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Capítulo 5 B


MENTIRAS QUE SE   REPITEN.

He tirado a Andrew al césped, del ímpetu. Ímpetu que él mismo pone en devorarme la boca cuando la siente sobre la suya. Me sujeta la cabeza para profundizar con su lengua. Tan suave, tan exquisita. 

     Voy a lamentarlo, pero hasta que eso pase correspondo a cada caricia de sus dientes,  a cada succión de sus labios. Con mis propios besos y con el roce caliente de mi cuerpo. 

     Andrew abre las piernas y yo me acomodo en su entrepierna, mis pechos descansan sobre el suyo, mis manos se enredan en su pelo. 

     Nos provocamos para que este beso no termine, con gemidos que estimulan al otro para seguir besándonos, con mordiscos que reavivan nuestro deseo si se nos ocurre pensar en alguien más, que no seamos nosotros, y parar esta locura. 

     Como no podía ser de otra manera, es él quien se detiene. Le daré las gracias por ello, yo no me veía capaz.

     —Lo siento. Lo siento mucho —le digo al separarnos. 

     Sigo encima de él y noto que me sonrojo. 

     Ahora que pienso con claridad me doy cuenta de mi imprudencia al no saber controlar un beso, que además ha sido de todo menos de hermanos. No porque él también me besara, algo ha cambiado entre nosotros. 

     Andrew sigue prohibido. 

     Me levanto torpemente. Sacudir mi ropa no sirve para quitarme de encima la vergüenza y estupidez que me cubre, pero me evita mirarle a los ojos. 

     —No tienes de qué avergonzarte —me dice Andrew, ya de pie a mi lado—. Algo peor hice yo en Mánchester. 

      —Aquello fue distinto, yo también quise. 

      —Elena, por favor, mírame. No  creerás que yo no quería ahora, ¿verdad? 

     —Tengo que irme. 

     Mis libros están por el suelo, estupendo, perderé un tiempo precioso que necesito para poder marcharme. Cuando me agacho a recogerlos Andrew me lo impide. Me ha agarrado por los brazos, y levantado del suelo, para que le mire de verdad. No puedo. Cierro los ojos tan fuerte que me hago daño, pero no me importa, es lo menos que me merezco después de besarlo yo. 

     —Lo olvidaré. Si eso te va a hacer sentir mejor, olvidaré que me has besado, que ha merecido la pena venir. Nada ha ocurrido entre nosotros, nada de lo que tengamos que arrepentirnos ninguno de los dos. ¿Te queda claro? 

      ¿Es posible que le esté doliendo tanto como a mí? No puedo levantar la cabeza, por eso él me ayuda cuando me hace subir la barbilla. Abro los ojos y Andrew me está mirando, serio, sin rastro de sonrisa en su boca.

     —¿Mejor? 

     —Lo estaré cuando te vayas —confieso con total entereza. 

     Andrew, que no ha dejado de mirarme, encaja mi respuesta al fin con una sonrisa, es triste, pero por lo menos me sonríe. 

     —Vaya, qué sincera. Y yo que pensaba que podríamos ir a comer juntos antes de que me dieses la patada de regreso a Mánchester. 

     —¿Comer? —Recojo mis libros. 

     —Cálmate, Elena, no voy a intentar nada, solo quiero comer contigo. 

     —¿Comer? —Repito como una idiota mirando la hora del móvil. Mierda. 

     —Pues sí, no tomo nada desde el desayuno en el aeropuerto y ya tengo hambre… ¿Qué te ocurre? —me pregunta a gritos cuando ya me voy. 

     Corro para cruzar los jardines hasta la calle. Me detengo un instante a recordar dónde he aparcado hoy, y luego sigo corriendo. Tengo un wolsvagen golf blanco que parece que no encuentro, ¡joder! 

     Cuando por fin consigo llegar a mi coche, ahora no atino a encontrar la llave con todos los libros en la mano como estorbo. 

     Andrew ya está aquí, junto la puerta del copiloto. Respira acelerado por su carrera. 

     —¿Se puede saber qué te pasa? 

     —Natalia. Hoy la tenía que recoger en el colegio, Dios, soy una mala madre —digo mientras busco la llave en el bolso. —¿Si no puedo acordarme de mi hija, cómo voy a pretender que viva conmigo? ¿Qué será lo próximo que haga cuando esté con un tío, dejármela olvidada en el centro comercial?, ¿en la playa? ¡Si es que se me pone delante un guapo y no pienso en nada más, soy una mala madre!

     —No digas tonterías, y dame. 

     Miro a Andrew que está a mi lado. Lo veo borroso porque he empezado a llorar. Que me perdone, pero ahora mismo no sé a qué se refiere. 

     —La llave, Elena. Estás muy nerviosa para conducir. Dámela.

     Le doy primero los libros, y tras respirar un segundo consigo encontrar la llave en el bolso. Hacemos el intercambio de cosas, y de lugar. Le dejo conducir. 

    Miro de nuevo el móvil, casi cinco minutos más. Y Andrew que no arranca todavía. 

     —¿Qué pasa? —le pregunto cuando veo que no gira la llave. Han pasado cinco minutos, pero son más de diez desde que Natalia salió del cole. 

     —Necesito un segundo. Se conduce por la izquierda aquí, ¿verdad? 

     —No, por la derecha. —¿Me está vacilando? 

    —–Eso he querido decir, volante a la izquierda, carril derecho… 

     —¡¡Andrew!! 

     —Voy. Voy. Voy, no te pongas nerviosa, que ya lo estoy yo por los dos. 

     No sé qué es peor, si conducir yo con los ojos llorosos y de los nervios, o hacerlo él con su carnet inglés, e igual de nervioso. 

     Cuando aún estoy calculando la probabilidad de estamparnos con el coche, factores hora punta y miles de coches presentes, noto el primer frenazo. Andrew se ha equivocado de carril nada más incorporarse al tráfico, ¡la de veces que lo hará si tenemos en cuenta que él no sabe la dirección!

     Estupendo, además de profesora de autoescuela, cogiendo el volante para que regrese al carril derecho cada dos por tres, tengo que ejercer de GPS. 

     Por lo menos ya no estoy nerviosa, estoy demasiado pendiente del resto de vehículos como para acordarme que Natalia estará sola y esperándome, muerta de hambre. ¡Si es que soy una mala madre! 

     De esto no puede enterarse Esperanza, a ver cómo engaño a mi hija para que no le diga nada a su abuela. 

     Tras varias indicaciones, Andrew consigue cogerle por fin el tranquillo al coche. Por ese lado me relajo, no vamos a tener un accidente. 

     —Gracias —le digo buscando su mirada. Él se gira a mirarme. 

     —Guárdatelas para cuando lleguemos, sigo conduciendo por la derecha —me contesta con una sonrisa. ¡Qué hombre! Ni cagado de miedo deja de estar guapo. 

     —Me refiero a lo del beso. 

     —¿Qué beso?, yo no recuerdo nada. 

     Andrew vuelve a mirar al frente, pero le veo la comisura de sus labios estirada, eso, y el hoyuelo que le sale en el pómulo bajo el ojo. Lo dicho, de perfil también está guapo. 

     —De todas formas, gracias. 

     —A ti por el beso, de nada —dice él buscando mi mano para darme un leve apretón. 

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Hola, hola a todos!!

     Me he divertido mucho con esta escena, y si he conseguido también tu sonrisa ya me siento agradecida.😜. Claro, que por eso no voy a rechazar tu ⭐ si quieres dármela jajajaja..... Seguimos?
  
     Gracias también si vas a quedarte aquí, 🙋🏼‍♀️

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