Capítulo 10 A
JUGANDO CON MENTIRAS.
Un buen desayuno inglés es lo que me viene pidiendo el cuerpo. Mucha grasa y mucha proteína que reponer de anoche. Andrew quiso agradecerme, por dos veces más y en mi cama, que no dejase de respirar el sábado. Lo llamó así y me gustó, dicho con esas palabras no asustaba tanto, no me hacía pensar en Natalia.
Con un bostezo me despierto del todo. Lo miro a mi lado durmiendo. Está tan profundamente dormido, tan guapo, que no va a enterarse si le retiro el pelo de los ojos.
Y que le bese la nariz, cuando me levanto, tampoco.
Miro el reloj. Es buena hora para llamar a Natalia, la hora de diferencia es suficiente para saber que ya está despierta.
—Hola, Elena.
—¿Ha pasado algo? —Pregunto nerviosa. Es su abuela quien ha respondido.
Cuando llamo a mi hija, Esperanza siempre le deja contestar a ella, aunque sea su teléfono personal.
—No, no te preocupes. Como era tan temprano no esperábamos tu llamada. Natalia ha bajado a la plaza con Joaquín, a comprar el pan.
Respiro de alivio, he estado a punto de salir corriendo y coger el primer avión.
Estoy muy susceptible desde anoche que Andrew y yo hablamos de lo que podía haber ocurrido, eso es todo.
Esperanza me dice la verdad, no tengo que desconfiar de ella, no me oculta a mi hija. Ese malentendido quedó en nuestro pasado de meses atrás, ahora todo es distinto. No recuperamos la confianza de la una, pero no tenemos que desconfiar tampoco de la otra.
Y no es para tanto no escuchar la voz de Natalia con sus buenos días cantarines. Ya me dará las buenas tardes, porque no voy a pasar el día sin oirla.
No quiero parecer grosera y colgarle al no encontrar al otro lado del teléfono a mi hija, y aprovecho para preguntarle por ella. La abuela me cuenta que lo están pasando muy bien en estas mini vacaciones, juntas. Me siento mal, no porque se tengan ambas, sino porque yo no la tengo a ella.
Después de pedirle por favor que le diga a Natalia que la llamaré más tarde, me despido con un beso de cortesía.
—Natalia está pensando en ti.
Andrew está despierto. Se sienta en la cama y se apoya en el cabecero para mirarme. Le hago un puchero, quería hablar con Natalia.
—¿Tú crees? No ha esperado a que la llamase.
Me siento en mi lado de la cama. Él me muestra sus brazos abiertos y no dudo en lanzarme a ellos. Necesito que me haga olvidar a mi hija y para ello me servirá con un abrazo muy, muy grande.
—¿Ya estás mejor?
Quiero decirle que sí, pero entonces se apartará y no podré quedarme un ratito más aquí, en su pecho. Lo que ha empezado siendo un consuelo para que me olvide de Natalia está resultando el mejor buenos días de mi vida.
—Un abrazo más y lo estaré —le digo riendo ya.
Andrew se muerde el labio, no quiere sonreír.
—¿Qué tal así? —pregunta metiendo sus manos por mi camiseta para tocarme los pechos, y con los pulgares rozar mis pezones.
Abro la boca para respirar y se me escapa un gemido. Él sonríe de manera victoriosa, yo le devuelvo una sonrisa de agradecimiento.
Se ha marchado de mi dormitorio media hora después. Todavía tenemos que ducharnos, vestirnos y desayunar con nuestros padres para que luego él pueda ir a trabajar. Está empeñado en que lo acompañe a la Organizadora.
Cree que no me he dado cuenta que lo hace por temor, que no olvida la noche que le hice pasar y que, mientras pueda, no me dejará ni a sol ni a sombra. Yo finjo que no sé nada de sus intenciones y me dejo mimar.
Cuando termine de trabajar, Andrew ha prometido acompañarme a hacer todos esos planes que me quedaron pendientes para conocer la ciudad, y francamente me alegro, porque ya no sería lo mismo dar vueltas por Mánchester si no lo tengo a mi lado.
Me decido por ropa cómoda para patear las tiendas de Afflecks. Vaquero pitillo y vestido camisero de cuadros blancos y amarillos que marcaré a la cadera con un cinturón ancho. Para el frío me pondré chaqueta de cuero, con cuello de lana, negra. Todo con una bufanda blanca y botas altas hasta la rodilla, que además parece que va a llover.
Un día gris fuera que contrasta con mi sonrisa de color rosa moña aquí dentro, como diría Ruth. ¿Qué menos?, estoy enamorada y lo veo todo de ese color.
Nos sentamos a la mesa. Esta vez más unidos, uno al lado del otro.
Y no creo que nuestras miradas, nuestras sonrisas o nuestras disimuladas caricias llamen la atención de Billy o mi madre, que ya están liados con las suyas propias. Se ve que la cena de anoche continúa con un idílico desayuno para dos, nosotros les sobramos.
—Buenos días, hijos —saluda mi madre. Se levanta para ponernos un cubierto y una taza de café.
—Buenos días, mamá —contesto con una sonrisa.
—Hoy tienes muy buena cara, hija. —me dice Billy sin dejar de mirarnos a su hijo y a mí.
Escupo el café, y no por caliente, cuando oigo a Billy.
Andrew, tan pendiente de mí como siempre, se ha retirado a tiempo de no mancharse y me ofrece una servilleta para ayudar con el desaguisado que he montado.
Me acaricia la rodilla y me pregunta en un susurro si estoy bien. Le digo que sí. Pero si sigue tocándome, el desastre será mayor porque su padre nos mira todavía.
¿Es consciente, este hombre, que me ha llamado hija? No sé si mi rubor se debe a eso o que haya podido ver demasiado del coqueteo que me traigo, con tanta mano por debajo de la mesa, con Andrew, para verme la buena cara.
Le sonrío tímidamente y me dispongo a volver a llenar la taza de café.
—Pues a mí todavía no se me quita el susto del cuerpo.
Mi madre se sienta junto a su marido, y deja sobre la mesa más huevos, más tostadas, más bacon, más zumo y más cereales. ¿Fruta y salchichas? He cambiado de opinión al verlo todo, nada de grasas ni proteínas, queso fresco y un zumito de naranja me valdrán de desayuno, que no quiero pagar doble asiento de avión cuando me vaya.
«Mírame, Billy, ¿te parece que ahora tenga buena cara? Porque acabo de acordarme que me voy el miércoles y me ha entrado náuseas de pensar que no veré a Andrew hasta vete tú a saber cuándo».
—Bueno, dejemos de hablar ya de eso. Hoy tenemos mucho que hacer Elena y yo. No vamos a venir a cenar.
Andrew ha cortado el tema “dejar de respirar” y comienza a contarles a dónde iremos. Les propone también que salgan ellos a cenar ahora que nosotros no lo haremos aquí, por la de veces que él les molesta en la casa. Billy promete pensarlo. Me ha mirado mientras hacía su promesa y no termino de adivinar por qué, ¿ha podido ver algo del coqueteo que tenemos?
Un rato después nos despedimos de ellos y nos montamos en el coche, corriendo, que está lloviendo a mares.
—Tienes muy poca vergüenza, Baker. Mira que mandarlos a cenar fuera con el día que hace.
La lluvia cae insistente, y el día promete empeorar más tarde.
—Quiero la casa para nosotros, quiero intimidad —me dice sin mirarme del todo, porque no pierde de vista el tráfico. Pero yo le veo ese hoyuelo de sonrisa burlona.
¿Es que está pensando en hacérmelo por todos los rincones de la casa? Me sonrojo, noto mi calor corporal aumentando, y mis partes íntimas se contraen.
—Vale, te ayudaré a elegir restaurante. Uno que pille lejos. A ser posible con hospedaje, para que les podamos invitar a mucho vino.
Y la carcajada de Andrew hace que mi propia sonrisa vuelva a tener color. Ya me mustiaré en gris cuando esté en España.
Entramos a la Organizadora riendo por la que nos ha caído encima tan solo al cruzar la acera. El paraguas es enorme, pero poco ha podido hacer cuando el agua nos vino de abajo. Andrew deberá secarse el pantalón o parecerá que ha tenido un percance en el baño de caballeros. Yo he tenido la culpa, mi mala pata se ha metido en un charco que camuflaba una alcantarilla. Imagina el chorro que le ha salpicado hasta las ingles.
—Te veo dentro de un momento, tengo que remediar tu desastre —acaba diciendo antes de darme un beso, delante ya de Rachel, en el mostrador de recepción.
Ella nos sonríe cortada, a la vez que sorprendida por lo que ha visto. Y ahora ya sé por qué.
No soy yo la que despierta su incredulidad, como pensé el sábado, o mi escasa dote de seducción con su jefe, es por Camille. Ella tampoco sabe nada del divorcio.
Cuando se repone de su vergüenza, Rachel nos da los buenos días y le dice a Andrew que Ámber le espera en su despacho.
—Gracias, Rach, ¿y de qué humor está?
—Ha bajado en un par de ocasiones a tomarse una tila —contesta, forzando una seriedad profesional que para nada siente. Está deseando reírse de Ámber.
—Y los abogados ¿han llegado ya?
—Están en su oficina, señor.
Él le da las gracias, y a mí otro beso como despedida, mientras me pide que me ponga cómoda, que él hará lo posible para terminar pronto.
No lo creo si tengo en cuenta a la de gente que tiene que atender.
Y estoy buscando dónde dejar el paraguas, cuando oigo a Rachel decirme:
—Va a ser histórica.
—¿El qué? —le pregunto, porque tengo la sensación de que quiere contarme algo.
—La bronca que el señor Baker se va a llevar de la señorita Cock.
—¿Ámber puede hacer eso?
Hasta donde tengo entendido son socios, no sé en qué porcentaje, pero no que Ámber fuera la gran jefa.
—Dinero es dinero, y cuando está de por medio no hay sociedades que valga, ni amistades que no se puedan romper.
—Entiendo. —No lo hago, pero Rachel de todas formas tiene intención de contármelo todo.
—El señor Baker se niega a pagar la factura del catering de la exposición del sábado. —Rachel, que ve mi confusión, sigue hablando—. Ayer estuvo consultando con los abogados de la agencia por si tuvieran que llegar a los tribunales con ellos.
Sigo confusa. Ayer Andrew no salió de casa, ¿era eso lo que hacía en el sótano?
—¿Y qué tiene que ver Ámber con eso? —pregunto para que vaya al grano.
—Venga conmigo, que le cuento. —Y sale de detrás de su mesa.
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Hola🙋🏼♀️, no pienses que este ha sido el típico capítulo de relleno, tiene su por qué.
😏Había que recordar cositas del pasado con Esperanza, para que no se nos olvide, pero os tenía que poner también en antecedentes de lo que se desarrolla en el próximo😜. Total, que me ha salido un rollete mañanero😎, un desayuno cariñoso 🍊☕, unas risas, juntos 😂 y un paseito para después. Conpletito el dia, para lo que se avecina ahora jajajaj
Te veo por allí con tu ⭐, Gracias.
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