Capítulo 8 B
CAER EN LA MENTIRA.
Bajo del coche de Andrew frente a la agencia. Necesita avisar en la oficina que estará ocupado toda la mañana, pero localizable en su teléfono móvil. No lo hace de buena gana, lo sé. Parece que su presencia en la Organizadora es imprescindible ahora mismo, a pocas horas de tan importante evento en la ciudad.
Miro hacia arriba. Se trata de un edificio de dos plantas que no pierde su esencia clásica de ladrillos rojos por estar rodeado de otros más altos y modernos, con fachadas metálicas y de vidrios. Me gusta, dice mucho de Andrew. No es para nada ostentoso y sí tiene mucha personalidad.
Cuando me doy cuenta, él está junto a la entrada, aguantando la puerta de cristal abatible para que yo entre tras él. Corro para que no me espere demasiado.
—Serán solo unos minutos. Puedes esperar ahí. Si quieres, mientras vuelvo, puedes tomarte algo.
La entrada es acogedora, a la derecha está la sala abierta de espera a la que se refiere.
Andrew habla con la mujer de la recepción un segundo y sube unas escaleras rojas metálicas a la segunda planta que se ve desde aquí abajo. Un corredor, en el perímetro del local, une las puertas de las oficinas. Me gusta el estilo retro con la combinación de colores pop-up, solo el amarillo y verde de la barandilla de seguridad habla de la dinámica joven de la empresa.
Cuando Andrew se pierde tras una puerta fucsia, me dirijo a los sillones de la sala de espera. Varios de tipo Club, verdes, y dos Chester, uno rojo y otro naranja.
En el rincón hay una mesa, en la que hay una cafetera nespresso y todo su surtido de cápsulas disponibles. También puedo optar por botellas de agua, zumos, refrescos, bolsitas de té y miniaturas de alcohol. Vaya, mucha variedad pero faltan mojitos que me alegren el mal rollo con Andrew. Para picar tengo todo tipos de aperitivos salados. Yo soy más de dulces y chocolatinas, que también las hay, por si quiero.
No me apetece nada y solo me siento a esperar. Voy a entretenerme mejor con el móvil, así veo el tipo de evento que me espera en la recepción de esta noche en la Galería de Arte.
Increíble. Anoche por estar pensando en Andrew, se me olvidó cargar el móvil y tengo la batería al cinco por ciento. Busco en mi bolso el cargador con su adaptador de clavijas, pero necesito que me digan dónde puedo encontrar un enchufe.
Me dirijo a la recepción, me identifico como amiga de Andrew y pido por favor que me deje enchufar el móvil hasta que él venga. La mujer, monísima ella para ser la imagen de entrada a la empresa, sonríe y me pide el teléfono. Me ayudará. Nos presentamos, y así me entero que se llama Rachel. Yo, que no quiero quedarme sentada en la sala sin nada que hacer, le pregunto si ella irá esta noche a la galería.
—¿Lo dice en serio? —me dice extrañada—. Es algo solo para los jefazos.
Habla en plural y me choca. Tenía entendido que Andrew era el dueño de su empresa. Mi madre es lo primero que me vendió de él, sus logros como profesional de la organización de eventos, convenciones y festivales a la temprana edad de veintiséis años, cuando montó su negocio.
—¿Andrew tiene jefe?
—No —vuelve a decir, ahora riendo—. Hablo de su socia, la señorita Ámber Cock. ¿De verdad son amigos y no lo sabe?
Me encojo de hombros.
—Somos novios desde hace poco, no hablamos mucho de trabajo en la cama.
La cara de asombro que pone cuando le guiño el ojo me divierte. Haber contado esa pequeña mentirijilla también.
No quiero que llegue a oídos de Andrew que juego con una hipotética relación entre nosotros, por eso me apresuro a desmentirlo.
—Es una broma, mujer, cambia esa cara. Soy la hija de Lucía Baker.
Ya no diré más que somos hermanos. Parece que no, pero después de descubrir lo que siento por él como que no me apetece bromear con eso. Me da yuyu.
—Ya me parecía a mí.
¡Anda la leche! ¿Me ve poca cosa para su jefe?
No me da tiempo a decirle que con esta cara que ve, y este cuerpo normalito, me lo he tirado ya, cuando veo a Andrew bajar por la escalera. Le sigue de cerca una mujer, muy pegada a él, que de poder ponerle las manos encima, lo haría.
Rachel, con su pelo negro, liso y de corte asiático bajo las orejas, es solo monilla en comparación con esta otra. Una despampanante pelirroja de pelo largo y rizado.
Siento sus ojos verdes clavados en mí. Estudia cada rasgo, cada medida, cada detalle de mi figura. Espero que le haya gustado al menos mi pantalón vaquero recto, de cintura alta y lavado a la piedra, que me costó un pastón y que tan bien me queda.
Desvío mi mirada, sobre todo porque Andrew le dice algo al oído que a ella le hace sonreír. A mí lo que me hace es vomitar, pero disimulo como puedo. No está bien que la hija de Lucía vaya por ahí metiéndose los dedos en la boca.
—Rachel, me voy, pero antes necesito que me reserves mesa para dos en el MoNa, hoy.
Para dos significa para dos, él y alguien más.
Miro a la mujer a su lado, sin expresión alguna en su rostro me advierte que será ella la que coma con él y no yo.
—Señor Baker, no será posible, con la cena de la Galería estarán...
—Inténtalo, por favor, necesito hablar con ellos precisamente de eso, de la cena de esta noche. ¿Lista para irnos, Elena? —me pregunta Andrew a mí mientras se coloca una cartera de piel cruzada al pecho. Hombre, menos mal que se ha acordado de que estoy aquí.
—No. Un momento —le digo yo que no estoy todo lo lista que él requiere.
Y ese retraso le exaspera.
Bien, yo lo estoy desde que ha bajado por esa escalera, riendo con esa tipa. Desde que ha reservado para comer con ella y no conmigo.
Corro a la sala del café. En el sillón naranja dejé mi bolso y el plumas. Los cojo, y cojo también un par de paquetes de gominolas, que vete tú a saber a qué hora comeré hoy. Y porque no hay mojitos que me pueda llevar, ahora que vuelvo a mal rollo del coche de Andrew.
Mientras camino a la salida puedo advertir la cara de asco de la mujer pelirroja que me sigue mirando intrigada. Paso de ella, Andrew me espera con la puerta abierta.
Al llegar a él freno en seco.
—Otro momento, please –le pido con un dedo en alto.
Le doy mis cosas para regresar al mostrador sin el estorbo de llevarlas encima. Él coge mi bolso, el chaquetón y las chuches sin decir nada.
Corro hacia Rachel, que ya me devuelve el móvil, ha adivinando qué era lo que iba a pedirle. Me guiña el ojo como despedida. Por su sonrisa me va a caer bien, aunque no me vea a la altura de Andrew. Se ve buena gente, seguro que más que la que está junto a ella con un palo metido por el culo.
Y estoy atravesando el hall a la carrera de nuevo hacia la calle, cuando me caigo de boca todo lo larga que soy, que ya podría haber sido menos, no el metro setenta y tres que mido.
Andrew se gira desde la puerta, ha escuchado el ruido, de hecho cualquiera que no esté sordo lo habrá escuchado, y seguirá haciéndolo, porque estoy cagándome en todo lo que puedo a gritos. Me duele la rodilla, ¡joder!
Por primera vez no he sido yo la patosa, me han puesto una zancadilla y como levante la cabeza y vea quién de las dos ha sido me acordaré también de su puta…
Andrew me coge del suelo como si no pesara más que una pelusa, que ya te digo yo que es mucho más, y me ayuda a caminar hasta los sillones de la sala de espera. Nos siguen la pelirroja y Rachel, que ha salido de detrás de su mesa después de quitarse sus auriculares.
Ya habrás descubierto cuál de las dos me ha tirado.
Es una cuestión de espacio dividido por tiempo, y no veo yo a Rachel con velocidad lumínica.
—¿Estás bien, Elena?
Mi cabeza dice sí, mientras mis labios cerrados por el dolor ahogan un no.
—Me duele la rodilla.
—Muévela con cuidado —Andrew me hace doblarla varias veces y otra tantas estirarla. ¡Joder, cómo duele!—. Así, despacio. Relájate. Hazlo otra vez, Elena… Más… Otra vez…
¿Tiene que hablar así?, porque me está entrado un calor de mil infiernos. ¿No hay hielo que lo sofoque?
Y no digo que lo quiera para la rodilla.
Con tanto alcohol ahí en la mesa ya podrían servirme una copita de lo que sea, que aquí el guapo me está tocando como él solo sabe y me estoy poniendo cardíaca.
—Quiero irme, Andrew —le digo para que se calle y no me haga pasar más vergüenza delante de la acelga pelirroja.
—Está bien. Apóyate en mí. —Él me complace sin negarse, es más, me ayuda con el chaquetón y me devuelve mi bolso y los dulces. Sonrío con un gesto de dolor por culpa del golpe de la rodilla, pero ni loca digo que me sigue doliendo para que quiera quedarse aquí—. Ámber, te quedas a cargo de todo. Luego te recojo para ir al MoNa.
Mierda, tenía que enterarme de que iba con ella.
Ámber asiente en silencio y nos mira sin sonreír. Es guapa la tía, con la cara de acelga y todo que tiene.
En toda peli de cabrones agresivos que se precie, se puede ver una sonrisa maliciosa en los rostros de esos personajes chungos, si me apuras, les brillan hasta los dientes. Con esta mujer no sé qué pensar, no lo hace, no sonríe, ¿me habré equivocado, y ella no ha sido la que me ha puesto el pie?
Mi naturaleza es torpe de por sí, y con Andrew delante mucho más, puede que solo haya sido yo.
Ya en la calle, y sin soltarme aún, él me abre la puerta del coche. ¿Tan mal se vería que lo rechazase y me subiera a la parte trasera para mantener distancias? Sigo avergonzada, dolorida, pero avergonzada. ¡Qué acabo de tropezar y no podré quitarme ya la famita de metepatas con él, joder!
Y encima Andrew hace más sofocante mi bochorno poniendo la calefacción.
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El interior de un coche, un nuevo acercamiento y calefacción a tope, Elena va a mil por hora jajajaja. ¿Necesitará más tiempo o tiene a Andy convencido?
Ya no te pregunto, sabes lo que tienes que hacer🤭 para averiguarlo.
Por cierto, gracias, lo hagas o no.
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