Capítulo 9 A
EL TRIUNFO DE NUESTRA MENTIRA.
La puerta del edificio se abre, tras apagarse las luces, y un largo vestido rojo viene en nuestra dirección.
Mucha tela falta en ese escote en V profundo y poco abrigo veo yo para el frío mancuniano de diciembre.
La mujer de esta mañana, la pelirroja con cara de acelga, lo que no quita que sea una acelga hermosa, todo sea dicho, es quien lo viste.
—Ámber vendrá con nosotros, como socia de la Organizadora que es.
—¡Que ilusión!
No le he pedido referencias de ella, no tiene que convencerme de nada, es su coche, su fiesta, su invitada.
—Voy a trabajar, Elena, no sé qué pensabas que haríamos en la Galería.
—Nada, no pensaba nada en especial.
—Siento la confusión. Mientras trabajo, en la fiesta podrás divertirte y conocer gente. Vas a pasarlo bien, ya verás.
Madre mía, el que parece ahora gilipollas es él.
—Seguro que sí. —No voy a dejar que vea lo decepcionada que estoy cuando esa mujer está a pocos metros del coche ya.
Y ahora él me dice, bajando la voz:
—Cambia ese tono estúpido. Ámber es una amiga y ha sido un gran apoyo estas semanas para mí, tú menos que nadie puede sentirse ofendida.
—¿Por qué será que no me sorprende que no se pusiera de parte de su amiga Camille?
—¿Camille? Vuelves a equivocarte, yo hablo de mi desilusión por ti.
Debido a la sorpresa, dos segundos tardo en reaccionar.
Pero es demasiado tarde.
Cuando voy a retenerlo y agarrarle del brazo, él baja del coche para abrirle la puerta a ella. Todo un gentleman que hoy podría haberse ahorrado ser.
¿Puedo vomitar ya que no me puedo tragar los celos?
Andrew le ofrece la mano para ayudarla a subir al coche, y no me extraña, el vestido se puede partir solo con levantar la pierna, ¿podrá respirar o buscará hacerlo a través de la boca de Andrew?
Buenas noches, Andy.
¿Y yo qué, no estoy en el coche? No le saco el dedo porque tengo educación y no quiero que Andrew se enfade conmigo por atacar a su amiga.
—Hola, Ámber, soy Elena. Disculpa que esta mañana no te dijese nada, Andy no me dejó con la historia de mi caída.
He metido la cabeza entre los asientos delanteros para saludarla, para sacarla de sus casillas más bien, vista la cara que me pone.
La que pongo yo. Porque antes de volver a mi posición veo cómo Andrew se sienta junto ella. Cierro la boca para que no se note mi asombro cuando un chófer ocupa su lugar al volante.
—Buenas noches, señorita Elena.
Sonrío. No es la primera vez que Jacob me trata con tanta educación, ya en la boda de mi madre tuve el placer de conocerlo cuando nos llevaba a la celebración. Es empleado de la Organizadora, y si no fuera porque Andrew viene también en el coche, sería el más guapo de toda la empresa.
—¿Cómo estás, Jake? —le pregunto con una sonrisa.
Me dio esa confianza para tutearle desde el primer día y vista la poca gracia que mi saludo les hace a los socios, y mejores amigos, sentados aquí detrás, le planto dos besos en las mejillas para que sea completo del todo.
He podido ver las caras de Andrew y Ámber mientras lo hacía. Uno está cabreado, juraría que mucho, la otra abochornada, juraría que más.
Y como esta cara de acelga y su guapo acompañante no van a arruinar mi noche, meto la cabeza por los asientos de nuevo y pregunto con hipocresía:
—¿Y es cierto que habrá muchos famosos en la fiesta, y que también estará la prensa? ¿Qué prensa es, la rosa o la de cultura? Porque... ¿qué se inaugura en la galería? Todavía no lo sé. ¿Vamos a cenar allí o solo será un cóctel previo?
Andrew no me mira, lo hace por su ventanilla, pero aun así veo el hoyito que se le marca con una sonrisa, en su perfecto pómulo izquierdo. ¡Qué hombre, por Dios! Me ignora y más me gusta. Solo por eso podría besarlo en cuanto bajemos del coche.
Pero por ahora no quiero provocarle un infarto a Ámber. Ni si quiera estando muerta la dejaré que me reviente la noche.
Estamos llegando, se nota por el corte de tráfico en Mosley Street y por la cantidad de gente que hay ya en la puerta principal de la Galería, esperando para ver aparecer a tanto famoso. Los flashes de los fotógrafos iluminan parte de la fachada del edificio, haciéndolo más poderoso con sus robustas columnas.
Jacob tiene que dejar el coche unos metros antes. Iremos caminando. Le doy las gracias, y antes de poder darle también un beso en la mejilla, Andrew abre mi puerta y me da la mano, a mí. Me quiere ayudar a bajar solo a mí, a la que no se le puede partir el vestido.
—Ya puedes irte, Jake —ordena con voz firme Andrew.
«Lo siento, Jake, hermoso, en otro momento te besaré, que el guapo manda y para eso él ha organizado esta fiesta. Gracias por sus celos»
Tomo su mano y salgo al exterior. Todo me parece tan bonito, con tanto glamour y tanta luz que me alegro de participar en tan magnífica velada. Sonrío, ya le daré las gracias a Billy por hacerme venir.
En casa nunca tendré la oportunidad de ir a nada parecido. Mi verdadero padre no creo que quiera presentarme jamás en su alta sociedad, y mis hermanos..., bueno, esos me matarían antes de consentir que él me diese mi lugar o mi parte de la herencia.
Del barrio está claro que no saldré nunca para ver nada parecido a esto.
Los focos azules que, desde el suelo en cañones de luz, iluminan las columnas, dejan ver unas enormes banderolas que cuelgan en ellas. Se puede leer con letras doradas el motivo de la exposición que a partir de mañana se podrá ver en la galería. LA ANTIGUA ROMA EN EL NUEVO SIGLO.
—Es precioso, Andrew. ¿Roma, en serio?, me encanta. No puedo irme de aquí sin verlo esta semana.
—Tengo mano, podré colarte —me dice sonriendo.
Nos miramos a los ojos, recuperando esa sintonía que habíamos encontrado en el interior del coche. Una sonrisa y un acercamiento que tienen mucho que ver con seguir cogida a su mano después de salir del coche.
—Andy, tenemos que entrar.
La voz de Ámber me chirría, pero no tengo que decírselo yo, él lo hace por mí.
—Adelántate tú. Yo entro con Elena.
Ay, que me da, que el guapo quiere estar conmigo desatendiendo sus obligaciones. ¿Puede hacer eso? Bueno, es jefe, no solo socio, supongo que sí puede hacerlo.
—¿Me permites? —Me pregunta con una sonrisa de guapo perfecto. Dobla su brazo y espera mi respuesta.
—Encantada.
Y juntos nos dirigimos a la alfombra azul, a juego con los estandartes de las columnas, que asciende por los escalones.
—Tengo que reconocer tu acierto con el vestido —me dice Andrew cuando me ayuda a quitarme el abrigo, ya dentro de la primera sala.
Estoy mirándolo todo como haría Natalia en Eurodisney, en el pabellón de las princesas. Noto mi sonrisa tonta porque yo sí que tengo un príncipe al lado. Esta noche lo llamaremos emperador romano, por favor.
—No creo que lo digas por su precio, ¿verdad? —le sonrío.
—Lo digo porque estás preciosa. Ninguna otra mujer parece una diosa romana.
Bajo la mirada, avergonzada por su piropo. Quiero ver mi vestido con disimulo. Es cierto que es bonito, es espectacular, tan sacado de esta época que parece auténtico. ¿Y qué decir del resto de mi apariencia? Incluso recuerdo el lazo negro que ata mi pelo y que me he puesto solo para esconder las horquillas.
—Será por eso que no he podido dejar de comprarlo, Roma me fascina —digo elevando la mirada a sus ojos. Brillan, y su rostro sonríe.
—Elena. —Él da un paso, que si no fuera por nuestras manos unidas en nuestros pechos, ya estaríamos unidos por completo.
—¿Si? —No puede decir mi nombre de esa manera y no pretender que yo no suspire.
—No te lo he dicho hasta ahora, pero me gusta que estés aquí.
—¿En la Galería?
Andrew ríe a carcajadas. La gente tan elegante, tan comedida, a nuestro alrededor, no parece entender que alguien pueda reír así. ¿Estarán amargados?, que pena. Con lo bonito que es ver a una persona reír así de feliz contigo.
—No. En mi vida.
Oh. Las piernas me tiemblan, ¡Joder, si hasta la misma barbilla me tiembla con la sonrisita nerviosa que me ha dejado!
—¿En serio?, ¿me dejas estar en ella?
—No tengo más remedio, tú eres la que te empeñas en estar.
Ahora soy yo la que ríe alto, me da igual que Ámber, que pasa a nuestro lado, nos mire con esa cara de acelga tan mona y tan estirada.
Andrew me besa al fin. No se trata de un beso salvaje y apasionado, sino de uno tierno en la mejilla que promete subir la temperatura de nuestros cuerpos y mantener la excitación. Respiro con dificultad porque evito gemir al sentir el calor de su boca.
—¿Por qué no me lo has dicho hasta ahora? Creí que ya no me darías la oportunidad.
—Porque no quería precipitarme y que de nuevo tuvieses dudas conmigo. Pero mírate, ya sabes todo lo de Camille y sigues aquí sin huir.
—Pues claro que estoy, Andy, no seas tonto —le digo sonriendo—. ¿Para qué iba a venir a Mánchester si no es a recuperarte?
—No sé, esta mañana estabas muy entusiasmada con ir de compras a Afflecks.
Sonrío. Lo abrazo contenta porque ha vuelto a ser el mismo Andrew del primer día, el que poco a poco, y con su insistencia, fue ocupando un lugar en mi propia vida.
—Lo que no voy a perdonarte es que hayas esperado a estar rodeados de tanta gente para decírmelo —le digo sonriendo.
Andrew me sonríe con maldad, con una mirada caliente que no voy a poder sofocar aquí. Y es que sabe lo que está consiguiendo en mí, que me gustaría lanzarme a sus brazos para devorarle la boca. Pero también es consciente de la gente que hay junto a nosotros, igual que las decenas de cámaras de fotos, flasheando.
Por eso me cita para más tarde.
—Tienes razón, lo siento. Luego te lo repetiré en casa, en ese baño que tenemos pendiente y que todavía no olvido.
Me lo ha dicho en un susurro. Su aliento en mi oído, mis labios en su cuello.
Y me besa la sien derecha como despedida antes de decirme:
—Ahora tengo que ir a trabajar, te veo dentro de un rato. Disfruta de tu paseo por Roma, cariño.
Me quedo muerta, no es para menos, me ha llamado cariño. ¿Tan obsesivo se vería ahora que me acariciara ese pedacito de piel de mi cara que han besado sus labios?
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Noooo, tú toca, toca, hija, que te ha besado Andrew, 👏🏼!!!!
¿Creías que no llegaba el beso, eh? Este Andy🤦🏼♀️... , todo lo tranquilito, modosito y cariñoso que no fue el primer día, jajajaja, y ahora nos sale con esta. Pero nunca es tarde, y les quedan pocos días 😂.
Claro, que la noche aún no termina, solo acaba de empezar🥂. ¿La sigues?
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