Capítulo 3
TU MENTIRA Y LA MÍA, CONECTADAS.
Estamos aterrizando en casa. Llego agotada, creo que después de esto necesitaré dormir toda la semana, así que no podré ir a clases. Te cuento: estudio cuarto de matemáticas, o al menos eso intento. Porque compagino las mañanas de clases, con las tardes de deberes de Natalia y las noches de trabajo administrativo en un restaurante. Los fines de semana no, esos son solo de mi hija. Si además hay periodos en los que tengo novio, calcula el poco tiempo que me queda para los libros y los apuntes.
Y como me niego a dejar de ver a mi hija mañana o faltar a un curro que me gusta, en el que además mis jefes me adoran y, lo más importante, me da para vivir, solo puedo sacrificar las clases en beneficio de mi descanso.
Deseo meterme en la cama, pero eso tendrá que esperar. Todavía tengo que salir del aeropuerto, dejar a Natalia en casa de su abuela, cenar con ellos y acostarla, como hago cada domingo, antes de regresar sola a mi casa. Un piso de estudiantes que alquilo con dos compañeras más de la facultad.
En concreto, hace días que somos cuatro en él. Ha regresado Ruth, mi mejor amiga y compi de penurias universitarias.
Cuando nos conocimos, ella tuvo su propia habitación en el piso, pero luego se fue a vivir con su novio. Ahora que han terminado soy yo la que comparto mi habitación con ella, duerme en la cama de Natalia. Y no me importa haber perdido mi intimidad, no puedo dejarla tirada cuando pretende reconquistar a su novio y volver pronto a la que fue su casa. Se lo ha tomado como un reto personal, que no creo que necesite, la verdad. Jota está enamoradísimo de ella, solo le falta aceptarlo.
Yo en su lugar, más que reconquistarlo, le daba dos hostias para que espabilase.
Ruth vale mucho, y no lo digo yo porque sea mi amiga y la quiera a rabiar, sino porque a nuestra edad es tan brillante que ha conseguido una beca de tres años para la universidad de Boston. Jota no debería perder un solo segundo de estar a su lado cuando ella lo ha dejado todo en EEUU por volver de nuevo con él.
Pero bueno, esa es otra historia, una que me divierte porque sin quererlo estoy metida en ella, tengo que animar a Ruth cada vez que pretenda abandonar su reto por las negativas de Jota.
Miedo me da verla esta noche y que me cuente sus avances de estos dos días. La dejaré hablar, siempre lo hace esperanzada, con la ilusión de recuperar a su pareja, luego yo le doy mis consejos, que no siempre sigue.
Hoy será muchos, así su historia hará que olvide la mía de este fin de semana.
Nada más poner un pie en la calle, y mientras yo busco el taxi que nos lleve a casa de Esperanza, la abuela de Natalia, ella me pide que llame primero a Andrew para decirle que hemos llegado bien. Me quedo alucinada. ¿Cuánto tiempo ha pasado, dos, tres horas? Esto no puede ser cierto.
Si ese guapo casado, empeñado en meterse en mi vida, quiere saber que estamos bien, que ponga las noticias. Si no hay accidente de avión cuyo destino fuera España, ahí lo tiene.
Y todo sin llamada de teléfono, sin tener que oír su voz.
Parece que mi hija disfruta haciéndome rabiar, porque insiste de nuevo en que tenemos que llamarlo, aparte de que intenta llorar en un puchero lastimoso sabiendo que no puedo verla así. Me libro solo porque no tengo su número.
«Lo siento, Natalia. ¡Ja!».
Pero mi hija no se da por vencida, me enseña su brazo izquierdo donde adivino, con sus trazos infantiles, un número de teléfono escrito con boli.
«¡No vale meter a los niños en cosas de mayores, Baker! Juega como un hombre y déjame en paz»
Cojo su bracito a paso de tortuga.
Looo leeeo despaaaacitoooo, númeeerooo a númeeerooo… y cuaaando yaaa no pueeedo peeerder mááás tieeeempo, pooorque parezcooo tooonta… ella me mira esperando a que lo llame de una puñetera vez.
Finjo que no tengo batería suficiente en el móvil.
Pero se me acaba de ocurrir otra mentira mejor. Que Andrew no crea, que por un descuido de mi parte, va a conseguir mi número de teléfono tan fácilmente.
Le pido al taxista su móvil. Le digo que es una urgencia y le ofrezco veinte euros más de carrera. Me mira desconfiado, pero acaba cediendo. Saco el billete, se lo pongo en el asiento del copiloto, y en respuesta tengo un teléfono que no es el mío en la mano. Andrew quería que Natalia lo llamase, ¿no? En cuanto marco el número, le paso el teléfono a ella.
Mi hija mantiene una conversación de lo más rara, que me pone de mala leche, ¿tanto tienen que hablar estos dos si se han visto hace poco? Solo escucho a Natalia, obvio. A su saludo de “hola Andy” le ha seguido un: “mamá y yo estamos bien, ya hemos llegado”, y luego, todo ha sido un completo disparate.
Y todo eso en inglés, que pronto dominará tan bien como el propio Andrew.
Le cuenta lo que ha hecho en el avión, sobre todo observarme dormir con la boca abierta por si tenía que quitarme la babilla que se me cae. No puedo matar a mi hija, pero ya fraguaré un castigo que le haga pupita de verdad.
Mi adorable niñita ejerce de emisaria cuando me pasa el teléfono. Le digo con la cabeza que no, que no me quiero poner, pero no soy muy convincente porque me lo deja en la mano. Yo me lo llevo en la oreja y oigo reír a Andrew.
—Ahora entiendo que te quedes embobada con ella. No puedo mirarme los ojos, pero adivino que me brillan de fascinación.
Cada palabra que dice de mi hija se me agarra al corazón.
«¡Eso no vale Baker, mantén a los niños fuera de esto, cobarde!»
—Te lo dije —digo orgullosa, tanto de mi advertencia como de la hija que tengo.
—Sí, lo dijiste, y me encanta. Ya estoy impaciente por descubrir algo nuevo de vosotras, y luego…
—Y luego, nada. Andrew, ya lo hemos hablado.
—Siempre lo haces tú, nunca me dejas hablar mí.
—Es que no dices más que tonterías sobre nosotros —le digo buscando la intimidad de la ventanilla para que Natalia no me oiga—. Y no hay un nosotros, Andrew, entiéndelo.
—Porque tú no quieres.
—Pues claro que no quiero. Por favor, te pido que no insistas, no voy a entrar en tu juego mientras sigas estando casado.
Y el susurro ha dado paso a un tono de voz elevado que no me gusta con Natalia delante.
—Pero ¿por qué necesitas recordarlo a todas horas?, ¿no te aburres de repetirlo una y otra vez?
—Porque parece que a ti se te olvida continuamente. Y alguno de los dos tiene que hacerlo para evitar un problema mayor.
—Elena, olvídate de Camille.
—Adiós, Andrew—. Y cuelgo el teléfono del taxista.
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Ay, ay, ay, que ni a miles de kilómetros va a deshacerse de él. ¡Jajajaja!
Para ver si Andy se aburre de ella o Elena se desespera con él, pasa al próximo capítulo. Gracias😜.
Encantada de haberte tenido aquí si ya te aburriste. Gracias también para ti😜.
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