Capítulo 3 C
MENTIRAS SOBRE LA MESA.
Los días pasan sin que me ocurra nada interesante de mención. Nada. Ni siquiera Andrew, del que apenas me olvido, ha vuelto a llamarme. Ha demostrado ser un hombre de palabra, cumpliendo una que ahora yo me retracto de haberle arrancado.
Y vaya mierda de días que llevo.
Como digo, han sido tranquilos, sigo desayunando en los bares de la facultad y cenando en el restaurante antes de entrar a currar. Incluso las meriendas con Natalia en casa de Esperanza son relajadas y sin inconvenientes.
Hasta el jueves que Ruth trastoca mi vida por completo.
Al llegar de clases, cuando me preparo el almuerzo en la cocina, aparece ella por la puerta, todavía en pijama. Quiere agua de la nevera. Desde que regresó no tiene trabajo, no tiene obligaciones para salir de casa. Pero eso no es excusa para que ella se quite el pijama en cuanto se despierta. Su apariencia, incluidos los ojos hinchados, me da mala espina. Conociendo de primera mano la única obsesión de Ruth, ahora mismo, no tengo que comerme demasiado el coco.
—¿Otra vez Jota te ha dicho que no?
—¿Qué?
—Mira qué hora es y todavía estás con esas pintas. ¿Hoy no vas a verlo?
—No, y no tengo nada mejor que hacer que seguir en la cama —replica sin ánimo de cambiarse. La veo dejar la cocina y volver al dormitorio. Arrastra los pies, pero bueno, ¿cuánto años se ha echado encima esta mujer hoy, por Dios?
Mientras siga en mi casa y me haya dado carta blanca para darle ánimos, no voy a dejar que se ahogue en el llanto.
—Ya…, y ¿quieres contármelo o directamente escuchas mi consejo? —le pregunto irrumpiendo en la habitación, cuando ella se echa a dormir de nuevo. Por el gruñido que oigo bajo la sábana creo que más bien quiere que me vaya al cuerno.
Esta parte de la amistad es la que más me gusta, pasar tres kilos de lo que opine tu amigo cuando lo estás viendo de mierda hasta el cuello, porque tu deber es sacarlo a flote antes de que se la empiece a comer sin pedir ayuda.
Le quito la sábana de un tirón. Voy a ser cruel, pero tiene que darme las gracias porque al menos no voy a mentirle, de hecho creo que ella es de las pocas personas a la que no miento de importancia.
—No quería decírtelo así, pero apestas. Necesitas salir de ahí y darte una buena ducha.
Ruth me mira asombrada. Si estaba esperando que me compadeciese de ella y le acompañase en su llanto infantil, se ha quedado planchada.
Y esa es la reacción que busco en ella, el almohadazo que me da en toda la cara cuando me dice que la guarra soy yo.
Cuando llego a casa de Esperanza dos horas después, Natalia me recibe en la misma puerta con una tarta de chocolate que ha hecho con su abuela. Me resulta divertido que a su edad crea que sabe cocinar, pero me asusto cuando me dice que la tengo que probar. Javi viene a saludarme y me llama cagona, adjetivo que espero no sea del todo visionario. Esperanza, que también se ríe al ver mi cara, me dice que no me preocupe, que ella ha supervisado en todo momento a la mini chef. Eso me deja más tranquila, no puedo faltar al trabajo esta noche porque el chocolate me afecte al estómago y no pueda salir del baño.
Natalia se encarga de poner los platos y las cucharas para todos, mientras que la abuela prepara las tazas de café. Me siento a la mesa y las veo a las dos trabajar coordinadas, en una complicidad que las hace reír.
Sí, definitivamente, Natalia le dio la vida a Esperanza, y de nuevo me siento orgullosa de ser yo quien contribuyese a ello.
La merienda, que después de todo ha estado deliciosa, acaba pronto, y mi hija sabe que ahora le toca hacer los deberes. Le pido que vaya a su dormitorio, que yo termino de ayudar a la abuela a recoger y la sigo después.
Tengo que pedirle un favor.
—Mañana por la tarde no voy a poder venir a ver a Natalia, Esperanza. Hay una fiesta en la facultad a la que quiero ir con Ruth…
Ha sido oírme y se le cae el plato que está secando, al suelo. Me agacho rápido a recoger los pedazos, no quiero que se corte si lo hace ella. Los tiro a la basura.
—Nunca antes habías faltado a ducharla.
—Lo sé, pero considero que Natalia ya es mayor para que yo pueda tomarme una tarde con mis amigos. Lo entenderá.
—¿Has conocido a alguien?
—¡No, por Dios! –exclamo con demasiada efusividad.
No he hablado nunca con Esperanza de otros hombres que no fuera Rubén, mejor dicho, ni siquiera le hablo de él, le miento.
El resto de hombres del mundo no son un tema de conversación entre nosotras porque sencillamente ella ve imperdonable mi traición a su hijo, pero que tampoco crea que me he mantenido casta todos estos años desde que nació Natalia o la verdad va a ser dolorosa cuando caiga sobre ella.
Mi grito ha advertido a Javi, que regresa a la cocina cuando ya se iba hacia el salón.
—¿Qué os pasa?
—¿Entonces? No lo entiendo. —Esperanza no oye a su hijo. Se seca las manos en un trapo, mientras espera mi respuesta.
—No hay nada que entender, voy a salir mañana.
Si por algo se caracterizan mis mentiras es por la improvisación, resultan más natural. Primero porque no tengo capacidad de memoria para seguir un guión establecido, soy más metódica, más calculadora. Y segundo, por eso mismo, la mujer práctica que soy no dejaría de buscar la mejor mentira y podría mezclar ideas a la hora de contarla y descubrirme en mi engaño.
Pero ahora no considero que tenga que improvisar, ni mucho menos mentir, no tengo que ocultar nada.
—Y acompañaré a mi amiga a esa fiesta de la facultad, te guste o no, y sí, tal vez regrese a casa con un hombre. Si no puedes comprender eso lo acepto, buscaré pronto la manera de poder llevarme a Natalia de aquí y empezar una vida, juntas.
En realidad no me interesa conocer a nadie, solo quiero que entienda que no soy yo la que murió, que sigo muy viva con veinticuatro años y que tengo derecho a una vida normal a mi edad, así tenga una hija.
Mi hija, no la suya.
—Lo entiendo, de veras que lo entiendo. No te preocupes por nada —responde asustada.
Reconóceme que hay veces que una mentira piadosa es necesaria para evitar el disgusto que provoca una verdad. Siento el daño que le he causado con mi sinceridad y posterior amenaza, pero ya lo he dicho y ahora no sirve de nada que me eche atrás.
—Gracias —le digo con una sonrisa. Podría darle un beso, solo que no me nace el sentimiento.
Cuando me quiero ir de la cocina, Javi me detiene.
—¿De verdad sigues pensando en eso? ¿Dejarías de venir a esta casa?
¡Para una vez que digo la verdad y mira la que estoy liando!
—No sé cuándo será, Javi, pero está más cerca de lo que tu madre imagina.
Termino de hacer los deberes con mi hija, no he estado muy fina con ellos, de hecho ella me ha tenido que corregir en un par de ocasiones. Le he dicho que la estaba poniendo a prueba, en plan examen. Una pequeña mentira que me ahorra decirle la verdad, que he estado todo el tiempo pensando en cómo salir de la casa sin que me vea nadie, porque no me apetece ver de nuevo a su abuela o a su tío con preguntas incómodas sobre nosotras. Es un cuarto piso y descarto descolgarme por la ventana.
Cuando le cuento a mi hija de mis planes de mañana viernes y le corrijo su tarea, me despido de ella porque me tengo que ir a trabajar, entro a las nueve.
Voy por el pasillo sin hacer mucho ruido, pero de nada sirve porque tengo que pasar por la puerta del salón, donde los abuelos están viendo la tele. Esperanza se levanta para despedirme y Joaquín me dice adiós con la mano. Les doy las gracias otra vez por el café y me vuelvo hacia la puerta rápido para no tener que hablar con nadie.
No llego a abrir la puerta de la calle cuando Javi entra al salón desde la terraza. Sonrío, a sus veintisiete años sigue fumando fuera como si sus padres no lo supiesen. Por la cara que pone al verme, adivino que no le gusta que me marche sin que hayamos hablado de lo ocurrido.
Hay tardes en las que antes de ir al curro suelo tomarme una cerveza con él en el balcón, nos contamos nuestras cosas y nos reímos del otro. Hoy no será posible, más que risas habría reproches familiares de por medio.
—Te llevo al trabajo. —Y no me deja opción cuando coge la llave del coche, besa a su madre y me invita a salir de la casa.
Esperanza ni se me acerca, sonríe, y deja el lugar a su hijo.
La anchura del pasillo no da para separar nuestros cuerpos más de medio metro. La puerta, como es natural, se abre hacia dentro, y Javi ya se acerca a mí para poder hacerlo. Me veo literalmente entre Javi y la pared.
No me lo esperaba tan alto.
De críos nunca nos medimos, precisamente, y tampoco lo tuve nunca tan cerca como para calcular sus medidas a ojo, como ahora. Viéndolo a menos de diez centímetros de distancia puedo asegurar que esas medidas de sus hombros, brazos y torso están demasiado bien. ¿Cuándo coño se ha puesto Javi así de apretado?
El aliento a tabaco de su boca llega cálido a la mía cuando sonríe, levanto la vista a sus ojos, que me observan detenidamente, y solo puedo sonreír también.
¿Qué otra cosa puedo hacer, cuando el que parece que quiere besarme es el hermano de Rubén y yo no me aparto?
Va a dar el paso que lleva años evitando dar y que tan bien oculta tras sus miradas esquivas.
Y como lo haga de verdad, a mí sí que me va a dar un ataque.
Javi sale del trance que lo tiene mirando mi boca, me dice que lo siente y sale por la puerta antes que yo.
Sin saber aún qué nos ha ocurrido, entro en el ascensor con él. Javi lo ha bloqueado con una mano hasta que yo he llegado, y bajamos los cuatro pisos en silencio. No quiero que lo ocurrido deje huella en nuestra relación, por eso le doy un codazo.
—¿Te apetece una cerveza? —le pregunto ya en la calle.
—Podríamos haberla tomado arriba. —Para no cambiar de opinión se mete en el coche.
—Ya, pero la quiero ahora. Te invito —le digo sentándome a su lado.
El motor ya está en marcha, definitivamente Javi me lleva al restaurante y no va a parar antes a tomar nada.
—No hace falta que lo hagas, Elena.
—¿Hacer el qué?
—Hacerme sentir bien, cuando me has rechazado.
—¡Yo no te he rechazado, ¿o acaso tú has hecho algo, que yo no me he dado cuenta?! —respondo tratando de quitar hierro al asunto.
Dicen que si no te acuerdas, no pasó. En esta ocasión yo soy más de: si te haces la tonta, gritas y te enfadas, nada, de nada, pasó. Miente además, y el triunfo será aplastante, te lo garantizo.
«Como se te ocurra decir algo del beso, Javi, la hemos cagado, ¡que no llevo siete años controlando tus miradas y mintiendo al respecto, para que tú ahora no puedas aguantar tus ganas, joder!»
—No, no he hecho nada raro. Nunca me atrevería contigo.
—Pues eso, ya me parecía a mí. —Me cruzo de brazos y doy por finalizada la historia del no beso, del no momento caliente del pasillo y del no recuerdo de sus fuertes brazos tan cerca de mí que me va a costar olvidar, aunque grite, patalee y me haga la tonta.
Llegamos al restaurante y salgo del coche en cuanto siento que lo detiene. No quiero despedidas con Javi que puedan malinterpretarse, o en el peor de los casos agudizarse. No lo veo yo tampoco por la labor de despedirse con dos besos, ni mucho menos, pero no quiero sorpresas de última hora, así que me apresuro a decir:
—Te veo el sábado —digo como un frío y seco adiós.
Javi asiente con la cabeza, mete primera y se marcha sin decirme nada.
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Bueno, bueno, ¿cómo vais?
A Elena parece que se le complica la cosa. Tendrá que enfrentar sus primera mentiras con Esperanza y Javi. Mmm, Javi 😂.
Te veo en el próximo, o no, como tú decidas. 🙋🏼♀️
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