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Capítulo 2C

FIN DE NUESTRA MENTIRA.

Me doy prisa en vestirme, toda la que puedo mientras me pongo los vaqueros y la camiseta, me cepillo el pelo y lo recojo en una cola descuidada, que antes he intentado rizar con fijador. Paso de maquillaje, lo justo para tapar el cardenal, que empieza a verse en mi frente, y algo de sombra gris en los ojos, mi preferida. Por último me ato las zapatillas de deporte y cierro la maleta.

     Un vistazo a la habitación antes de irme para no dejarme nada, y listo. Salgo corriendo.

     Natalia me espera sentada en el sofá, hablando con Andrew. Ambos me miran cuando les digo que nos vamos.

     —Tienes que comer antes —me dice él, que se levanta del sofá.

     —Lo haré en el aeropuerto, no tenemos tiempo. Tengo que llamar a un taxi y... —Cojo el móvil para llamar a uno.

     —De eso nada.

     Andrew tiene que estar acostumbrado a que se haga lo que él dice en su empresa y me ha confundido con uno de sus empleados, porque me quita el teléfono de la mano y me empuja sutilmente hacia la cocina, donde retira una silla de la mesa y me acerca la pizza, que saca del microondas. Me pide que coma. ¿Qué se ha pensado?

     Comeré solo porque tengo muchísima hambre, no porque me lo mande él. Además, si quiere que lo haga, no puede quedarse pendiente de mí.

     ¡No me verá los dientes!

     Cuando me llevo el primer trozo a la boca, él sale de la cocina, conforme con su victoria. Sin que se dé cuenta me asomo por el pasillo. Sale ahora de la casa en compañía de Natalia, llevando nuestras maletas. Me levanto corriendo y llego hasta ellos, ya en la calle.

     Mi hija le ayuda con las maletas que él mete en el coche.

     —No vas a llevarnos tú. —Y agarro su brazo para impedir que siga haciéndolo.

     —Mira, Elena, como broma ya está bien. ¿Puedes dejar de comportarte como una cría puritana y facilitarme las cosas? Se lo prometí a nuestros padres —acaba diciendo con un sonoro golpe de la puerta del maletero.

     Miro a Natalia, que se está riendo, ¿ha entendido lo de cría, a mi edad, o lo de puritana, a la suya?

     Tiene siete años, no me gustará ninguna de sus respuestas.

     Me quiero cruzar de brazos a ver si así le impongo un poco de respeto, pero tengo las manos ocupadas con el trozo de pizza. Se la doy a ella, que sigue riendo.

     —Como quieras, Baker. Natalia, ponte la chaqueta que nos vamos. —Que parezca al menos que todavía tengo autoridad con mi hija, ya que con él la he perdido.

     Cuando Andrew cierra la casa, entra al coche con nosotras, que ya le esperamos dentro. No quiero parecerle una puritana y que esa sea la imagen que le quede de mí, por eso me he sentado delante esta vez.

     Anda, así le demuestro también que no le temo, que no consigue nada en mí con su magnetismo.

     En cuanto a lo de cría, que piense lo que quiera, porque además me giro hacia la ventanilla para no tener que mirarlo.

     —Dale más voz, Andy.

     Y él, que parece que hace todo lo que mi hija quiere, sube el volumen.

     La música de Bruno Mars suena más fuerte. Me entero por la propia Natalia, mientras se lo cuenta a Andrew, que ese "chico" canta muy bien. Y adivina qué, le encanta por lo guapo que es y lo bien que baila, con ese ritmo en sus caderas. Miro hacia atrás, mi hija se encoge de hombros y me dice que no la mire así, que a mí también me pirra el morenazo.

     La risa de Andrew supera a la voz de Bruno, y cuando Natalia está de lo más entusiasmada cantando eso de I think I wanna marry you, él me dice al oído:

     —¿Por qué cada cosa nueva que descubro de ti es más excitante que la anterior?

     Noto que me sonrojo, Andrew de nuevo trata de seducirme, y no le entiendo. Ya ha conseguido de mí lo que quería, ¿por qué se empeña en seguir metiéndose por mis ojos? Menuda insistencia, alguien debería explicarle en qué consisten las aventuras extramatrimoniales.

     «Chaval, no puedes ir por ahí enamorando a cada una de tus amantes porque alguna se puede enamorar de verdad y meterte en serios problemas con tu mujer».

     Natalia ni se ha enterado, sigue cantando. Por si acaso, bajo la voz.

     —Tienes que tener una vida muy triste si un gusto musical te la pone dura, Baker. —Ya empieza a molestarme tanta palabra bonita, vamos a llamarlo por su nombre.

     —Ni de lejos se parece a la tuya, eso te lo seguro. —Su gesto serio y las arrugas de su entrecejo son fáciles de interpretar.

     —¡Ea, ¿ves?! Ya estás enfadado. Tú sí puedes incomodarme cuando quieres con todo eso de conocerme, de hacerme sentir especial o de enamorarme, pero yo no puedo dejarte tirado. Tienes que relajarte un poco y tomártelo con más humor, hombre.

     El aire se enrarece y nos quedamos callados con un cruce de miradas de lo más retadoras.

     Ya hemos tomado la salida de acceso al aeropuerto, menos mal que nuestro encuentro también llegará a su fin.

     —A ver qué te parece mi humor ahora —dice llegando a la zona de salidas, echa el freno de mano y me mira.

     Yo miro a Natalia y agradezco que suene todavía la canción que tanto le gusta, está metida en su papel, le hace los coros a Bruno y no ve lo cerca que estamos Andrew y yo. Lo fácil que lo tenemos para besarnos.

—Te escucho, Baker. —Ya tiene que ser bueno el chiste porque lleva un rato pensando mientras me mira la boca.

     —Voy a convencerte de que me gustas mucho. Todo esto acabará con nosotros juntos y ese Baker de apellido para Natalia, ¿te parece que bromeo ya?

     Me río a carcajadas. Este hombre además de guapo es gracioso, de tener una relación con él me dolería la barriga a diario, de verdad, de hecho, ya ha conseguido que me duela otra parte del cuerpo sin hablar demasiado. Un dolor placentero que echaré de menos cuando desaparezca.

     ¿Pues no que ha sonado a relación seria lo que me ha dicho?

     —Eres bueno, Baker, lento en respuesta, pero muy bueno en comedia.

     Natalia sale la primera. Yo, que todavía me río, salgo con ella cuando Andrew lo hace por su puerta. Nos da las maletas y besa a mi hija como despedida.

     Sé que no tengo escapatoria y que a continuación quiere mi beso también. Me acerco sin problema alguno, descubierta su broma, no temo nuestro acercamiento.

     Claro que el desastre que somos juntos aún está por llegar.

     Doy el paso que nos separa sin ver la maleta que está entre nosotros y caigo en sus brazos. Lo que pretendía que fueran dos besos en la cara, se convierten en uno solo. El que ha tomado a traición de mis labios con los suyos.

     Quiero decirle que no es necesario agarrarme de la nuca para profundizar con su lengua, pero no me quejo mucho porque me gusta que lo haga.

     Esos dedos en el interior de mi pelo no me dejan pensar.

     Cuando mi hija me llama a gritos desde la puerta, recupero el equilibrio, la razón, mi lengua y la entrometida maleta. Y no hablo de encontrar las bragas porque se me han caído en sentido figurado.

     El color blanco de mi rostro no creo que tampoco lo recupere hasta perder de vista a Andrew y esté en el aire camino de casa.

     —Lo dicho, Elena —me dice cuando ya me voy. No quiero girarme, pero me detengo. ¿Qué más da?, no puede verme ruborizada por su culpa—. Cada cosa es más excitante que la anterior.

¿Qué puedo hacer para dejarle clara mi respuesta? Ah, ya. Le saco el dedo corazón mientras me reúno con mi hija. Pero él sigue gritando:

     —¡¡Y por favor, trata de no meterte en líos, que no podré coger un avión todos los días para ir a sacarte de ellos!!

     Me vuelvo para contestarle, pero no puedo. Riendo, él se mete en su coche, no sin lanzarme un beso al aire.

     Cuando ya entro a la terminal me alegro de que mi madre viva aquí en Mánchester, así serán pocas las veces que tenga que mentir por Andrew.

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¿Fin de nuestra mentira?

    Este es el comienzo del libro solo, quiero pensar que vas a continuar hasta la mitad o más allá. Gracias, si sí. Gracias si no. 💝

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