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Capítulo 9


LAS MENTIRAS SE DESVANECEN.

Aprovecho que mi madre y Billy no están en casa para almorzar algo ligero sin reclamaciones.

Quizás me eche luego una siesta. Claro que si tengo que estar lista antes de las seis y media para la fantástica fiesta de Andrew no podré, que vista la historia que tengo que liarme en el pelo voy a tener que empezar ya.

He pensado hacerme un moño bajo.

El rubio del casco se verá súper tirante y fijado, de frente, mientras que el verde del resto quedará atrás agarrado con horquillas, en mechones como lazos desordenados. Es lo máximo que yo puedo hacerme sola, no pretendo llamar a nadie para que me ayude, ni con el peinado, ni con el maquillaje, que ya se me darán bien con cualquier tutorial de YouTube.

Admiro una vez más el vestido que me ha regalo Andrew, encima de la cama. Es precioso, vale cada libra que él ha pagado, cada disgusto que me he llevado yo después.

Se trata de un vestido de dos cuerpos, falda negra con gasas blancas, y corpiño a la cintura de corte en el pecho, de seda. La mitad del pecho izquierdo es blanco, y la otra del pecho derecho, negra. De este último parte el escote asimétrico con tres tirantas finas en el hombro que se cruzan en la espalda, a cada lado y en medio.

Como el largo del vestido por delante es más corto que por detrás, los zapatos se verán divinos, porque se anudan en la espinilla a modo de sandalias. Es lo único verde, junto a mi pelo, que llevo. De abrigo me basta uno blanco, de mi madre, cortito y de piel sintética. Le cojo prestado a ella también un brazalete de marfil, para el antebrazo derecho, que junto a un bolsito negro con cadena larga de plata, es el único complemento que llevaré.

Entro al baño con tiempo, quizás me relaje un rato en la bañera, y me ponga hielo en la rodilla que tanto me duele. A falta de siesta me vendrá bien unos minutos en remojo de música chillout.

Y en esas ando, con Sade y su inmejorable By your side sonando en mi móvil, en los inalámbricos de mis oídos, y una bolsa de guisantes congelados en la rodilla, cuando presiento que me observan riendo. Me río, no he cerrado la puta mampara transparente.

Una tos se oye ahora por encima de la música, no tengo que imaginarme nada.

Pego el bote para levantarme de la bañera. Me pongo de pie, pero mi mala suerte y el apoyo de una rodilla que me duele, me hacen resbalar.

Andrew ha entrado a toda prisa y, antes de terminar con la cabeza estampada en la cerámica de la bañera, me sostiene por la cintura.

-¿Estás bien? -me pregunta preocupado. Y muy mojado por mí.

Siento que mi cuerpo se sonroja entero, que emana calor cuando no debería porque sigue desnudo y lleno de agua. Cuando el suyo, vestido, no tendría que estar tan caliente a mi lado.

-No. Me estás viendo desnuda y con una bolsa de congelados atada a la rodilla.

-Lo siento -me dice riendo.

No se lo tengo que pedir, él solo se gira para no mirarme. Y tengo que comérmelo cuando coge la toalla para dármela, mientras se tapa los ojos. Sonrío ahora que no mira.

-Deberías echar el cerrojo, hay más gente que vive aqui.

Y se marcha por donde ha venido.

Me envuelvo con la toalla y salgo tras él, lo sigo a su dormitorio.

--Pensé que estaba sola, podías haber llamado a la puerta -me excuso-. ¿Qué piensas, que quería provocarte?

-Lo hice, no lo oíste.

Entonces no fue presentimiento, me miraba de verdad. ¿Como hace ahora, que parece que está deseando besarme?

Andrew da un paso hacia mí, paso que yo doy hacia él.

Me estoy mareando, de no saber que al final del recorrido Andrew me espera también, no podría seguir caminando.

Escaso medio metro de separación.

-Elena... -dice con la voz entrecortada. Me gusta. Esto de ir descubriendo sus instrucciones es interesante, tanto que sé que a ese tono de voz le sigue un beso.

-¿Si? -Me muerdo el labio inferior para ahogar un suspiro.

-Si has terminado en el baño, quiero entrar yo para no llegar tarde.

Me deja tirada de nuevo con un No rotundo. Puta margarita.

El calor de mi cuerpo absorbe la ira que me provoca su desprecio. Me agarro la toalla con fuerza bajo las axilas y salgo de la habitación antes de que se le ocurra echarme.

-No te pongas así, mujer -grita para que lo oiga desde mi habitación-. No te enfades. Dejaré la puerta abierta por si quieres echar tú un vistazo.

Y yo le doy un portazo a la mía para que se entere de mi respuesta.

-Estás... Dios mío, Elena, estás... -mi madre no encuentra palabras. Lleva así un rato, mientras Billy, sentado junto a ella en el sofá, sonríe.

-Sensacional -termina él por ella-. Lástima que le dijera que sí a tu madre hace meses.

Pongo los ojos en blanco al oír su piropo. Por dentro sonrío, sigo sin querer demostrarle que me cae cada día mejor.

Espero que pueda dejar así de impresionado a más de uno esta noche. Aunque yo en concreto solo piense en el guapo que me dejó arrastrada por un beso esta tarde. Por él es todo esto.

Doy una vuelta para que mi madre me vea bien.

-¿Y qué me dices de mi pelo?

-Que sigue siendo verde -dice a mi espalda Andrew, riendo. Puedo sentir como me echa el abrigo de piel por los hombros. No tengo frío, pero me estremezco del mismo modo.

Y al darme la vuelta y enfrentarlo cara a cara, Andrew ya no parece con ganas de reírse de mí.

Sus ojos brillan, pero su rostro está serio. Guapo a más no poder, con ese traje negro y una corbata... ¡verde!, que a punto está de hacerme llorar. Cientos de colores que hay en el mercado, cientos de matices que puede conseguir, y él escoge precisamente el verde de mi pelo. ¿Quiere decir eso que hoy se ve como mi pareja? Sonrío.

Andrew camina hacia mí, y como todo un gentleman me pide la mano para llevársela a la boca y besármela, con una reverencia de cabeza.

-No puedo estar más contento de que me birlases dos mil libras. Estás hermosa. -Y ya al oído, porque nuestros padres se arrodillan en el sofá para alcanzar a oírnos, me dice-: Te estuve esperando en el baño.

«Vale tranquila, Elena. Respira hondo, que el guapo este es un cachondo y te está vacilando ahora delante de la gente»

Me deja sola en medio de la sala para ir a despedirse de mi madre con un beso, a Billy le da un abrazo. De mí, una sonrisa nerviosa les tiene que bastar como adiós. Sigo asimilando lo que me ha dicho Andrew y si llego a la puerta sin caerme, será todo un logro.

Andrew, que ya empieza a conocer mis engranajes mentales, me ofrece el brazo para que yo lo sujete a la altura del codo y pueda caminar sin miedo a tropezar. Su sonrisa me da la libertad para hacerlo.

-Y no tengáis prisa por volver, chicos -nos dice Billy. Ambos nos damos la vuelta, sorprendidos-. Lucía y yo llevamos meses compartiendo piso contigo, Andy, y uno no es de piedra.

Sin tener que decirnos nada el uno al otro salimos huyendo de esa casa que esta noche va a tener juerga.

Subimos la coche sonriendo.

-¡Qué vergüenza con ellos, por Dios! No podré dormir esta noche pendiente de cualquier ruido que salga de esa habitación.

-¿Me lo dices o me lo cuentas? Tendré que usar tapones para los oídos a partir de ahora -me dice Andrew muerto de risa. Madre mía, si serio ya es guapo, riendo así me puede-. Y ¿cómo tienes la rodilla? -me pregunta después sin que me lo espere.

Andrew me toca la pierna por encima del vestido. Contengo una sonrisa, se ha acordado, solo le falta ahora recordar que era la otra.

-Bien -le digo ya sonriendo-. No podré bailar claqué esta noche, pero bien.

-Mejor, porque no sé bailar claqué -me dice con otra sonrisa.

Y yo, que estoy deseando ver un acercamiento por su parte me lo tomo como una invitación a bailar con él.

Anochece ya en la calle cuando Andrew enciende las luces del coche y se incorpora al tráfico. Aquí dentro, de repente, reina un silencio que yo no estoy dispuesta a escuchar.

-¿Y es cierto que habrá muchos famosos en la fiesta, y que también estará la prensa? ¿Qué prensa es, la rosa o la de cultura? Porque... ¿qué se inaugura en la galería? Todavía no lo sé. ¿Vamos a cenar allí o solo será un cóctel previo?

De algo tenemos que hablar antes de llegar, no creas que me aventuro a darle palique sin sentido, que este mal rato en el coche, después de lo ocurrido esta mañana, ya lo he previsto durante la tarde mientras me arreglaba.

Cada pregunta está estudiada a conciencia para que la respuesta tenga otra pregunta.

Por ejemplo: a la de si habrá famosos, pregunto luego, cuáles. Para la respuesta de qué tipo de prensa asistirá, pregunto por la revista o periódico que dará la crónica mañana. Mi preferida es la de la cena, da mucho más juego, puedo preguntar qué comida, bebida y sabores exóticos, o no, se servirán. Y por último, ya pregunto por su trabajo, si todo ha sido idea suya o de un equipo creativo de la Organizadora, si él ha probado todo en un menú degustación, o si hay algo de almendras en los platos, para evitarlo por mi alergia.

Para la media hora de trayecto estará bien.

-Uf, para no querer venir, bien entusiasmada que se te ve ahora.

-A ver, Andy, llevo un vestido de más de dos mil euros que me da miedo hasta de arrugar, casi veinte horquillas en el moño que me dan dolor de cabeza y unos zapatos tan divinos que no tardarán en asesinarme los pies. Deja que por lo menos no piense en eso, y en mi rodilla hinchada, y disfrute de la noche.

Aguantando la risa, porque lo veo casi rojo como un tomate, respira hondo antes de decirme:

-A ver si puedo contestar. Sí, habrá muchos famosos, mucha prensa, y mucha comida para cenar de cóctel. -Pues sí que voy a tener poco que preguntarle ahora-. Pero no habrá nada de almendras. No quiero que te pase nada esta noche que estás bajo mi responsabilidad.

-¿Lo sabes? -pregunto como gilipollas al darme cuenta del detalle.

-Organicé la boda de nuestros padres. Tu madre fue clara conmigo el día de la prueba del menú, me dijo textualmente: «Elena es alérgica a las almendras, el más mínimo disgusto esa noche con mi hija en un hospital y te corto los huevos sin preguntar antes»

Aprieto los labios para que no me salga la carcajada. ¡Qué le voy a hacer! Amor de madre, aunque me parece que pensaba más en ella que en mí. La pobre no había estado esperando toda una vida para casarse y luego tener que pasar la noche de bodas en un hospital conmigo.

-Era eso lo que tenía que hacer esta mañana en la agencia. No solo visitar el restaurante para cambiar los canapés a última hora, sino asegurarme que nada que tenga almendra entra en contacto contigo hoy.

-¿Y has hecho todo eso por mí?

-Y por mis huevos -contesta sonriendo.

Este detalle sí que es admirable. Por no decir que fue a comer allí por trabajo, que lo hiciera además con su socia, eso ya no me importa.

Me entran ganas de besarlo, de darle las gracias con mis besos. Pero no puedo, él acaba de parar el coche frente a la Organizadora y toca el claxon para avisar a alguien.

Miro hacia la puerta, intrigada.

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Hola, 😜, ¿Qué?

Hasta qué se han acercado, joder, que acababa el día 😂!!! ¿Podrá Elena besarlo al fin? Jajajaj. ¡Musho Andy! 👏🏼👏🏼👏🏼
¿Habrá beso, o baile, o roce,... 🤔? Acércate a comprobar que habrá entre ellos💝

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