Capítulo 11
DISFRUTANDO DE NUESTRAS MENTIRAS .
Me he montado en el coche con la cara seria, y sigo con ella. Esperaba que Andrew al ver el contrato reaccionase de otra manera, la verdad. Tampoco pido que dé saltos de alegría, porque mi acusación no está demostrada, pero que no me deje tampoco con el culo al aire delante de su amigo, y de Rachel, a la que seguramente pedirá cuentas más tarde por haberme dado el contrato.
—Elena, te estás comportando como una cría.
—A lo mejor tienes que conocer esta faceta de mí para asegurarte de querer estar conmigo.
Andrew sonríe, eso me pone de peor humor.
—No digas tonterías, cariño. ¿De qué faceta hablas? La neurótica ya me enamoró.
Le golpeo el hombro.
—De esta en la que tienes que dejar de hablar a tiempo y darme espacio si no quieres que te muerda.
—Me encanta. Eso de los mordiscos tiene su morbo.
No quiero sonreír, no sé si lo consigo, pero él sí que lo hace.
—¿Ves?, ¿no es mejor mordernos a besos, que pedirme espacio?
Aprovecho que llegamos a un semáforo en rojo próximo a nuestro destino, las tiendas de Afflecks, para agarrarlo por la corbata y atraerlo a mi boca.
Andrew se ha ajustado a mi plan inicial, para elaborar el suyo propio. ¡Valiente organizador de nada! , menos mal que tiene un equipo creativo o su empresa se va a la quiebra.
El paseo por Afflecks ha sido increíble, juntos de la mano y contándonos cualquier cosa que el otro proponía. Así me he enterado de su amistad con Jacob a cambio de la mía con Ruth, sé de su carrera de empresariales por la mía de matemáticas y de su madre fallecida por mi padre desaparecido.
Sobre esto último él lo hace sin apenas recuerdos de niño, yo con mis recuerdos frescos de hace una semana.
Aquí me he desahogado a lo grande.
Le he hablado de la frecuencia de nuestros encuentros al mes, de los temas de nuestras conversaciones personales y de la pena con la que espero las siguientes llamadas de su parte. Y he tenido que enumerar cada cosa que me paga o que me compra para sustituir sus muestras de cariño.
No tengo que pedirle a Andrew que me guarde el secreto con mi madre, lo hará. No es que le haya pedido que mienta por mí, solo que no le saque el tema de mi padre, es una herida que no sé cómo de abierta seguirá teniendo aunque esté enamorada de Billy ahora.
El único inconveniente que le he visto a nuestro paseo es que de las cinco plantas del mercado me han quedado bastantes tiendas por pisar.
Estaré pilladísima por Andrew, pero no deja de ser un hombre que va de compras, y yo tendría que haber sabido que no lo vería entero a su lado. Todo han sido pataletas a la hora de entrar a una tienda por el simple hecho de mirar.
Pero no me puedo quejar de él. ¡Estaba tan mono cargado con todas esas bolsas y poniéndome esa carita de resignación cada vez que nos metíamos en una tienda y salíamos sin comprar nada!
A la décimo tercera vez que lo hemos hecho, he puesto fin a su agonía. Cuando ya llevaba un montón de ropa, entre ellas un vestido para Natalia, muy real y nada de disfraz, de princesa de las Highlands, y otro montón de cosas que no creo que utilice en la vida, le he dicho que podíamos irnos a comer.
A Chinatown.
Para qué iba él a darme le disgusto si yo quería ir desde el primer día. Es un cielo.
«No sabes lo que has hecho, Andy, ¿recuerdas la de restaurantes y tiendas asiáticas tan diferentes que puede haber?»
Después de la foto bajo el arco de entrada que todo turista se tiene que hacer, y que la nuestra es un selfie de ambos para cuando quiera jorobar a Ruth y competir en detalles románticos con Jota, caminamos un rato por el barrio. En verdad es que no termino de decidirme por el restaurante que quiero. Estoy entre un singapuriense o un malayo, que para chinos, tailandeses y japoneses ya tengo en casa, o yo misma me lo curro en la cocina porque Google no tiene secretos para mí.
Cuando al fin me animo a probar los platos de Singapur tenemos el primer problema al sentarnos y pedir la carta. Andrew se empeña en hablar con el cocinero antes para asegurarse de que no vamos a encontrar una mínima porción de almendra en nuestros platos. Yo no puedo esconderme bajo la mesa, pero ganas no me faltan, que muchos clientes nos están mirando.
Sin importarle esas miradas, Andrew ha llegado hasta la cocina. No salgo de mi asombro cuando regresa feliz por lo conseguido.
—Andy, sabes que no podrás hacer eso cada vez que comamos fuera, ¿verdad?
—Lo sé —me dice con una sonrisa tierna, que obviamente me pone igual de tierna, porque además me ha cogido la mano, sobre la mesa, ha unido nuestras palmas y tenemos los dedos enlazados—, pero déjame intentarlo. Quiero poder decirte que nada te pasará, y que no te pase nada de verdad.
Me lo como.
Había pensado tomar algas, cangrejo con chile y satay de pollo al limón, pero me está acariciando el dorso de la mano y no soy de las que comen rápido tres platos de especias. Mejor voy pidiendo el Kopi para llevar, que tenemos que regresar a casa.
Estamos llegando a casa, tras dar una vuelta en coche por Deansgate. En recompensa por este paseo tan soso bajo la lluvia, y después de consultar el tiempo para los próximos días, Andrew me ha prometido que mañana iremos a los jardines de Piccadilly, aunque no podamos sentarnos en el césped húmedo como hicimos en la universidad, hace meses. No puedo dejar de emocionarme, este hombre me hace sentir única con él.
No ha terminado de aparcar cuando Andrew recibe una llamada de teléfono. Es Jacob. Yo quiero saludarlo en voz alta, por el manos libres, cuando el propio Jacob pide hablar en privado con él.
—Dime, Jake,… sí, ya… ¿Estás seguro? —le oigo preguntar ahora, sin que pueda enterarme de la respuesta de Jacob.
La cara de Andrew no tiene doble lectura para mí.
Yo y mi sobresaliente en Las Caras guapas que pone el Guapo: Jacob le ha dicho que sí está seguro. ¿Pero de qué?
Entramos en la casa en silencio, todo en ella está igual de silencioso. Al parecer Billy y mi madre van a aceptar el consejo de Andrew y van a recuperar el tiempo que él, con su hospedaje, les ha robado estos meses. Mejor que estén fuera a que yo escuche algo que me traumatice el resto de mi vida adulta. Cosa que Andrew, interesado como estaba en ello esta mañana, no parece que se haya dado cuenta todavía de que estamos solos.
—Voy a cambiarme de ropa. Noto el traje muy húmedo. Me seco y cenamos pronto.
Andrew se marcha a su dormitorio sin esperarme, demasiado perdido en sus pensamientos, los que no creo que yo ocupe en este momento porque no me ha dado un beso de “ahora vuelvo”.
Jacob le ha dejado preocupado por algo, y yo no me he caído de un guindo a estas alturas de mi vida. No querrá que lo pase por alto y finja que no me importa, ¿verdad?
Le doy el tiempo de llegar a su dormitorio para salir tras él.
Y qué sorpresa no me llevo cuando veo que ha cerrado la puerta y no me deja entrar. Por vergüenza no ha sido, que desnudo precisamente no la tiene, el cochino.
Así que me queda solo pegar la oreja para averiguar algo.
No oigo nada, excepto que habla solo. Como no creo que esté enloqueciendo a tan temprana edad, solo tengo una teoría. Habla por teléfono otra vez. Si es con Jacob, es que ha aplazado esta nueva conversación para ocultármela.
Y yo no deduzco en vano.
Soy científica, me ajusto a las evidencias, y estas me dicen que Ámber tiene algo que ver en lo que me ocurrió el sábado. A ver, que su nombre estaba bien clarito en el contrato de cambio de menú con el restaurante.
Junto a Andrew, Jacob y Rachel, ella es de las pocas personas que sabía esa noche lo de mi alergia. Dudo mucho que tenga que ver con un sabotaje al Heaven Events. Si me preguntan mi opinión, esta es mucho más personal, ¡acababa de llamarme zorra, por Dios! ¿Qué más prueba que esa?
Su defensa del pago de la factura no es otra cosa que desviar la atención de Andrew, para que no la descubra.
Él quería que me mantuviese al margen, supongo que hasta haberlo corroborado, cosa que acaba de hacer Jacob, ¿no? Bien, pues ya puedo entrometerme.
No voy a darme la palmadita en el hombro por haberla descubierto, no cuando no estoy contenta porque la muy cabrona estuvo a punto de matarme. Pero algo sí que me alegra, que todo esté resuelto. Andrew ya sabrá qué hacer con ella para que todo con el restaurante quede solucionado.
En eso no voy a interferir.
Mientras espero a que Andrew me busque para contármelo, decido darme un baño. Al igual que él tengo la ropa húmeda de todo el día de lluvia y necesito quitármela.
—No sabes la de noches que he soñado esto.
Abro un ojo, estaba tan relajada oyendo a Taylor Swift de fondo, tumbada en la bañera, que los había cerrado durante un momento. Andrew me mira desde la puerta. Ambos sonreímos. Ya no tengo que esconderme de él.
—¿Mirarme desnuda?
—Volver al inicio.
Me levanto con calma, no voy a arruinar mi noche con una salida de emergencia al hospital visto el temor que siente Andrew por mí. Quiero una velada íntima, tranquila a su lado, solo con los altibajos que provocan los orgasmos en mi vientre, puedo prescindir de suturas en la cabeza y agujas de calmantes en vena.
«En las venas solo sangre en ebullición hoy, por favor» .
Pongo firme las piernas y afianzo lo pies como chupones en la bañera, que no sé cuánto puedo durar sin estamparme mientras él me mire con ese gesto de conquistador. Boquita fruncida, ceja levantada.
—¿A los gritos de ese día? - le digo ya de pie. Riendo.
—Al deseo que despertaste en mí.
Me gusta eso.
Y me gusta esta mampara transparente. Pensando en mi nueva casa, instalaré una, pensando en una relación con Andrew, acabaremos por sacarle partido cada noche. En cada baño, de cada uno.
Puedo incluso ver a través de ella ahora el deseo ese del que habla, en sus ojos. El calor de su pecho desnudo o su bulto bajo el pantalón del pijama. Seguro que él ve en mí la humedad de fuera e intuye la interior.
Sin dejar de mirarme a los ojos, entra al baño, se acerca al lavabo y coge mi toalla. Abre los brazos con ella desplegada y espera a que yo me decida a salir.
No le hago esperar mucho porque estoy deseando besarle, descorro la maravillosa mampara. Salgo de la bañera, chorreando, y él me echa por encima sus manos para envolverme con la toalla.
—Soñé tanto con tenerte entre mis brazos otra vez —me dice con un beso húmedo. Ansioso. Yo me dejo acariciar, a devorar la boca.
Centímetro a centímetro, Andrew pasa sus labios por la piel que va secando. Ya no distingo una humedad de otra. El agua, su saliva y mi excitación me hacen arder.
No sé cómo todavía no me caigo.
—Con besar tu lunar.
Sus besos van camino de mis caderas, tan cerca de mis partes íntimas que antes de que me pueda dar cuenta ya está arrodillado delante de mí y repite patrón de secado.
Seca, besa y humedece a continuación con su lengua. Yo me estremezco en cada pasada de ella que siento en mí.
Entre mis piernas desliza la toalla y besa mi pubis depilado. Con una gran diferencia ahora con el resto del cuerpo. Cuando su lengua alcanza la abertura entre ambas, me deja sin respiración. No solo lame, profundiza todo lo que puede una y otra vez, ayudándose con sus dedos.
Dejándome a las puertas de mi liberación.
Andrew se levanta entonces y me besa en la boca. Él y yo. Húmedos los dos.
Engullo su lengua tratando de tomar aire, pero sus manos oprimen mis pechos y me quita la posibilidad de respirar. Solo puedo gemir a grandes bocanadas mientras él me los chupa sin descanso.
—Con hacerte el amor toda la noche, sin que te fueras luego de mi cama.
—Pues no te reprimas ahora, y cumple tus sueños. No voy a irme a ningún lado.
Y arranca mis jadeos definitivos cuando me hace poner de espaldas a él, apoyando mi vientre en el lavabo.
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Hola🙋🏼♀️, qué tal todo? Espero que sigáis concentrados en la búsqueda del culpable🔎😎, a mí se me ha ido la olla jajajaja.
Cómo toda noche, el día llega después, y ya tenemos que abrir los ojos al despertar🤦🏼♀️
No tengo que convencerte ¿verdad? Elena lo hará por mi, GO➡️
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