es para agradecerte algo.

     La mato. Solo tengo que volver a la sala de armas personales de la legión romana para elegir qué daga o espada voy a utilizar con ella. Un pugio sería idóneo. No me considero violenta, pero a cualquiera que me llame puta puedo cerrarle la boca.

     —Debes valerlo bien.

     Puta, y cara, anda que se va a quedar corta en el insulto.

     —Más que otras, seguro. -Yo se lo he largado, no podía callarme, luego que ella piense ya lo que quiera. Si quiere recogerlo...

     Un hombre, con una bandeja, nos ofrece una copa de champán. Yo la rechazo, presiento que a falta de cuchillo en mi mano puedo sacar la choni que llevo dentro y partirle la copa en la cabeza. Quiero que mi noche sea única y quiero recordarla el resto de mi vida, y no por ser detenida en Mánchester. Ámber no, ella la toma y me sigue a la siguiente exposición cuando ve que me voy de su lado.

     Con lo grande que fue Roma y todo lo que hay que ver, y ella pasa de largo y se sitúa de nuevo junto a mí, mirando lo mismo que miro yo. Volviendo a joderme con sus palabras.

     —No había visto a Andy tan preocupado por nadie desde Camille, debe de ser extraño eso de tener una hermana a su edad.

     Se acabó, tiene toda mi atención. Ha nombrado a Camille, nos ha emparentado en un incesto y ha fingido no saber que Andrew siente por mí algo más que responsabilidad.

     ¡Y encima lo llama Andy sin estar presente!

     Perdona, pero no me creo que haya sido un ataque casual sin medir antes las palabras hirientes. No me ha visto y simplemente ha dicho: “Voy a ver a Elena para darle un poco de conversación, que está muy sola la criatura” . Seguro que no. No puedo apostar con nadie, porque de verdad estoy sola, pero dudo que no ganase yo si digo lo que de verdad piensa esta mujer: “Zorra de pelo verde, Andy es mío. No pude con Camille, pero tú no me lo quitarás”

     No me sale una sonrisa, ni siquiera hipócrita. Pero me viene bien este gesto serio para enfatizar mis propias palabras dañinas.

     Me giro a la derecha, y ella me enfrenta la mirada.

     —Tú lo has dicho, valgo mucho. Y no creo que Andrew piense en mí como en una hermana cada vez que me mira, me besa o me folla.

     Siento haberlo dicho de manera tan chabacana pero necesitaba dar yo el golpe definitivo. Andrew sabrá entenderlo, no puede estar tan ciego con esta mujer.

     He conseguido dejarla blanca además de hacerle poner cara de acelga otra vez. Me retiro un poco, no vaya a ser que me lance la copa de champán a la cara, no voy a darle el gusto de mancharme el vestido.

     —Dudo que Andy haga semejante vulgaridad.

     Nada, que está empeñada en hacerme pasar un mal rato aquí, en el paraíso romano este que tanto me gusta.

     Está visto que tendré que darle un escarmiento.

     —¿Por qué?, ¿Porque no te lo ha hecho a ti? Pregúntale a tu amiga Camille cómo de vulgar es en la cama.

     Y ya está, que me deje en paz, que Andrew viene hacia nosotras y no quiero discutir con él por culpa de ella.

     Pero si antes creí que me lanzaría la copa a la cara, lo que hace, me deja totalmente a cuadros. Mis ojos no dan crédito a lo que ven. La muy descerebrada se echa ella por encima la bebida, en lo que falta de su vestido, precisamente. El escotazo por el que le chorrea champán hasta las bragas, que no aseguro que lleve.

     —¿Qué tal? ¿Lo pasáis bien? —pregunta él sin imaginarse nuestra conversación—. Pero, ¿qué ha pasado?

     —He tropezado, Andy, lo siento -le digo yo antes de que ella pueda dárselas de víctima. Al fin me va a servir tanta metedura de pata, caídas y derrames de bebida delante de él.

     Sonrío con cara de despiste. Andrew me creerá, y ella no lo sabe todavía.

     «Gracias por la zancadilla de esta mañana, Ámber. Torpe o no, te la devuelvo ahora».

     —No te preocupes, cariño, Ámber sabrá qué hacer. No ha sido para tanto ¿verdad? —le dice a ella.

     Ca. Ri. Ño. Otra vez. Como suena.

     Y me lo ha llamado a mí. Miro la mano que me coge, cuando entrelaza nuestros dedos. No voy a poder hablar.

     Y no soy la única.

     Ámber sonríe nerviosa, me parece que mira nuestras manos y no puede articular palabra tampoco, pero lo intenta. Así trague bilis al hacerlo.

     —Claro, Elena, no te preocupes, no ha sido nada.

     Yo sonrío, no tengo espejos ni cristales en los dientes, pero sé que ella ve el brillo en ellos. La actriz principal se carga a la secundaria. Bravo.

     —Discúlpanos, Ámber. Voy a presentar a Elena.

     Nadie dice nada más, me lleva con él y la dejamos tirada.

     Andrew camina, y yo voy a la zaga como puedo con los tacones y la rodilla jodida. Atravesamos las diferentes salas de la exposición. No sé a dónde vamos, no hemos cenado aún. He estado tan absorta en el siglo II a. C. que no me he dado cuenta que los canapés pasaban a mi alrededor.

     Y tengo hambre.

     Andrew termina nuestra alocada carrera frente a una puerta cerrada. Se detiene a mirar a un lado y a otro, para luego abrirla.

     —He tenido que mover un par de hilos —me dice en la más absoluta oscuridad que estamos—. Y como he prometido dejarlo todo intacto para dentro de una hora cuando la abran, me han dejado usar esta sala en privado.

     Y enciende las luces.

     Me quedo con la boca abierta y con unas ganas enormes de hacer una foto y mandársela a Ruth con un mensaje que diga: Hoy el Imperio Romano cae ante mí. ¿A ver qué me cuenta ella de su novio y las estrellas, ahora?

     —No te ha gustado.

     Andrew me mira, sigo callada.

     —Elena, di algo. Cuando dijiste que Roma te gustaba pensé que sabías de lo que trataba esta sala.

     Lo beso. No puedo contenerme más tiempo. Él me sujeta por la cintura, pegándome a su cuerpo. Nuestras bocas, sedientas después de meses, se encuentran de nuevo en un beso suave, pausado. Uno que arde en nuestros labios.

     Andrew acaricia con su lengua la mía, yo con mis dientes se la muerdo.

     —Es perfecto —le digo terminando el beso con un suspiro en su boca.

     Tomo su mano para llevarlo hasta los divanes, entre cojines de muchos colores, de telas muy finas. Nos sentamos en ellos hasta terminar tumbados de lado, cada uno del suyo izquierdo, con las cabezas juntas. Delante nuestra hay una mesa baja en forma de U que tiene dos platos grandes, uno de uvas y otro de quesos. Sonrío cuando cojo un trozo.

    No veo yo que en Roma hubiese camenbert.

     —Tenía que improvisar con lo que había en el catering —me dice encogiendo sus hombros— ya sabes lo que dicen: uvas y queso...

     —Pero nunca serán tan buenos como los tuyos.

     Le acerco el pedazo de queso a la boca, que él abre hasta chuparme los dedos. De esta no llego a las uvas, porque me lo como yo a él. No quiero otra clase de besos. Andrew juega con mis dedos, los chupa sin dejar de mirarme.

     —Mierda —dice de pronto—. No tenía que haber prometido nada. Una hora será poco.

     Me coge la cara por el cuello y profundiza con su lengua en mi boca.

     Después de muchos besos y caricias, y de comer entre risas, estoy pasando mi nariz por sus labios en un recorrido perezoso, cuando suena la alarma de su móvil. Reímos. Nuestra hora ha terminado, debemos salir de esta burbuja temporal para volver al siglo XXI.

     **********💝💝💝💝**********

Ay, ay, ay, in love con este hombre que no? 😍
     Elena está en una nube, lo entiendo, que espero y le dure mucho, también. 😂
     Pero claro, es el libro de su historia y estamos al 50%, ¿cómo no será la hostia que se pegue, de esa nube? Jajajaja
     Venga, que te invito a una 🥂 y lo vemos en los siguientes capítulos, de los siguientes días en Mánchester.
     Gracias si te retiras aquí, no te lo recomiendo, pero🤷🏼‍♀️...

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