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Capítulo 8


MENTIRAS SÍ, MENTIRAS NO. 

Conseguí un  billete a Mánchester para el puente de diciembre, tres días más tarde. Nada de faltar a clases, nada de cabrear a Jota o al resto de profesores. 

     Al llegar esa tarde a casa de Esperanza no me costó convencerla para que se quedase con Natalia los cinco días, ella y Joaquín se mostraron encantados, pero es que ni si quiera mi hija puso pegas a mi marcha cuando supo el motivo de mi escapada en solitario. No me gustó en absoluto tener que mentirle a ella precisamente, pero si lo piensas bien, no tuve otra alternativa. Solo se quedaría en casa si le decía que iba con mis aburridísimos compañeros de clase a un Congreso de Matemáticas en Bruselas —reconoce que son tres palabras que suenan a coñazo, lo mires por donde lo mires, para una niña de siete años—. 

     Y como conozco a Natalia, porque para eso la he parido yo, no me decepcionó cuando puso cara de asco y le propuso a sus abuelos ir mejor a la playa. Yo sería quien la llamase desde Mánchester y así mi madre no tendría por qué saber nada, tampoco. Pan comido.

    He aterrizado en el último avión de la tarde, con suerte, y me refiero a la hora social de Inglaterra, llego para cenar con mi madre. 

     A punto de llamar a la puerta, me pongo nerviosa, muy nerviosa. Y todo porque durante el vuelo me ha dado por calcular la probabilidad de llevarme una negativa de Andrew. Con las variables del mensaje que me envió y el tiempo de reacción en hacerlo, tres minutos después de oír a mi madre hablar de Javi, el resultado no es muy alentador. 

     Pero por otro lado tengo de mi parte sus palabras, sus sonrisas al mirarme, nuestras caricias y besos, y su buena memoria. Lo que me da una probabilidad de dos a uno a mi favor. 

     Podré volver a deshojar la margarita al cincuenta por ciento: Andrew me puede decir que sí, Andrew me puede decir que no.

      Así que cuando me vea lo mismo me da una patada en el culo y me manda de regreso a España, para que deje de molestarle, que me planta el mejor de los besos en los labios para que no me vaya nunca de su lado. 

     Ojalá me diga que sí, porque ¿qué hago en Mánchester cinco días si me dice que no? ¿Qué hago el resto de los días de mi vida en España cuando he descubierto que yo he sido quien lo ha perdido? 

     —¿Elena?     

     —Vengo a despejarme, mamá. 

     La cara de mi madre al abrir la puerta lo dice todo, pero por si me queda alguna duda de su alegría al verme, me agarra del brazo para meterme dentro de la casa, y me da un achuchón de esos que te balancean de izquierda a derecha mientras me dice que voy a matarla un día de estos de un infarto, con sorpresas tan bonitas como esta.

     Me ayuda a quitarme el abrigo, que deja en un perchero de la entrada, y vuelve a abrazarme.

     Cuando consigo que me suelte, pasados ya los diez besos, reparo en Billy, es lo que tiene este tipo de casas de espacio abierto y desnivel de un par de escalones, el que está en el sofá ve al que entra de la calle. Y viceversa. 

     El hombre se levanta y al momento ya está junto a nosotras. Me sonríe.

     Billy sigue sin gustarme del todo, me pone la piel de gallina que me mire con ese cariño paternal que yo no le he pedido, no cuando ya tengo un padre. Pero no puedo hacer nada, y más si me abraza para darme la bienvenida a su casa y se pone a mi disposición para lo que necesite. 

     Después de explicarles que hubiera sido un viaje muy cansado para Natalia y que por eso no la he traído, nos sentamos los tres en el sofá. Mi madre cerquita de mí, y para no perder costumbre de madre protectora, aun a miles de kilómetros, me coge la cara por la mandíbula y me dice que estoy muy delgada, que los días que pase con ella voy a saber lo que es comer bien. No puedo enfadarme, si me dice lo contrario ahí sí que tendremos un problema.

     —¿Qué te has hecho en el pelo ahora? Dios, mío, Elena, ¿cuándo vas a madurar?

     Vaya, ya tardaba en verlo. Sabe que en lo único que no acepto sus consejos es en el color de mi pelo. Desde niña es mi signo de identidad. Puede estar tranquila, el próximo, en abril, creo que será rojo, ese sí que parece natural. Claro que no le diré de qué intensidad de rojo para no alarmarla sin necesidad antes de tiempo. 

     —¿Qué pasa, no te gusta el color verde?

     —A mí sí —dice Billy llamando nuestra atención. Me sonríe como no lo hace mi madre. Él se encoge de hombros—. ¿Qué? —Y la mira luego a ella—. Elena es preciosa, cualquier color le sienta bien.

     Creo que es la primera vez que Billy me guiña el ojo en complicidad. Yo alucino.

     —Billy, cariño, el verde no es un color de pelo.

     —Pues por eso lleva la otra mitad rubio, mujer, para no dar la nota. 

     Estallo en carcajadas. En la vida pensé que Billy le diera un corte así a mi madre. Solo por eso hoy me cae un poquito mejor. 

     —Vaya, menuda sorpresa. No pensé que tuviéramos visita.

     Soy la única que permanece sentada en el sofá cuando Andrew entra. Miro mis manos sin atreverme a levantar la mirada. Nuestros padres se han levantado de inmediato. Contentos, le hablan de mi inesperada llegada y le piden, por favor, que me acompañe a uno de los dormitorios, porque pronto nos sentaremos a cenar y quizás yo quiera primero asearme un poco por el viaje.

     Andrew besa a mi madre en la mejilla, y les contesta a ambos que por supuesto él me ayudará. Coge mi maleta y comienza a subir las escaleras hacia los dormitorios. 

     Entre todos no me dan alternativa. Estoy de visita y haré lo que ellos me pidan. 

     Me levanto sin decir nada. Al menos las piernas me sostienen y creo que podré caminar detrás de él. Pero no llego muy lejos. 

     Termino cayéndome de culo en el pasillo de habitaciones, cuando él ha parado frente a la que será la mía, la que aquella vez ocupé con Natalia. 

     —Veo que no has cambiado nada —me dice ofreciéndome una mano. Tan serio y tan frío. 

     Tan guapo. 

     Le agarro la mano, ya bastante ridícula me veo en el suelo como para empezar a babear por él.

     Del esfuerzo, al levantarme, me sujeta también por la cintura. Demasiado cerca, demasiado calor. No puedo ignorar lo que su cuerpo me hace sentir. ¿Es posible que le esté oyendo respirar agitado? 

     Es un segundo nada más, pero nos miramos a los ojos. 

     —Andrew...

     —En veinte minutos cenamos, aquí somos muy puntuales con la comida —me dice rompiendo el mágico momento creado antes de irse a su habitación.

     Me lo merezco. Andrew no va a besarme por haber conectado un segundo con él. Está claro que es de esos hombres que necesita más, más de lo que hasta ahora yo todavía no le he dado. Siempre estuve a la defensiva, avergonzándome por acercarme a él.

     Primer pétalo de mi margarita: Andrew dice no. 

     No quiero llegar tarde a la cena, y como no sé hasta qué punto en esta familia se requiere una etiqueta para sentarse a una mesa, solo me cambio de camiseta, retoco mi maquillaje y me peino. Me lavo las manos, y listo. 

     Ya estoy saliendo cuando de pronto se abre la puerta del dormitorio de par en par por el otro lado, dándome un susto de cojones. 

     Por el golpe en la pared, que ha dado, y porque es él. 

     En el umbral espera un impresionante Andrew, que se ha quitado su traje de chaqueta para vestir un vaquero, roto por la rodilla derecha, y una camiseta negra de mangas largas, remangadas en los antebrazos. ¿Se ha perfumado para ir a cenar? Va a matarme del deseo. 

     —No te ha extrañado que viva aquí con nuestros padres  —me recrimina molesto. 

     No sé qué más decirle que no sea un insignificante no, por eso espero a que siga hablando. 

     —Tampoco me has apartado a empujones ni has mencionado a Camille, cuando he estado a punto de besarte. —Andrew me mira muy enfadado—. ¿Desde cuándo lo sabes, Elena?

     Para eso sí tengo respuesta. 

     —Hace poco más de tres días —le digo sin poder mentirle. Esperanzada porque ha reconocido que quería besarme. 

     —¿Y ha tenido que decírtelo otra persona para creerlo?

     —Entiéndeme, Andrew, ella estaba ahí, entre nosotros, y yo no podía…

     Se aparta para que no lo toque. Esto va a ser más difícil de lo que pensé.

     —No, no te equivoques, hacía semanas que no lo estaba y no quisiste escucharme cuando traté de decírtelo.  

     —Pero, esa noche de la boda, todos hablaban de ella, de vuestra vida común. ¿Cómo iba a saberlo yo, si acababa de conocerte?

     —¡Dejándome hablar, joder, no era tan difícil!

     —Puse demasiado corazón en ti, no puedes echármelo en cara.

     —¿Esa es tu excusa, que eres de esas personas apasionadas? - Pregunta con una sonrisa falsa, solo le falta hacerme una pedorreta para reírse de mí, total, la vergüenza ya la siento en mi rostro—. Esto nunca fue una de tus conversaciones que puedas dejar a medias. 

      —No es excusa, Andrew, es mi razón. 

      Y me doy cuenta que por esto precisamente prefiero antes decir mentiras que no me hieran, a una verdad inútil que termine por lastimarme, porque del mismo modo él no la cree.

     —Una razón que me acusaba de putero sin dejarme hablar. ¿Crees ahora que de haberlo sido, hubiera soportado tus tonterías al teléfono o los besos que se antojaban darme y de los que luego te arrepentías?

     —No —le digo mientras muevo la cabeza negando. No puedo añadir nada más—. No hubieras insistido mucho.

     —Por supuesto que no, no soy imbécil, para un polvo bastaba cualquiera. Y cuando creo poder explicarme tras pasar aquella noche juntos, tan especial, tú eras la que no querías oírme porque tenías a alguien tu vida. 

     —Yo no tenía nada con Javi en ese momento, Andrew, por favor, créeme. 

     —Tú no viste cómo os mirabais en ese portal. 

     —Cómo me miraba él. Yo solo quería regresar al coche contigo. 

     —Eso ya no importa, Elena. Cuando yo soy libre, tú tienes mucha mierda aún que liberar de tu cabeza. No creo que estemos destinados a encontrarnos nunca si no te relajas antes y no ves fantasmas de mujeres a mi alrededor. 

     Le dejo que me hable así porque ahora mismo no me conviene cagarme en su teoría de fantasmas, que yo sepa Camille esta viva, separada de él, pero muy viva. 

     —No puedo decirte que sienta lo de Javi, porque yo nunca quise herirte a conciencia. Pero sí que lamento todo lo que pensé o te dije de Camille, de verdad. De alguna manera tenía que poner esas distancias entre tú y yo. No es agradable descubrir lo que empiezas a sentir por un hombre que crees comprometido. Por favor, escúchame tú ahora. No hagas lo mismo que yo, y te niegues a oírme.

     —¿Por qué no voy a hacerlo? No entiendo por qué te afecta tanto cuando no me conoces de nada. ¿Recuerdas? 

     Andrew se da la vuelta para salir del dormitorio. Estupendo, y todo a menos de una hora de haber llegado cuando mi billete de vuelta es para el miércoles. ¡Joder! 

     No veo yo que me diga que sí.

     Levanto la cara. De eso nada, he venido a por ese sí y no me voy a rendir tan pronto. Tendré que ser más agresiva.

     —Andy —le llamo, y él se detiene, pero me sigue dando la espalda—. Me basta con saber lo valiente que fuiste para tratar de acercarte a mí, pese a mis insultos y negativas de cría puritana. Que me emociono cada vez que veo el brillo de tus ojos cuando hablas con mi hija y que te agradezco que quieras a mi madre tanto como puedo hacerlo yo o tu padre.

     Él baja la cabeza y niega en silencio. No dice nada y se marcha. 

     No puedo hacer más por ahora. Quiero pensar que Andrew está confuso, eso es todo. Acaba de verme y es normal que se tome su tiempo. Tengo todavía cuatro días más para conseguirlo. 

     Bueno, habrá que ir a cenar, intentaré que no se me note las pocas ganas que tengo.

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¿Cómo vais? Menuda llegada a Mánchester ¿no? Intensa y rapidita, que no hay tiempo que perder😂, esta Elena va a matarme del estrés, jajajaj  ¿ y Andy? Él ya me mata de amor😍
     ¿Cuentas los días conmigo?
    Capítulo siguiente, mañana siguiente 😜.

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