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Capítulo 3 A

  MENTIRAS DE SIEMPRE . 

Llegamos por fin a casa de la abuela. Llamarla abuela no es de justicia cuando la mujer tiene solo cuarenta y nueve años y unas energías que ya quisiera para mí ahora mismo. Respecto al físico, que opine su marido, el que tampoco parece ser un abuelo con cincuenta y dos que tiene él. 

     Pero tratándose de los padres de Rubén no puedo llamarlos de otra manera. 

     Ya va siendo hora de que hablemos de él, de la relación que mantengo con su familia tras su muerte y lo que Natalia significa para todos ellos. Ella es el hijo y el hermano que aquel accidente de moto les quitó.

     Rubén y yo nos conocimos en bachillerato, teníamos dieciséis años y muchas ganas de comernos un mundo para el que no estábamos preparados. Y el  empacho nos llegó muy pronto. 

     Antes de acabar el curso también lo hizo nuestra historia. 

     Éramos una pareja de críos, con solo ocho meses de relación, que dio el gran salto a la madurez sin estar del todo informados, y mucho menos “encapuchados” si recuerdas la edad de mi hija. Era lo que debíamos hacer como mayores que nos sentíamos.  Pero el compromiso sí que es cosa de adultos y no estaba hecho para dos mierdas como nosotros. Así que al llegar el verano, fuimos a la fiesta de fin de curso por separado y con otras parejas. 

     Esa fue la última vez que vi a Rubén, un mes antes de su accidente en la carretera. Nunca supo de Natalia, ni siquiera de la célula cigoto que crecía en mí. Por eso cuando Esperanza me llamó para darme la mala noticia de su hijo, yo creí acertado darle otra que intentara calmar su dolor. Su hijo se le fue, sí, pero en siete meses vendría un nieto suyo. En ese momento lo hice sin pensar, lo juro,  de verdad, puesto que ni si quiera yo sabía si quería tener el bebé aún. Pero fue ver a Esperanza llorar tanto, y lamentarse de que su vida se acababa con la de Rubén, que yo me sentí horrible y miserable por la nueva vida que él me regalaba a mí. 

      Mi madre, conocedora de la experiencia de ser madre soltera, nunca estuvo de acuerdo con mi decisión de entregarle el niño a Esperanza en adopción. Decía que era mío y no de ella, que su pena no podía anteponerse a mi felicidad. Que llegaría el día en el que me arrepentiría de habérselo dado. Naturalmente, la oí justo un mes antes de parir, y cambié de idea. 

     Y tuvo razón, terminé por apreciar desde las náuseas matutinas que tuve al principio del embarazo hasta cada patadita que sentí de mi hija ya al final. Así que magina cuando le vi la carita a Natalia, ni te cuento lo que sentí. No pude deshacerme de ella. 

     Así que, oyendo a medias a mi madre, llegamos a un pacto Esperanza y yo, por el bien emocional de las dos. Mientras no alcanzase estabilidad personal y económica, Natalia viviría con ellos. No dejaría nunca de ser su madre, pero podía así adaptar mi vida a la edad que le correspondía de adolescente, para vivirla sin perderme nada. 

     Cada noche acuesto a mi hija, cada fin de semana la disfruto a solas. Entre medias estudio para darnos una vida común. 

     Esperanza está emocionada de vernos aparecer, y no lo entiendo, es como cualquier otro fin de semana que venimos los domingos, si no la conociera, diría que ha estado pensando que nos quedábamos a vivir en Mánchester. 

     Cuando ha abierto la puerta, y tras darnos millones de besos, decirnos lo guapas que estamos y cuánto nos ha echado de menos, ha mandado a Natalia al baño para que se lavara las manos y a mí me ha llevado directamente a la cocina. Me pide que le ayude a poner la mesa mientras le dice a su marido a gritos que ya hemos llegado nosotras. Me pongo manos a la obra con los cubiertos, pan y bebida. Cuanto antes esté puesta la mesa, antes cenaremos. 

     Y todo irá igual de rápido después para poder irme a casa a descansar.    

     Natalia entra a la cocina y empieza a contarle a su abuela cada detalle de la boda de su otra abuela como experta diseñadora y decoradora que parece ser ahora, sin poder evitar meter la mano en la fuente de patatas fritas. Le doy un manotazo, hasta que no estemos todos sentados a la mesa, no se come aquí, y para eso todavía faltan su abuelo y su tío. 

     Esperanza, que se ríe con todo lo que hace su nieta, no se lo reprocha. Le tengo dicho que, al menos mientras esté yo, no puede desautorizarme. 

     Pero hoy no discutiré con ella, está Natalia delante. 

    En serio digo que quiero irme a casa, ¿cuándo viene  el resto de la familia?

     —A ver, ¿dónde está mi nieta favorita? —pregunta su abuelo entrando a la cocina.
    
     Natalia se tira a sus brazos y protagonizan una escena que por muchos años que pase me hará siempre sonreír. Si Rubén viera lo dócil que se ha vuelto la fiera de su padre, como él lo llamaba, también se reiría. 

     Cuando recuerdo que mi hija no conoce a mi propio padre ya no me río tanto.

     —Si soy tu única nieta, abuelo —evidencia mi hija con su lógica aplastante.

     —Claro, hija, y el tío Javi no piensa darte por ahora el disgusto con una prima, ¿verdad?  —digo para reírme del que es mi cuñado, que riendo también me agarra por los hombros y me da un beso en la sien. 

     Solo yo oigo lo que él me dice a mí:

     —También podría darle una hermana.

     No espera a ver mi cara de asombro, coge a Natalia en brazos y la levanta en el aire para darle vueltas a su Hada de las Princesas. 

     Vaya, al parecer en todas las familias se gastan bromas pesadas de este tipo. Cuando no llevas la sangre de ellos se creen con la suficiente gracia de hacerte pasar por una madre desesperada.

     «¡Coño, estaré soltera, pero no busco padre para Natalia!» 

     La abuela Esperanza se hace notar con un “vamos, vamos, que se enfría la cena”, y todos nos sentamos a la mesa.

     Acabadas las risas y la comida, paso al dormitorio de Natalia para acostarla. Mi hija me pide un beso cuando le echo la sábana por encima. Me coge del cuello y me estampa el beso más delicioso que me ha dado en dos días, y sé que es porque me ha echado de menos con el ajetreo de la boda. 

     Los fines de semana son nuestros, compartirlos con otras personas implica compartirnos nosotras con ellos y ahí salimos perdiendo en calidad de besos y abrazos. 

     —No te vayas hoy, mamá —me pide con un apretón cariñoso en mi cuello.

     —Cariño, ya lo hemos hablado, yo no vivo aquí. Hasta que no termine de estudiar y pueda buscar una casa para nosotras...

    —Y un perro —dice como sugerencia, conociéndola te digo que no lo es en absoluto. Es un deseo que pretende que le cumpla.

     —Y el perro, que no se nos olvide. —Me río con ella.

     —¿Falta mucho para eso?

     Miro a mi hija a los ojos. Tengo la sensación de que en este fin de semana Natalia ha crecido demasiado. Tal vez va siendo hora de organizarme para irnos a vivir juntas, es cuestión de madurez y creo que ya estoy preparada. Mi madre ha volado al fin, ya no tengo que preocuparme por ella, solo me queda Natalia. 

     Y el deseo de mi hija es más que evidente.

     —Voy a decírselo a la abuela —le digo incapaz de negarme a dormir con ella por lo pronto por esta noche, ya que no le puedo contestar a su pregunta.

     Mientras salgo de la habitación le mando un mensaje a Ruth, para decirle que no iré a dormir al piso. Le digo también que mañana retomo la carrera con todas mis ganas porque necesito licenciarme cuanto antes para vivir con Natalia. 

     De Ruthi para mí:

     “Cuando lo vea lo creeré, ¿No abre la cafetería mañana o qué? Jajajaja” 

    De mí para Ruthi:

    “Acepto el reto”

    “Te dejaré muda, y dile a tu novio que no se preocupe, que lo nombraré en mi discurso de recogida de la medalla Fields porque te la arrebataré a ti, empollona”. 

     Ruth se ríe conmigo en la coña que tenemos entre nosotras, algún día se nos reconocerán nuestros descubrimientos matemáticos. Y me río de Jota porque es mi profesor de Analítica en la facultad y no creo que apueste mucho por mí y el aprobado que no me da todavía. ¿Pues a ver quién la consigue antes, si su novia o yo? Porque ella me llevará la delantera al estar licenciada, pero yo tengo una motivación mayor, el futuro de mi hija. El nuestro juntas. 

     Y para ello me pongo al día mañana, el curso no ha hecho más que comenzar. 

     A Esperanza la idea de que duerma aquí en su casa no le entusiasma demasiado. Me dice que Natalia puede llegar a acostumbrarse y que entonces cómo haríamos las noches que trabajo entre semana. Por ese lado puede tener razón, pero también le contesto que mi hija es tan inteligente y madura que entiende que estamos a domingo, que no trabajo esta noche y que ha sido un fin de semana diferente a todos. No creo que por dormir con ella vaya a querer que sea siempre así a partir de hoy.

     Javi, que veía la tele en el salón, intercede por mí al oírnos. Llama a su madre exagerada y se levanta para acompañarme al dormitorio de Natalia. 

     —Gracias.

     —Mi madre cree que todavía nos está criando a Rubén y a mí.

     —No importa, es normal. Su casa, sus reglas. No volverá a pasar.

     Javi coge mis manos y me mira muy serio.

     —¿Qué quieres decir?

     —Venga, Javi. Natalia crece, y cada vez se nos hace más difícil separarnos. ¿Cuánto tiempo me queda antes de que salga con sus amigos y pase las noches fuera? Voy a buscar una casa para las dos…

     —No lo dirás en serio.

     —Me temo que sí.

     ¿Qué le pasa?, nuestras conversaciones son más de colegas, pero diviso cierto tono amenazante en su voz.

     —Elena, no tomes decisiones a la ligera, piénsalo bien.

     —¿Ligera, después de siete años? 

     —Prométeme que antes de hacer nada me escucharás.

     Levanto un dedo para que se calle. No estoy siendo borde con él, siempre escucho a Javi. Me gusta que hablemos, nos llevamos muy bien, y siempre he visto en él a ese hermano mayor que sustituye al de verdad, al que nunca he conocido. 

     Solo lo callo porque me vibra el móvil en el bolsillo trasero de los pantalones.     

     —Me diste un teléfono falso.

     Se acabó el buen rollo.

    Abro los ojos y miro hacia la puerta del dormitorio de Natalia, más que nada porque no quiero que se entere de que es Andrew. Querrá salir a hablar con él.

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Hola, hola, hola. ¿Qué me decís de Natalia?, ¿no dan ganitas de comérsela?
     Te dejo con la llamada de Andy, a ver qué me dices, porque está visto que no se entera 🤦🏼‍♀️.
    Y sin querer nombrar a Javi, (ejem, ejem) te doy las gracias, tanto si nos vemos más adelante como si lo nuestro acabó aquí 😜.

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