Capítulo 16 B
LA VERDAD DE MI FAMILIA.
Esperanza ha conseguido que la mire. Me señala un perro que ha estado todo el tiempo a los pies de mi hermana.
No entiendo. He estado embobada mirando a mi padre, que Esperanza me perdone si no he prestado atención más allá de él.
Y mucho menos a mi hermana.
Siempre he mantenido en secreto la envidia horrorosa que le tengo a Carolina, dos años mayor que yo. Y no lo digo por su belleza y elegancia, —porque yo con ropa de diseño, el pelo siempre en un punto y el maquillaje de un profesional, también podría compararme a ella—, ni por el dinero de la fortuna Villamartín. Me refiero al mayor de los privilegios que pueda tener, el amor de ese hombre que no la oculta.
Mi padre.
Estamos todos agotados, como si Natalia hubiese desaparecido hace días, por eso no comprendo que Esperanza me señale un perro cualquiera. No se lo tendré en cuenta, estará tan cansada como yo.
Ella que ve mi cara de expectación, saca de inmediato su móvil, e igual de rápido entra en la galería de fotos.
¡Madre mía!, entiendo que tenga infinidad de fotos de mi hija, pero ¿también las tiene mías?
Sí, cientos de ellas son mías.
Desde mi barriga de Natalia, cuando llevaba el pelo amarillo, pasando por mis propios cumpleaños y cambios de color de pelo, hasta las últimas de anoche, verde, abriendo los regalos de Navidad. Mi sonrisa mientras Andrew veía la camiseta del Mánchester United es la última.
Eso solo se lleva en un móvil si eres parte de la familia, como una hija, por ejemplo.
Estoy susceptible por Natalia y lagrimeo por cualquier cosa, pero es que además me encanta ver que Esperanza me tiene ahí con su nieta. Que tiene ahora a Andrew con nosotras.
—Natalia ha cogido a ese perro antes. Mira, son las fotos del puente, en la playa.
Recuerdo el perro que se ahogaba, y el hombre del que me habló Natalia. Vale, una raza canina tan común como es la cocker no puede decir nada en contra o a favor de Carolina.
—La pata delantera derecha, mírale la pata.
Y en la foto aparece mi hija, cargando el perro negro en la playa. Se ve perfectamente la patita del animal de color blanco, como su pechito. Como la pata del perro de Carolina que estoy viendo ahora mismo, y que él, ajeno a todo, se lame entusiasmado.
Va a darme algo.
—Esperanza, presta atención, ¿está ese hombre en la mesa?
«Me dice ahora que sí, y me caigo redonda, y termino de montar el circo completo para la familia Villamartín»
Ambas miramos la mesa, mi padre habla por teléfono pidiendo a su abogado el dinero del rescate, su mujer va a firmar. Bajo amenaza, por su puesto, pero lo hará.
—¿Qué os ocurre? —pregunta Andrew cuándo nos ve nerviosas y mirando la mesa.
Le enseño la foto, la pata y otra vez la foto, y después le señalo el perro bajo la silla de mi hermana. No hace falta más historia, Andrew abre los ojos como platos tal como lo comprende.
Iris, que nos estaba mirando, y oyendo, porque nadie parece acordarse de ella aquí, coge su teléfono móvil.
—Esperanza, entra en Instagram y mira estas fotos —le dice, a la que espero un día sea su suegra. Por lo menos serán amigas, no lo dudo, porque Iris ha resultado ser un encanto, aún por conocer.
Ella obedece, todo sea por terminar con esto. Joaquín, a su lado, también está pendiente del móvil de Iris y del Instagram de... ¿mi hermana?
—Estuvo en la playa también, y etiquetó sus fotos con #holiday #beach #money.
—¿Tiene alguna del perro, esos días? Míralas bien —le pido a Iris. Ella la busca.
—Mejor que el perro, tiene una del hombre que habló con Natalia. —Y Esperanza nos pone su móvil en la cara a todos.
Cuatro caras, ocho ojos, mirando un rostro desconocido. O no tanto.
—Yo he visto a este hombre antes —dice Andrew cogiendo el teléfono en su mano—. Sí, es él. Lo vi en el centro comercial, el día que fuimos a ver los regalos de reyes, lo recuerdo porque hablaba con Natalia, pero en cuanto me acerqué a ellos, él se fue.
—Déjame verlo a mí -no se lo pido, cojo el móvil también.
Y de pronto me falta el aire, que si no cogen el teléfono, se me cae hasta de las manos.
—¿Qué pasa Elena, quién es? —me pregunta Andrew preocupado por mí.
—No lo sé, pero ese hombre me ha seguido. Lo vi el día...
Miro a mi padre de inmediato.
Él parece más calmado, ya algunos se han levantado de sus sillas y no están en su lugar de la mesa. Toda la comida sigue intacta, me alegro de haberles dado el almuerzo. Pero, y Carolina... ¿dónde está?
—Elena.
Iris está blanca, su cara se descompone cuando me enseña el móvil de nuevo. Un selfie de mi hermana y ese hombre etiquetado como #love #parasiempreforever.
—La mato —es lo que puedo decir antes de ir hasta mi padre. Andrew no puede detenerme, pero me pide calma a gritos.
Una mierda voy a tener calma.
Esto no es como las veces que yo he soñado con arrastrarla de los pelos, quemarle sus modelitos o pincharle las ruedas de su Audi, ella me ha dado el susto de mi vida con mi hija y yo no voy a consentir que solo se lleve una reprimenda de mi padre.
—¿Dónde está tu hija? —le pregunto a la “señora Villamartín”.
—¿Carlos? —dice ella asustada por mi arrebato.
No he querido intimidarla tanto, pero mira, me vale que piense que voy a pegarle, así hablará.
—¿Qué quieres tú con mi nieta? —pregunta el viejo que no es mi abuelo, sino el suyo. Yo me cago en él también, así que le digo:
—Tu nieta es una hija de puta.
—Aquí la única que es hija de una pu...
Y le cruzo la cara a la "señora" para que no termine la frase. Al final ha acertado, he tenido que pegarle.
Me gano una mirada de mi padre, no muy amigable. Le pido perdón de la misma manera, con los ojos. De la mirada de los demás paso.
Los viejos Villamartín nunca se ganaron mi cariño como abuelos, no quiero ni hablar con ellos, los otros viejos, que acuden a ver a su hija por si yo le he dejado mis dedos marcados, como si no me hablan tampoco. Ellos cuatro y el resto de invitados, mi tía esa, su hija y la otra pareja, se apartan, por si a mí se me escapa otra.
Mi hermano es el que me sorprende cuando pregunta:
—¿Qué ha hecho esa descerebrada, ahora?
Miro a mi padre, me vuelve a sonreír, y por lo que veo, Junior también me escuchará lo que tengo que decir de Carolina.
—Ha sido ella la que se ha llevado a mi hija, estoy segura.
—No voy a permitir que acuses a mi Carolina...
—¡Usted se calla! —le dice mi padre a su suegra. La mujer parecía tonta, tan calladita y sentadita, pero bien que me mira con asco, no puede disimular esa cara de estreñida—, y escucha a mi hija, como hacemos todos.
Miro a Andrew. Sigue a mi lado y me sujeta la mano con fuerza cuando oye cómo me llama mi padre. Tenía razón, parece que algo sí que me quiere.
Mi padre asiente con la cabeza, para que le enseñe las pruebas del Instagram de Carolina.
Es Junior quien coge el teléfono de Iris y el de Esperanza, y los ojea antes de decirle a mi padre algo al oído. No tendré que cabrearme también con él, ¿verdad? Porque empezaba a caerme bien cuando ha llamado descerebrada a Carolina.
Parece que no, porque precisamente es mi hermano quien grita ahora.
—¡Rafael! —Y sale del comedor, con mi padre, y todos nosotros, detrás. No vamos a esperar aquí sin hacer nada cuando Carolina puede tener a Natalia.
Aunque tampoco sabemos a dónde vamos.
Se nos unen en la carrera por los pasillos Javi y Jacob, preguntándonos qué ha pasado, vienen con Rafael, y el resto de hombres de seguridad de la casa, han acudido al grito que ha dado Junior. Ninguno sabemos qué responderles, solo seguimos a mi hermano al exterior, que todavía no nos dice nada.
Cruzamos a toda velocidad el jardín trasero, y mira que hay metros de terreno que atravesar si cabe la piscina pública de Villamartín, una pista de tenis y un mini golf, molino incluido.
Son tantos metros de césped, súper cuidados, que mientras los recorro me da tiempo a jurar que voy a arrastrar a Carolina de los pelos, a quemarle su armario y a pincharle las cuatro ruedas del puto Audi como deseo hacer desde siempre.
¿A dónde coño vamos?
Andrew es el primero de todos nosotros, va justo al lado de mi hermano y de mi padre.
Y ya no queda más jardín por delante, cuando llegamos a una casa más pequeña, con su adosada del mismo tamaño. ¿Será posible que mi hija esté ahí?
Vaya. Dos casas, dos hijos. ¿Por qué no me extraña?
Junior ni siquiera golpea la puerta, tiene llave y entra con mi padre. Yo quiero ir con ellos, pero Andrew no me lo permite y me coloca a su espalda cuando ve cómo los empleados de mi padre sacan sus armas.
—Carolina, déjalo ya —oigo que dice mi padre dentro. Llego hasta ellos y no puedo creerlo.
Mi hermana tiene a Natalia en brazos, ¿se la pensaba llevar? ¡Está loca! Y su novio, marido, o lo que sea, sale de una habitación con una maleta. Sí, los cabrones se la llevaban.
Rápidamente Jacob y mi hermano se echan encima de él para acorralarlo, esperando a que uno de los hombres de seguridad lo esposen. Me mira por un segundo a los ojos y creo ver en ellos que es consciente de que voy a hundirlo. Que se prepare.
—¡Papá! —dice ella cuando mi padre le arranca a mi hija de los brazos.
—¿En qué coño pensabas, Carolina? ¿No lo tenías todo? —le pregunta poniendo a su vez a mi hija en mis brazos. Natalia duerme, o espero que lo haga y que no la hayan drogado.
—¡Creí que era tu furcia, no tu hija!
—¡¿Y por eso pones en peligro a una niña de siete años?! —Mi padre no deja de sorprenderme, ¿también sabe la edad de Natalia?
—Una bastarda que me iba a dar mucho dinero.
—Retira lo que has dicho de mi hija —grito sin demasiada fuerza, si Natalia duerme quiero que siga así.
—Oblígame.
Andrew me ayuda y coge a Natalia de mis brazos, que ya empieza a despertar. Esperanza, que acaba de entrar, pregunta por su nieta, y respira de alivio al verla, echando un vistazo al cielo en el que ella cree. No sé si lo hace porque piensa que Rubén está ahí. Ahora mismo hasta yo creo que sí lo está y que me ha echado una mano.
Por lo que sea que haya arriba, me planteo a partir de mañana mirar el cielo yo también de vez en cuando, en agradecimiento por este gran desenlace.
Joaquín da un paso hacia Andrew y besa la cabecita de mi niña que ya lo mira despierta del todo, y Javi, que no ha dejado de culpabilizarse ni un solo segundo, estoy segura de ello, rompe a llorar como un crío. Sonrío cuando veo que lo hace en brazos de Iris.
Libre del peso de mi hija puedo moverme y lo primero que hago es ir hasta Carolina para “obligarla”. No lo sabe, pero me pedirá perdón después de partirle los dientes.
Mi padre intuyendo la hostia que voy a darle, la que ya le di a su madre o la que me contuve con su abuela, me detiene. No sin esfuerzo, porque me revuelo en sus brazos mientras le pido que me suelte.
Solo consigue detenerme cuando me llama hija de nuevo. Ha sido emocionante, llegándome a encoger incluso el corazón con sus palabras, algo así:
—No lo hagas, hija mía, demuéstrale que tú eres mejor que ella. Que lo hice bien y que no me equivoqué contigo.
Tengo la cabeza metida en su pecho, lo oigo latir y me gustaría pensar que ese latido intenso es por mí. Que alguna vez me quiso... ¡qué coño!, quiero que me diga que me quiere ahora. Que me lo demuestre.
Y solo si me defiende de Carolina sabré que es cierto.
—No permitas que no tenga castigo por lo que me ha hecho, papá.
Ha sonado a orden, pero es más bien una petición con ese "papá" al final que me ha quebrado la voz. Una súplica para que yo vea el alcance de su amor por mí.
—Rafael, entrega a mi hija Carolina a la justicia.
Todos los presentes enmudecemos, no es algo que esperásemos oír de él. Mi alivio es pleno, pero no quiero sonreír, sé que eso dañaría a mi padre.
Porque si he descubierto que a mí me quiere en ausencia, no debe ser menos con su hija Carolina, a la que sí ha visto crecer durante veintiséis años.
Tras un abrazo entre nosotros muy fuerte y muy doloroso, mi padre me suelta, con lágrimas en los ojos. No puedo ir tras él. Supongo que querrá estar solo después de lo que ha tenido que hacer.
**********💝💝💝💝💝**********
Gracias por llegar hasta aquí 😊. Ya poco me queda por contar de Elena, ha sido una experiencia única. Gracias, de verdad.
Y como la cuenta atrás es inevitable, quiero que la hagas conmigo, 3, 2... 🙋🏼♀️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro